"No me subí a ninguna moda. Yo soy la moda en ese caso. Y nunca estoy de moda", dice un Favio Posca auténtico, fiel a su estilo, irreverente, transgresor y fundamentalmente creativo.
"Siempre fui así. Cuando empecé no me propuse hacer teatro para que me venga a ver la gente joven. La gente joven me vino a ver sola, se identificó conmigo y fue un encuentro natural", recuerda con Teleshow sobre sus inicios en 1994. Hoy, 24 años después, sus emblemáticos personajes los acompañan en Lagarto Blanco, los viernes y sábados en el Paseo La Plaza.
—¿Qué pasa con los personajes abajo del escenario?
—No queda nada. Lo que pienso como artista respecto de lo que es la actuación tiene que ver con la transformación, la deformación, el dejarse penetrar por seres y componer personajes que uno no es, y después dejarlos que se diluyan, y transitar por la vida desde otro lugar. El escenario y mi vida son cosas totalmente diferentes, y a la vez, la pasión por lo que hago es absoluta.
—¿Hay algo con lo que digas: "Con esto no se puede hacer humor"?
—Dentro de mi mundo, del mundo Posca, no hay nada que no se pueda. Hay cosas que yo no hago, pero no porque no quiera sino porque directamente no entran en mi mundo. Lo que hay es lo que ofrezco, y lo ofrezco con todo. El límite es darle absoluta calidad a mi espectador.
—Hace poco Alfredo Casero me decía en este mismo estudio que estamos pasados de corrección política y que eso atenta contra el humor.
—En mi caso no atenta la situación política-social inmediata. La gente se ríe mucho con lo que yo hago, pero no sé si me considero un humorista, y menos de la situación política-social inmediata.
—No hay un monólogo que tenga que ver con la actualidad, con el dólar, los cuadernos de las coimas o los bolsos de José López. No va por ahí.
—Nunca lo hubo, ni siquiera como referencia. Son mundos totalmente ficcionarios y por ende mucho más difíciles de hacer entrar a la gente.
—Dentro de esos mundos ficcionarios aparecen temas como la droga y la sexualidad. Y hoy toda la temática de género es muy delicada de tratar. Hemos visto cosas en el humor que ahora son impensables.
—Sí, totalmente. Me parece muy bien lo que está pasando en la sociedad respecto a eso. Si vos te referís a qué me pasa a mí como artista, tampoco estoy rozado por eso porque mis mundos son realmente ficcionarios y cada personaje piensa y tiene su propia psicología. Todo lo hago con un sentido de respeto absoluto, y sin meterme a ofender a nadie.
—¿Hay alguno de tus personajes que sea tu preferido?
—Son muy distintos. Ponele, Pitito es un personaje que ama la gente, y es tan distinto del resto. Son seres muy queribles todos y a la vez muy deformes. No podría quedarme con uno. Cuando arriba del escenario me pasa que siento que a mí ya no me divierte tanto algún texto, o algún personaje, lo saco para salvarlo.
—¿Pasa mucho?
—No, pero pasa.
—¿Cómo está funcionando hoy el teatro?
—Es un momento complicado. Viene siendo desde hace bastantes años. La verdad que soy un tipo súper agradecido porque tengo bastantes cosas en contra y todas a favor. En contra es la trasnoche, la inseguridad, el frío, el invierno. Y sin embargo, a favor, que la gente va, llena el teatro y paga una entrada. Ahora en el mundo de las redes sociales, donde todo parece tan brillante y tan creativo, es muy complicado que esa gente se mueva y vaya al teatro. Podés tener 300 millones de seguidores pero hay que ver si pagan una entrada, y yo hace más de 25 años que vengo llenando el teatro y la gente vuelve, con el boca a boca.
—Algo de esto hablamos con Javier Faroni, empresario teatral: hay mucha gente muy exitosa en las redes, pero eso no necesariamente se traduce después en que llene un teatro. La primera vez puede ser, pero hay que sostener una temporada de teatro.
—Totalmente, es así. Aún si se tradujera, cosas que no se traduce y coincido totalmente, la gente siempre va a necesitar ver a un artista en vivo. El poder de las redes sociales puede ser maravilloso y yo me adapto, me encantan. De hecho las utilizo a mi modo, no entro al modo de "soy Posca en las redes", sino con mis tiempos; no meto cosas todos los días, y cuando me meto, explota. Pero después la gente me pide más y yo por ahí en una semana no hago nada. A la hora de la verdad la gente, ahora y dentro de 30 años cuando tengamos la Internet en nuestras pupilas y que estemos así, tipo (la serie) Black Mirror, igual la gente va a necesitar ver a un tipo arriba del escenario. Porque la transpiración, la sangre, es algo muy humano.
—Hay un "Modo Posca" del que hablás: no te traicionás a vos mismo en eso. No te adaptaste ni a la gente, ni a las edades ni a los millenials, ni a las redes.
—No, totalmente. Siempre fui así. Cuando yo empecé no me propuse hacer teatro para que me venga a ver la gente joven: la gente joven me vino a ver sola, se identificó conmigo y fue un encuentro natural. Siempre seguí en ese camino paralelo, atento a todo lo que pasa, pero siempre paralelo. No me subí a ninguna moda. Yo soy la moda en ese caso. Y nunca estoy de moda. Soy Posca, es paralelo a todo lo que está pasando. He competido con los Rolling Stones cuando vinieron y he llenado el teatro con un River explotado. Yo dije: "Vienen los Rolling, tengo que suspender. No, vamos a hacer la función igual". Bueno, ese día explotó. Y dije: "¡Joder, tío!".
—¡Le ganaste a Jagger! ¿Te das cuenta?
—No sé si le gané, ¡pero por lo menos los dos estábamos vibrando arriba del escenario a la misma hora! Tiene que ver con eso, con la autenticidad de lo que soy yo como artista y como persona también. Eso me hace creíble y querible en la calle. Yo lo siento.
—¿A qué edad te escapaste por primera vez de tu casa?
—Con permiso, eh; no es que me escapé. Pero tipo 15 años yo vivía en Córdoba, en las sierras, y me iba a dedo: me venía a Buenos Aires a ver shows de rock y dormíamos en cualquier lado. Había un neohippismo, pero no una cosa de escaparme sin avisar: "Bueno, me voy sí o sí".
—¿Les diste muchos dolores de cabeza a tus padres?
—No. Siempre tuve una comprensión bastante amplia de parte de mis viejos, tanto mi vieja como mi viejo, y eso también me dejó un poco solo porque me comprendían tanto que si no quería, no estudiaba. Así repetí dos veces primer año, me echaron de casi todos los colegios, era bastante revoltoso.
—¿Después lo terminaste?
—Sí. La secundaria la terminé en Mar del Plata en un nocturno, con un par de amigos que eran tan desastre como yo. Pero sí, la terminé.
—¿Pero terminaste más por voluntad tuya que por presión de tus padres?
—Si, total. Y en el encuentro con el teatro tampoco se opusieron. Mi viejo falleció cuando yo tenía 18 años, más o menos, y yo arranco a estudiar teatro a fin de mis 18, justo terminando el secundario. Nunca se opusieron a nada, pero siempre me la tuve que buscar yo.
—La falta de límites en algún punto puede ser interesante porque te permite la búsqueda, y por otro lado no hay qué desafiar, y uno en la adolescencia también necesita eso.
—Exacto. Es peligrosa la falta de límites. Porque no llegás a darte cuenta cuán lleno está el vaso, o hasta dónde querés llegar. Me tocó ser como soy y encausarme. Podría haber sido cualquier cosa.
—Hoy, mirando para atrás, ¿sentís que hubo algún riesgo?
—Lo que pasa es que en la adolescencia uno siempre está finito. La adolescencia es peligrosa, es sufriente. Yo no recuerdo haberla pasado muy bien y era súper libre y me reía todo el tiempo, pero era una risa con un fondo de angustia. Esa cosa de decir: "¿Dónde estoy parado?, ¿qué voy a hacer de mi vida?".
—Y como papá, tenés a Manuela de 24 y a Rocco de 18. ¿Cómo te tocó su adolescencia?
—Y… complicada también. Pero tratando de acompañarlos, confiando en ellos y hablando, siempre y cuando quieran.
—Viene Manuela o Rocco, y te dicen: "Me voy a dedo a Puerto Madryn". ¿Qué hacés?
—Yo le diría: "Te pago un colectivo". ¿Para qué vas a ir a dedo? Si quiere ir a dedo no me opondría. Hoy en día a dedo es más peligroso que antes. ¿Tiene sentido? El "¿Para qué?" es clave. Hablar, dialogar. Tratar de (evitar el) "no es no", porque si le decís "no", se va a dedo.
—La prohibición por la prohibición en sí misma.
—La prohibición nunca. Siempre explicando por qué.
—¿Cómo se maneja el tema drogas con hijos adolescentes?
—Confiando en ellos y abriendo el terreno al diálogo. Creo que Manuela empezó a tomar alcohol a los 15, y me enteré por una amiga. Siempre hablamos ese tema, nunca le dije: "No tomes alcohol", pero siempre le dije: "Guarda con el alcohol porque te pasa factura", "Guarda con tomar de más", "Guarda con tomar berreta: tratá de tomar poquito, y bueno".
—No manejar…
—¡Manejar ni hablar! Prohibitivo absoluto. Es más sano explicarles el por qué que decirles "no", porque después pasa que los chicos toman de más y es tremendo lo que está pasando, sin saber.
—¿Te preocupa más el alcohol que la droga?
—Y… todo está dando vueltas. El alcohol está mucho más permitido y se minimiza el peligro, entonces les parece un juego. Y eso es peligroso. Tomarte 5, 6, 7 de esos cositos de alcohol me parece súper peligroso. Lo bueno es que entre los mismos chicos se cuidan, y uno un poco tiene que confiar en eso.
—Si le pregunto a María Luisa, tu mujer desde hace 25 años, ¿en qué momento me va a decir que sos insoportable?
—Te va a decir que, por suerte, mucho menos que antes. Nosotros trabajamos juntos creativamente, a veces yo no respetaba los límites de poder cenar tranquilos o estar juntos. Siempre mezclaba, y estar todo el tiempo en una vorágine de creatividad es divertido, pero en un momento agota. Puse un poco un freno y empecé a separar los tantos para que la pareja pudiera por lo menos equilibrarse.
—Más allá de no hacer política en el show, ¿a vos en la vida te interesa?
—Tomar la postura de no hacer política pudiendo hacerla arriba del escenario es una actitud política, es una decisión. El otro día lo escuchaba al ex presidente de Uruguay (por José Mujica), que es un capo total, y decía: "La política es una pasión, no es una profesión. No hay que vivir de la política sino para la política". Yo no tengo pasión por la política, no me veo hablando de política o analizando. No me interesa, me aburro.
—¿Cuándo entendiste que la misión era hacer reír?
—Tarde. Porque aun haciendo teatro y aun estando arriba del escenario, uno no es muy consciente.
—¿Vos creés en las vidas pasadas?
—Nadie me lo ha comprobado, pero sí. Es una cuestión de fe. Creo que sí: vamos evolucionando dentro de un mismo ser.
—En esta etapa tenía que ver con hacer reír.
—Sí, con ser un artista, desde lo más profundo del significado "artista". Mis espectáculos van todo el tiempo en la cornisa de lo dramático y la risa. Porque sus vidas son como fantásticas, pero a la vez muy reales y muy sórdidas por momentos. Yo elijo llevarlos para la risa.
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