Llegó al lugar donde durante años solo llegaron sus sueños. Fue el viernes 28 de septiembre, con los ojos bien abiertos y el corazón que se le escapaba del cuerpo, cuando se subió al escenario que siempre había deseado.
El Carnegie Hall de Nueva York brillaba. Y Fito Páez (55) brilló en esa sala donde antes desplegaron todo su talento figuras como Liza Minelli, los Rolling Stones, los Beatles, hasta Mercedes Sosa y Astor Piazzolla.
En su noche mágica no estuvo solo: lo acompañaron "toda mi gente querida": su novia, la actriz María Eugenia Kolodziej (28), sus hijos Margarita (14, de su relación con Romina Ricci) y Martín (20, de su vida junto a Cecilia Roth), y sus grandes amigos de la juventud. Fito sintió sobre ese escenario que ya nada más podía pedirle a la vida.
Ahora, cuando la emoción aún perdura pero siente que ya no tiene que pellizcarse para saber que no estuvo soñando, Páez dice frente a Infobae sentirse "pleno y libre". Y confiesa que en su vida va liviano "porque no le debo nada a ningún partido político, ni tampoco busco agradar".
Pero a Fito Páez, quizás como a su música, es mejor no presentarlo. Hay que escucharlo. Escuchemos, entonces.
—¿Que pensás de las redes sociales?
—El teléfono es una máquina de dominación brutal. Todo lo que me pasa a mí, 'yo, yo, yo' todo el tiempo. Y también es una máquina de anestesiar. Ahora hay revolucionarios de Instagram. O de Facebook, o Twitter. No, no va eso. Eso está paralizado ahí. La acción siempre es en la calle, en el Parlamento. Todo se hace allí. En los escenarios reales, no en la virtualidad.
—¿Y los trolls?
—Me da miedo la virtualidad. El otro día leí un informe sobre cómo se forman los ejércitos trolls para atacar o denostar a alguien, es terrorífico. Es un método bélico claramente, ¿no? Con sus sistemas, sus protocolos bélicos formales.
—¿Te afecta lo que digan de vos?
—No, no leo nada. Igual ya sabés cómo es eso, el 33% te ama, el 33% te odia y el 33% no le importa nada lo que hacés, la vida es más o menos así.
—¿Cómo te informás?
—Yo leo las cosas que me dan ganas de leer. Escucho la música que me da ganas de escuchar. A esta altura de mi vida ya releo y reescucho, estoy en ese período. Volver a escuchar a Charly, volver a escuchar a Haydn, volver a escuchar a Mozart, volver a escuchar a Spinetta, volver a escuchar a Nebbia, a Steely Dan, a Mitchell. Y volver a descubrir cosas increíbles, volver a leer a Borges. Guau, es otro… Lo lees desde otra perspectiva cuando pasa el tiempo, es increíble ese momento. Son las mieles de la vejez (risas).
—¿Te preocupa el paso del tiempo?
—Claro, cómo no me va a preocupar, muchísimo. No me puedo emborrachar tanto como antes. Me tengo que cuidar mucho más. Ya si como la pizza después sé que se me va a hacer más difícil bajarla. Soy flaco con panza, no quiero.
—En la canción "Al lado del camino" decís: "No pertenezco a ningún ismo". Y quizás muchas veces se te asocia con algún partido político, mismo con el kirchnerismo.
—No, es un error. No tengo que operar para nadie, no tengo que quedar bien con nadie, no hago las cosas para que alguien esté más o menos contento, no tengo que agradarle a nadie. A mí me gustaron muchísimas políticas del kirchnerismo, pero realmente yo no militaba el kirchnerismo porque no soy un hombre que milite en la vida política.
—¿Qué te gustaba del kirchnerismo?
—Sacaban el matrimonio igualitario, vamos. Sacaban la asignación universal por hijo, vamos. Se creaban universidades públicas, vamos. Che, ¿cómo no? O sea, todas las cosas que yo veía positivas las apoyé y estuve allí, fui con mi cuerpo, di la cara, no tenía nada que ocultar. Pero no formé parte, no estoy afiliado a un partido político. Yo soy un hombre de las artes y de las humanidades, y eso no quiere decir que sea algo bueno (risas).
—¿Pero no sentís que mucha gente te colgó la etiqueta kirchnerista y se te cerraron puertas?
—No. Tocamos en el Carnegie Hall el sábado, me están lloviendo millones de ofertas para hacer mil cosas, de mil plataformas digitales para compañías de discos, de managers, de Europa, aquí, allá. No, no, no se cierra ninguna puerta. Lo que sí te puedo decir es que el mundo no son los editoriales de los diarios argentinos. Hay un mundo allí afuera del correo de lectores de los diarios y de los editoriales, de las cuatro o cinco personas que leemos todos los días los diarios…. el mundo es muchísimo más amplio que eso.
—¿Lo decís por algo en particular?
—No, porque lo vivo, porque lo veo. Yo soy un viajero. Estoy en Colombia, estoy en Brasil. Te vas a Europa, te vas a Medio Oriente, y ves que hay otras realidades. Y que la nuestra específica es muy neura ¿viste? Todavía la idea de Martínez Estrada sobre La cabeza de Goliat pensando en Buenos Aires, y sobre todo Argentina, sigue siendo real, y fue escrita en los años 50, 60, creo. Todavía esa mirada sobre el país sigue teniendo una actualidad impresionante. Lo recomiendo el libro, La cabeza de Goliat.
—¿Creés que existe la famosa grieta?
—No. La grieta es una cosa que se inventaron ahora un par de caballeros y unas señoritas con tiempo libre y sin formación cultural. El mundo es así. La grieta ¡qué antigüedad! Siempre estaba lo de Boca y River, no es de ahora, muchacha. En Rosario yo conocí familias rotas por Central y por Newell's, familias que no se hablaron nunca más. Esos hechos se suceden en todos los países, los demócratas y los republicanos…
—Pero la grieta es parte de nuestro día a día…
—Mirá, es peligroso el 'Yo, yo, yo, yo' hundiéndome cada vez más. Porque decís 'yo, yo, yo' y las cosas crecen. Pero el 'yo, yo, yo, yo' nunca hace florecer nada, eso también lo sabemos. No florecen las cosas si la mirada es al ombligo. Porque cuando estás desconectado del mundo y de los demás lo único que cargás es la amargura de creerte que sos lo único que existe en el universo… y que vale la pena. Esas son vidas desgraciadas.
—¿Cómo te fue en el amor a lo largo de tu vida?
—Un quilombo, un quilombo bárbaro. Me sentí muy amado y amé mucho. Siento que he tenido una vida, que tengo una vida privilegiada total en ese sentido. Soy totalmente hétero, me vínculo con las mujeres, con las personas que han estado conmigo de la mejor manera que hemos podido cuando fuimos pareja.
—¿Y las rupturas?
—Creo que no hay ninguna maldad sino que a veces en las vidas maritales las cosas pueden tomar rumbos que pueden ser incómodos para alguno de los dos y eso genera la ruptura. Pero te diría que con casi todas mis ex parejas mantengo un vínculo precioso, de amor, de encuentro permanente, ya sea por la red o a través de los hijos, tanto con Cecilia, con Romina, con Fabi Cantilo. Son parte de la familia, yo soy parte de sus familias. Entonces hemos elaborado vínculos sanos, complejos pero sanos.
—¿Creés en la suerte?
—Sí. Yo creo mucho en la suerte. Creo que hay voluntad de muchas personas que hacemos esto pero también la suerte es importante. Y la curiosidad ¿viste? Así que es una mezcla de todos esos elementos. Yo no paro en ese sentido. No sé, si lo puedo hacer aquí lo puedo hacer en la triple frontera. Siempre tengo una idea para escribir.
—¿Cómo sos como padre?
—A veces, como todo padre, te ves desconocido, loco, zarpado en tu casa diciéndoles cosas. Por qué le dije esto a Martín, por qué le dije esto a Margarita… Me acuerdo siempre de un momento cuando fuimos a ver a U2 en La Plata, Martín tenía unos 12-13 años, y cuando empezó el concierto sacó el teléfono y quería filmarlo, y yo que soy un viejo choto milenario policía de la ciudad de Rosario le dije "no, no filmes con el teléfono porque te vas a perder el concierto". Y se puso a llorar. Entonces me hizo tanto daño hacerlo llorar, que pensé "qué viejo choto que soy", ¿entendés?
—¿Qué te preocupa hoy?
—A mí me preocupa hacer reír a mis hijos. Y que se pongan bananas en la cabeza. Que se diviertan. Que tengan un mundo… El mundo después se va a ocupar de decirles que fue y será una porquería como decía Discépolo. Pero mi tarea como padre es hacerles la vida hermosa, que vean la parte hermosa del mundo. Y en eso estoy.
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