En sus 38 años de vida nunca le había pasado de manera tan rotunda esto del éxito. No era tampoco lo que buscaba: sus primeros cinco filmes conforman -más o menos dispares- una suerte de obra poética, delirante, osada y anti taquilla. "Ya le había encontrado gustito al fracaso", dirá en esta entrevista sobre aquellos años.
Fueron los tiempos del cine independiente para Luis Ortega, los tiempos de la libertad absoluta, esos que lo prepararon para -ya con las luces del mainstream- incluir un plano detalle de los genitales de un actor. Así lo hace en su más reciente película, El Ángel, que ya se perfila como la película argentina más vista del año.
En ella cuenta la historia del asesino serial Carlos Robledo Puch, basándose en el libro El Ángel Negro, de Rodolfo Palacios. Pero esta vez no se trata de una producción independiente. Cuando le contó la idea a su hermano Sebastián, que nunca había producido cine, este decidió apoyarlo. Es de hecho la primera película de Underground. Luego se sumó K&S (una de las productoras más grandes del país), Telefé y El Deseo (la productora de Pedro Almodóvar). Y entonces sí, el cine de Luis Ortega llegó más allá.
No solo por el auspicioso estreno en Cannes hace meses, sino porque recién estrenada (el 8 de agosto), el día de su debut El Ángel tuvo más de 45 mil espectadores (45.142, para ser exactos). Además, durante el primer fin de semana en cartel fue la película más vista. Y otro récord: se proyecta en más de 352 salas en todo el país, número nunca antes alcanzado por otra película argentina. ¿De qué se trata entonces el éxito de El Ángel y cómo lo vive su creador? Él mismo lo dirá.
—¿Cómo te llevás con ver tu nombre empapelando toda la ciudad? El afiche de la película está en todas partes.
—Como si fuera el nombre de otro. Eso de que "yo es otro" (por el texto de Arthur Rimbaud), es cierto. No todo lo que hiciste, lo hiciste vos o necesariamente te pertenece. Ver tu propia película en el cine, con público, es lo más parecido a estar muerto: te produce una despersonalización intensa. Yo no lo hago. Encima casi siempre estrené con una sola copia, que es el mínimo que exige la realidad, y ahora estrenamos con 350. El que debe estar sintiendo cosas raras es Toto, con su cara hasta en la sopa.
—Lorenzo Toto Ferro (hijo del actor Rafael Ferro) fue una de tus grandes apuestas en esta película, y es sin dudas uno de los grandes aciertos. Su caracterización de Robledo Puch es sorprendente.
—Es mi representante en la tierra, al menos en esta instancia. Lo conocí muy chico, traté de darle todo el amor, pero viste que el amor no viene solo: pasó por situaciones de mucho rigor. Podríamos decir que hizo la colimba antes de ir a la guerra. En un momento sentí que era demasiado lo que le estaba pidiendo. Fueron meses y meses de ensayar todos los días, de estar perdidos, bailar, filosofar, caminar juntos y ver que el mundo es un teatro, que actuar es sobrevivir en esa disociación entre tu cara de alguien y saber que no sos nadie. Y en ese abismo cada uno construye quién es, pero también quién vas a ser para los demás.
—Lo convertiste un poco en vos.
—Son recuerdos de la infancia, las emociones puras y los sentimientos de inmortalidad. La posibilidad de manejar una inocencia y manipularla como si fuera de otro. Que es una manera de seguir protegiéndote. Tener siempre un pie afuera de la inocencia para que no te caguen. Por eso parece un cínico, pero se está cuidando de que el mundo no se ría de él, o que Dios no se ría de él, porque también es un paranoico. Pero a su vez si te transformás en un vivo bárbaro o en un adulto astuto, te perdés lo mejor, que es ver todo por primera vez sin la obligación de tener que interpretarlo.
—Además de recibir buenas críticas, el fin de semana fue la película más vista. ¿Tenías miedo de que no la fuera a ver nadie?
—Mis películas nunca las fue a ver nadie. Y tampoco los culpo, eh. El tema es que ya le había encontrado el gustito al fracaso y eso es algo que lleva mucho trabajo también, y pasa sin que te des cuenta: es un placer siniestro y circular. Por eso es importante saber armar equipo, elegir a tus cómplices. En este caso estaba dispuesto a triunfar, pero debo decir que se dio porque hubo un equipo con el que me gustaría volver a delinquir.
—Además, la película es récord en cantidad de salas: si pudieras darle esa chance a alguna de tus anteriores películas, ¿cuál elegirías?
—No creo que el pasado se haya equivocado. Quizá tuvieron la suerte que merecieron. Tal vez alguien las disfrutó.
—¿Cuánto te importaba que la película fuera fiel a la realidad?
—Digamos que tomamos algunos hechos que salieron de una primera confesión, nada más. No soy un historiador y no es la película de (René) Favaloro. Es como Bonnie and Clyde, o Juan Moreira. Es una tradición del cine. Se usa al bandido en oposición a un mal mayor, como la civilización, que supuestamente es el bien. Es una traspolación y para eso necesitás el lenguaje poético, en donde ya no se puede hablar de realidad. Es como El Conde de Lautremont.
Lorenzo Ferro (el protagonista) pasó por situaciones de mucho rigor. En un momento sentí que era demasiado lo que le estaba pidiendo
—Hay una escena en la que después de un asesinato dice algo así como que es todo un chiste, que no están muertos, que eso es una farsa. ¿Hay ahí una clave de lectura de la psicología del personaje?
—Es lo que siente. No cree en la muerte: piensa que es un artilugio, una puesta en escena. Dispara contra esa realidad que no se entera, contra los impostores, y contra sí mismo. Ahora que lo pienso, ¡mata gente dormida! Rompe el cristal esperando una revelación y la revelación es que no pasa nada. Dios no da la cara. Esa ausencia de Dios, en su lógica, se traduce a que todo está permitido. Lo habilita confirmando esta sospecha. Aunque si lo mirás de afuera lo que ves es un pibe tejiendo su propia emboscada.
—Hay en el personaje espacios opacos, cosas que no contás.
—Me propuse no vulnerar lo que la vida no te revela. En la tradición de narrar a mi me gustan los autores que se privan de entender o controlar el mundo que crearon. Es lo más sensato. Lo sensato es el lugar del asombro, el del fantasma que narra. Si querés explicar toda la psicología del personaje y contar toda la historia redonda, quizá es muy buena historia pero perdés margen de sorprenderte a vos mismo, que sos el primer espectador. Los cuentos son para que los chicos duerman; esto no tiene esa función, es más de personaje. Como Mujer Bajo Influencia. (John) Cassavetes y (Werner) Herzog ayudaron a crear este cine donde la historia es el personaje. Por eso Toto sabía lo que estaba haciendo y por qué lo estaba haciendo, pero no es lo mismo que lo sepa el actor que contártelo en la película. Una buena actuación está respaldada por esa fe, que no necesariamente hay que transformar en un discurso explícito.
—El cuerpo de Toto (del Ángel) es muy protagonista también, sobre todo ante la mirada de la madre de Ramón (el Chino Darín), y en los planos detalles de su boca.
—Es Ese oscuro objeto del deseo. Cuando era chico vivía en Miami y mi mejor amigo era colombiano. Su madre tenía esa especie de relación conmigo, y con su hijo tenía una relación aún más explícita. Fue una persona que me marcó. Teníamos 10 años. Mercedes Morán entendió todo ni bien leyó el guión, y aparte es una mujer muy sensual que no tiene la necesidad de subrayarlo. Empieza a actuar algo muy complejo de la misma manera que te dijo "Hola, buen día".
—¿Tuviste que pelear para que te dejen la escena en que se ve uno de los genitales de Daniel Fanego ?
—No. Los productores siempre estuvieron a favor en este proceso, pero tenés que poder explicarlo de alguna manera. Cuando escribí lo que observa Carlitos pensé: mejor no hablar de ciertas cosas, porque no las podés explicar, las tenés que ver filmadas. Así que la saqué del guión. Pero con mi amigo, que es el cámara Martin Fisner, pedimos un lente especial para ese momento. Y ahora nos gusta a todos, creo.
—¿Es efectivamente el huevo de Fanego?
—De quién es el huevo es secreto de sumario.
—Pensando en el éxito de la película y en el éxito en general, ¿qué es para vos la ambición y a dónde te conduce?
—No puedo reconocer la palabra relacionada al oficio, quizá sí al resultado, a mejorar la escritura, las puestas de cámara. Quizá perfeccionar el lenguaje te vuelve accesible, pero eso no es una concesión: es un logro. Acá tengo a los productores ideales, a mis socios de aventuras, no sueño con nada muy lejano. Por ahora quiero seguir vivo y estoy escribiendo lo que vendría después de esta película, que no termina de terminar.
Última: ¿el mundo está tendiendo más a hartarte o a fascinarte?
—Yo creo que son emociones que pueden ir a la par y en la medida en que crece una también puede crecer la otra, porque obviamente nos tiran a matar. No a mí, a todos.
SEGUÍ LEYENDO