Por Susana Ceballos
Antes de la entrega de los Oscar, el desfile por la alfombra roja suele ser el momento en que algunos artistas parecen dejar de ser mortales por un rato para transformarse en estrellas. Pero este año el mundo virtual se olvidó de dictaminar quién era el mejor o peor vestido, llevaba el peinado más ridículo o daba el tropezón menos glamoroso. Olmo Teodoro, el hijo adolescente del premiado director mexicano Alfonso Cuarón, atrajo todas las miradas por sus gestos.
Cuando un gigantesco bullying virtual parecía comenzar, alguien explicó que Olmo tiene autismo. Condición que no le impidió a Cuarón mostrarse orgulloso de su mejor obra: sus hijos.
Antes que Alfonso Cuarón fuera el aclamado director, también fue niño. Su infancia, aunque sin problemas económicos, no fue la mejor. Alfredo, su padre, un doctor especialista en medicina nuclear, los abandonó cuando Alfonso cumplió 10 años. Cristina, su madre, era bioquímica y trabajaba a destajo para mantener la economía y el estatus familiar; semejante tarea implicaba muchas horas fuera de la casa. Alfonso iba a un excelente colegio y vivía en una hermosa casona. Su "afuera" era maravilloso, pero su "adentro" transcurrió marcado por la soledad.
Con un padre abandónico y una madre ausente, el niño pasaba largas horas en el cine o se entretenía filmando con una cámara súper 8. Le encantaba inventar historias, pero ¿a quién contárselas? Solo Liboria Rodríguez, la empleada doméstica, lo escuchaba atenta, no por obligación de asalariada sino por la ternura inmensa que sentía por ese pequeño solitario que tenía todo y a su vez no tenía nada. Alfonso creció. De su infancia le quedó la experiencia de la soledad, el afecto por Liboria, su pasión por el cine y, años más tardes, la trama de la película Roma.
Apenas terminó el bachillerato Cuarón se inscribió en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos. Lo echaron, algunos dicen porque, en signo de rebeldía, filmó un cortometraje en inglés, mientras otros aseguran que porque llegaba tarde y faltaba mucho. Los comienzos en el mundo cinematográfico tampoco resultaron sencillos. Trabajaba como camarógrafo, editor y operador técnico por vocación y como empleado estatal para llenar la olla. Fue en ese tiempo, 1981, que nació su primer hijo, Jonás.
Su antiguo maestro Alfonso García Agraz llegó para rescatarlo y lo contrató como asistente de dirección. Luego trabajó en la producción de La hora marcada, una popular serie mexicana. En ese set conoció al guionista Guillermo del Toro. Cuarón lo acusó de robarse una historia de Stephen King y el guionista le respondió: "¿Y por qué si la historia era tan buena, tu episodio es tan malo?". Desde entonces son amigos.
Por fin logró filmar su primera película, Solo con tu pareja. Pero cuando parecía que contaría con un buen contrato, Cuarón quedó en la ruina, tanto que comenzó a ir a eventos en los festivales solo para comer.
En 1993 le llegó la oportunidad de dirigir la serie Ángeles caídos, producida por Sidney Pollack. En ese año también se separó de Mariana Elizondo, la madre de su primogénito.
Si su vida matrimonial se terminaba, su carrera parecía despegar definitivamente. En Estados Unidos dirigió La princesita y Grandes esperanzas. Volvió a México y fue profeta en su tierra: la película Y tu mamá también se convirtió en un exitazo. En 2004 la mismísima J. K. Rowling, encantada con su trabajo, pidió que fuera el director de Harry Potter y el prisionero de Azkaban.
Unos años antes, en 2001, en el Festival de Venecia conoció y se enamoró de la periodista italiana Annalisa Bugliani. El amor fue fulminante y se casaron ese mismo año. Al año siguiente nació Tess Bu, su primogénita; y en 2005, Olmo Teodoro.
Cuarón había logrado no solo fama sino también prestigio, estaba casado con una mujer bellísima a la que amaba profundamente y tenía tres hijos saludables. Todo marchaba sobre ruedas. Y de repente dejó de filmar, canceló entrevistas, poco y nada se supo de él. Algo había pasado, ¿pero qué?
Antes de su retiro, el famoso director notó en su hijo menor algunas señales. Olmo no hacia contacto visual. Si le daba un auto, en vez de hacerlo andar, lo volteaba y pasaba largos períodos observando cómo giraban las ruedas. Los berrinches eran estallidos emocionales intensos y súbitos. Preocupado comenzó una serie de consultas con distintos profesionales. Estudios, más estudios, marchas y contramarchas, dudas y casi ninguna certeza.
Finalmente el diagnóstico: Olmo tenía autismo; una condición que afecta al 1% de la población mundial, un trastorno del neurodesarrollo que presenta una variabilidad inmensa de manifestaciones pero que puede mejorar con las terapias y la estimulación adecuada.
Los profesionales le aseguraron que era muy importante la detección temprana de ciertos síntomas para lograr un mejor tratamiento. Y Cuarón -al que Mariana Elizondo, la madre de su primer hijo, definió como un padre "bueno, comprometido, amoroso, formador de carácter, honesto, escrupuloso, coherente a más no poder, que le transmite a sus hijos una tranquilidad muy grande y mucha seguridad"-, suspendió todos sus proyectos, canceló su presencia en los festivales, dejó alfombras rojas y todo lo que suele llamarse éxito, para dedicarse a Olmo.
Se involucró en organizaciones con otras familias que vivían situaciones similares, siempre como padre preocupado, jamás como famoso. Con su esposa y sus hijos se mudaron a Londres porque pensaban que en esa ciudad encontrarían una mejor atención de médicos y terapeutas.
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Dos años después del diagnóstico Cuarón reapareció ante el público y la
prensa. No tenía una historia de película para contar solo la propia. "Hay muy poca conciencia acerca del autismo. El 2 de abril es considerado el Día
Internacional del Autismo, porque la ONU (Organización de las Naciones Unidas) entiende la seriedad del problema. Yo tengo un niño con esa
condición y afortunadamente tengo los medios económicos y el acceso a
especialistas. He dejado de trabajar, suspendí todos mis proyectos para dedicarme a mi hijo", explicó el director, y alertó: "Miles de niños padecen esta condición y no tienen sistemas de apoyo ni la confianza de los padres".
Con los avances de su hijo, el cineasta retomó una carrera que siguió en ascenso. En 2010 ganó el Oscar como mejor director por su película Gravedad. Este año volvió a estar nominado por Roma, y les pidió a Bu y a Olmo que lo acompañaran en la alfombra roja. No le importó si los gestos de su hijo quedarían bien o mal ante las cámaras, si le harían un plano corto o general, porque como a todos los padres del mundo –cineastas o no- para Alfonso no hay nada más lindo que compartir una actividad con los hijos.
Alguna vez Cuarón dijo que "la vida es una soledad inmensa y lo único que puede darle sentido a nuestra existencia son las relaciones afectivas que tenemos". Olmo vale más que un Oscar y sus millones porque los premios pasan, pero el amor es lo único que nos queda. Y en cuanto a los gestos de Olmo, el que no "arruinó" un foto "haciendo cuernitos" o morisquetas a la cámara, que tire el primer meme.
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