Está en boca de todos. Con el éxito de la serie que recrea la vida y la explosión de la carrera de Luis Miguel, la figura de su padre, el temible Luisito Rey, es comentada, repudiada y hasta parodiada por todos lados.
Pero son pocos los que recuerdan que, luego de una tirante etapa en la que el cantante se distanció de su progenitor, –tal como se puede ver en la ficción, el hombre fue artífice de su fama pero también responsable de varios de sus sinsabores– hubo entre ellos una breve y emotiva despedida.
En las primeras escenas de la tira, que semana a semana se actualiza en Netflix, se puede ver a Luis Miguel poco antes de subir a un escenario para dar un show en Paraguay a fines de 1992. Su manager le anuncia que su padre está mal de salud y que lo acaban de internar en Barcelona.
Los caminos, a partir de aquí, se bifurcan. Es que, en la serie, la narración va hacia atrás en el tiempo. En la vida real, el artista decidió seguir adelante con su trabajo: tenía 22 años y una carrera en ascenso continuo. Llenaba estadios, sus discos no paraban de venderse y hacía delirar a sus fans por todo el continente.
Entonces viajó a Buenos Aires y brindó una serie de shows en el Luna Park. Los seguidores del músico estaban extasiados: por varias noches, podrían verlo ahí, a pocos pasos de distancia, mientras interpretaba todos los hits de su exitosa placa del momento, Romance.
Hasta que un día, cuando supo que el estado de salud de Luisito Rey se agravaba con el paso de las horas y que quizá le quedaba poco tiempo de vida, decidió olvidarse de las peleas y rencores que los habían distanciado.
Súbitamente, y con varios compromisos laborales en la capital argentina, tomó un jet privado y viajó de inmediato a Barcelona para verlo.
UN PANORAMA INESPERADO
Al llegar a Barcelona, donde agonizaba Luisito Rey a causa de su adicción al alcohol y la ingesta de drogas, según reconstruyó el periodista Javier León Herrera en su libro Luis Miguel. La historia (Aguilar, 2018), el Sol de México entró en shock.
Según los medios de la época, el artista creyó que la situación de su padre no era tan grave como le habían comentado sus allegados.
Tampoco imaginó que, luego de cinco años de distanciamiento, el poderoso Luisito Rey iba a terminar prácticamente solo, en la cama de un hospital público de las afueras de la ciudad.
Uno de los testigos de aquellas horas difíciles para Luis Miguel fue el fotógrafo argentino Gabriel Piko, que entonces trabajaba para la editorial Atlántida desde Europa.
"Llego a España y al poco tiempo me llama un histórico corresponsal de la editorial. Me dice: 'Tengo un laburo para vos, está internado el padre de Luis Miguel'", recuerda en diálogo con Infobae el reportero gráfico.
La misión de encontrar al padre del astro no resultó sencilla. El fotógrafo empezó a buscar en los mejores centros de salud de Barcelona pero no lograba dar con el paradero de Luisito Rey.
"Hasta que lo encontramos a través de la red pública en un hospital muy lejano, cerca del aeropuerto. Me fui para allá y no había nadie. El hombre estaba completamente solo en terapia intensiva, todo enchufado", señala Piko.
Cuando finalmente arribó el hijo mayor de Luisito Rey, la escena fue conmovedora. Luego de llegar al lugar en un auto importado y rodeado de su pequeño séquito, para el cantante todo fue desconsuelo: su padre ya estaba inconsciente, por lo que fue imposible cruzar con él alguna palabra.
"Le tocó las manos. Lo miró fijo. Le acomodó el pelo. Le dio un beso en la frente. Y estalló: '¿Qué pasó, papá, qué pasó?', preguntaba. Como respuesta, el silencio", aseguró la revista Gente en su edición del 17 de diciembre de 1992.
"Estaban padre e hijo solos por primera vez en mucho tiempo. Pero esa soledad resultó inútil. Ya nada podía decirle. Su padre ya nada podía escuchar. Las disculpas no habían llegado a tiempo. El rostro de Luis Miguel se llenó de lágrimas, sólo pudo gritar: '¡No puede ser, no puede ser'", agregó el cronista de ese medio.
"Cuando él sale de verlo en el hospital, sale quebrado. Estaba completamente dado vuelta. Estaba fuera de sí, fuera de la realidad, era un ente", señala el fotógrafo Piko, uno de los pocos testigos de aquel momento.
"Incluso me ve ahí y me abraza, llorando. Me dice: '¿Cómo no me llamaron antes, cómo no me avisaron que mi papá estaba en un hospital? Les hubiera mandado plata para que lo llevaran a la mejor clínica'", relata el fotógrafo.
"Como me encontró ahí y era de las pocas personas que estaba, en su tristeza pensó que yo era un amigo del padre", apunta.
Desesperado por ver a su progenitor en ese estado, según cuentan las crónicas de las revistas de aquellos tiempos, Luis Miguel pidió que le consiguieran los mejores médicos de España.
Pero no hubo caso: pocas horas después, Luisito Rey murió.
"Luis Miguel estuvo al lado de su padre, hasta el último minuto. Los malos momentos vividos en el pasado no fuero suficientes para borrar el cariño que en el fondo sentía por su padre. Vencido por lo inevitable, se abrazó a Alejandro (su hermano) y lloró. Perdió esa fuerza aparente que lo muestra siempre entero", detalló la revista argentina Caras, en su edición del 17 de diciembre de 1992.
"Rodeado de familiares y de sus representantes, Micky debió ser atendido por su médico particular, quien le suministró calmantes", agregó la revista.
Tras la muerte de su padre, el cantante se dirigió al hotel donde se alojaba, donde recibió las condolencias de sus familiares y amigos.
"Tengo entendido que en esos momentos pidió que lo llevaran a conocer el lugar donde vivía el padre", señala Piko.
Entonces el intérprete de La incondicional se trasladó hasta Castelldefels, a veinte kilómetros de Barcelona, donde su progenitor tenía un departamento en el que había pasado sus últimos días. Allí estaban sus discos, sus fotos, sus apuntes.
La jornada siguiente sería igual de dolorosa para el artista. Lo esperaba una despedida íntima, que incluyó la cremación y una misa, en el cementerio de Collserola, Barcelona.
Luego de las distintas ceremonias, Luis Miguel se dirigió hasta el aeropuerto. Quería volver de inmediato a Buenos Aires, a cumplir con sus tareas pendientes. El show, a pesar de todo, debía continuar.
Entre otras cosas, pese a los rumores que indicaban que iba a cancelar distintas apariciones públicas, tenía agendado –y lo cumplió– cantar en Ritmo de la noche, el programa que por entonces conducía Marcelo Tinelli.
Pero lo esperaba una sorpresa más: antes de partir de España, su tío, Mario Gallego, le entregó un papel que contenía la última canción escrita por Luisito Rey.
Llevaba como título Cuando me vaya y el hombre se la regaló con la ilusión de que el joven la interpretara alguna vez, con su talento característico, en memoria de su padre. Una sombra que, sin lugar a dudas, lo acompañaría toda su vida.
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