Rechaza de plano la idea de que lo consideren un "intelectual". Porque, aunque cuenta con una decena de libros editados, para Hernán Casciari (47) cualquiera puede tomar un lápiz y ponerse a escribir una historia en un papel. Fundador de la Editorial Orsai, desde dónde publica una revista homónima que se distribuye en más de treinta países, el año pasado se sumó como columnista semanal de Perros de la calle, por Radio Metro. Y, ahora, se animó a debutar con Cuentos de verano, un micro de narración oral con el que todas las medianoches comparte sus creaciones en Staff de Noticias, por Telefé. ¿Cómo surge este espacio cultural? "No es muy cultural, tampoco", comienza diciéndole a Teleshow el autor de Más respeto que soy tu madre.
—¿Entonces?
—No es que leo cosas culturales. Leo unas historias que escribo que son bastante… ¿Cómo decirlo? Populares, supongo. Yo no lo emparento tanto con la cultura como con el entretenimiento. Y la idea surge porque el director de contenidos del informativo de Telefe, Roberto Mayo, que es una persona a la que yo admiro desde los 16 años y que es una especie de celebridad en la producción de noticieros, se le ocurrió proponérmelo. A cualquier otro le hubiera dicho que no. Pero a él le dije que sí, porque trabajar a su lado era mi sueño desde hacía mucho tiempo.
—¿Por qué decís que a cualquier otro le hubieras dicho que no? Si contar cuentos es algo que ya venías haciendo en tu ciclo Leyendo en bares.
—Porque no me sentiría cómodo sin alguien a quién respete muchísimo. Y yo en la televisión no conozco a nadie.
—¿Miedo a la televisión?
—No, miedo a los desconocidos. Yo no tengo mucha relación más que con las personas que conozco o admiro. Entonces, es muy difícil que me puedan convencer de hacer algo, dónde yo tenga que ir a un ambiente desconocido, con personas que no conozco… Es muy complicado que eso me tiente, me seduzca.
—¿Es una especie de fobia personal?
—Sí, yo tengo unos problemones gigantescos en la cabeza. Claro.
—¿Y no es paradógico? Porque una persona que escribe lo hace para ser leída por desconocidos de todo el mundo.
—Pero eso no tiene mucho que ver con la sociabilidad. Yo soy muy antisocial, no soy una persona a la que le guste ir a lugares públicos. Me cuesta mucho. En este caso puntual, se dio una cosa rarísima porque tanto a Mayo como a otros que están en el equipo los conozco. Y, al haber tres caras conocidas, ya puedo decir que sí con mucha más facilidad. Pero, si eso no hubiera ocurrido, hubiera sido imposible.
—Por un lado se ve mucha austeridad en cuanto a la puesta en escena, pero por el otro tenés un estilo muy aggiornado para leer tus cuentos.
—¿Te parece? Yo creo que más siglo XIX imposible. ¡Soy un tipo sentado leyendo!
—Pero ni tus textos ni tu manera de leerlos son tradicionales. ¿O sí?
—No creo que haya nada más tradicional que un tipo sentado leyendo un papel. Nada menos amigo de la parafernalia que eso. Cuando lo hago en el teatro, no hay ni siquiera un proyector atrás: es gente escuchando a un tipo que lee.
—Sin embargo, vos decís que hacer lo tradicional hoy es transgresor. ¿Por qué?
—No lo quiero decir como que es mejor. Pero, en un momento en el que todo el mundo, tanto los medios como los particulares, están explorando permanentemente cuáles son las formas novedosas de generar contenido, uno generado únicamente con recursos del siglo XIX es transgresor desde ese lugar. Porque no estoy buscando, absolutamente, nada más que contar un cuento.
—Arrancaste diciendo que lo tuyo no tenía que ver con lo cultural. ¿Cómo lo toma la gente de las letras?
—No tengo contacto con la gente de las letras, así que no tengo ni idea. Pero tampoco sé cómo lo toma la gente del ciclismo. Desconozco esos circuitos.
—O sea que a pesar de todo lo que has escrito, ¿no te sentís un intelectual?
—Escribir, en sí mismo, es agarrar un lápiz. Un almacenero escribe.
—Pero no todo el mundo tiene la capacidad de escribir un texto creativo, ¿o sí?
—Yo no me considero, ni siquiera, un escritor. Me gusta contar cuentos y comunicarlos. Sé que escribir es, desde los últimos quinientos años, la forma de plasmar en algún lado lo que se te ocurre en la cabeza. O sea que hay que escribirlo porque, si no, te lo olvidás. Pero es eso, nomás. Yo no soy un escritor: no soy una persona que se sienta a escribir y buenas noches. Hago ochocientas cincuenta cosas más divertidas que escribir lo que escribo. Incluso, diseñarlo, editarlo, componerlo, adaptarlo a otros formatos…Escribir es un proceso inicial. Y si yo quisiera ser escritor, me quedaría sólo en ese punto del proceso y los demás harían lo otro.
—Convengamos que hoy es muy difícil sobrevivir sólo con la literatura.
—No tengo idea. Pero a mí me parece que no es divertido. Nunca lo pensé en términos de supervivencia. Lo pienso en términos de cagarme de risa y disfrutar.
—¿Y la revista Orsai?
—Es un hobbie. La revista es algo que hacemos cada tres meses con amigos porque nos divierte muchísimo hacerla. Hay un grupo de gente más o menos cautiva que la colecciona y eso nos permite seguir haciéndola. Pero no es un negocio, de hecho, nos da pérdida. La hacemos porque nos gusta. Y nos gusta mucho el formato papel: diseñarlo, hacer la encuadernación… Somos medio obsesivos. Pero no es que gracias a eso vamos a vivir. Es como irse de vacaciones un mes con unos amigos: nadie te pregunta si fue rentable, te preguntan cómo la pasaste. Y con la revista, nosotros la pasamos muy bien.
—También abarcas otro formato: la radio.
—Sí, una vez por semana voy a lo de Andy Kusnetzoff a leer un cuento.
—Me sigue llamando a atención que digas que no sos sociable.
—Pero esto es todo lo que hago. Después, estoy en casa.
—Vos tenés dos hijas: Nina (14) de tu pareja anterior y Pipa (1 año y 9 meses), con Julieta, tu actual mujer. ¿Se le puede inculcar la lectura a los chicos?
—Mi hija más grande vive en Barcelona y es muy lectora. Pero yo jamás le especifiqué que tenía que leer. A ella le gusta y punto. Me parece que cuando los chicos ven que los padres hacen eso por placer, no lo encuentran nunca como una cosa horrible. Es tan simple como la imitación. Los chicos imitan lo que hacen los grandes. Y si los grandes están leyendo con placer y se cagan de risa, se pasan un libro del padre a la madre o un amigo viene con un libro, los chicos van a decir: "¡Esto está buenísimo!". Ahora, cuando en la casa nadie abre un libro, es complicado pretender que un chico lea.
—Algunos piensan que la lectura se está acabando por causa de las nuevas aplicaciones tecnológicas, pero también es cierto que estas plataformas habilitan otras maneras diferentes de leer.
—¡A full! Mi hija más grande lee, pero también consume una cantidad enorme de plataformas que yo empiezo a desconocer por viejo. Y deben estar buenísimas, porque ella se fascina. Y yo sé que ella es inteligente, así que no pueden ser una estupidez. A mí me parece que mientras los chicos exploren las historias, el cómo es lo que menos me importa. Durante muchos años, se le ha dado una importancia sobrevalorada al papel, a leer un libro en vez de consumir otro tipo de cosas. Pero a mí me parece que mientras se consuma una historia y después podamos conversar con el chico sobre ella, está todo ganado.
—No sé con qué frecuencia ves a tu hija adolescente, pero seguramente debés aprender mucho de ella. ¿O no?
—La veo cada dos meses que viene a Buenos Aires, ahora llega para el 12 de febrero. Pero estamos conectados por whatsapp y son todas preguntas mías: "¿Qué cosa es esto?" o "¿Qué es lo otro?". Y ella me contesta. También le pregunto cómo puedo hacer determinadas cosas en Instagram. Es como una comunity mánager, que me mantiene al tanto de las novedades. Pero también ella me pregunta cosas a mí que tienen que ver con el pasado. Ahora, por ejemplo, está entusiasmadísima con las novelas de Stephen King y yo le digo que las leía cuando yo tenía catorce años. Y está buenísimo que podamos tener esa conexión intergeneracional con nuestros hijos.
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