Por Susana Ceballos
En una sala de hospital una mujer intenta sonreír, acomoda las sábanas y con infinito amor cuida al hombre que agoniza en una cama. A él ya casi no le quedan fuerzas, excepto para mirarla. Lo mira, se miran, no hablan. Sienten -saben- que no es necesario profanar con palabras esos instantes donde se dice todo sin decir nada.
El hombre que agoniza en una cama es un actor exquisito, un feo seductor, amigo de Al Pacino y Robert De Niro. Su ficha de ingreso indica que su nombre es John Cazale, que tiene 42 años y padece un cáncer demoledor. La mujer que lo acompaña no cumplió todavía los 30 y es actriz. Ella no sabe si algún día será famosa, lo que sí sabe es que el hombre que ama se está muriendo y no puede evitarlo. Las enfermeras conocen su nombre es Meryl… Meryl Streep.
Antes que John fuera un enfermo terminal y Meryl su enfermera incondicional ambos fueron cómplices, pareja, amados y amantes. Cazale era un actor único con un extraño récord: nunca participó en una mala película, las cinco donde actuó obtuvieron entre todas más de 40 nominaciones, desde el Oscar hasta los Globos de Oro. Encarnó a Fredo, el hermano más débil de la familia Corleone, en El Padrino, también estuvo en La conversación y Tarde de perros. Los que lo contrataban sabían que no lo distinguía la pinta de un Robert Redford o un Clint Eastwood. Al contrario era poco agraciado con ojos saltones, una calvicia incipiente y una contextura delgada en el límite con lo debilucho y sin embargo era magnético, atractivo. Un tipo que pasaba desapercibido por su apariencia pero arrasaba por personalidad y talento. Esa clase de seres que parece que andan por la vida sin que nadie note su existencia hasta que, luego del primer cara a cara, uno ya no se imagina la vida sin ellos.
John y Meryl se cruzaron por primera vez en un escenario cuando protagonizaron la adaptación teatral de Shakespeare Medida por medida. Poco importaron los 15 años de diferencia. El flechazo fue mutuo e intenso. Él la describió a su amigo Al Pacino con el mejor piropo que un actor puede decir de otro: "Conocí a la mejor artista de la historia y trabajo con ella". Pacino no supo si su amigo era un exagerado -años después comprobaría que no- pero si reconoció que estaba enamorado.
Ella sentía que nunca había conocido una persona como él. "Podía transformar algo sin sentido en otra cosa de mayor significado. Tenía humanidad y curiosidad por aprender más de la gente. Era muy compasivo". Enamorados, felices se fueron a vivir juntos a un departamento en Nueva York. Amaban el teatro y las buenas películas tanto como despreciaban a la televisión y la falta de talento. Pasaban horas hablando de escenas y riendo a carcajadas. Pronto Cazale dejó de ser el gran juerguista, bebedor y mujeriego que conocían todos para transformarse en alguien monógamo pero mucho más alegre. En el trabajo, Cazale ya era un actor consolidado en papeles secundarios y por eso imprescindible para los grandes directores; Streep comenzaba su carrera. La vida, los sueños, el presente y el futuro, todo parecía que sería de ellos.
Pero la realidad decidió noquearlos. Antes de empezar el rodaje de El cazador, en la que ambos aparecían junto a Robert de Niro y Christoher Walken, Cazale empezó a escupir sangre. Preocupados, con Meryl decidieron consultar un médico. Estudios, más estudios y rostros que presagiaban que algo andaba mal. Lo que se intuía malo resultó peor; el diagnóstico confirmó: cáncer y una esperanza de vida de solo tres meses. La pareja quedó muda. Pero Meryl sabía que no era momento para derrumbarse y luego de unos instantes le preguntó a su pareja dónde irían a cenar esa noche. Y así fue, se unieron más que nunca. Reservados compartieron con muy pocas personas el diagnóstico, convencidos de que si la muerte quería derrotarlos al menos le darían pelea.
Pese a la desconfianza de los productores que pensaban que no llegaría vivo a terminar la película, Cazale comenzó a filmar El cazador. Muchos años después Streep contó que, ante la reticencia de los ejecutivos por contratarlo, el mismo Robert de Niro pagó el sueldo del actor de su bolsillo. Además ambos convencieron a los productores para que un ya débil Cazale filmara primero sus escenas.
Pero el cáncer no se detuvo ni ante proyectos ni amigos. La salud del actor empeoraba tan rápido como aumentaban los costos por su tratamiento. Para afrontarlos y pese a que siempre había detestado el trabajo en la televisión, Streep aceptó un papel en la serie Holocausto. Algunas escenas se rodaban en Europa y debió viajar, pero dejó dos cuidadores de lujo: Al Pacino para acompañar en las sesiones de quimio y De Niro que se encargaba de todo el papelerío burocrático.
Streep amaba a ese hombre que se apagaba. La sobrevida de tres meses se transformó en dos años. Fuerte por fuera y destrozada por dentro,no dejó un minuto de cuidarlo. Su entrega era tan conmovedora que impactaría a Al Pacino para siempre "No he visto casi nadie tan devoto a alguien que está muriendo" y agregaba "Verla en ese acto de amor por ese hombre fue inconsolable. Lo más sorprendente era ver como estuvo a su lado, durante toda la enfermedad. Cuando vi a esa chica allí con él pensé que eso es lo importante para mí. Por muy buena que sea en su trabajo, lo que veo cuando pienso en ella es ese momento, eso es lo que recuerdo".
Poco y nada se sabe por boca de la actriz de cómo transitó esos años de agonía. Alguna vez le escribió a Bobby Lewis, su profesor de teatro: "Mi novio está enfermo, yo trato de no flaquear pero estoy preocupada todo el tiempo" y confesaba "intento mostrarme alegre todo el tiempo, lo cual se convirtió en el trabajo más física y psicológicamente extenuante que hice en mi vida".
Pese a todo el amor, los esfuerzos y los tratamientos, la enfermedad ganó. Cazale murió el 12 de marzo de 1978. No estaba solo, Meryl se encontraba a su lado. Dicen que cuando comprendió que se acercaba el final, lo abrazó llorando. Por un momento muy breve él abrió los ojos: "Está bien, Meryl. Está todo bien…". Su dolor fue tan infinito que nunca más pisó el departamento que compartieron. Mandó a buscar sus cosas y se mudó al estudio de un amigo escultor que estaba de vacaciones. Ese hombre Don Gummer, tiempo después, se convertiría en su esposo y padre de sus hijos.
La carrera de Meryl siguió y nunca más se detuvo. Hizo papeles de mujeres fuertes y débiles, amadas y odiadas, maltratadas y adoradas. Cada vez que su rostro aparece, la pantalla se ilumina. Camaleónica brilla tanto en un musical como en un drama, una comedia, una película fantástica o política.
Vaya a saber, si en alguna noche tranquila, cuando contempla tantos premios recibidos por tantas actuaciones, no recuerda su mejor papel: cuando una joven mujer ocultó su dolor en una sonrisa para acompañar la agonía del hombre que amaba.
SEGUÍ LEYENDO