Hace sesenta años nacía una estrella. En noviembre de 1958, con más de un año de retraso, los cines argentinos estrenaban El trueno entre las hojas, película que venía precedida del prestigio de su guionista, un joven escritor paraguayo, Augusto Roa Bastos y la experiencia de su director, Armando Bo, que había producido y protagonizado varios éxitos en la última década. La película denunciaba la explotación de los obreros en un aserradero paraguayo.
Un drama, denuncia social, realismo. Pero nada de eso hizo que la película perdurase. A pesar de sus imprecisiones, sus desprolijidades evidentes, sus actuaciones inverosímiles, El trueno entre las hojas superó todo eso por su protagonista femenina. En su debut en el cine Isabel Sarli se convirtió instantáneamente en un ícono, en una diva de la pantalla. Bastó una escena. Su primer baño -de cientos- en celuloide. Esa película cuenta con el primer desnudo completo del cine argentino. La joven Isabel Sarli nada distraídamente en un arroyo. Va y viene. Sin demasiado sentido. Hace la plancha, se regodea con su propia desnudez. Los pechos, sus pechos, pasaron en ese momento a convertirse en la obsesión de varias generaciones de varones.
Isabel Sarli, la Coca, tenía poco más de 20 años cuando le llegó la propuesta de protagonizar la película. Venía de un hogar pobre. Las necesidades y deseos insatisfechos de sus primeros años eran constantes. En 1955 tuvo su primer contacto con la fama. Fue elegida como Miss Argentina. Luego comenzó con campañas publicitarias en medios gráficos. Su figura llamativa y su belleza servían para vender electrodomésticos, productos para la mujer y ropa. En ese punto de su incipiente carrera recibió el llamado de Armando Bo.
El director buscaba un éxito de taquilla. Para asegurarse mezcló tres fórmulas que en los últimos años habían sido exitosas. La denuncia social, la mujer insinuante, como oscuro objeto de deseo y el desnudo femenino. Isabel se mostró halagada por la propuesta, por debutar con un protagónico. Pero no quería saber nada con hacer un desnudo. Armando Bo la citó una tarde en su oficina. En vez de tener una reunión la llevó en auto hasta la calle Lavalle, que todavía no era peatonal pero era el emporio de las salas de cine, una pegada a la otra.
Entraron a ver una película de Ingmar Bergman que contenía algún desnudo femenino. Si el sueco, con todo su prestigio, lo hacía no era algo condenable, parecía ser el mensaje de Armando. La otra obvia inspiración de Bo fue Y Dios creó a la mujer de Roger Vadim con Briggitte Bardot. Él quería crear su propio símbolo sexual. Y, qué duda cabe, lo consiguió. Uno de los personajes de esa primera película, uno de los obreros sojuzgados por el patrón y deslumbrado por su mujer, le dice a otro: "No nos dejemos emborrachar por ella, una mujer como ella es peor que la muerte". A partir de ese momento, durante dos décadas, la Coca Sarli emborrachó multitudes y, también, muchos la vieron como la representación del mal.
Hasta El trueno entre las hojas se consideraba que el primer desnudo del cine argentino era el de Olga Zubarry en El ángel desnudo. Sin embargo, aquella espalda sensual que había erotizado al público en la década del 40 estaba cubierta por una malla color carne. El mismo dispositivo prometió Bo a su actriz. Le explicó que no iba a estar desnuda en el agua, que la intención era insinuar y que tendría una malla color carne. Al momento de rodar la escena, en medio de la selva paraguaya, la malla, como era de prever, no apareció.
Cuenta la leyenda, construida y transmitida recurrentemente por la propia Isabel, que ella se negaba de manera terminante a hacer la escena desnuda hasta que Armando le explicó que la cámara iba a estar muy lejos, que apenas se vería algo. Le señaló la cámara en la cima de una elevación, desde allí filmaría. Al repasar la película se puede observar que sólo se trata de una leyenda repetida hasta el cansancio.
Si bien hay planos lejanos y elevados, que toman desde la cima su baño, casi como una subjetiva de la mirada del peón que mira desnuda a la esposa del patrón, también hay otros planos cercanos, con la cámara desde otro ángulo, al nivel del agua, que toman de frente a Isabel y sus jugueteos. Por eso se hace difícil creer cuando la Coca contó en infinidad de entrevistas que cuando vio la escena final, de la indignación rompió el escritorio de vidrio de Armando con un cenicero. Esa escena, de menos de un minuto, cambió la historia para el director y su protagonista.
Cuenta la leyenda, construida y transmitida recurrentemente por la propia Isabel, que ella se negaba de manera terminante a hacer la escena desnuda hasta que Armando le explicó que la cámara iba a estar muy lejos
Se enamoraron y vivieron un romance de casi un cuarto de siglo, hasta la muerte del director, en 1981. Armando Bo siguió casado con Teresa Machinandiarena (con quien tuvo tres hijos) y mantuvo las dos relaciones en paralelo casi a la vista del público. Filmaron juntos 28 películas y se hicieron conocidos en todo el mundo. Difícil determinar el género de sus películas. La primera calificación que surge, la obvia, es la de cine erótico. Pero ninguno de sus primeros largometrajes califica en esa categoría: sólo cuentan con algún desnudo.
El estilo de Bo era desmañado, descuidado. Buscaba fórmulas exitosas y las adaptaba a su mundo. Paisajes exóticos, música muy presente (varias de las canciones son de Luis Alberto del Paraná), crítica social, violencia, poca producción, doblaje fuera de sincro, guiones endebles, actuaciones escolares e Isabel y su desnudez. Armando Bo atento al mercado fue profundizando la apuesta. A mediados de los 60 ya no alcanzaba con algunos planos de los pechos de Isabel. Ahí incursionó más decididamente en el cine erótico.
Isabel siempre violentada, abusada, vejada por hombres que no requieren su consentimiento, o ninfómana o manteniendo relaciones lésbicas. La trilogía Carne, Fuego y Fiebre los hizo conocidos mundialmente (alguien esbozó una teoría, que la Coca repetía con picardía, para explicar su suceso en Japón: "Un pecho de Isabel es más grande que la cabeza de cualquier japonés"). Luego la fórmula se repetiría pero ya no importaba. Los críticos que demolían sus películas ya aceptaban que se trataba de un género en sí mismo. Y el público llenaba las salas.
La trama de las películas podría resumirse en una frase: buscar excusas, no necesariamente demasiado convincentes, para mostrar a Isabel desnuda la mayor parte del tiempo. Y en el agua. Alguna vez Bo declaró: "Ir a ver una película de Isabel Sarli y que ella no se bañe es como ir a ver una de Palito o de Sandro y que ellos no canten".
El tono y la estética (y su descuido) de esas producciones -en especial a partir de mediados de los sesenta- es una extraña combinación de la afectación del radioteatro, lo estático y sobreactuado de las fotonovelas, gramática de folletín y lo gratuito del cine porno. La propuesta no se fue sofisticando con el tiempo, sólo se radicalizó en busca de más espectadores; el límite se iba corriendo y Bo apostaba por más escándalo y siempre molestaba.
Los críticos que demolían sus películas ya aceptaban que se trataba de un género en sí mismo. Y el público llenaba las salas
Isabel y Armando siempre se quejaron de la persecución de los censores. Armando Bo ya había tenido problemas con Pelota de trapo por el lenguaje utilizado por los chicos protagonistas y también con La Tigra de la que fue productor. Pero todo eso fue un pálido anticipo de lo que le esperaba con cada película que hizo con Isabel. Nunca les fue fácil dar a conocer sus películas en el país. Por eso hay varias versiones de sus obras. Para el mercado latino y Estados Unidos se incluían más escenas con desnudos y sexo. Algunas las filmaban dos veces: la versión local en ropa interior y para el extranjero sin ropa alguna. Isabel siempre recordó no sin rencor a sus perseguidores.
A mediados de los 70 Isabel estaba abatida por la muerte de su madre (quien la acompañó gran parte de su trayectoria y a quien la actriz le censuraba -paradójicamente- las escenas más fuertes). Sin embargo, Armando la arrastró a una reunión social ya que mucha gente de la industria y de la política estaría presente. Alguien le sugirió a la actriz que se acercara al sacerdote Daniel Zaffaroni, un cura de cierta notoriedad porque daba misa los domingos por la televisión. Éste, al verla, le dijo que no valía la pena orar por ella, que ya estaba condenada. Isabel le dio vuelta la cara de un cachetazo y lo tiró contra una mesa repleta de sandwiches y canapés. Los periodistas presentes se hicieron eco del incidente.
Existe un malentendido vinculado con la carrera de la gran diva nacional. En el imaginario popular está instalada la frase "¿Qué pretende usted de mí?". Muchos creen que la Coca la dice en Carne mientras es violada serialmente por un grupo de hombres que va entrando a un camión frigorífico. Lo que el personaje de Isabel dice en realidad es "Canalla, se va a arrepentir toda la vida de lo que hace" (en esa película hay otra gran frase; mientras abusa de ella sobre una res congelada, un hombre dice "carne sobre carne"). Es en otra película, Y el demonio creó a los hombres, en blanco y negro de 1960, en la que Isabel pregunta: "¿Por qué me persigue? ¿Qué pretende de mí?".
Nunca les fue fácil dar a conocer sus películas en el país. Por eso hay varias versiones de sus obras. Para el mercado latino y Estados Unidos se incluían más escenas con desnudos y sexo
Cuando los músicos de La Bersuit y Jorge Lanata filmaron el video de la canción La argentinidad al palo buscaron obsesivamente en Carne la frase que todos creen haber escuchado pero que no existía. Decidieron contratar a Isabel y hacer un doblaje para que finalmente pronunciara la frase apócrifa: "¡Canalla! ¿Qué pretende usted de mí?".
Isabel Sarli manejó con inteligencia su carrera y su imagen. Navegó entre la seducción, el descaro y una candidez absoluta en cada entrevista o aparición pública fuera de sus actuaciones. Cultivó esa imagen con dedicación. Luego de la muerte de Armando Bo no se le conocieron romances ni escándalos. Se recluyó en su casona de Martínez con sus dos hijos adoptivos y decenas de animales. Apenas actuó en otras dos películas, hizo teatro de revistas y superó un tumor cerebral. Con sabiduría y cálculo siguió alimentando su leyenda.
Lo que se conoce sobre su vida fue construcción propia, fruto de su discurso público. Nunca dejó que nadie escribiera su historia. Cierta o no, la biografía oficial de Isabel Sarli es una construcción de ella misma. Jamás habló de su primer matrimonio, ni de su relación con la esposa de Bo, ni de su vida posterior a él. Sólo se refirió a las dos estrellas que la guían (su madre y su querido Armando), de sus hijos adoptivos y de sus animales.
Ella contó hasta el cansancio la historia de la filmación de su primera escena sin ropa. Dijo que hacía salir del set a todo el personal técnico ante cada desnudo, que cuando las películas subieron en temperatura debía acudir al whisky para rodar, que se negaba a besar galanes que no fueran Armando y varias situaciones similares.
Isabel y su cuerpo superaron las severas deficiencias técnicas de sus películas, los guiones pueriles, las actuaciones insostenibles. Se convirtió en un ícono, en un símbolo sexual que rigió a generaciones. Ella no necesitó hacer la pregunta que todos le atribuyen. Isabel Sarli siempre supo qué pretendían de ella.
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