Detrás del maquillaje, los brillos y la carcajada sonora que caracteriza a su personaje mediático, hay una mujer. Y esa mujer sufre. En el día de hoy, Silvia Süller está cumpliendo 61 años. Pero, según dice, no tiene con quién festejarlo.
"Para mí el cumpleaños es una fecha muy importante. A medida que uno cumple años se va acercando al final. Pero a mí eso no me preocupa. Porque me parece que es lindo poder celebrar el hecho de que uno está vivo", confiesa la actriz, que actualmente se encuentra en Mar de Ajó presentando el espectáculo Süller Manía Total. Y desde allí, se presta a este diálogo exclusivo con Teleshow.
Silvia nació el 10 de febrero de 1958 en el seno de una familia de clase media compuesta por papá Hugo, mamá Nélida y sus hermanos Norma, Guido y Marcelo, a quien sus padres adoptaron años más tarde. Pero no tuvo una infancia feliz. Por eso, a los 20 decidió casarse con Jorge Miraglia para poder irse de su casa. El matrimonio duró apenas un par de años. Luego conoció a Miguel Angel Zulli, con quien tuvo a su hija Marilyn (32), pero la relación no funcionó. Y finalmente llegó Silvio Soldán, el padre de su hijo Christian (28), con quien convivió de 1986 a 1992 y a quien, hasta el día de hoy, sigue recordando como el gran amor de su vida…
—¿Cómo sería el balance que hacés en este cumpleaños?
—Yo, por mi carácter, siempre trato de revertir todo lo malo. Pero a veces me quiebro cuando estoy sola. Soy una mujer muy sensible, como un globo lleno de sentimientos que no tengo a quién darle. Por eso me agarró un infarto el año pasado: por un cuadro de estrés emocional. A eso se le sumó la pérdida de mi padre (el 6 de mayo de 2018), de la que todavía no me recupero, porque de mi familia, él era el único que me quería. Así que es un momento difícil para mí.
—También tenés a tu mamá con problemas de salud…
—Claro. Ella está con Alzheimer o demencia senil, no sé cuál es la diferencia. Pero no la veo desde el 1 de septiembre, cuando sufrimos violencia de género por parte de Marcelo, y Guido se la llevó a su casa.
—Por ese episodio tuviste que radicar una denuncia, ¿verdad?
—Sí, yo justo estaba en la casa. Las habitaciones de él y la mía están en el piso de arriba, pegadas. Cuando mi mamá bajó, yo golpeé la puerta de mi habitación para cerrarla y él se despertó por el ruido. Ahí se puso violento y yo me tuve que encerrar. Si se hubiera despertado cinco minutos antes, me hubiera encontrado en la cocina tomando café, y creo que me mataba. A mí mamá sí la llegó a golpear: le pegó una patada en la pierna y casi le parte una botella de champán en la cabeza. Marcelo nunca trabajó ni estudió: siempre estuvo pegado a mis padres, viviendo de ellos.
—¿Y por qué te distanciaste de Guido?
—Eso fue después. Porque mi papá, antes de morir, le había dejado su tarjeta para retirar dinero del banco a Marilyn. Y Guido dijo que ella era nieta, no hija, y que no tenía por qué tener acceso a ningún dinero.
—¿Cuánto hace que no la ves a Norma?
—27 años. En realidad, la vi en el velorio de papá y nos saludamos, pero nada más.
—Con tu hijo tampoco tenés contacto…
—Desde hace 10 años.
—Marilyn se acercó a vos después de tu infarto, ¿verdad?
—Sí. Por suerte pude ir a su casa y conocer a mi nieto, Francisquito, que en abril va a cumplir tres años. Así que, después de muchos años de distanciamiento, ahora estamos bien. Pero no nos vemos muy seguido porque yo no quiero molestarla mucho.
—¿Molestarla?
—Como yo soy muy sentimental, Guido me metió en la cabeza que soy molesta con la familia. Y a mí no me gusta molestar. Ella tiene su marido, su hijito y su trabajo, así que yo solo la visito una vez por semana.
—¿Te sentís sola, Silvia?
—Sí. Es distinto estar sola y sentir soledad. A mí me gusta estar sola. ¡Me encanta! Estar desnuda en mi casa, quedarme en la cama, dormir y comer a la hora que quiero. Pero la soledad es otra cosa. Yo, antes, si estaba aburrida agarraba el auto y me iba a lo de mis viejos porque sabía que mi padre iba a estar sentadito mirando la tele y que mi madre iba a estar en la cocina. Y era así, porque ellos no se movían de la casa. En cambio, ahora ya no está mi papá, ya no está mi mamá y ya no está mi casa… Y sí, me siento sola.
—¿No tenés amigos?
—No, no tengo amigos.
—¿Por qué no?
—Nunca nadie se acercó a mí. Ni de chiquita. Nunca tuve amigos. Aparte, la amistad hay que cultivarla: te tenés que ver, tenés que hablar por teléfono, tenés que organizar reuniones… Y yo tuve una vida muy dura. Siempre estuve trabajando para que a mis hijos no les faltara nada. Así que no tuve tiempo para dedicarme a los amigos. En marzo se van a cumplir 33 años que estoy en la televisión y en el teatro. Y encima, en este ambiente hay muchos celos y envidia.
—¿No será que el personaje que te inventaste para los medios hace que la gente no llegue a conocerte realmente?
—Puede ser, pero ya está… ¿Qué voy a hacer? Así fue toda la vida.
—Pero tu vida no se terminó…
—No, pero voy a seguir en los medios, así que voy a seguir con mi personaje.
—Y si tuvieras que contarle a alguien que no te conoce cómo es la Silvia persona, ¿qué le dirías?
—Que soy una mina tranquila. Yo soy muy casera. A veces, al encargado de mi edificio le decía: "Golpeame la puerta si ves que pasa el tiempo y no salgo, a ver si me encuentran podrida…". Porque yo, si no tengo nada que hacer, me quedo en casa. Me gusta quedarme en la cama, mirar televisión, darme baños de inmersión y dedicarme a mí. Por suerte, me llevo bien conmigo misma y no me cuesta estar sola.
—Pero cuando eras chicas, ¿imaginabas llegar a esta altura de tu vida así o con un amor al lado?
—De chica quería ser artista. En el colegio, Nuestra Señora del Huerto, había un teatrito y yo siempre era la primera actriz. Pero nunca me imaginé llegar a la televisión. Mi prioridad era encontrar el amor y formar una familia. ¡Y eso es algo que busqué toda la vida! Por eso me casé con Jorge a los 20 años, como Dios manda. Pero no tuve hijos. Después conocí a Miguel, el papá de Marilyn, con quien conviví muy poquito. A los siete meses ya me dejaba durmiendo sola. Él era médico y, calculo yo, salía con las enfermeras. Ni siquiera presenció el parto de mi hija, así que cuando ella cumplió los cuatro meses me fui de su casa y volví a la de mis padres.
—¿Entonces apareció Soldán?
—Claro. Y me enganché con él desde el primer día que nos vimos.
—¿Fue el gran amor de tu vida?
—Sí. Fue mi gran amor, y lo va a seguir siendo hasta el día que me muera. Porque el amor sucede solo una vez en la vida. Es verdad que pasaron un montón de cosas y que él me hizo de todo… ¡Vayan a los archivos! Pero yo tengo capacidad de perdonar y el amor es más fuerte que todo.
—Hablás de lo que Silvio te hizo pero, ¿vos no hacés ningún mea culpa con respecto a esa relación?
—No. Me gustaría que alguien me dijera en qué me equivoqué yo. Porque yo no lo dejé a Soldán: él me dejó a mí.
—Y nunca pudiste superar esa ruptura…
—Es así: nunca la pude superar. Y es por eso que, hasta el día de hoy, sigo esperando el reencuentro. Yo a Soldán lo conocí en el 86 y me separé hace 27 años ya. Pero la ilusión es lo último que se pierde. Él es un hombre de 84 años que está solo. Y yo también estoy sola. Así que sería bueno que pudiéramos hablar, por lo menos. Porque entre nosotros nunca pasó nada. Éramos una pareja increíble: íbamos a todos lados juntos, nos divertíamos, nos teníamos una fidelidad absoluta… Y de repente, se terminó.
—¿Me equivoco si digo que vos te quedaste detenida en el tiempo, como girando en esa rotonda?
—¡Si fueron los siete años más felices de mi vida! Mejor dicho, los únicos felices… Así que yo no me quiero ir de ahí. No tuve una vida feliz, ni la tengo ahora. Por eso siempre vuelvo al pasado, porque esos recuerdos me dan felicidad.
—¿Y cuáles son las imágenes que se te vienen a la mente cuando pensás en tus años con Soldán?
—Me acuerdo de cuando estaba con él en la casa y hacíamos los asados. Porque todos los sábados eran de asado. Nos quedábamos todo el día en la cama. Y cuando llegaba la noche, él bajaba a prepararlo. Cuando ya estaba listo, me llamaba por un interno y me decía que fuera, que iba a abrir un vinito. Entonces brindábamos y nos besábamos. ¡Era todo tan lindo! A veces venían sus amigos. Y también estaba la madre, que hacía las ensaladas.
No sé si no es preferible tener un hijo muerto, que podés ir al cementerio a hablarle frente a la tumba, que tenerlo vivo y no saber dónde está
—¿En ese momento te llevabas bien con doña Tita?
—Sí, yo pensaba que me quería. Me cortaba las puntas del pelo, me hacía los dobladillos… Nunca pensé que iba a haber un desenlace tan trágico.
—¿La historia cambió cuando llegó Christian?
—Exactamente. Pero no voy a decir por qué, porque ya no quiero repetir esas cosas. Me replantee la vida después de mi infarto y de la muerte de mi padre. Y ya no quiero lastimar a nadie con mis palabras.
—Al día de hoy, ¿tu mayor dolor es no poder ver a tu hijo?
—Tal cual. Eso es algo que me rompe el corazón. No sé si no es preferible tener un hijo muerto, que podés ir al cementerio a hablarle frente a la tumba, que tenerlo vivo y no saber dónde está, ni recibir un llamado de parte suya.
—¿Sentís que fracasaste en tu deseo de formar una familia?
—Totalmente. ¡Obvio que sí! Mirá que lo intenté y puse todo de mí. Me acuerdo cuando era una niña y jugaba con mis muñecas, como si fueran mis hijas. Siempre imaginé una familia: un marido, chicos, una casa, un auto…. Pero no lo logré.
—Decís que no perdés las esperanzas de reencontrarte con Soldán. ¿Pensás que aún estás a tiempo de rearmar tu familia y darle un final feliz a esta historia?
—No sé. ¿Sabés que no sé? Pero a mí me encantaría poder pasar los últimos años de mi vida con Soldán. Quizá no para volver a convivir, pero sí para poder ir a cenar y tener un diálogo. Porque eso me permitiría, además, poder acercarme a mi hijo. Y eso es algo con lo que sueño todas las noches.
SEGUÍ LEYENDO