El tercer episodio de la temporada final de Game of Thrones, "The Long Night", fue todo lo que sus creadores venían anunciando que sería. Para bien y para mal. En la misma semana en la que los Avengers tuvieron su pelea final contra Thanos, la cultura pop vivió una segunda sobrecarga con la también esperadísima Batalla de Winterfell entre la gran mayoría de los personajes principales de la serie y el Night King y su ejército de muertos.
La grandilocuencia había sido anunciada: la secuencia de enfrentamiento más extensa en la historia de la televisión, 55 noches de rodaje, 82 minutos de suspenso, acción y terror. Por lo menos en números, HBO cosechó lo que sembró y volvió a romper sus propios récords. Sólo en los Estados Unidos 17.8 millones de personas vieron el capítulo en vivo o pocas horas después, además de convertirse en la serie más tuiteada, con 7.8 millones de mensajes, según informó esa red social. Desde los números todo se ve tan luminoso como los fuegos de R'hllor, pero en estos tres encuentros finales el show enfrenta a su verdadero gran enemigo. Ni el Rey de la Noche, ni un tirano en el Trono de Hierro, el verdadero terror es la expectativa, la "manija" y el "hype".
¿Cómo hace un evento pop de esta magnitud, construido a lo largo de casi una década, para dejar contenta a, por lo menos, una buena parte de su fandom? ¿Qué es más importante, ser fieles a la mitología propia de la historia o a la agenda televisiva que exige shock y sorpresa constante? ¿Quiénes ganan y quiénes pierden realmente cuando una ficción genera tales pasiones? Ese es el peso que llevan en sus espaldas los showrunners David Benioff y D.B. Weiss, quienes ya aclararon que van a mirar el series finale en un lugar secreto, junto a sus esposas, casi incomunicados, para evitar la ola que se venga.
Probablemente no se imaginaron que les iba a tocar a ellos dar cierre a la historia de los Stark, Targaryen y Lannister, ya que cuando firmaron para el proyecto el autor George R. R. Martin venía publicando las novelas de Canción de Hielo y Fuego con algo de ritmo. En ese momento, que la serie pasara a los libros era una posibilidad lejana, una pesadilla vaticinada por unos pocos. Danza con Dragones fue publicado en 2011 y desde ese momento el escritor vive atormentado por fans que le piden que no se dedique a otra cosa más que a escribir los dos que le faltan, Vientos de Invierno y Sueño de Primavera. Hubo una reunión en 2013 en la que él les trazó algunos caminos, repasaron el viaje de cada personaje y marcó tres momentos fuertes que se venían en el papel (¿spoiler alert?). La muerte de Shireen Baratheon, la revelación del origen de Hodor y otro todavía no revelado. Sabemos que no es la escena relacionada con Arya Stark porque en el "Inside the Episode" que publica HBO después de cada capítulo Benioff explicó que eso lo decidieron hace sólo tres años, por lo tanto es una construcción televisiva, tanto como el mismísimo Night King como némesis.
Y ahí aparece uno de los grandes dilemas: si bien la saga de Canción de Hielo y Fuego tiene incluso más elementos fantásticos que la serie, Martin siempre equilibró bien entre los grises morales y miserias humanas que tanto le gustan y los elementos fantasy con los que juega. Nunca quiso crear un "señor oscuro", un villano todopoderoso a lo Tolkien, que represente la oscuridad en el mundo, así que en sus páginas no encontramos una figura tal como la que llegó a la pantalla chica. Su crítica para con El Señor de los Anillos siempre señaló que simplificaba demasiado cuestiones más intrincadas y que se quedaba en el "si ponés a un buen hombre a liderar todo va a salir bien", cuando lo realmente laberíntico y atrapante es cómo lidera o gobierna ese "hombre bueno" enfrentado a los embates éticos diarios.
A la serie le fue más fácil caer en la dicotomía clásica del bien y el mal y eso en cierto sentido le terminó jugando en contra. Si como narrador trato de captar la atención del espectador poniendo el foco en ese rey de hielo y su dragón zombie después puede complicarse hacer que recuerden que el núcleo de la historia siempre fue la pelea de poder entre los seres humanos.
"La batalla entre el bien y el mal es un tema válido dentro del género fantasy, pero en la vida real se da principalmente en cada corazón humano, en la vida real el gran choque entre el bien y el mal es saber determinar cuál es cuál", escribió Martin hace casi 20 años. Su universo pone a sus héroes/villanos en un gris constante en el que tienen que decidir qué fin justifica qué medios, y a nosotros con ellos. Nos dio debates eternos acerca de las decisiones de Ned Stark, las acciones de Jaime Lannister, el ¿hubris? de la Khaleesi, las estrategias de Jon Snow, los errores de Melisandre, las intrigas de Varys y traiciones de Theon Greyjoy.
No sería justo decir que la serie ahora las "rueditas" de los libros perdió esta sensibilidad o sutileza, porque el segundo episodio de la temporada final -A Night of the Seven Kingdoms– tuvo mucho de eso, pero sí que la gran batalla de Game of Thrones no es la de Winterfell, sino la que Weiss y Benioff enfrentan estos últimos tres capítulos que definirán su legado. Esa última guerra empieza mañana.
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