"Mi tío me estaba por pegar: vino con un látigo. Agarré una botella, la partí y lo enfrenté: 'Me tocás y te mato'", recuerda a la distancia el episodio que ocurrió a sus 13 años, uno de los tantos que debió atravesar en su infancia. Roly Serrano supo construirse desde los orígenes más humildes. La colimba, la militancia, el teatro y el amor lo convirtieron en quién es hoy: un actor con un gran presente profesional, con ganas de enamorarse y de incursionar activamente en la política.
Tras el éxito de su personaje en la segunda temporada El Marginal, acaba de estrenar El Kiosko, junto a Pablo Echarri. "Lo quiero, lo amo y lo respeto tanto. Si yo fuera mujer, ¡la mato a Nancy (Dupláa) y me caso con él!", dice entre risas sobre el protagonista del filme dirigido por Pablo Gonzalo Pérez. "(Echarri) es un tipo extraordinario: se juega en su ideología, en su pensamiento. A todas esas personas que lo acusan les quiero decir que no saben quién es Pablo. Es un hombre de ley, un hombre maravilloso, de los que haría mucha falta en nuestro país".
"Por este tema de mi historia quizás soy un profesional de buscar afecto. Y cuando hago los personajes malos, los hago buenos", reflexiona quien interpretó a El Sapo, en el mítico penal San Onofre, y anticipa que formará parte de por lo menos cinco capítulos de la nueva temporada que ya se está rodando.
"Cuando empezamos a hacer El Marginal se suponía que yo tenía que crear un personaje malo de verdad, y me salía ese malo buscando la bondad. (El director Adrián) Caetano se sentaba al lado mío en las primeras escenas y me decía: 'Roly, seguís siendo bueno'. Yo buscaba los peores pensamientos y sacar del lugar más duro mío, pero me decía: 'Seguís siendo bueno'. Y un día me inspiré en el Coronel Kurtz de Apocalypse now, interpretado más o menos por Marlon Brando. Ahí apareció. Kurtz hablaba del horror de la guerra y yo estaba representando el horror de la cárcel".
—¿Fuiste preso de chico?
—Estuve preso, sí, pero no más de una semana. Por peleas. Yo era un niño muy malo cuando era joven. Odiaba la no justicia. Si venía un policía y me trataba mal, yo le pegaba; no tenía problema. Y así también iba preso.
—Cosas que te ponían más en riesgo a vos que a terceros: no estabas armado.
—No, nunca jamás. Ni de robar. Al contrario, siempre tenía que ver con la personalidad, con este tipo que odiaba el maltrato. A mí me maltrataron mucho estos tíos con los que viví. Mira el niño que hicieron. Yo tenía 13 años, y mi tío me estaba por pegar: vino con un látigo. Agarré una botella, la partí y lo enfrenté: "Me tocás y te mato". Y agregué: "Acordate que vos dormís la siesta, yo no duermo la siesta". Que niño que era ese… ¿Qué tenía adentro? Eso duró muchos años, hasta que poco a poco me fui…
—En ese momento te vas de la casa de tus tíos.
—Sí, y empiezo a vivir solo en la calle.
—¿Cuánto tiempo estuviste en la calle?
—Había aprendido la cultura del trabajo de mi papá, en los pocos años que estuve con él. Era jefe de correo, tipo importante en los pueblos, pero en casa hacía carpintería, herrería, y me enseñaba. Cuando empecé a vivir solo en la calle, estuve poco tiempo dando vueltas por ahí, buscando y pidiendo. Después, te veía a vos bajar las bolsas de un auto del mercado y decía: "Señora, ¿la ayudo con las bolsas?"; y por ahí la señora decía: "Sí hijo, dale". La ayudaba y me ganaba un paquete de galletas. Así empezó y siguió, siguió, siguió, siguió… Muchísimos, a los que yo los nombré mis ángeles, me ayudaron, me acompañaron, me abrieron sus puertas. Gente que me aconsejaba bien, que me quería bien.
—¿Parás en algún momento a pensar: "¡Qué bien que salió!"? Porque era una situación de muchísima vulnerabilidad: venías de pasarla pésimo, te habían maltratado, estaban todos los componentes dados para que pudiera ir mal.
—Sí, era posible. Pero quizás también había un instinto de conservación. Imaginate, un niño en la calle que está abierto a cualquier cosa que le pueda pasar, viene un amigo y te dice: "Che, vamos a robar, total no pasa nada". Y en ese momento vos decís: "No, no, dejá, pobre la gente". Quizás la suma de eso son las decisiones tomadas en el camino.
—¿A qué creés que se debe que hayas tomado las decisiones correctas?
—A veces miro para atrás y hago tonteras. Me acuerdo que me había comprado la primera camioneta, lo que siempre había soñado, y estaba feliz. Ese día, pensando por qué tengo una camioneta, empecé a mirar para atrás y agradecer: a mi viejo que me aconsejaba bien, a la gente que me recibía, a la gente que me ayudó… Hice una lista de la gente que me ayudó en Córdoba, porque yo salí de Salta a hacer el Servicio Militar y me quedé en Córdoba. Ese momento me cambió a mí la vida y me abrió la cabeza.
—¿En qué año te tocó el Servicio Militar?
—76. A dos semanas del golpe.
—Y a vos, ¿te sirvió el Servicio Militar?
—A mí me sirvió muchísimo.
—¿Te dio una contención que no tenías?
—Sí, totalmente. Y esa contención venía también con aprender a respetar, aprender los códigos, a decir: "Esto se puede, esto no se puede".
—Hoy, ¿te parece que el Servicio Militar tendría que volver?
—No lo sé. Estamos viviendo un momento muy difícil con el tema de la libertad. Nos sentimos a veces libres de hacer lo que realmente queremos y a veces no nos damos cuenta de que hacemos daño en eso. Lo veo en la gente, lo veo en la sociedad, en los pibes, en la calle. Son pibes que a mí me duelen mucho porque yo podría haber sido ese pibe. Los veo, y no les importa nada. Si no les importa nada de su vida menos les importa de la vida de los demás. No hay una sociedad que fue capaz de contener a estos pibes, a esta gente, que son hijos de dos o tres generaciones que no han tenido trabajo, que no han tenido oportunidad, y no la tienen. Entonces para nosotros lo más fácil es decir: "Y… hay que matarlos". Eso es muy duro.
—¿Ahí nacen las ganas de meterte en política?
—Hacía rato. Empecé a militar desde la colimba. No sabía nada, era un hippie, ni siquiera había terminado el secundario. Llego a la colimba y empiezo a ver cosas, como por ejemplo el traslado de presos, gente que tenían detenida clandestinamente en el cuartel. Y claro: "¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Por qué sucede eso?". Tuve compañeros desaparecidos de cuartel: "¿Y esto? Desaparece gente, están matando…". "¡¿Cómo?! ¡¿Por qué?!". "Y… no sé, porque piensan distinto". Ahí me empezó a salir la rebeldía. Había dos compañeros míos que eran militantes comunistas, y yo dije: "Quiero ayudar". Me afilié a la Federación Comunista, porque los comunistas decían que teníamos que que ser todos iguales, las mismas oportunidades para todo el mundo. Y empecé a leer. En la colimba termino el secundario, ellos me hacen estudiar. Salgo de ahí y empiezo a estudiar Abogacía.
—Realmente te hizo bien la colimba: terminaste el colegio, empezás Abogacía y, sorprendentemente, te acerca a la militancia.
—Me acercó mucho a la militancia. Sí, fue un acto contraproducente (risas). Ahí me quedo en Córdoba. Y empiezo a ver un estilo de sociedad distinto a la de Salta. Me enamoré de una chica que no era morocha, que era rubia, y ella se enamoró de mí.
—¿Y qué pasaba con que fuera rubia?
—Y… la sociedad feudal de Salta: yo, negrito, morocho, ¿a qué podía aspirar? A nada. A gente de mi calidad, y la gente de mi calidad no eran rubios, eran todos morochos. Entonces, mirábamos a los rubios como si estuvieran en una vidriera.
—En algún momento del comunismo pasás al peronismo.
—Tengo anécdotas que me hacen cambiar de una cosa a la otra. Igual, no soy peronista-peronista.
—¿Querés ser diputado por Unidad Ciudadana?
—Voy por Unidad Ciudadana. Ya se ha aclarado que hay dos modelos de país: yo apoyo al modelo más inclusivo, donde se reparta mejor y donde tratemos de modificar una vida mucho más social, mejor para la gente en general. Siento que del otro lado es una cosa totalmente distinta.
—¿Cuál fue el determinante para que, más allá de la militancia, decidas poner el cuerpo y ser candidato?
—Cuando se votó la Ley del Aborto. Yo estaba apoyando a las mujeres, por supuesto, y a la legalización del aborto, y veo cómo votan los siete diputados por Salta, entre ellos, una mujer. Y dije: "¡Qué mal que estamos!". Si vos me preguntás a mí, si yo quiero que aborten te diría que no. Pero sí quiero empezar a defender que vos tengas la libertad de poder elegir qué hacer con tu cuerpo.
—¿La querés a Cristina candidata?
—Por supuesto. Me parece que es lo mejor que hay en este momento. Es una estadista, una persona que tiene una claridad absoluta. No creo que haya otro u otra persona capaz de mejorar el desastre que hicieron estos muchachos.
—Dijiste que a Mauricio Macri le regalarías un traje a rayas.
—Sí, porque creo que lo que ha hecho es tremendo. Lo veo en la provincia, donde he estado trabajando mucho, y veo que la gente está pasándola mal… pero mal. Hay gente que tiene hambre. El que no tuvo hambre no sabe lo que es tener hambre, que te duela la panza. Que vos agarres un pedazo de cartón y te lo metas en la boca como para que te deje de doler la panza…
—Vos la pasaste.
—Yo sé lo que es tener hambre.
—¿Qué te pasa cuando ves a estos chicos de los que hablábamos, 12, 13, 14 años, en esa situación de vulnerabilidad, que terminan saliendo a robar y tal vez matan a alguien?
—Me duele mucho porque es una tarea tremendamente difícil la que hay que enfrentar para poder mejorar un poco e ir cambiando lo que ya está enquistado. Hay que crear leyes donde sea obligatorio que un niño vaya a la escuela y no que se lo deje al libre albedrío. Protección de las familias. El no hacer nada te vacía la cabeza.
—Hablamos de tu historia, del maltrato de tus tíos, pero hace poco te reencontraste con tu mamá.
—Sí, al fin armé mi historia. Yo no la sabía del todo: qué había pasado con mi mamá, con mi papá, por qué nos separaron, qué fue… A mí me dijeron que mi mamá había muerto. Yo me crié así hasta los 15 años, cuando me reencuentro con mi papá, y me dice que no, que no había muerto, que un tío decía que había muerto pero que en realidad vivía, pero no sabía dónde. Ahí la empecé a buscar, pero no pude encontrarla. Después me relajé y empecé a armar mi vida con una tremenda imposibilidad, porque el miedo a las pérdidas hacía que no me aferrara a nada.
—¿Y por qué ella tardó en buscarte?
—Fue la vida que ella pudo hacer. Fue muy tremendo lo que vivió. Una historia dificilísima. Cuando la conocí, dije: "¡Yo no sufrí nada! Esta mujer sufrió…". Desde ese lugar es que empecé a decir: "Quiero que entiendas que no tengo nada en contra tuyo, al contrario, quisiera que vivas lo mejor, lo poco que nos queda de acá en adelante en contra de todo lo que sufrimos los dos. No es que vos me hiciste sufrir a mí, nos hicieron, nos tocó esa. Y vamos para adelante". Tengo una gorda divina que me llama siempre y me da la bendición cada vez que voy a viajar, hacer o armar algo fuerte, ella me da la bendición.
—¿Y las hermanas que aparecieron?
—Tengo dos hermanas. Eramos tres de un matrimonio anterior; ahora tengo otros tres, un varón y dos mujeres. Nos llevamos muy bien, nos queremos mucho. Fueron mis hermanas, una de todas ellas, la más chica de todas, la que más luchó por encontrar a su hermano, y me buscó.
—Estaban viendo el programa de Mirtha Legrand.
—Sí. Y mi mamá se puso muy mal: "¿Qué pasa mamá?", le dijo. Y mi mamá por primera vez le dijo: "Ese señor es hermano de ustedes…". Un día voy a trabajar, estaba haciendo ART en El Ateneo, llego y me dicen: "Te busca una señorita". "¡Esta es la mía! ¿Dónde está?" (risas). Y aparece una hermosa mujer y me dice: "Hola, quiero hablarte de Marcela". Se me heló la columna, no la relacioné, nada que ver la imagen de mi mamá. A todo esto yo no tenía imagen de mi mamá. Le digo: "¿Vos sos hermana mía?". "Sí", me dice. Nos pusimos a llorar. Después vino todo lo hermoso.
—¿Los tíos que los maltrataron, viven?
—No. Ninguno. Nadie de toda esa familia que hizo tanto daño está vivo.
—Esos tíos, ¿de quién eran hermanos?
—Mi tía era hermana melliza de mi papá.
—¿Estás con ganas de enamorarte?
—Tremendo. Descubrí que la vida en pareja es lo más hermoso que hay.
—¿Volverías a convivir o ahora cada uno en su casa?
—No, no, volvería a convivir.
—¿Sos de las redes sociales, como Tinder, Happn, ese tipo de cosas?
—Me anoté una vez en Tinder. Estábamos con Diego Ramos y Tacho Riera comiendo en Mar del Plata, y ellos estaban con Tinder. "¿Qué es eso?". "El Tinder". "¿Y qué es el Tinder?". "Esto: tic, tac, está acá, a cuatro, cinco cuadras, la llamás si te gusta, vamos". Y yo, que como decía un pariente estaba como si me hubieran regalado una ballena, no tenía dónde ponerla (risas), dije: "¡Dale, anotame!". Y Tacho me hizo todo. A la hora ya tenía como cinco personas.
—¡¿Y?!
—Me gustaba una, me gustaba una muchísimo, y me había puesto: "Hola Roly". Yo le pongo: "Hola, ¿cómo te va? Qué gusto". Era preciosa. Contesta: "Vos no sos Roly". "Sí, perdón, soy Roly Serrano". "No, vos no sos Roly Serrano, vos sos un tarado que usa la imagen. Vos debés ser un onanista, un estúpido". "No, de verdad soy yo, si querés nos encontramos, venite al teatro". "No, vos sos un imbécil. Te llamé solamente para decirte eso, que sos un imbécil. ¿Por qué no ponés tu cara? Debés ser un tarado, un estúpido, imposible de poner tu cara. ¡Poné tu cara, poné los huevos, no seas cagón!". ¡No! ¡No! No sabés las cosas que me dijo…
—¿No hubo forma de convencerla?
—No hubo forma de convencerla. Lo borré. Dije: "Esto no es para mí" (risas).
—Bueno, que se entere la mujer que eras vos.
—Si ahora lo ve… Era yo, él era yo.
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