Por Marianela Insua Escalante
No bebía alcohol, había dejado el cigarrillo, tomaba medicamentos para bajar el colesterol, y hacía ejercicios guiado por un entrenador personal. David Bowie le dedicaba el tiempo y el cuidado necesario a su cuerpo, pero el cáncer de hígado que lo afectaba avanzó sin piedad hasta quitarle la vida en pocos meses.
Entre 2004 y 2013 su actividad había sido moderada y no sacó discos. Con el lanzamiento de Next Day terminaba de firmar su legado de leyenda viva y abría paso a su última etapa sobre la Tierra. "Odio mi voz al cantar. De hecho, odio cantar. No es algo que disfrute. Es decir, alguien tiene que hacerlo", había dicho en una entrevista para la televisión británica. Esta contradicción se desató ni bien arrancó con The Konrads cuando tenía 15 años, y ya nunca se detuvo. Fue el Duque Blanco, Ziggy Stardust, Aladdin Sane.
En ese plan de humilde y descreído, Bowie expresaba entre risas en el documental The Man Who Changed the World: "Casi no puedo creer la cantidad de basura que he escrito en mi vida. Porque cuando oyes los temas, encuentras todas las cosas que nunca quisiste que salieran a la luz. Y de cierta forma, se torna muy evidente por qué. Pero algunas son muy graciosas y las tuve que lanzar".
El inicio
David Robert Jones creció, como tantos otros británicos talentosos (Rolling Stones, The Beatles) en la Inglaterra de posguerra. En 1947 había nacido en Brixton, pasó su infancia en Kent y el rock and roll llegó en la década del 60 a través de los discos de su hermano Terry. Este hermano fue también la influencia inestable que recibió David y que volcó más tarde en sus canciones: Terry padecía esquizofrenia, y por esa razón fue internado en un hospital psiquiátrico. Se suicidó en 1985, y este hecho también hizo mella en la obra de Bowie.
"Mi necesidad personal de entretener ha cambiado muchísimo. Creo que cuando era joven todo era cuestión de crear teatralidad, y de crear una realidad paralela un poco más artificial en el escenario. Y a medida que crecí, en especial en estos últimos cinco o seis años, empecé a anhelar la comodidad de solo interpretar mis canciones", se le escucha decir en The Man Who… acerca de su camaleónica impronta.
Margaret, su mamá, era estricta y carecía de sentido del humor. Haywood, su papá, era un personaje bastante serio también. Sus amigos de la infancia aseguran que al músico no le gustaba estar en casa. David Jones ya no pertenecía ahí; él ya era Bowie. De pequeño cantaba y tocaba la flauta dulce en el colegio. Se destacaba en las artes y, estando aun en primaria, creó una revista sobre ovnis y extraterrestres. El plano terrestre le quedaba chico.
Esos primeros años lo moldearon, incluso, físicamente. La diferencia de color entre cada uno de sus ojos, uno claro y uno oscuro, no era de origen natural, sino que fue la consecuencia de haber sido golpeado por un amigo. "Fue un daño sin intención el que le hice a su ojo cuando tenía 15", dice décadas después George Underwood en el documental de Netflix, el amigo que causó la marca que lo hizo diferente. ¿El motivo? Una chica. George reconoce que fue "una estupidez" de juventud y que no era algo que soliera hacer, eso de andar golpeando a la gente en los ojos. David lo perdonó y años después le agradeció por haberlo hecho, incluso, más distintivo.
El final
David Bowie lanzó Blackstar, su último disco, y murió. Así, sin más preámbulos: dos días después del estreno mundial, el cuerpo del artista dijo basta. Dos días después de su cumpleaños 69. Esos últimos tres años de vida habían sido tan ricos que después de su fallecimiento se seguía hablando de "lo último de Bowie". Y él ya no estaba en este mundo.
Fue en 2014 cuando empezó a trabajar en Blackstar. El británico no paraba de crear y -además de nuevas canciones para el disco- se sumaba a la producción de un musical off-Broadway. Lazarus fue un espectáculo inspirado en temas suyos de todos los tiempos que se estrenó en diciembre de 2015.
Los últimos años de Bowie fueron de lo más fructíferos. Además del disco y el musical, el artista se prestó a aparecer en Extras, la serie del comediante Ricky Gervais, grabó su voz para un personaje de Bob Esponja e interpretó al inventor Nikola Tesla en El gran truco, la película de Christopher Nolan.
"Supe al final de la semana de grabación que él se había enterado de que todo había terminado", cuenta el director de videoclips Johan Renck en el documental The Last Five Years de la cadena británica BBC 2. A pesar de ese mal pronóstico, Renck dice que la estética de Bowie enfermo en la cama de hospital que se ve el clip no tenía que ver con su realidad, sino con algo "bíblico". El director dice que se trataba de "el hombre que volvería a renacer". Renck se habría inspirado en Lázaro antes de saber que el artista estaba enfermo. Lázaro es a quien Jesús le devuelve la vida.
El video de "Lazarus", de David Bowie (Youtube)
Los herederos
La supermodelo africana Iman conquistó el corazón de David Bowie en 1990. Él se enamoró enseguida, ella tenía miedo de estar con una estrella de rock. Dicen que finalmente Iman quedó flechada cuando en una de las primeras salidas Bowie se agachó a atarle los cordones de las zapatillas. El músico tenía un hijo con su primera esposa (hoy es el cineasta Duncan Jones) y la modelo, una hija con su anterior marido. Juntos tuvieron a Alexandria en el año 2000, y así se dedicaron a la familia casi tiempo completo. Desde su cuenta de Instagram ella lo sigue recordando, posteando fotos antiguas (juntos eran de lo más fotogénicos) e incluso una placa, hoy, que dice "Half Of My Heart Lives In Heaven" ("La mitad de mi corazón vive en el cielo").
Después del suceso de Bohemian Rapsody, el filme sobre Queen y Freddie Mercury, se han intensificado las especulaciones sobre una posible biopic basada en la vida de Bowie. Y con su hijo director de cine, la ecuación podría ser perfecta. Pero Duncan no se ha mostrado especialmente interesado en llevar a cabo esta idea, por lo que un seguidor suyo de Twitter le preguntó: "¿No tienes miedo a que si no colaboras el proyecto siga sin ti?". Su respuesta fue clara: "No. A no ser que ellos pretendan componer e interpretar sus propias canciones". El permiso de la música de Bowie pertenece a su viuda e hijos, por lo que sería inviable dejarlos afuera.
Sus canciones, sus discos, su marca, siguen facturando. La herencia que Bowie les dejó a Iman, Duncan y Alexandria estaría cerca de los 135 millones de libras (casi 200 millones de dólares), y la suma se habría amasado gracias a la actividad financiera que mantuvo el artista en la década del 90.
Se supo que en 1997 Bowie había vendido a los inversores bonos respaldados por las futuras regalías que recaudarían sus canciones. Así fue como ganó más de 50 millones de dólares, al vender derechos de los primeros discos que grabó; de este modo la propiedad de los temas volvió al artista tras de una década. Después de un pasado de drogas y excesos (los 70 habían sido salvajes), Bowie quería dejar ordenados los números para beneficio de su familia, y así lo hizo.
"Mira aquí arriba, estoy en el Cielo. Tengo cicatrices que no pueden ser vistas. Tengo drama, no puedo ser robado. Todos me conocen ahora", canta en Lazarus desde una cama, espástico, con ojos falsos colocados sobre una venda. Luego es otro: un tipo que baila y habla de Nueva York.
Todos ellos son Bowie: el transgresor en los setenta, el padre de familia en los 2000, el artista eterno.
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