De un amor impensado entre un civil que trabajaba con los militares y una madre veterana de la Guerra de Malvinas, nació una niña. La bautizaron Sabrina Testa. Quisieron los años —y quiso ella— que esa identidad se fuera deconstruyendo. O buscando su realidad. Un proceso arduo, complejo y, en varias circunstancias, doloroso. Y que todavía continúa, aunque ya no sea Sabrina pero tampoco Santiago. Es Sasa Testa.
Hoy, tiene 32 años. Es una persona de género no binario. Y decidió volcar toda su experiencia en un libro, Soy Sabrina, Soy Santiago. Género fluido y nuevas identidades.
—¿Qué te llevó a escribir Soy Sabrina, Soy Santiago?
—Dos cuestiones. La primera es que la autobiografía, como género literario, siempre fue considerada un género menor, y por lo tanto me pareció interesante tomar ese género que el discurso de la tradición hegemónica considera como de baja importancia para tratar de reivindicarlo. Y por otro lado yo creo, no lo sé del todo, que no había una autobiografía de una persona con mi vivencia personal del género. No había una autobiografía de una persona no binaria, o de una persona de género fluido.
—¿Cómo definís el género fluido?
—No soy ni hombre ni mujer. Para mí no hay atributos excluyentes de hombres y de mujeres, ni tampoco exclusivos de hombres, o exclusivos para mujeres. No creo en las categorías taxativas. De hecho me parece que son ideas que son construidas por un discurso hegemónico. Por ejemplo, si hacés un análisis histórico te vas a dar cuenta de que, en primer lugar, durante mucho tiempo las personas leídas como mujeres no tuvieron acceso al estudio, a la ciencia y al voto. Al no tener acceso al estudio, la historiografía como disciplina fue contada por corporalidades leídas como masculinas, y masculinas blancas, heterosexuales y con determinado estatus económico, de modo que la historia desde sus inicios es una visión parcial contada por un determinado grupo que detenta una determinada cantidad de privilegios sobre lo que dice que ha pasado en el mundo.
—¿Cómo tomó tu entorno que seas género fluido?
—Bien. En ese punto, lamentablemente tengo que decir que el no haber tenido problemas representa una situación de privilegio. Y digo lamentablemente porque no tendría que ser un privilegio que tu familia te acompañe; tendría que ser algo que ocurra todo el tiempo.
—¿Sufriste bullying en el colegio por pensar diferente?
—Sí, me ha pasado.
—Por ejemplo, ¿qué recordás?
—Una vez, en 2003. Yo fui a una escuela privada, católica apostólica romana, y estaba repartiendo en el recreo los flyers (volantes) de la Marcha del Orgullo (LGBTIQ) de ese año. Toca el timbre, entro al aula y la que era docente de catequesis me dice que: "Bueno, lo que pasa es que todavía vos no sabés lo que querés". "No, profesora, no se confunda: yo sé muy bien lo que quiero. ¿Por qué no viene a la marcha?". Y le entregué un panfleto.
—Me imagino que muchas personas tratan todo el tiempo de encaminarte hacia un lado, ¿no?
—Sí, por eso es tan necesaria la educación sexual integral en las escuelas para poder empezar a cuestionar nuestros propios modos de ver y de entender el mundo. Que no exista o que no se aplique una ley que es nacional, ya ahí, a priori, me genera un cuestionamiento sobre qué operatorias ocurren por detrás para que se decida no implementar. Evidentemente hay algo de lo que no se quiere hablar, o que no se quiere visibilizar. Y ahí está el preguntarnos todos, todas y todes, por qué no se quiere hablar o cuestionar aquello que ya está ocurriendo. El hecho de que no se enseñe educación sexual integral no significa que no haya cuerpos gestantes que aborten, ni que no haya embarazos deseados o no deseados, ni que no haya genitalidad, ni que no haya deseo. Ni que no haya también una orientación sexual distinta de aquella que la heterosexualidad espera que se tenga.
—¿Pero no creés que está avanzando, de alguna manera?
—Sí, yo creo que sí. Y quiero ser optimista también al respecto. Me hubiese gustado mucho que el aborto, no el aborto sino la despenalización sobre la interrupción voluntaria del embarazo, se hubiese sancionado porque eso ayuda a que la sociedad sea un poco más inclusiva. Pero no inclusiva desde un paradigma de "bueno, te tolero porque sos diferente", sino inclusiva porque se sabe diversa. Y porque ya entiende que no hay tal unidad pretendida, sino que por suerte hay una diversidad, y está ahí.
—¿Qué fue lo más difícil por lo que tuviste que transcurrir a lo largo de todo este tiempo?
—La muerte de mi mamá. El 11 de septiembre de 2004. Pero eso para mí marcó un antes y un después de la vida. Se enfermó de cáncer y se murió. Ahí la cabeza me hizo un clic y empecé a preguntarme cómo quería vivir. Para mí la pregunta ya no es cómo quiero morir, porque eso es inevitable; lo que me pregunto todos los días es cómo quiero vivir.
—Y a partir de ahí, ¿qué hiciste diferente?
—Empezar a vivir. Sí, empezar a vivir más tranquilo.
—¿Antes llevabas una mochila pesada?
—Y sí, sí… Porque nos guste o no, y sobre todo en edades de juventud, la mirada ajena pesa. Y después de eso cada día me pesó menos, sí. Porque de última, si me tengo que morir quiero mirar para atrás y saber que hice todo lo que sentí, que amé todo lo que quise amar.
La pregunta ya no es cómo quiero morir, porque eso es inevitable; lo que me pregunto todos los días es cómo quiero vivir
—¿Y cómo lograste hacer para que la mirada ajena no pese tanto?
—Le saqué importancia, le resté poder. A mí me gusta pensar que no tengo que perder de vista quién soy, ni de dónde vengo, ni qué dolores cargo, porque a veces en el barullo de la cotidianeidad nos dejamos encantar por cosas que no nos hacen a nosotros, a nosotras, a nosotres, en esencia, si es que hay una esencia, ¿no? Pero a mí me gusta pensar eso: no perder de vista quién soy, de dónde vengo, qué cosas quiero, a quiénes amo, quiénes me aman, quiénes me han amado, para no salirme de ese eje. Porque eso hace que esa mirada ajena pese cada vez menos.
—¿De qué te sentís orgulloso?
—De haber podido salir adelante después de haberme sentido tan solo y de haber hecho con mi vida lo que quise, aun cuando a veces no tenía… miraba alrededor y no tenía a quién pedirle un consejo.
—¿Durante mucho tiempo te sentiste solo?
—Y sí, sí…
—¿Hablamos de años?
—Años, años. Sí, fueron años. También me da orgullo poder decir que tengo miserias adentro como todas las personas, y que prefiero aceptarlas y llevarlas conmigo antes que estar ocultándolas o fingiendo algo que no se corresponde con quien soy, o con la clase de persona que quiero ser. Y me da orgullo también amar a la persona que amo.