(Video: "Argentina, Tierra de Amor y Venganza" – El Trece)
La mejor noticia del debut de Argentina, Tierra de Amor y Venganza (ATAV), nueva apuesta de ficción de Pol-ka en las noches de El Trece fue el mismísimo hecho de poner en pantalla una tira nacional en el prime time con una enorme inversión, una producción que sube la media y la proyección internacional que propone. La segunda conclusión está directamente ligada al primer resultado que -lamentablemente- se busca en el medio televisivo: el rating. Si bien lideró su franja, se esperaba un poco más en materia de audiencia para un lanzamiento de estas características.
Los picos de 13 puntos -manteniéndose en general entre los 11 y 12- no son para despreciar, pero recordemos que el último estreno de una ficción nacional en temporada alta, el año pasado –Cien días para enamorarse– superó los 18.
¿Qué tiene que tener una tira argentina para que la gente la quiera ver? Aquí una súper producción, un registro de época, los actores más taquilleros del país –China Suárez y Benjamín Vicuña, pareja icono de la actualidad-, un reparto soporte de lujo ¿no merecían más audiencia? Aquí conviene analizar en detalle algunos puntos.
Los primeros minutos de la historia de ATAV fueron de gran despliegue de producción, pero algo forzados en la trama. La ficción nacional tiene desde hace años una muy mala costumbre: la ansiedad. En un capítulo tienen que contar tanto, que van a los tumbos. Los protagonistas se tienen que conocer, se tienen que enamorar, los personajes tienen que quedar muy marcados, todo tan rápido que pierde fluidez.
Las escenas iniciales en medio de la Guerra Civil Española mostraron que pese al presupuesto, no tenemos la plata que otras producciones muestran. Diez soldados, efectos por computadora, un par de explosiones y se acabó la caja chica. Un español –Albert Baró, de la factoría catalana Merlí, muy por encima a nivel actoral que el resto- convive en las trincheras con un ¿argentino? ¿chileno? que lo traiciona para quedarse con su fortuna tras dispararle y creerlo muerto. El soldado traidor es Benjamín Vicuña, que en el camino pierde una pierna y se transforma en un millonario maldito tras su llegada a la Argentina, tras quedarse con la plata y la hermana del amigo y mandarla a la prostitución.
Aquí aparece una inspiración en El conde de Montecristo -un amigo traiciona a otro y lo manda preso y cuando salga irá por la venganza, como aquí-, que tuvo su versión de tira local en 2006 con Pablo Echarri y Joaquín Furriel. Pasan dos años, el catalán está bastante igual a cuando lo detuvieron y se va a Argentina a buscar a su hermana y matar a su enemigo.
En el barco aparece la otra pareja protagónica de la historia: China Suárez y Gonzalo Heredia. Ella, bellísima, fue puesta en el desafío que le complicó la vida en esta novela: interpretar a una polaca que parece rusa, francesa o inglesa. Él, totalmente fuera de registro: más allá de que su personaje ese prototipo del porteño canchero de los años '30, se va de mambo y falta que le diga: "Estás re buena, mamita" para cantar bingo.
La pobre polaca viaja a Buenos Aires engañada: le hicieron creer que se ha casado, pero es víctima del negocio ilegal de trata de blancas. Irá a parar al burdel que regentean Andrea Frigerio y Fernán Mirás, del que está detrás Torcuato (Vicuña). El chileno, que no sabemos si hace de argentino o español, se enamora de una joven perteneciente a una familia que está en la ruina: los Morel. Interpretada por Delfina Cháves -rápidamente ascendida a un protagónico sin pasar por papeles de reparto anteriores que le permitan llegar más armada a este rol-, la chica deberá casarse con Vicuña por dinero, obligada por su madre -magistral Virginia Innoccenti– pero se enamorará justamente del enemigo del villano, el personaje de Baró, quien al llegar a Buenos Aires para encontrar al traidor, conocerá a la joven y se deslumbrarán.
Por lo que se vio, el primer capítulo fue casi todo para el español y la hermana de Paula Chaves, quienes aparecen como los protagonistas por sobre el resto, al menos en el arranque. Habrá que ver cómo se reparten las cartas, en esta historia que tiene varios desafíos por delante: que los guionistas demuestren de una vez que pueden armar una historia a la altura de las novelas brasileñas o turcas y atrapar al espectador con la trama; que la gente quiera engancharse con una novela de época en tiempos donde lo contemporáneo bien hecho arrasa; y que las actuaciones protagónicas puedan ser un poco mejores.
En ese sentido volvemos a citar Cien días para enamorarse como referente cercano: Carla Peterson, Nancy Duplaa, Minujín, Luciano Castro, Jorgelina Aruzzi, Juan Gil Navarro; estaban todos excelente. Se puede armar un elenco coral con protagonistas jóvenes que actúen bien, no es tan difícil. Descontamos que Frigerio, Mirás, Innoccenti, Vivian El Jaber, Guillermo Arengo, Mercedes Funes, van a descollar.
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