Nació famosa. Cuando Juana Viale (36) llegó al mundo el programa de su abuela Mirtha Legrand llevaba 14 años en pantalla. Y sufrió con esa exposición. "Me gustaría pasar sin ser vista", dice aún hoy, si bien aprendió a lidiar con la imposibilidad del anonimato. Sabe marcar los limites, y ya no lo padece.
"Soy muy obsesiva en muchas cosas y el teatro me da esa libertad de poder ser maniática compulsiva con total libertad", reflexiona la protagonista (junto a Victoria Céspedes) de La sangre de los árboles, obra autogestionada que se presenta todos los jueves de junio en el Espacio Callejón, y que la llevará a a Francia, al Festival de Aviñon, del 16 al 20 de Julio.
"Cuando comenzamos con este proyecto hace casi cuatro años, fue armarlo, darle una estructura, un esqueleto, ponerle los músculos, ponerle la carne, ponerle todo", explica Juana sobre la obra que la llevó a pintar escenografías, involucrarse en la electricidad, armar vestuarios, a trabajar en todo lo necesario para la puesta en escena. "Es nuestro proyecto. Es nuestro sueño", dice.
Seguí leyendo: Leticia Brédice apoyó la legalización del aborto y Mirtha Legrand mantuvo su postura: "Nadie va a hacer que cambie de opinión"
—¿Tiene que ver con esta obra en particular o con el teatro en sí?
—Esta obra es particularmente nuestra. Todo lo que habla, lo que transcurre durante esta hora, este viaje, esta experiencia, más que ir a ver una obra de teatro es mucho de nosotras. Con el teatro me relaciono desde el lugar de la pulsión, desde la creación, de la autogestión.
—¿Te gusta más la autogestión y hacerte cargo del proyecto, o cuando llaman de una productora y está un poco más resuelto?
—No sé si la definición es "lo que más me gusta". Creo que lo que a mí me nace es esto. Yo no lo gestioné en la Argentina siquiera: lo hicimos en Chile, y envuelve mucho lo que es la obra también. Eramos una actriz uruguaya y una actriz argentina en tierra extranjera las dos: no éramos nadie a nivel artístico. Y fue como poder decir o hacer algo que va más allá de la profesión.
—¿Cómo te llevás cuando viajás con ese anonimato?
—El anonimato o ser uno, es distinto. Creo que poder identificarse y prevalecer el ser donde sea, es muy valioso. Tener que anular o contener a la persona, a uno mismo, es un trabajo extra.
—Acá, ¿todavía pasa mucho?
—Sí, todos los días. Me pasa que me reconocen un montón en la calle y ya por el hecho de que te reconozcan uno deja de ser quien es, en autenticidad.
—Vos naciste con eso de salir a la calle y ser quien sos.
—Nunca dejé de ser: yo soy Juana Viale. Pero hasta en el documento soy Juana Viale, ni siquiera tengo nombre artístico. Yo soy quien soy; el reconocimiento es otra cosa. Convivo con eso, aprendo de eso y lo voy manejando como puedo.
—Sos parte del homenaje a los almuerzos: vas a hacer de tu abuela en una ficción.
—Pareciera.
—¿Cómo es eso?
—Divertido. Es poder hacer lo que hacía en mi casa, pero grabado.
—¿Cómo era?
—Yo la imitaba a mi abuela en mi casa, la sentaba a mi abuela, a mi madre (Marcela Tinayre), a mis hermanos, a mi padre (Ignacio Viale del Carril), amigos y hacía los almuerzos en mi casa.
—La has reemplazado alguna vez.
—Pero no he hecho de ella.
—Si tu abuela algún día decidiera retirarse, ¿ocuparías ese lugar?
—No lo sé. Nunca podría ocupar el lugar de ella porque ella es ella.
—¿Cómo te llevaste con la conducción?
—Bien. Me gustó, la pasé bien (en Me gusta tu canción, en El Trece). Me gustó trabajar con chicos. Me hubiese gustado más que haya más conversación, porque no sé si todos saben pero era un programa grabado y todo lo que salía estaba reducido al mil por ciento. Me gustaría algo que sea más diálogo, poder conversar e intercambiar opiniones.
—¿Por qué elegís trabajar hoy?
—Porque vivo de esto, porque es mi trabajo, es mi profesión. Porque me gusta, porque lo amo. Porque soy muy inquieta. Porque soy expeditiva. Porque tengo mucho camino por recorrer. Porque me hago muchas preguntas. Porque disfruto. Porque soy niña, porque me gusta jugar. Un montón de respuestas te puedo dar.
—¿Qué pasa con los personajes cuando se termina un proyecto?
—Se termina el personaje. Queda un recuerdo, queda una anécdota, queda un momento. Pero no pasa de ahí.
—No se lo extraña.
—No. Se extrañan las personas reales. A los que componen.
—Y en ese sentido, ¿qué preferís que digan tus compañeros: que sos una gran actriz o una gran persona?
—Siempre prefiero la verdad. Creo que es mucho más importante la persona que la profesión. Define más al ser humano. Yo no soy una profesión.
—Pero está buenísimo tener la fortuna de trabajar en lo que a uno le gusta.
—Sí. Pero eso no te define. Prefiero que me digan mis hijos que me aman: esa es mi mejor profesión. Eso es lo que no sé hacer y lo que voy aprendiendo en la vida.
—¿Cómo sos como mamá? (Tiene tres hijos: Ámbar De Benedictis, de 15, Silvestre Valenzuela de 10, y Alí Valenzuela de seis años).
—Soy re mamá, me encanta.
—¿Te permitís contradicciones sobre la maternidad?
—Sí, te sentís ahogada y no querés más, no querés escuchar, no querés ruidos. Sí, re.
—¿Y qué te enoja?
—Que pasan los años y sigo diciendo las mismas cosas (risas).
—¿Que crezcan te gusta o te da cierta nostalgia?
—Me encanta. Me encanta verlos crecer. Me encanta cómo se van armando, cómo son niños, cómo son dependientes, cómo empiezan a luchar contra la dependencia y la independencia. Cómo empiezan a tener sus propios pensamientos. Cómo son creativos. Cómo se arman como seres.
—Si Ámbar quiere seguir tus pasos, ¿te gustaría?
—A mí lo que más me interesa es que mis hijos sean felices y que puedan ser ellos.
—¿Pueden tener una infancia privada?
—Súper feliz.
—¿Vos tuviste una infancia feliz?
—Sí, la tuve.
—Y como mamá de una adolescente, ¿qué miedos tenés?
—Miedo a lo externo, lo que no está al alcance de uno. Hablo mucho con mi hija, tengo mucha comunicación. Ella tiene un grupo de amigas y en este grupo de amigas las madres somos bastante amigas. Hablamos mucho de todo entre todas, no hay grandes secretos. Sabemos a dónde van, con quién están, qué es lo que hacen, cuáles son sus miedos. En eso estoy tranquila.
Estoy enamorada de mis tres hijos
—¿Cómo te llevas con los chats de madres?
—Al chat de madres de Ámbar lo amo: no solamente hablamos de hijas porque ya son grandes, hablamos un 30% de nuestras hijas y el resto es estupidez constante (risas). Después, de Silvestre no tengo chat.
—¿Cómo hiciste para no tener chat?
—Me fui.
—¿Cómo se hace?
—Me borré del chat. "¡Chau!". Y de Alí, muy bien también: es primer grado, es un rejunte de jardines, nos estamos conociendo y tenemos muy buena energía con todos.
—¿Estás enamorada?
—¿Por qué interesa tanto eso? ¿Qué les cambia? ¿El café con leche sabe distinto a la mañana? (Risas).
—¿Vos creés que no es interesante?
—No les interesa nada. Quieren preguntarlo para saber quién tiene la respuesta y si alguien tiene la noticia. Pero nunca la van a tener y siempre voy a decir lo mismo, porque es la verdad: estoy enamorada de mis tres hijos.
—¿Te gusta ocuparte de tu casa?
—Sí, me encanta. Soy re hogareña. La cama no te la hago, pero te cocino todo.
—¿Lavás los platos?
—Sí, me encanta. Soy media obse: cocino, lavo; cocino, lavo.
—¿El mejor plato que preparás?
—No sé si es lo que mejor preparo, pero lo que me piden mucho mis amigos es la tarta de cebolla.
—¿Y los chicos qué piden?
—Todo. Tenemos huerta. Nos gusta variar, comemos. Alí me pide "arbolito", que es brócoli (Risas). Tiene seis años, y come brócoli.
—¿Cómo te llevás con la crítica?
—Bien. No peleo.
—¿Te importa? ¿Te duele?
—No. Sé diferenciar lo que significa la crítica. Amo la crítica profundamente, me gusta que sean objetivos en cuanto a lo que uno realiza. Creo que eso es muy constructivo. Y también entiendo la crítica dañina, la crítica por hacer daño. Y esa crítica la sé leer, la sé entender, me sé reír y la sé ignorar.
—¿Y las redes sociales, donde hay una impunidad enorme?
—Y bueno, eso: impunidad. Nosotros somos un país que lucha contra la impunidad.
Si estuviese en la política perdería siempre, sería imposible (risas). Nadie me votaría. O la minoría
—Te manifestaste a favor de la legalización del aborto.
—Sí. Considero que el aborto va a existir siempre, sea legal o sea ilegal, y las mujeres van a morir. Y la dignidad de la mujer es algo elemental por ser mujer.
—¿La política te interesa?
—Nada. No creo.
—¿No creés en la política o no creés en los políticos?
—No creo en la política. La palabra ya siento que es discursiva, que tiene un discurso, que tiene un interés, que tenés que convencer, tenés que gustar, tenés que caer. Ser políticamente correcto nunca me interesó. Creo que es muy interesante ser lo que uno es y con eso poder hacer lo que uno pueda. Si estuviese en la política perdería siempre, sería imposible (risas). Nadie me votaría. O la minoría.
—¿Siempre te llevaste bien con vos?
—No.
—Se te ve súper plantada, relajada, marcando los límites donde querés marcarlos y charlando de lo que querés charlar. ¿Siempre lo tuviste tan claro?
—En cuanto a lo que quiero sí. Después puedo cambiar de opinión, pero siempre supe bastante lo que quería.
—Y poder implementarlo, ¿te salió fácil?
—No, no siempre me salió como quería y no siempre entendí el costo de lo que valía.
—¿Qué es para vos la felicidad?
—Está proporcionalmente relacionada a la cantidad de tiempo que yo esté descalza.
—¿Qué talento te gustaría tener que no tenés?
—Ser invisible. Soñar es gratis.
—¿Qué te gustaría hacer como invisible?
—Me gustaría observar sin ser observada. Me gustaría pasar sin ser vista.
—¿Fue un tema ser tan vista?
—Lo fue, no lo es.
—Porque en algún momento te amigaste con eso y dijiste: "Que miren lo que quieran".
—Sí, porque entendí dónde estoy parada, qué es lo que significa, de dónde vengo. Es amigarte, es entender, es comprender muchas cosas.
ENTREVISTA COMPLETA: