En el mediodía de este sábado 23 de junio la música nacional perdió a una de sus voces más queridas: la de Violeta Rivas. Dueña de una trayectoria artística de más de 50 años, casi tantos como su matrimonio con Néstor Fabián, la cantante y actriz había sido internada en los últimos días en el Sanatorio Güemes, debido a una afección renal. Violeta también padecía de mal de Alzheimer.
Había nacido en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, con el nombre de Ana María Francisca Adinolfi. Y en su ciudad de origen ganó su primer concurso de canto: tenía apenas cinco años. Poco después se fue a vivir con su familia a Parque Patricios (el primero de los numerosos barrios porteños donde se crío, tras varias mudanzas), y comenzó a estudiar piano y canto lírico.
Tras participar de distintos concursos de canto, como en el Teatro Marconi y Radio El Mundo, obtuvo su nombre artístico cuando es contratada por la compañía RCA. Firmó su contrato y empezó a ganarse la vida como artista. Pero la fama la alcanzó en la década del 60, siendo integrante de la llamada Nueva Ola, una serie de figuras jóvenes (contratados por RCA) que derivaron en el programa televisivo El Club del Clan, de Canal 13. A partir de ahí, todo cambió para ella.
Chico Novarro, Palito Ortega, Johnny Tedesco, Nicky Jones y Raúl Lavié, entre otros, formaban parte del ciclo. "Algunos cantaban bien, y otros…", recordó Violeta hace unos años, en un reportaje con Clarín. Popular con el tema "¡Qué suerte!", la cantante no encontraba en Sudamérica una voz femenina que la cautivara, a excepción de Lolita Torres y aun cuando destacaba a Fabiana Cantilo. ¿Su preferida? Norteamericana: Barbra Streisand.
"Nicky Jones, pobrecito, no podía cantar nada. Johnny Tedesco, alguna cosita. A lo mejor su aspecto, y lo que representaban para las chicas…", decía Rivas, que supo incursionar en todos los géneros, habiendo editado 35 discos a lo largo de su carrera (el último en 2004, 20 secretos de amor). Y que con su voz trascendió las fronteras: fue aclamada en Perú y Venezuela.
Tras promocionar un romance ficticio con el actor Atilio Marinelli, en 1964 comienza su relación con el cantante de tangos Néstor Fabián. "Cuando lo conocí a mi marido yo tenía mi propio dúplex, casaquinta y auto; él no tenía nada. Le dije: 'Vas a darme tanta plata todos los meses y así vas aprender lo que quiere decir la palabra ahorrar'. Él me decía: 'Vos te abusás porque sos nuevaolera y yo, tanguero…'".
Tres años después dieron el sí en la Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, en Santa Fe, para cumplir con una promesa de Fabián: se la había hecho al sacerdote del lugar pidiendo por Violeta, que en ese entonces enfrentaba problemas en su voz. Y cumplió. Cumplieron, más bien. La ceremonia fue multitudinaria y con una gran cobertura de la prensa.
Juntos tuvieron una hija, Analía. Y con las décadas solidificaron un amor que se mantuvo -ya desde sus comienzos- al margen de cualquier escándalo.
Rivas sonreía cuando contaba que debió soportar que, en los 80, bromearan con aquel "¡Salta, Violeta!". Porque ella sonreía siempre, con su característico buen humor. Pero eso sí, advertía que Violencia Rivas, el personaje irascible de Diego Capusotto, tenía mucho de ella: "No me hagan enojar… ", decía, pícara, quien también incursionó con éxito en el cine (hizo seis filmes en cinco años).
Porque la suya, a no dudarlo, fue una vida de película. Y a pesar de que el final no puede provocar más que tristeza, desde hoy mismo será recordada con una sonrisa…
Y una ovación de pie.
¡Hasta siempre, Violeta! Gracias por la voz.
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