Costa: "Siempre fui mi propia víctima, solamente yo me he hecho las peores cosas en mi vida"

"Nunca me sentí agradable para nadie” cuenta la humorista que bajó 76 kilos y se está reencontrando con su cuerpo luego de un año espectacular. Además en esta charla intima con Teleshow relata cómo fue la experiencia de vivir en la calle, recuerda el bullying en la infancia y confiesa sus ganas de encontrar un amor.

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"Fue un año fuerte, de mucha ruptura, de mucha construcción y de ir mucho para adelante, ya no tanto para atrás", reflexiona Costa, que con mucho humor, sabiendo reírse de sí misma y sin victimizarse nunca, se ganó un lugar primero en el under, luego en la televisión y en el circuito comercial. Hoy, mientras evalúa proyectos para el año que comenzó, está de gira con A toda Costa, su unipersonal, al tiempo que continúa en la radio junto a Santiago del Moro.

A los 17 años dejó su Córdoba natal. "Tuve una infancia muy feliz pero muy solitaria porque no encajaba en ningún lado. Siempre me sentía un poco Alf, que había venido de un planeta extraño y había caído en esa casa y con esa familia. Ellos no entendían nada de lo que a mí me pasaba", cuenta la humorista. Recién de grande pudo entender que era lícita la dificultad de sus padres para entender qué le sucedía: "Ellos me quisieron mucho, y por supuesto que todo lo que a mí me pasaba era muy mío y fruto de mis experiencias. Yo era un nene, y querían que me comportara como tal, lo que es absolutamente habitual".

Sin embargo la mirada familiar y el entorno de su casa fueron un lugar seguro y amigable: no causaba escándalo que en su infancia prefiriera los tacos maternos por sobre los juguetes masculinos. "Al salir empezaron los problemas. Yo empiezo a engordar ahí, a los 5 años, cuando salgo del útero. Ahí empezás a recibir la mirada del otro. En ese momento no existía la palabra bullying, pero yo tenía todos los números para que se burlaran", recuerda.

Las críticas y el acoso pasaban en primera instancia por el peso, y en segundo lugar por lo sexual, situación que se mantiene al día de hoy, aunque tras someterse a un by pass gástrico, adelgazó 76 kilos. "Si en algún momento recibo algún insulto, siempre van por ese lado. Después, con todo el condimento que quieras. Pero primero tiene que ver con el cuerpo, con la obesidad".

Costa en su infancia en
Costa en su infancia en Córdoba

A medida que fue creciendo encontró sus propias herramientas, y se amparó en dos refugios: la ficción, que le permitía crear sus propios textos y novelas, y el estudio y la lectura. "Mi abuela era una mujer que había tenido una educación muy básica, tercer grado, y todo lo que ella había logrado en la vida había sido leyendo. La letra con sangre, entró. Me hizo ver que quien la había pasado mal en su niñez era Ana Frank, no yo".

—¿Nunca te sentiste víctima?

—No. Siempre fui mi propia víctima: solamente yo me he hecho las peores cosas en mi vida.

—Ahí aparece el peso.

—Claro, ahí aparece el peso. No creo que la construcción de la sexualidad de la gente sea tan bonita para la mayoría: todos nos tenemos que buscar, construir, armar. Nunca me sentí agradable para nadie. Después, de grande, entendí que yo hacía todo para no serlo. En una época me pintaba, pero no me vestía de mujer.

—Te boicoteabas.

—Todo el tiempo. "¿Qué hace? ¿Qué le pasa? ¿Qué quiere? ¡¿Qué quiere?! ¿Para qué se pinta? ¿Para estar vestida de hombre?". Lo que recibía del afuera también era complicado. La gente no tiene por qué decodificarme: no es su problema, son mis mambos. Si bien siempre quise tener una imagen femenina, a los 13 años es donde se empezó a jugar, y ahí es donde sí empecé a recibir el "no", directamente.

—Cuando dejás Córdoba, ¿te vas con tus padres ya sabiendo cómo te sentías?

—Ya sabiendo, pero no viendo. En mi adolescencia me vestía de mujer fuera de mi casa. Cuando a los 12, 13 me empiezo a pintar para ir al colegio secundario, un día la jefa de preceptores me dice: "Usted, Costa, no puede venir maquillada a la escuela". Le digo: "Bueno, es lo que hay". Yo era la abanderada, entonces, ¿qué me iban a decir?, si yo siempre tuve el primer promedio. Ahí descubrí, pero no es con bondad, que el saber es poder. Me daba cuenta de que muchos compañeros no me hablaban pero que necesitaban de mi saber, porque a la hora de la prueba, la que hacía la prueba era yo.

—Ahí ya te empezaste a poder defender de las situaciones de bullying.

—Claro. Pero a los 16 años sí me pasó algo fuerte con el bullying, un episodio bastante desagradable. Había un compañerito de la escuela que se me hacía primero el amiguito, después el sexy. Yo era chica, me confundía. En una fiesta había ideado un plan con otros compañeros para tener algo conmigo, pero para que después los otros se burlaran, como que yo estuviera en esa situación y después todos: "¡Ah, maricón, maricón, maricón!".

—¿Te pudiste defender en ese momento?

—No llegué a eso. El hecho no se concretó. Yo supe.

—Te diste cuenta.

—Me di cuenta que había algo raro. Pero si vos ves a esos que se burlaban de mí, y me ves a mí hoy por hoy, hay que ver a quién le fue mejor en la zafra… Y no te hablo de mi carrera, te hablo del éxito personal: el éxito es hacer lo que uno tiene ganas, y yo hago lo que tengo ganas desde los 15 años.

Costa en su infancia, el
Costa en su infancia, el estudio y escribir sus propias historias fueron un refugio frente a las dificultades para encontrar su lugar.

—¿Venir a Buenos Aires tuvo que ver con poder convertirte en quien querías ser?

—Claro. El primero que me habla fue mi hermano y fue muy piola. Tenía 14 años y me dijo: "Yo creo que vos sos gay y no tenés que sentirte culpable, tenés que ser feliz, tenés que encontrar tu camino". Para mi vida, mi hermano fue mucho más importante de lo que me había dado cuenta. Fue la mirada amorosa de la familia. Cuando me vine a vivir acá, vine a su casa. Pero ahí surgieron otros problemas: yo ya vivía en Buenos Aires pero seguía haciendo la vida que el otro quería para mí.

—¿Él aceptaba que fueras gay, pero no que te vistieras de mujer?

—Claro, pero tampoco: era raro porque yo iba a la UBA muy pintada. Lo que mi hermano quería para un pibe de 17 años estaba perfecto: quería que yo estudiara, que ordenara la casa, que no trasnochara. Pero yo seguía con la música de otro y quería empezar a tocar mi canción. Llegó un momento que dije: "Acá tampoco puedo estar más".

—Estuviste con tu hermano cuatro meses. Y después de ahí, ¿adónde te vas?

—A una pensión. Después, a otra pensión. El primer laburo que tuve en Buenos Aires fue de vendedor ambulante, casa por casa. El cuarto no tenía puerta, sino una sábana. Compartías tu vida, tu noche, lo que sea, con extraños. La pensión quedaba en la calle Sarmiento.

—¿Era segura?

—No, ninguna pensión es segura. Y menos esta. Tenías un placarcito con tus cositas con una cadena y un candadito.

—El salir a vender, ya era vestida de mujer.

—No. De rara.

—¿Todavía no estabas cómoda con vos?

—¡No! Hace un año que estoy cómoda conmigo (risas). Que fue cuando me operé (del bypass gástrico).

—Ahí empezaste.

—Claro, la incomodidad de la comodidad: vivía incómoda todo el día. Pero no porque la vida me engañó, sino porque yo hacía cosas para estar incómoda.

Costa estará de gira con
Costa estará de gira con su unipersonal durante el verano

—De todas formas buscaste mucho tu camino: sabías a dónde ibas…

—Es que eso lo supe desde siempre. El tema es todo lo que hice para no…

—¿Te costó quererte?

—Me costó y me cuesta aceptarme y amigarme con mis zonas oscuras. Durante mucho tiempo me ocupé de vivir la vida de los otros. La profesión tampoco ayuda para eso porque todo el tiempo sos otra. Me ocupé mucho tiempo de ser otra para no ser yo. Y ahora me tuve que ocupar, por necesidad y por urgencia, de ser yo misma.

—Estábamos en la pensión. ¿Cómo pasás de ahí a la calle?

—En una pensión, cuando vos no pagás no viene una señora y te dice: "Entendemos tu situación de marginalidad social, entendemos que sos una travesti, entendemos…". No. Ahí, te empiezan a secuestrar tus cosas: un día me fui a vestir y tenía el candado puesto. A la casa de mi hermano no quería volver; a Córdoba, menos. Tenía 30 mangos y era mi único capital. El pasaje para volverme a Córdoba salía 27 pesos. Bien de provinciana me voy a Retiro, porque me podría haber ido a otro lado. Pero no, a Retiro, con el bolsito, con lo que logré sacar (del armario) con una mano abriendo y con otra tratando de sacar lo que salía por abajo. Ahí terminé en la calle. Nunca lo tomé como: "Ay mirá, mirá, mirá, mirá". En mi casa se enteraron que yo estuve en la calle después de que pasó todo.

—¿Cuánto tiempo fue eso?

—Menos de un trimestre.

—¿Y dónde dormías?

En un vagón de tren. Tampoco es que viví en la calle, a la vera de Dios. Hay un ejército (de personas en situación de calle), y ahora hay tristemente más. Te bañás en la Iglesia, vas a comer a los comedores, dormís en los refugios. Pasa que también hay reglas: para dormir en el refugio tenés que bañarte, no tenés que drogarte. A veces no te dejan entrar tus cosas. Algunos están en la calle porque de verdad el sistema los expulsó, y otra gente porque tiene mucho mambo, mucho dolor. Esta el linyera que hace 20 años que está: él siente que ese es su lugar, y ahí es cuando se pelean. Porque si vos en la calle lográs tener tu esquina, es tuya; cualquiera que se acerque es un peligro para vos. Entonces muchas veces en los refugios no pueden entrar sus cosas por eso, porque es un foco de conflicto.

Aunque siente que el Under
Aunque siente que el Under es el espacio que la define Costa logró ser aclamada en el circuito comercial.

—¿Qué es lo más duro que viste en la calle?

—Lo que hace unos años era terrible es la gente que veías prostituirse por droga, lo que ahora lamentablemente es habitual. Pasa que hace 20 años era más fuerte. Yo no tuve ninguna mala experiencia. Eso sí, lo feo era cuando llovía: te mojás y no tenés recambio.

—¿Vos sabías que era algo transitorio o en algún momento sentiste que podía ser definitivo?

—No, no, yo sentía que la ciudad me cobraba un peaje. Lo viví así.

—Pero hoy, viéndolo a la distancia, sabés que fue algo riesgoso.

—Me doy mucha ternura porque digo: "¡Que coraje!".

—Ahí, ¿ya sí travesti?

—Sí, ahí ya rara. Esto que dicen: "¿Cómo vive en la calle y tiene para la tintura?".

—Ante todo, las prioridades.

—(Risas) Claro. Vos decís: "¿Cómo?". Y, sí… A ver, ¿cómo vive en la calle y se pintó la boca? Y sí. ¿Por qué no?

Junto a Santiago del moro
Junto a Santiago del moro y su equipo por los Martín Fierro de la radio

—¿Prostituirte nunca fue una opción?

—No, jamás, nunca por falta de clientes, por falta de voluntarios (risas). Sí trabajé de copera. Era otra época: trabajaba en los burdeles. Te quedabas a charlar con el cliente, y te daban una pulserita por cada trago que el cliente te pagaba. Al final de la noche ibas a la caja: cuatro pulseritas, tanta platita. Yo charlaba, ¡imaginate cómo le solucionaba la vida a la gente! Así fue cómo llegué a los cabarets. Empecé trabajando de asistente en los cabarets, y después terminé haciendo shows.

—Ahí ya no estabas en la calle, ahí ya te habías ido.

—Salgo de la calle con mi primer trabajo en blanco, que fue en la cadena de hamburguesas, la de la "M". A la primera quincena, me vuelvo a una pensión. A media cuadra de esa pensión había un boliche. Ahí vi a un hombre vestido de mujer que era feliz: le pagaban, lo aplaudían. "¡Esto es!", dije yo. "Acá está". Empecé a laburar de asistente de los transformistas y ahí hice la profesión.

—Ahí empezó un camino que no paró…

—Ahí no paró porque me di cuenta de que en el under podía vivir vestida de mujer, cómoda, aplaudida.

—Querida.

—Querida… ¿A qué se sube una al escenario? A que la quieran. El under fue mi mejor escuela. Pero no solo como artista, también como persona. Aprendí muchas cosas: el código, la palabra.

—Fue la primera vez donde aparece un sentido de pertenencia.

—Y es lo que voy a hacer toda la vida: toda la vida voy a ser una artista del under. Es donde yo me formé.

Costa en la mesa de
Costa en la mesa de Mirtha Legrand

—Siguió un camino de crecimiento enorme.

—Yo veía que los otros compañeros eran muy graciosos, muy talentosos, pero que era solo divertimento. Entonces, en el final del show, en lugar de despedirme con una puteada me despedía con un poema. Y empecé a tener una palabra de un poeta, una cita, una música…

—La abuela que había dicho que leyeras, apareció.

—Todo el tiempo. Y ahí apareció el público cortando toda la historia anterior de dolor, de negación, de marginalidad. A mí me salvó el público. Y no es poco. Por eso, cuando me decías si la prostitución había sido una opción… No, jamás: yo era artista, nunca se mezcló eso.

—Y ya habiendo triunfado en el under llega la masividad popular en estos últimos dos años.

—Es que la explosión fue hace dos años. Flavio Mendoza fue la primera persona importante del mundo del espectáculo que me dio una oportunidad en el on.

Costa junto a Lizzy Tagliani
Costa junto a Lizzy Tagliani

—A Lizy Tagliani le mandabas los mensajitos cuando ella estaba con Santiago del Moro en la radio, y así llegás a Santiago.

—Así, tal cual.

—Y rompiste con la travesti que habla de sí misma y hace humor desde ese lugar. Te veo en Intratables hablando de política.

—Esa fue una jugada también: Santiago me dio voz y me dio voto. Él siempre confió mucho en mí, en mi sentido común. El pecado en el que caemos los humoristas es todo el tiempo estar arriba y en personaje, y a veces la gente no para. Podés estar tranquila, dejar de gritar; ahora toda la gente grita.

Con 76 kilos menos, el
Con 76 kilos menos, el bypass gástrico marcó un antes y un después en su vida.

—¿Cuándo decidís operarte?

—Era una cuestión de decidir cómo quería vivir el resto de mis días. Antes no me lo planteaba porque decía: "¿Qué más? Ya está. ¿Cuál es mi anhelo? Ya logré todo lo que quiero".

—Pero no estaba la fantasía de morirte.

—Cuando tenés sobrepeso no buscás la muerte pero sí la esperás. Todo el tiempo decís: "¿Será hoy?". La obesidad para mí es depresión. En lo único que pensás es en la comida: nunca llegás a comer lo que querés ni la cantidad que querés porque física y económicamente no se te es permitido. Entonces, vivís todo el tiempo en una insatisfacción: nunca estás contenta, nunca estás satisfecha. Por eso el exceso.

—¿Hace cuánto te operaste?

—Hace un año y un mes, casi. Bajé 76 kilos. Por eso cuando me dicen: "Te sacaste una persona de encima", respondo: "Sí, ¿sabés a quién me saqué? A la que me negaba, a la que me postergaba, a la que me decía 'No servís para nada, no sos vos, una vez más fallaste'". Esa. Pero esa era yo también. No era un hombre malo, no era mi madre: la que siempre se dijo que no, fui yo.

Costa en “Intratables”.
Costa en “Intratables”.

—¿Y hoy cómo te reconoces en el espejo?

—Me cuesta muchísimo: me sigo viendo como antes. El doctor (Alberto) Cormillot siempre me dice que en algún momento se va a unir la imagen, lo que yo veo con lo que soy. Pero es un gran ejercicio encontrarse con una misma. Hoy sí te puedo decir que soy la que quiero ser, y a la hora que sea. Me llevó 37 años de mi vida, que no es poco.

—¿Qué querés que venga?

—Quiero tener mi casa, con puerta y ventana, con un jardín donde dé el sol. Y tal vez sí una historia de amor, pero de verdad, no de las que quise tener siempre. Hay una serie que es Downton Abbey, cuatro temporadas hasta que él le pide casamiento y están en una abadía en Inglaterra, y empieza a caer la nieve y él se saca el saco, la abriga.

—No de príncipes azules.

—Claro, una historia de amor de verdad.

—Hoy, que te fue bien en lo tuyo…

—Sí, que me fue 150 millones de veces mejor de lo que esperaba…

—¿Qué le decís, en una charla imaginaria, a la que eras de chiquita, a la que le costaba tanto encontrar su lugar?

—Hay una meditación que es encontrarte con esa persona, y la hice hace poco. La abracé y le dije: "No tengas miedo porque vas a ser muy feliz. Y vas a hacer feliz a la gente". Fue una linda reconciliación conmigo.

ENTREVISTA COMPLETA:

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