El 28 de septiembre de 2010, cuando el país entero se conmocionaba ante la triste noticia de su muerte, su luz pasó a otro plano para seguir brillando fuerte en el corazón de quienes la aman. Porque, para todos ellos, Romina Yan sigue y seguirá viva para siempre.
La hija mayor de Cris Morena y Gustavo Yankelevich falleció de un infarto cuando tenía apenas 36 años de edad. Era mamá de tres hijos, Franco (18), Valentín (16) y Azul (12), fruto de su amor con Darío Giordano, un técnico de Telefé con quien se casó en 1998. Y le esperaba todo un futuro por delante. Pero se fue cuando nadie se lo esperaba, dejando a su familia y a sus fanáticos sumidos en un profundo dolor.
Sin embargo, la memoria de Romina nunca murió. Y esto quedó demostrado el pasado miércoles 5, día en el que hubiera cumplido 44 años, cuando su mamá le organizó un homenaje en el Teatro Gran Rex, en el que todos la recordaron al grito de #ViveRo.
Allí se reunieron quienes la seguían de la época de Jugate Conmigo, quienes la veían en Chiquititas, los que disfrutaron de tiras como Provócame, Amor mío, B&B o Casi Angeles, y quienes la seguían de Play House Disney. Porque todos ellos quedaron encandilados con su carisma y su ternura. Y no quisieron perderse la oportunidad de escuchar sus temas una vez más, en boca de quienes compartieron con ella tantos años de éxitos.
Pero también se reunieron ahí sus afectos más cercanos, que son los que más afectados se vieron por su partida. De la mano de su madre, sus tres hijos se animaron a subir al escenario a cantar en su honor. Y demostraron que el mayor legado que dejó Romina en esta tierra, quedó a buen resguardo en el seno de su familia.
En su momento, la actriz confesó que había empezado a trabajar en televisión siendo tan joven sólo para poder estar un poco más cerca de su madre, una obsesiva de su trabajo. "Era la única posibilidad de compartir más tiempo juntas", decía. Así que entró a Jugate a través de un casting, sin decir cuál era su verdadero apellido. Y los productores recién se enteraron de quién era después de haberla seleccionado para el programa, que por entonces producía y conducía Cris.
Pero la realidad es que Romina logró liberarse enseguida de los prejuicios de ser "la hija de", para ganarse un espacio por mérito propio en el mundo artístico. Y, muy a su pesar, se convirtió en una de las heroínas más exitosas de la Argentina, tanto en tiras infanto-juveniles como en telenovelas que extendieron su fama a países como Israel, México y Brasil, entre otros.
"Yo no quería saber nada con la tele. Yo la odiaba porque sentía que les quitaba tiempo a mis padres…Pero era inevitable que terminara trabajando en esto porque en mi casa se hablaba todo el tiempo de la televisión. Tampoco me gustaba salir a la calle y que a mi mamá se le tiraran encima para que yo quedara a un lado. No me gustaba la exposición", reconoció Romina, quien finalmente cedió a su vocación y terminó haciendo la misma carrera que su madre.
Sin embargo, la vorágine laboral a la que se sometió siendo apenas una adolescente, también repercutió en su cuerpo. Romina reconoció haber sufrido anorexia desde los quince años. Y, aunque luego logró superar el problema, la realidad es que la enfermedad de base siempre quedó latente y fue un desafío con el que ella tuvo que luchar todos los días de su vida.
"Cuando empecé en Jugate tenía problemas de anorexia y, después, me fui para el otro lado. Sentía que no podía encontrar un equilibrio: o estaba muy flaca o estaba muy gorda, no podía frenarme. Así que fui a terapia y, de ahí, empezaron a surgir un montón de conflictos que yo somatizaba a través de la comida", contó Romina.
Pero el hecho de haber encontrado el amor, de haberse convertido en madre y de haber logrado compatibilizar su carrera con su vida personal, también la ayudó a lograr la armonía que necesitaba. "Me llevó un par de años poder encontrar el equilibrio. Hice terapia y conocí a Darío, que fue mi pilar porque me ayudó a aclarar mi cabeza, dónde nacía mi conflicto. Y me reconcilié con mi cuerpo", había dicho Romina después de haber llegado a un momento de plenitud.
Por aquel entonces, Romina tenía más que claro qué era lo que realmente importaba en su vida. "Mi prioridad es la familia y trato de mantener el equilibrio con mi carrera. Si un año trabajo mucho, al siguiente freno un poco para poder llevar a los chicos al colegio, al médico y estar más tiempo con ellos, que son lo fundamental para mí", decía segura de poder ver crecer a sus hijos felices.
Claro que la desgracia no avisa. Y un día cualquiera, cuando venía de entrenar como lo hacía habitualmente, Romina se fue para siempre de este mundo. Pero dejó su presencia marcada en sus trabajos, en sus canciones y en la alegría que repartió tanto entre sus parientes como en todos los televidentes que, aún del otro lado de la pantalla, llegaron a sentirse también parte de su familia.
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