Alex de la Iglesia es una figura plagada de contradicciones. Es un exitoso director de películas de culto, pero tiene una mirada pesimista de la vida; encierra a sus personajes en pequeños ambientes claustrofóbicos, pero dice que la ficción es la única manera de sentirse libre; sus largometrajes están cargados de tensión y situaciones límite, pero asegura que la única manera de solucionar los problemas es con humor.
Al fin y al cabo, la contradicción es su manera de ver la vida: "No es cierto que busco incomodar a los espectadores con mis películas, quiero que las disfruten. Pero todo funciona por oposición y contraste: incomodar es generar interés y comodidad, en definitiva. Lo que intento es luchar contra algo previsible. Y si alguna vez mis películas son previsibles por esa contradicción, pues lo siento mucho, haré Sonrisas y Lágrimas (La Novicia Rebelde), una bobada de película maravillosa".
Nacido en Bilbao, el director de películas como El Día de la Bestia, La Comunidad, Mi Gran Noche, El Bar y Perfectos Desconocidos, se presentará el lunes desde las 20 en el Teatro Coliseo, en el ciclo Un Encuentro con los Maestros, organizado por ArteMa, donde dará una charla magistral junto a Norma Aleandro y otras figuras del cine y el teatro. La entrada tiene un valor de diez pesos y todo lo recaudado será donado a la Casa del Teatro.
—¿En qué aspecto te considerás mejor maestro?
—Cualquier persona con dos dedos de frente te dirá que uno no es maestro en nada que pueda presumir de saber, menos en cine. La circunstancia de que me dedique al cine es un poco eso. Un amigo me preguntó hace poco: "¿Por qué sigues haciendo películas?" Porque no sé hacerlas, quiero hacer una buena. En algún momento quiero llegar a esa ilusión. Ese objetivo mítico que realmente responde a tus deseos y nunca ocurre, entonces siempre haces una y otra, vas buscando las claves de lo que responden para ti lo que es una buena película.
—Una mirada un tanto pesimista…
—Soy profundamente pesimista, conmigo y con los demás. En conjunto somos un pequeño desastre todos y lo único que hacemos es sobrevivir -o malvivir- circunstancias en las que nos defendemos como podemos. Hay gente a la que admiro profundamente porque puede articular un discurso en ese caos que me resulta interesante. Scorsese me parece que es el perfecto ejemplo de persona que se defiende en este mundo de las películas. Es su escudo y su arma
—¿Y cuál es tu escudo?
-El humor. Quizás la única manera honesta de defenderme frente a los problemas es con humor. De alguna manera descontextualizándolos, desmadrándolos y sacándolos de ese concepto de seriedad y rigor con el que nos obligan a vivir. Con el humor puedes salir de ahí y verte a ti mismo como algo ridículo. El saber que no eres importante es el primer paso para conseguir algo en la vida, y eso me tranquiliza mucho. El humor también te da una distancia importante que te permite pensar las cosas con tranquilidad.
—Y para eso en tus películas elegís el humor negro y la ironía.
—Es que el otro humor no me interesa. Me gusta el humor blanco, pero no estoy preparado para eso. Lo que me divierte es encontrar gags, chistes y situaciones que te hacen dudar de ti mismo o de cosas que pensabas que estaban más o menos establecidas, y de pronto las rompes. Los momentos en los que uno cree que puede reírse no tienen gracia. Si alguien te dice "chicos, ahora nos podemos reír todos", le digo "déjame en paz". En cambio cuando te dicen "de esto no te puedes reír, hay que mantenerse serios porque es importante", ahí es cuando apetece más reírse.
Buenos Aires, realidad paralela
Es la segunda vez en el año que viene a la Argentina, tierra por la que demuestra un profundo cariño y una especial devoción por sus librerías y su movida cultural. Ama a Borges y sueña con hacer una película de El Eternauta. "Tengo una reunión con una gente para ver si puedo lograrlo… Igual normalmente lo que quiero no lo consigo, así que seguirá pendiente", reconoce, entre risas, con la cuota de pesimismo correspondiente.
Dice que le gustaría trabajar con Guillermo Francella, Darín -padre e hijo-, Diego Capusotto y Diego Peretti. A estos últimos dos les ha ofrecido papeles en varias oportunidades pero ellos no aceptaron: "A los directores se nos dice mucho que no, aunque no lo confesemos". En cuanto a los directores, manifiesta su admiración por Juan Taratuto (No sos vos, soy yo, ¿quién dice que es fácil? y Un novio para mujer, entre otros) y Martín Hodara (Nueve Reinas, Nieve Negra, entre otros).
Cuando viene a Buenos Aires recorre, en primer lugar, librerías, y en segundo, restaurantes. Se debe a su fascinación por la carne argentina: "Estoy gordo por exceso, me gusta mucho comer y vivir. Y aquí el buen comer es parte esencial de la cultura. Como se hace aquí la carne no se hace en ningún sitio".
—Cuando llegaste a Buenos Aires escribiste en Twitter que la Argentina es "como un viaje a una realidad alternativa", ¿por qué?
—Porque me da la sensación que es un lugar muy cercano: podría haber sido mi vida pero alguna situación la convirtió en otro país. Como en los cuentos de Philip K. Dick, que en realidad se trata de un mundo paralelo. Por otro lado, tiene una tradición literaria muy grande. Me resulta inquietante, misteriosa y fascinante en muchos aspectos.
—El aspecto cultural es lo que más curiosidad te despierta.
—Sí, por los libros que he leído y también por la manera que tiene la gente de comportarse. En la avenida Corrientes hay más librerías que en todo Madrid. La importancia que se le da aquí a la cultura es francamente sorprendente. Ojalá en algún momento hubiera atravesado el espejo y hubiera vivido unos años aquí.
—Me dijiste que estabas buscando "El Aleph" de Borges… ¿Lo conseguiste?
—La versión original… Me metí en internet y está fuera del sueldo de un director de cine. Vale 15 mil pavos, colegas. Si estuviese firmado por Borges, no. Si Borges se hubiese acostado repetidas veces con el libro, tampoco pagaría 15 mil pavos porque es lo que vale el colegio de mi hija.
—Hablando de la cultura en Argentina, ¿estás al tanto del movimiento feminista que cobró fuerza en el último tiempo en la Argentina?
—Sí, efectivamente hay muchas muertes de mujeres, que mueren exclusivamente por el machismo de los hombres y eso hay que pararlo. Es lo que llamamos respeto a la vida y a las condiciones normales de vida que deberíamos entender todos. Las cosas tienen que dejarse claras, hay una situación de discriminación y de inferioridad que no solo perjudica a las mujeres sino que las pone en peligro; hay que pararlo.
—¿Era necesario este momento de empoderamiento de las mujeres?
—Esto empezó hace muchos años pero se hizo global ahora, que nos hemos dado cuenta de que es un terreno que hay que ganar y en ese sentido me parece fabuloso, debería haber ocurrido antes. Las pistas para llegar a esas soluciones las teníamos antes pero hay gente que no ha sabido o no ha querido tenerlas en cuenta hasta ahora.
—¿Qué opinás del lenguaje inclusivo?
—El famoso lenguaje inclusivo… Me parece una medida en algunos momentos inteligente, en otros no tanto, pero sí es cierto que ayuda y es importante que ocurra.
Bilbao y cine
Alex de la Iglesia nació durante el franquismo, en época de mucha violencia y atentados de ETA en Bilbao. En varias oportunidades confesó que su infancia fue dura y que su entorno familiar fue bastante complicado. "Ahora es precioso pero en aquella época era un agujero. Yo vivía en un lugar que, de hecho, se llamaba El Bocho: una especie de hueco entre montañitas donde estaban las fábricas y era negro como el carbón", confiesa. El humor fue el escape que encontró a esa situación tan dura que marcó no solo su personalidad sino que también, por supuesto, su obra.
—Seguro que tuvo influencias en mi cine. Por ejemplo, no me gustan los planos vacíos con un horizonte. Creo que rodé un plano así solo una vez. No digo que esté mal, pero necesito que el personaje esté arropado por un decorado, sea natural o no.
—En tus trabajos siempre se nota que el objetivo es incomodar al espectador. ¿A qué se debe?
—No, no es cierto. Mi idea es hacer feliz al espectador, que se divierta. Yo me imagino a un tipo que va al cine y dice: "A ver qué me van a vender". Entonces ya es un tío que está incómodo y llega con al sensación de encontrar algo que le satisfaga. Entonces lo primero que intento es sorprenderlo con una historia o un planteamiento. A veces son cosas sutiles: vamos a hacer una película que parezca normal pero que no lo sea. O una comedia la convertimos en algo de terror… A veces funciona con unos y otros dicen: "No entiendo qué es lo que pretenden".
—¿Por qué por lo general elegís actores poco conocidos?
—A vosotros les parece eso. Intento sorprender con eso, entonces a veces trabajo con actores que allá son conocidos como Mario Casas o Blanca Suárez y también gente que no es tan conocida. La combinación hace que la película tenga un casting interesante. Aunque también entra en el territorio del distribuidor, que dice -pone voz aguda-: "¡Mete a alguien famoso!". Pues, venga, vamos a buscar uno que nos resulte atractivo también a nosotros.
—En tus últimos trabajos son una constante los ambientes cerrados, casi claustrofóbicos.
—Es una metáfora del mundo: creo que todos estamos encerrados, en definitiva todos vivimos en una especie de personaje que somos nosotros mismos, que hemos construido y rodeado de sus necesidades y limitaciones. Tu familia, tu entorno y tu manera de pensar: ese mundo en el que te mueves termina siendo una presión. Por eso muchas películas intentan reflejarlo visualmente. Técnicamente tiene que ser muy atractiva de ver la película para convertir pequeños espacios como esa esquina en un sitio fascinante y apasionante, con movimientos de cámaras. Es un desafío muy curioso. Después de 14 películas, me apetece hacer cosas que me resulten complicadas.
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