"La Momia estaba ahí, a la vista de todos. Eso era lo más lindo y paradójico de ese supuesto secreto", explica Paulina Karadagian a un costado del cuadrilátero donde los nuevos luchadores de Titanes en el Ring que se preparan para lo que será su esperado regreso, el 17 de noviembre en el marco de Buenos Aires Celebra Armenia.
Muchos se colgaron de sus vendas, pero fueron tres los luchadores que tuvieron el honor de atormentar a grandes y chicos desde el mismo momento en La Momia se asomaba a la pantalla, con esa música de fondo que recordaba a viejas películas de terror.
Eugenio Sdaziuk era un luchador profesional ruso nacionalizado argentino, cuyo nombre artístico era Iván Kowalski. Empezó a trabajar con Martín Karadagian en 1962, y desde 1965 a 1968 personificó a La Momia. "Lo de La Momia Blanca en el momento de su presentación fue increíble", recuerda Paulina. "Es más, mi papá recibió una citación por parte de Casa Rosada para un encuentro con el Presidente de ese momento (Arturo Illia). Y él, hasta el día del encuentro, pensando qué había hecho como para recibir un tirón de orejas o un llamado de atención, en el mejor de los casos. Illia se sentó y mirándolo a los ojos le dijo: 'Dígame la verdad, Martín, ¿dentro de La Momia hay una persona o es solo un muñeco?'".
Para 1968 el traje quedó en manos de El Gitano Ivanoff, quien estuvo en esa famosa final en el Luna Park de la que se pueden ver imágenes en la película Titanes en el Ring. Por entonces,la revista Gente le dedicó siete páginas en dos ediciones para develar el gran misterio: la identidad del personaje.
A partir de 1975 y hasta el final del ciclo La Momia sería interpretada por Juan Manuel Figueroa, quien también sería El Olímpico. Es más, durante varios ciclos la entrada de los luchadores se hacía bajo la figura de Figueroa. Por lo que, mientras muchos se preguntaban quién sería La Momia, estaba ahí, a la vista de todos.
Un traje al revés
"Dueña de un sufrimiento milenario, la leyenda cuenta que a este esclavo negro lo obligaban a boxear. Abrumado por esta condición adversa de sus patrones, de sus amos, se quitó la vida con barbitúricos y volvió a la vida momificado para vengarse". Así explicaba Jorge Bocacci el origen de La Momia Negra. Sin embargo, la realidad era apenas distinta.
Fue casual. Tan casual como el hecho de que la ropa de La Momia Blanca se había lavado y había quedado del revés, mostrando su color negro. Rápido de reflejos, Karadagian encontró allí un nuevo personaje. Pero el inconveniente era quién interpretaría a La Momia boxeadora, la que se vengaría de los tormentos sufridos en el pasado. Desde hacía tiempo uno de los históricos de Titanes andaba con ganas de pasarse al bando de los malos, pero de un modo en que no fuera reconocido para evitar perder el cariño de los niños. Y así fue como Rubén Peucelle se calzó ese traje. Y El Ancho fue La Momia Negra.
La obsesión por los detalles
La entrada de Don Quijote y Sancho Panza tenía que incluir sí o sí un caballo blanco desgarbado, puro hueso, tal como la literatura definió a Rocinante. Así lo aseguraba Karadagian a quien quisiera escucharlo. Pero el problema era dónde conseguirlo. Al campeón armenio se le ocurrió rescatar un caballo de un matadero. De inmediato surgiría otro escollo: mientras mejor alimentado y cuidado estaba, menos se parecía a Rocinante. Finalmente fueron varios los caballos que se rescataron, usándose a lo largo de los ciclos.
Un misterio nacional
Los golpes y los cortes también eran un clásico también. Porque no era todo tan fácil como parecía. Rubén Peucelle necesitaba hielo tras luxarse el hombro. El método era fácil: al piso, con una barra apoyada. "¡Y no sabés cómo se le ponía! En carne viva…", recordaba en su momento Juan Carlos Agostinacchio, el ayudante que fue a buscar la barra a una fábrica que quedaba cerca.
Pero no tuvo mejor idea que pasar entre medio del público, al costado del ring, cargando el hielo sobre un hombro. Desde el control de cámaras Karadagian casi se muere: no entendía cómo el asistente no había buscado otro lugar para pasar, quedando al descubierto. Pero le llamó la atención la reacción de la gente ante la escena. "Si la próxima vez que te haga pasar, la gente vuelve a reaccionar de la misma manera, te salvás", le advirtió. Dicho y hecho.
Y otra vez teléfono, de Casa Rosada. Otra vez un presidente que lo llamaba; esta vez de facto, Alejandro Agustín Lanusse. "¿Cuál es la razón de ser de El Hombre de la Barra de Hielo?", fue la indagación, que se volvió canción: "El Hombre de la Barra de Hielo es un misterio, es un misterio. El Hombre de la Barra de Hielo es un misterio nacional. ¿Dónde vas con la barra de hielo? ¿A dónde vas? ¿A dónde vas?".
Santo de su devoción
Había un español que trabajaba en el puerto. Y cuando Karadagian lo encontró, estaba convencidísimo: lo quería como un cura luchador. En su cara sentía eso. Estaba obsesionado con esa idea. Pero sabía que el ponerlo en pantalla le traería muchos problemas con algunos sectores conservadores; hasta temió que ello pudiera provocar que le levantaran el programa. La idea quedó de lado y el trabajador portuario no llegó a participar del ciclo.
Tiempo después un español cruza a Martín. "¿Sabe que un compadre mío trabajó con usted? Entrenó y todo. Era inspector de granos en el puerto. ¿Le cuento algo, don Martín? Este hombre era cura: escapó de España cuando se enamoró".
SEGUÍ LEYENDO