"Tiendo a no dejarme llevar por la primera impresión. No me entrego fácil. Lo he hecho, y así me ha ido", dice Oscar Martínez, que encuentra esa similitud con Norberto Imbert, el director de cine que interpreta en El cuento de las comadrejas.
"Es una película deliciosa. Distinta, originalísima. Con un humor refinadísimo", dice, sobre el filme que trae nuevamente a la dirección en una película con actores a Juan José Campanella, a casi 10 años del estreno de la ganadora del Oscar El secreto de sus ojos.
—¿Fue una sensación mía al ver la película. o lo disfrutaste?
—No, por supuesto. ¿Cómo no vas a disfrutar un trabajo de este tipo con Juan (Campanella), con quien nunca había trabajado y tuvimos un encuentro mágico, maravilloso, de entendernos con la mirada? Y con un elenco como el que está en la peli. Es cierto también que Juan es de una exigencia muy grande.
—¿Los tuvo cortitos?
—No. Él tiene un carácter maravilloso, se divierte mucho. Tiene una energía arrolladora y es muy cuidadoso en el trato con la gente, pero tiene una exigencia muy grande. Es capaz de repetir muchas veces hasta que consigue exactamente lo que quiere. Lo más difícil para todos fue que pasamos mucho frío, pero mucho, mucho, mucho frío…
—Tu personaje tiene una desconfianza y una intuición natural.
—Bastante. Es el primero que se da cuenta que hay gato encerrado cuando aparecen los dos jóvenes, los personajes de Clara Lago y Nicolás Francella. Después va confirmando todas sus sospechas. También es el más astuto, el más mordaz, el más irónico. El más malito de todos.
—Y vos, en tu vida, ¿tenés algo de esa intuición y desconfianza?
—Bueno, en algunos casos, para evitarme contratiempos y experiencias desagradables, que igual tengo una colección, como todo el mundo. Pero sí, tiendo a no dejarme llevar por la primera impresión. No me entrego fácil, no. De todas maneras lo he hecho, y así me ha ido. Con el tiempo, fui aprendiendo a ser todavía más cauteloso.
—¿Te has dado golpes por, de entrada, confiar de más?
—Sí, por supuesto.Y dolores muy grandes también, grandes defraudaciones.
—¿En lo personal o en lo profesional?
—En lo personal, fundamentalmente.
—¿Me querés dar un listado de nombres, para que me lleve?
—(Risas) No, jamás lo haría.
—"Todos hacemos un papel en la vida", dice tu personaje en un momento. ¿Cuál creés que es el tuyo?
—Eso es cierto, porque lo que comúnmente denominados como la realidad es también una suerte de ficción; y el ser es una conquista. Si bien yo creo que uno viene con determinadas capacidades, determinado carácter, con mayor intuición o menor intuición, con ciertas características que son propias, también es cierto que uno con eso construye un ser uno mismo todo el tiempo, y eso es una conquista. En esa construcción puede haber algo ficcional. Incluso para uno mismo. Uno se cuenta la película como se la quiere contar. A lo mejor, o casi siempre, los otros la ven de otra manera. Hay una frase de (Vladimir) Nabokov que a mí me gusta mucho que dice: "Cuando muera habrá quienes digan que fui un demonio y habrá quienes digan que fui un ángel. Ambos tendrán razón". Porque depende en qué rol, con quiénes y cómo y qué historia viviste en cada caso para que el otro desde su propia subjetividad piense de vos una cosa diferente a la que piensa alguien que tuvo una buena experiencia. Trato de ser lo más veraz posible conmigo mismo, y como soy una persona pública trato de no dar una imagen distorsionada o falsa de mí, trato de ser lo más parecido a lo que creo que soy.
—Auténtico.
—En lo posible trato, sí. De todo lo que se puede, porque la exposición pública a veces te obliga a no poder ser tan auténtico todo el tiempo. E incluso la vida adulta te obliga… Fijate que esta es una peli de cuatro personas que se aman entrañablemente pero que también tienen sus resquemores, su historia con cuentas pendientes cada uno. Hay un momento, en que obligado por las circunstancias, yo le tengo que decir al personaje de (Luis) Brandoni algo que aún con todo el amor que le tengo es durísimo de decir. Le digo que él que fue un actor sin talento, que vivió siempre a la sombra de su mujer y que está resentido con eso. Por eso te digo, a veces ni siquiera uno puede ser del todo uno mismo con personas a las que ama, o personas a las que quiere entrañablemente. El tema de ART, de la obra, era ese: ¿qué derecho tiene uno a decirle a un amigo? ¿Dónde se ve más el amor, diciéndole la verdad que en última, instancia es tú verdad, o aceptándolo como es? Todo eso vale también para uno mismo. Yo, como te digo, trato de ser lo más veraz posible. Obviamente, con los límites que impone; no me voy a confesar públicamente.
—Hace unos días, en otro reportaje mencionaba cómo a lo largo de estos años no temiste dar de tu opinión públicamente, de manera muy abiertamente. Y el entrevistado agregó: "Y muy honestamente". No se duda de tu integridad cuando das tu opinión.
—Sí, pero no alcanza con ser honesto. Yo creo saber a qué te referís. Creo haber cuidado siempre ser muy respetuoso, no herir susceptibilidades a nivel personal, a otra gente que pueda pensar distinto. Porque parto de la base de que el otro, por ejemplo en lo político, actúa de buena fe: no es que quiere el mal del país, pensamos distinto. Pero creo que él está convencido de que lo mejor es algo diferente a lo que yo pienso. Y eso me parece que también cuenta a la hora de diferenciarse o de hablar de cosas controversiales. Tener el cuidado de no ser hiriente, de no ser soberbio, de expresar lo que uno piensa con respeto por lo que piensa el otro. Yo quiero vivir en un país así.
—Estuve con tu concuñada, Viviana Canosa, y me contaba de algunos almuerzos familiares. ¿Hay discusiones en esas comidas?
—No, porque todos pensamos más o menos igual.
—Dijo que te notaba medio tristón, caído con la realidad argentina.
—Sí, sí es así. Lo vivo con preocupación. Vivo mal la crispación, el aliento que se hace de la crispación y de la confrontación. Cómo se fogonea eso. Me parece que nos hace muchísimo daño. No me asusta la diversidad y la pluralidad, lo que me asusta es lo que hacemos con eso. Me parece que eso intoxica: vivir en un país en el que el que no piensa como vos es tu archienemigo. Es preocupante. De alguna manera enrarece todo el clima social. Amén de que estamos pasando momentos muy difíciles y la gente está, por supuesto, exasperada, crispada. Lo veo en la calle, por ejemplo, hay muchas situaciones de violencia quizás en más cantidad que las que veía antes. Hay casos que salen en los diarios, qué sé yo: un taxista que de golpe, por una estupidez de tránsito…
—Hay mucho de Relatos salvajes en las calles.
—Claro, un asesino en potencia. Cosas de ese tipo.
—Hemos visto también linchamientos y situaciones de justicia por mano propia muy preocupantes.
—Todo eso me angustia, me preocupa, me entristece…
—En el último tiempo también pasó que muchos actores cuenten públicamente que la están pasando mal en lo económico. ¿Te genera algo eso?
—Me parece muy honesto que lo hagan y tienen todo el derecho del mundo de decir lo que piensan. Me parece valiente también que lo digan porque hay gente de la que no se espera que diga eso.
—Rompe un poco un mito.
—Claro, rompe un mito, y viene bien que la gente vea que nosotros no estamos viviendo en otro país, en una realidad que nos protege tanto que vemos los problemas desde un balcón de bienestar. Me parece bien.
—Por otro lado el Puma Goity planteaba que no digan "la crisis del teatro" cuando tal vez no es tan bueno lo que están proponiendo. Apelaba a tener un poco de autocrítica.
—Eso existió toda la vida: la justificación de alguien al que le va mal porque en realidad es el país, que la gente no va por ejemplo al teatro… Yo siempre pensé en ese sentido como el Puma: si yo estoy aquí y no viene nadie y en frente está Enrique Pinti haciendo Salsa Criolla y llena todos los días, a lo mejor yo me tengo que preguntar qué es lo que estoy haciendo para que no venga nadie. Es más fácil tirar la pelota afuera. Eso también es propio del ser humano. Nos cuesta asumir aquello que nos responsabiliza para mal.
—¿Qué premio te falta?
—No me gusta pensar así.
—Pero ganaste todos, o casi.
—Los premios que se dan en la Argentina creo que sí, que gané todos. A lo largo de 48 años de trabajo.
—Y afuera también: muchísimos.
—Sí, afortunadamente ganamos muchos con El ciudadano ilustre. Ahora vengo de ganar en Málaga con Yo, mi mujer y mi mujer muerta, donde había ganado con Koblic. Los premios son formas privilegiadas del reconocimiento, nosotros como interpretes necesitamos de la aceptación y del reconocimiento. No porque trabajemos para eso pero sí que lo necesitamos porque trabajamos para tener una respuesta del público, porque no podemos apelar a la posteridad. Un escritor, un compositor musical, un pintor, en otras ramas del arte que son creadores de primera agua, hay muchos que fueron descubiertos muchos años después de sus muertes. En el caso nuestro eso es imposible: el actor necesita del éxito. Me siento muy agradecido a la vida de que eso pase. Y también es cierto que los premios fuera del país, no porque yo desmerezca en absoluto los premios ganados aquí, los valoro enormemente. Los premios afuera no solo amplían el espectro laboral, sino que lo único que se tiene en cuenta a la hora de premiarte es el trabajo que hiciste, no hay animosidades ni a favor ni en contra, no hay simpatías ni apatías.
—Es absolutamente objetivo.
—Aquí puede ocurrir, o en cualquier país le puede pasar a un actor que porque piensa de determinada manera, porque una vez hubo un episodio vergonzoso, de cualquier orden en lo social o porque no cae simpático, por lo que fuere, que no lo premien por un trabajo por ese motivo. Y viceversa también: que se lo premie mucho y se lo valore mucho porque cae simpático, porque es entrador, porque es bonito o bonita, qué sé yo. Cuando los premios te los dan afuera nada de eso juega, lo único que juega es el trabajo que hiciste, ven eso nada más, no tienen tu historia, no tienen vínculo con tu imagen social, no saben cómo pensás. Eso lo valoro.
—Sos un gran lector y como en todas nuestras charlas te voy a pedir el recomendado para nuestros lectores, pero también te voy a preguntar, ¿vas a leer el libro de Cristina?
—No, no voy a leerlo. Estoy enterado porque salió mucha información respecto del contenido y no me hace falta leerlo.
—¿El recomendado?
—Hay un libro de cuentos de un escritor norteamericano muy joven, El cielo de los animales, de (David James) Poissant. Es un muchacho que escribe su primer libro de cuentos y ya lo comparan con Carver y con Chejov. Hombres y mujeres, de Murakami, y una novela que no es nueva, tiene como unos diez años, Sunset Park, de Paul Auster. Son algunas de las cosas que he leído en los últimos tiempos.
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