"Cuando me subo al escenario quiero dejar todo. Si hay 100 personas, 200 o tres, me da igual. Quiero que se vayan con lo máximo que puedo dar", dice Dario Barassi, que agota localidades junto a Veronica Llinás en Carcajada Salvajes, en un año en el que renunció a NET porque decidió dejar de lado los trabajos que no tuvieran que ver con su vocación actoral.
El sueño de Darío siempre fue actuar. Así se animó a dejar una posición acomodada en San Juan y llegó a Buenos Aires para estudiar teatro mientras cumplía con el mandato familiar de obtener un título universitario. Aunque con su personalidad conquistó al público como notero, columnista y conductor, es en el escenario y con la composición de personajes donde realmente se apasiona.
El presente profesional le sonríe, el público lo elige y las críticas lo aclaman. Pero la mayor felicidad tiene que ver con la llegada de la paternidad. "Tengo muchísimas ganas de ser padre. La amo a la gorda, ya hice muchos cambios en mi vida, crecí", cuenta el actor que junto a su mujer, Lucía Gómez Centurión, espera a su primera hija.
—¿Cómo se enteraron?
—Fue en octubre. Nos estábamos por ir un fin de semana con unos amigos a Bariloche Y antes de irnos le digo a la Gorda: "Te estás sintiendo medio rara, veámoslo". Hicimos un test y nos dio positivo. Nos fuimos a Bariloche, volvimos, hicimos análisis de sangre de nuevo: había crecido todo lo hormonal. Fuimos al medico, hicimos la eco y estaba ahí esa niña hermosa.
—¿Cómo te imaginás papá?
—Me imagino como el padre más baboso, más presente, más cargoso, más afectuoso, más rompehuevos, más divertido, más lúdico… Y desde ya, tengo que aprender cómo darle libertad a mi hija.
—¿Qué sentís por tu mujer en este momento?
—Que es la mujer de mi vida, que es la compañera que elijo para tener al lado. Y que indefectiblemente si existe alguna madre para un hijo mío, es Luli.
—¿Cómo se siente tu mujer?
—Por suerte está llevando el embarazo súper tranquila. Yo tuve todos los síntomas, así que estoy con mareos, con nauseas, con todo; y Luli está impecable.
—¿Sos coqueto?
—Sí, no soy para nada relajado. Me visto relajado porque también el tema del sobrepeso a veces te limita un poco en los looks y demás. Pero la piel, el pelo, gotitas en los ojos… Siempre me baño una o dos veces por día. Tengo perfume en el auto, en la mochila, en casa.
—Un galán.
—Sí, es el combo. Igual, tiene que ver más conmigo más que con lo que pasa en el otro. Siempre me gustar estar limpio, siempre me gustó oler bien.
—¿Qué toc tiene Darío Barassi?
—Bastantes (risas). Hay dos floreros; los floreros son transparentes, tienen que tener el agua hasta cierto nivel. No me gusta que se vea el tallo de las flores, tiene que ser menor que el tamaño del florero, para afuera. Son cositas que yo voy, tac, tac, tac. Claro. Ok, terapia (risas).
—¿El placard?
—No, eso es impecable. Con Luli fue un proceso porque mi mujer es un poquito más desorganizada. Yo soy un poquito obsesivo. Fui puliéndolo, y ella fue dándome una mano, digamos.
—¿Las perchas pueden mirar para distintod lados?
—No, y son todas iguales. Compré 300 perchas negras.
—El temita de los colores y la ropa, ¿no hay problema?
—Convivo, no tengo problema. Pero está el sector de remeras blancas y está el sector de remeras de color. Solo eso, no es que te separo por gama de colores. Tuve épocas peores. Por momentos estaba al borde con la puerta, el gas, las luces. Estaba más desquiciado. Ahora estoy un poquito más tranquilo.
—Este año era del actor.
—Ciento por ciento. Y fue una decisión difícil…
—Porque sos muy buscado también en el otro rol, como columnista y para la conducción. Sin embargo, a vos te tira la actuación.
—Lo primero que mostré en los medios fue Barassi como personaje. Y entiendo que es un personaje muy empático. Aparte, me gusta hacer de Barassi, me gusta el vínculo con la gente. Hay algo de eso que disfruto bastante. Y entiendo que las ofertas vengan de ese lado. Pero lo que me gusta hacer, lo que estudié desde que tengo 16 años, es actuación. Estoy arriba de un escenario con un texto y no soy yo el que está hablando, sino un personaje; hay algo de ese juego que me apasiona.
—El sueño no pasaba por la tele, tenía que ver con la actuación.
—Sí, radicalmente. Era más que nada el teatro. De chiquito empecé a estudiar teatro, había algo con el escenario. De hecho, cuando me vine a Buenos Aires y conocí el off no lo podía creer: esos sótanos con actores comiendo empanadas a las 3 de la mañana, armando una obra, adaptando un Shakespeare, pero que pase en un boliche. Ese delirio me tenía enajenado. Venía de una cajita chiquita; soy sanjuanino.
—Y venías de una posición relativamente, acomodada en San Juan.
—Sí, clase media con abuelos bodegueros.
—¿Hay un porcentaje de la bodega que hayas heredado?
—No, terminó en la generación de mi abuelo, se vendió la bodega. Quedó por la parte de mis abuelos paternos una bodega más local, más chica. Pero sí, dos familias que en San Juan estaban bien posicionadas. Era una familia más de comerciantes, de universitarios, pero no había arte.
—De hecho había un mandato: hacer la carrera universitaria.
—Importante, sí. Título universitario. Eso fue lo que me pedía mi vieja: "Yo te banco todas las artes que vos quieras, pero vos traeme un título universitario".
—Y se lo llevaste.
—Ahí lo tiene. Que no estuvo mal. Soy bastante ñoño, entonces no me costó la carrera.
—¿En cuánto tiempo hiciste abogacía?
—En la UBA, cinco años.
—Y haciendo teatro en paralelo, ya por los sótanos.
—Claro, en el mundo de los sótanos decían: "¿Quién es éste gordo católico, abogado?". Y los abogados decían: "¿Quién es este oscuro, que de noche hace teatro y se trasviste?".
—Cuando empezaste en el programa AM, también trabajabas como abogado.
—Claro. La típica: acompañé a un amigo a un casting de notero de AM, estaba Gastón Trezeguet tomando el casting. Obviamente, yo estuve un poco empático y un poco explosivo, y eso gustó. Me dijo si quería esa noche salir a probar en un evento, no entendía por qué pero dije que sí. Y ahí empecé: de repente era notero.
—Y en qué momento renunciás al abogado.
—Me estaban ofreciendo una tira, la primera que hice, Viudas e hijos del rock and roll, y mi jefe me estaba ofreciendo un upgrade, un "Te quiero al lado mío". Y…
—Había que decidir.
—Había que decidir. Entonces me fui cuatro meses a Nueva York porque me gané una beca de estudio de canto, y dije: "Voy a aprovechar para patear todo y que la vida me ayude a definir". Aparte, me estaba yendo a vivir solo porque hasta ese momento vivía con mi hermano, había cortado con Luli, que hoy es mi mujer pero en ese momento era mi novia.
—Un impasse.
—Sí. Estaba desorientado. Me fui a Nueva York y estando allá me di cuenta de todo. Volvimos con Luli, que se fue para allá. Y me di cuenta que no tenía nada que pensar, que era momento de patear todo y arriesgarme. Le dije que sí a la tira, que también era un personaje chico, era menos estable. Yo soy de una cuna de la estabilidad, soy un tipo estructurado. Y parece que no, pero me gustan las estructuras, me gusta el orden. Era una decisión atípica.
—San Juan, católico, clase media. ¿Cómo te llevás con la Iglesia?
—Mi venida a Buenos Aires fue como un sacudón en todo sentido. Vi un mundo que no conocía. Eso, después de un tiempo de conocerlo y juzgarlo, te lleva a replantearte quién sos, en qué crees y demás. Soy un tipo de mucha fe, estoy educado en fe cristiana y lo sostengo. Hay algo que me hace pensar que le pido a alguien que me acompañe con algo, que me ayude con una decisión, que me ayude con el tránsito de algo, y siento esa ayuda. Después las iglesias, los sacerdotes, tienen esta cosa ya que está intervenida por lo humano que excede al ámbito de la fe, que es fallido, hay errores. A veces me da tranquilidad ir a una iglesia. No voy a una misa pero ahora estuvimos en España viajando, y conocer iglesias es un ritual que me gusta. No sé si ahora tiene tanta entidad poder confesarme para poder comulgar; por ahí, simplemente es una charla.
—¿Te imaginás educar a tus hijos en la fe católica y que tomen la comunión?
—Obviamente sí, los voy a bautizar. Pero me parece perfecto si a los 10, 12 o 15 años de repente descubren otra creencia, quieren probar algo nuevo, sienten que la verdad va por otro lado. Es totalmente válido.
—¿Te gusta el papa Francisco?
—Me da gracia. ¿Vos viste el video que nadie le puede dar el beso en el anillo? Lo consumo poco, lo conozco poco. Mi religión y mi fe no pasa por lo humano. Me gustaría que venga a la Argentina, sería un lindo gesto, sería lindo poder tenerlo acá, ya que es de acá. Pero no estoy tan encima del tema, no conozco tanto su oficio.
—Hace un ratito hablabas de esa llegada a Buenos Aires y de los sótanos. Y el que eras en San Juan y el que se encontró acá, con un mundo que tal vez ni imaginó. ¿Derrapaste en ese momento?
—No, cero. Tengo muy en claro quién soy desde muy chico. Qué me gusta, qué no, dónde me siento cómodo, dónde no. Pero estuvo bueno entender: "Ah, mirá todo este universo y poder convivir". Yo no conocía drogas; en San Juan no conocía algún otro vínculo desde la sexualidad que no sea un vínculo heterosexual. No estaba empapado de eso. Por mi personalidad y por el ámbito donde crecí.
—Y de repente en el under…
—De repente entré a fiestas que eran un desastre, un quilombo. Obviamente, al principio fue como de reparo: "Che, vieja, me vuelvo a San Juan"; "¿Qué pasó?"; "Nada, ta, ta, ta". Me dice: "Bueno, gordo, tranquilo, vivilo hasta donde quieras".
—"Mamá, quedé metido en el medio de una orgía llena de gente drogada…".
—"¡Vieja, hay 14 personas desnudas alrededor mío! Yo te propongo que me lleves a San Juan de vuelta". "No hijo, no puedo". Y me vino bárbaro, estuvo buenísimo.
—¿Nunca te tentó sumarte a la fiesta?
—No, soy un poco pacato. Soy de la cosa tradicional, soy conserva en ese sentido. No me llama, no me tienta. Pero me encanta que exista y que haya gente que lo elija y lo disfrute.
—Tuviste que buscar el lugar y encontrarte vos mismo.
—Sí, pero a mí en primer lugar me gusta ser distinto. No me gusta ser parte todo el tiempo. Encajo siendo yo, si no encajo como soy yo, me chupa un huevo.
—¿Y alguna vez no encajaste?
—Sí, puede pasar. Por lo general soy bastante empático, pero no identifico rápido. Al principio era como medio raro; una vez que me van conociendo se terminan relajando. Imaginate que también paso de los grupos más chetos del mundo a los grupos más oscuros, y yo estoy cómodo en ambos siendo quien soy. Nunca tuve que fingir o forzar algún rasgo de mi personalidad para poder entrar en algún lugar. Creo que es de los dones o de las virtudes que más me gustan de mí. Soy un tipo seguro de quien soy.
—¿De dónde crees que vino esa seguridad?
—Identifico que cuando tenía cinco años murió mi viejo. Creo que ahí hay algo de plantarme, sobre todo porque éramos tres hermanos que teníamos que acompañar a mi vieja que de repente, con 32 años, se quedaba sola. Hay algo de ese momento que identifico como un golpazo. También el tema del sobrepeso y el vínculo con los demás. Nunca sufrí ni bullying ni cargadas ni nada pero tenía que ver con que ya de entrada plantaba bandera y era como: "Sí, soy gordo, ¡¿y?!". Por ese lado viene un poco eso. Tiene que ver un poco con mi personalidad, siempre tuve la tendencia de ser un poco líder.
—Es una profesión súper inestable y hablábamos antes de la necesidad de tener estructuras. ¿Nunca te da miedo lo que vendrá después?
—Mi suegro es arquitecto y es un artista plástico reconocido de San Juan. Al principio, cuando estaba con esta disyuntiva de soltar todo, él también soltó todo lo que tiene que ver con el mundo de la arquitectura y se la jugó por el arte pictórico. Me dio un consejo: en la cima hay que buscar el abastecimiento, la capacidad de ahorro. A mí lo que me cuesta de la estructura tiene que ver con que me gusta vivir bien.
—¿Ahorraste bastante?
—Soy de ahorrar. Soy organizado para eso.
—Me decía Dolores Fonzi, por ejemplo, que es una actriz increíble, que viene trabajando fantástico.
—Sí, de las mejores actrices.
—Y no tiene un peso ahorrado. Me contaba que si está sin películas y necesita pide plata prestada. No ahorra, y confía en que algo ya va a venir. Son formas de ser.
—Soy cero así; cero. No creo para nada. Puedo creer un poco en el destino pero no creo que las cosas me pasen de manera fortuita.
—Y para estar tranquilo en tu necesidad, ¿tenés que haber guardado para vivir cuánto tiempo sin trabajo?
—Un año. Ahí ya puedo colgar…
—Hasta en eso estructurado, ¿no?
—Hasta en eso. Insoportable. Es un poco agotador. Parece simpático pero es un poco agotador.
—Bueno, por algo te casaste con una psicóloga.
—Sí (risas). Controla bastante la gorda, sí. Me ayuda. Es un pilar absoluto.
—¿Sos romántico?
—Muy.
—¿Celoso?
—Sí, porque soy un poquito posesivo con los vínculos. Mis amigos son mis amigos. Mi mujer es mi mujer. Sí, eso es un defecto. Pero por suerte Luli no es una mujer que para nada me despierte celos, es muy correcta en su cosa vincular con los demás. Es gracioso porque soy celoso de los que yo creo que a mí mujer le podrían gustar, ¿entendés? No de los que a ella le gustan. De hecho, me parece raro que mi mujer me haya elegido a mí porque para mí le gustaban más los tipos estructurados, no como yo, tal vez un médico, un abogado. Le gustan con barbita, le gusta que toquen algún instrumento, que sean músicos; y yo no soy médico, no toco música, la barba no me favorece. No soy su estilo. Pero bueno, ya se casó. Cuando aparece alguno que es así, tac, radar, y ya lo odio, lo odio. De hecho hay uno que me molesta muchísimo que es del grupo, no voy a dar nombres, pero me molesta. Había una época que fumaban y salían a fumar al balcón, y él es muy amigo mío, pero lo odio (risas). ¡Salí de al lado de mi mujer!
—¿Y se lo dijiste? ¿Él lo sabe?
—Obvio. Hasta el día de hoy…
—Y se ríe.
—Es que como en todo en la vida le pongo humor, pero hay un asado y este pibe se sienta al lado mío y Luli en la otra punta. No me gusta que estén cerca. Así soy.
—¿Qué crees que hubiera pasado si en ese viaje a Nueva York decidías quedarte del lado estructurado de la vida, quedarte del lado del abogado?
—A los tres meses hubiera cambiado de vuelta. Vivo la vida que tenía que vivir. Estoy convencido. No dejo de sorprenderme y de agradecer pero sé que el Darío de 10 años en San Juan en algún punto sabía que iba a hacer de todo para estar acá.
—¿Y qué le decís hoy en una charla imaginaria a ese, al Darío que tenía 10 años en San Juan?
—Recuerdo, sobre todo cuando pasó lo de mi viejo, fue un desajuste gigante en mi familia. A veces veo fotos de esa época y tengo un nudito, una angustia no resuelta. Estoy en ese proceso de decirle a ese nene: "Che, tranquilo, va a ser medio un quilombo todo, pero termina bien por ahora".
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