El penúltimo episodio en la historia de Game of Thrones alcanzó nuevos récords de espectadores y polémicas. Cuando sólo quedan unos ochenta minutos de la serie que obsesionó al mundo por casi una década, sus fans se dividieron más que nunca frente a la drástica decisión de una de sus protagonistas. Los libros en los que se basa el programa de HBO son cinco, y el material a adaptar se acabó entrada la sexta temporada. Hace unos seis años, George R. R. Martin, el autor, se sentó junto a los showrunners y les marcó más o menos el camino hacia el final. El recorrido, claro, sería distinto. La cuarta temporada trajo el último capítulo escrito por el creador de este universo de Canción de Hielo y Fuego, que abandonó esa labor para dedicarse de lleno a completar los dos tomos que le quedan para contar su versión completa de la historia: Vientos de Invierno y Sueño de Primavera. Estos últimos años a GoT se le dijo que había perdido ese 'no sé qué' que sorprendía constantemente a su audiencia, esa sensación de que cualquier cosa podía pasar, esa tremenda capacidad de shock. Pero… ¿podía pasar cualquier cosa antes? Quizás el error fue confundir sorprendente con sorpresivo.
El domingo pasado 18.4 millones de personas vieron como Daenerys Targaryen finalmente tomaba King's Landing, la capital de Westeros, para obtener lo que siempre supo suyo. Su eterno dilema como personaje empático ardía como las palabras de su familia: fuego y sangre. La Khaleesi madre de dragones, rompedora de cadenas, nacida en la tormenta vivió entre una supuesta locura hereditaria y un sentido de justicia social nacido de su trayecto como líder populista. Desde 2011 la vemos bailar sobre esa línea que divide al tirano del libertador, hablando de romper la rueda del statu quo que pone siempre a unos por encima de otros, tratando de no confundir abuso y venganza con justicia, tal como le sucedió a su padre Aerys "El Rey loco".
En The Bells, una vez que el pueblo de Desembarco del Rey se rindió, se convirtió en esa "reina de las cenizas" que en capítulos atrás había prometido no ser. Esas campanas pedían misericordia, pero ella eligió despertar al dragón, asesinando a miles de personas bajo una lluvia de aliento calcinante de Drogon, el único de sus "hijos" vivo. Este desenlace que la pone como la última gran antagonista es sorprendente, pero no sorpresivo, lo que no significa que el show haya sabido justificarlo en la recta final. Siempre supimos que ese sería el mayor desafío de Daenerys, y ahora la vimos perder a dos de sus dragones, sus consejeros, su mejor amiga y a su amor (y también sobrino, ja). Eso, sumado a una sensación de rechazo de parte del pueblo westerosi al que ella intenta liderar, disparó el "Dracarys" final. Sabíamos que el final de la serie iba a ser agridulce, así lo había adelantado Martin, que lo comparó con el de El Señor de los Anillos, y nadie que estuviera prestando atención podía esperar una conclusión a la Disney, pero el tema a analizar no es el destino, sino el camino elegido.
La séptima temporada tuvo siete episodios, a diferencia de los diez habituales, y ese mismo año el canal anunció que la final llegaría después de dos años y contaría con sólo seis capítulos. La decisión no fue de la empresa -cuyo jefe de programación admitió que ellos deseaban que durara más-, ni de GRRM -en varias ocasiones mencionó que para él podría haberse llegado a diez u once, en lugar de ocho-, fue de las cabezas del proyecto: D. B. Weiss y Daniel Benioff. Ellos mismos dijeron que la compañia les ofreció más tiempo y dinero para sumar capítulos, pero lo rechazaron.
"Desde el principio quisimos que fuera una película de unas setenta horas, siempre calculamos esta cantidad de episodios, entendimos que la historia debía terminar acá", explicó Benioff. ¿Fueron suficientes como para dar algo de cierre a esta vastísima épica medieval, con intrigas políticas, dilemas de identidad, familia, dragones y zombies de hielo? Los antiguos dioses y los nuevos todavía están debatiéndolo, pero todo indica que hay escenas que hubieran sido necesarias para llegar de manera consistente a esa consumación tan esperada.
Dejando de lado el arco narrativo de "Mad Dany" que tanto ruido hizo, los otros grandes debates de la temporada tuvieron que ver con giros en personajes que decían una cosa en un episodio y al siguiente hacían otra sin que pudiéramos acompañar el proceso interno (Jaime Lannister es el mejor ejemplo) y, sobre todo, la resolución brusca de conflictos construidos durante años, con mitología compleja de por medio. Durante cientos de minutos el show erigió al Night King, líder de los white walkers, como la figura mítica que se enfrentaría a nuestros (fallados y golpeados) héroes en la batalla definitiva entre el hielo y el fuego, la vida y la muerte. La contracara física de este Rey de la Noche siempre fue Jon Snow, el personaje que advirtió a medio Westeros acerca de la amenaza que venía del otro lado del Muro. El esperadísimo enfrentamiento ocurrió en The Long Night, pero ellos nunca se cruzaron, y el ejército de los muertos terminó cayendo gracias a Arya Stark, un personaje híper popular cuyo camino hasta el momento iba por otro lado, el de la violencia más humana y la venganza personal. Jon Snow, ese que podía llegar a ser el "príncipe prometido" del que tanto nos hablaron resultó poco para el "shock value" televisivo al que hoy estamos acostumbrados. Weiss y Benioff aclararon que hace tres años decidieron que el personaje de Maisie Williams sería quien asesinara al Night King para "evitar lo esperado", según dijeron en el video del making of que lanzan cada semana.
Esta idea de "subvertir las expectativas" aparece constantemente en esta cultura de híper consumo cultural que vivimos, donde las historias luchan por nuestra atención cual cachorritos en adopción. Es una trampa tendida por fans y creadores, que muchos productos terminan sufriendo. Durante los primeros años, Game of Thrones nos hizo creer en lo inesperado, pero sólo porque supo plantar tan efectivamente la información que del otro lado no se nos hacía tan evidente unir los puntos hasta que terminaba de completarse el cuadro. "Planeo mis libros y siembro pistas, detalles, la base de los presagios que apuntan para dónde va a seguir la historia. Si cambiara el rumbo repentinamente sólo para asombrar al lector la solución no sería satisfactoria, puedo meter aliens de golpe y nadie podría verlo venir, pero arruinaría todo", expuso Martin. Pero la televisión es otra cosa, claro. Tal como Dany en estos últimos tres episodios, GoT hoy parece querer alcanzar su meta sin importar cómo, con tal de que sea rápido.
La historia de la TV está plagada de series que no supieron frenar a tiempo, por lo que la idea de los jefes Weiss y Benioff podría haber sido acertadísima, si no fuera porque hoy los mismos actores se quejan de cómo terminaron despachando a sus personajes (sucedió con Conleth Hill -Varys- y Nathalie Emmanuel -Missandei-). Las cosas parecen suceder siguiendo una especie de lista de supermercado de amoríos express, batallas y muertes, mientras que esos momentos de desarrollo de personajes, de intercambios como los que vimos en A Knight of the Seven Kingdoms no tienen lugar. Jon Snow, Tyrion Lannister, Sansa Stark y todos los suyos avanzan por la trama cual Pacman. La serie nunca se vio tan bien y nunca fue tan espectacular en cuanto a dirección y efectos como en The Long Night y The Bells, pero a la vez nunca se sintió tan vacía.
El último libro de Canción de Hielo y Fuego salió en 2011. Miles de seguidores y periodistas viven tratando de explicar por qué George R. R. Martin tarda tanto en publicar Vientos de Invierno. Se dice que mató a un personaje que ahora se dio cuenta que era clave para el desenlace, que no sabe qué hacer con la trama de Meereen, que lo deslumbró la fama mundial… Si bien dijo que su cierre sería similar al de la serie, hubo un pacto con Weiss y Benioff para que nadie aclarara demasiado qué es propiamente de ellos y qué les adelantó él (salvo algunos puntos que ya habían comentado y lo de Arya y el Night King, pensado por la dupla para la serie). A su favor tiene no sólo miles de páginas por delante, sino también la herramienta del monólogo interno, ya que las novelas están divididas en capítulos según el punto de vista de distintos protagonistas, lo que permite un desarrollo interno mucho más profundo. Las especulaciones respecto a las similitudes y diferencias abundan y abundarán. Lo único seguro es que hoy, frente al último episodio de Game of Thrones, los fanáticos parecen condenados a sufrir entre un final que no llega nunca y otro que llegó demasiado rápido.
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