Nació en Mendoza, en el seno de una familia tradicional. Sufrió el abandono de un padre y vivió con lo justo y necesario. Terminó el colegio en su provincia y, dándole la espalda a los mandatos, decidió venirse a Buenos Aires con el sueño de triunfar. Pero fue un poco más allá… Vivió en México, Estados Unidos y Europa. Hasta que al regresar al país un mensaje en Facebook lo hizo llegar a ser quién es hoy…
Así es la historia de Robertito Funes Ugarte. Un hombre luchador que siempre buscó resaltar sobre la media. Y que hoy cuenta su vida en Teleshow.
—KZO, América, C5N: hoy debés ser uno de los periodistas que más horas de aire tiene…
—A mí me gusta trabajar, mucho. Y contar historias. Yo venía de la prensa gráfica, había hecho televisión afuera mucho tiempo, en los Estados Unidos, en Europa, en México. Y aprendí mucho, hasta hablar en neutro, que ya se me fue olvidando.
—¿Viviste ahí?
—Sí, cinco años en México, tres en Europa, siete meses en Miami pero aguanté mucho.
—¿Por qué decidiste volver?
—Todavía me lo sigo preguntando: "¿Para qué te volviste?". Pero había que retomar aquí eso que yo había sembrado en la prensa gráfica y en lo audiovisual, del 97 hasta el 2000. Me fui afuera porque me gusta viajar y probar en otros lugares. Hasta que en 2006 un Facebook me hizo volver.
—¿Un Facebook?
—Sí. Le mandé un (mensaje de) Facebook a Daniel Hadad. Le pedí trabajo y me respondió. Y entré a trabajar a C5N.
—¿Pero qué le pusiste: "Hola, quiero hacer…"?
—"Hola, ¿qué tal? No sé si me conoces: soy fulanito. Estoy por Buenos aires, sé que estás armando un canal". "Bueno, vení a verme", me dijo. Nunca me había atrevido a pedir trabajo por las redes sociales. Me mandé. Y aquí estoy. El debut con los muchachos de El diario.
— En vivo.
— Sí, en vivo (risas). Era fuerte entrar con (Eduardo) Feinmann, Paulo Kablan, sentarme con todos ellos. "¿Ahora de qué me disfrazo?", dije. Y funcionó divino.
—¿Soñabas de chico con esto, o se fue dando?
—De chico. Crecí en Mendoza, una sociedad muy cerrada. Hijo de padres separados en ese momento; posteriormente divorciados. No había chances de elegir lo que uno quería hacer: los mandatos ya estaban prefijados. Mi familia venía de la abogacía, de la diplomacia, un tío mío fue embajador en el Vaticano. A los 17 salí del colegio, estudié abogacía un año y medio con las mejores calificaciones, de la bronca que tenía, porque si yo estudiaba me mandaban a Buenos Aires, de viaje. Y cuando llegué acá, dije: "No vuelvo más". Y me quedé.
—¿Cómo lo tomaron en tu casa?
—Lo tuvieron que tomar. Mi madre me hizo caso porque siempre vio que yo era bastante responsable y me la podía bancar solo. Imaginate: nos criamos solos, prácticamente, con mi madre laburando mañana, tarde y noche, con un padre que se fue, y una familia que era un poco… era presión, ¿viste? En mi familia dijeron: "Este chico va a ser abogado". No me lo preguntaron. Y por esas cosas de la vida llegué a Buenos Aires y estudié en la UCA, trabajé en la Casa Rosada, no era ñoqui pero era un pinche de los que estaban ahí, en prensa de Jefatura de Gabinete. Lo hacía porque lo tenía que hacer. Pero cuando entré a un estudio de televisión y de radio dije "Acá estoy, me voy a animar". Y ahí comencé.
—¿Y cómo lo comunicaste en tu familia que dejabas Abogacía para quedarte en Buenos Aires?
—"Pongan América TV" (risas). Empecé bailando en la televisión.
—Con Carmen Barbieri.
—Sí, exacto. "Estoy en la tele". "¿Y qué hacés? ¿Sos el que baila?", me dijeron. "Sí, pero además hago notas, estudio". Tenía que justificar por qué bailaba, y en realidad era la manera de entrar al medio. Ingresé de abajo, golpeando puertas.
—¿Qué fue lo que más te costó en todos estos años?
—Cuando me sacaron el antifaz. Como me estaban probando, a la primera nota que me mandaron a hacer fui disfrazado del Zorro al Campo de Polo cuando llegó Shakira con Antonito de la Rúa. "Vamos a mandarlo medio cubierto para que no se exponga", dijeron. Y como fui el único que consiguió la nota, porque esta mujer vio a un pibe que estaba con el antifaz y dijo "A este le doy la nota", quedó.
—Y esos pasos te fueron dando más seguridad en vos mismo.
—Me dieron un basamento para darme cuenta que la gente que te está mirando tiene derecho a saber todo lo que está pasando desde este lado de la tele, de la pantalla. Porque no todo lo que brilla es oro, vos sabés… Somos algunos pocos los que tratamos de llevarle lo mejor a la gente: en mi caso, un lindo viaje, una buena entrevista, un buen sitio, y por qué no, una noticia. Ahora me toca hacer noticias duras y las interpreto. Creo que los periodistas somos muy buenos intérpretes, algunos lo actúan mejor, otros más o menos, y otros directamente no lo sienten. A la noticia la tenés que sentir, la tenés que contar, y tiene que llegar a la gente bien. O no, si es una mala noticia, "bad news".
—¿Creés que muchos periodistas que ves en la tele no sienten la noticia?
—Te diría que el 70% no. La cuentan, pero hay que incorporarla, hay que internarla, decirla…
—¿Desde cuándo lo notás?
—He notado un decrescendo en todos estos años con respecto a la comunicación. Por varios motivos, como por ideología, se ha perdido el focus de lo que es la información. Veo que van hacia un lugar, hacia el otro. Hay una grieta enorme aunque no la querramos ver: no hay que nombrarla ni nada pero existe, está. En tu casa, en tu trabajo y en la televisión la ves muy marcada. Y siento que algunos periodistas han perdido eso de la objetividad, de su creatividad, de su interpretación, eso que tienen que transmitir, por intereses privados. Antes no era así, pero lo he notado en estos últimos cinco, seis años sí.
—Y en cuanto a la calidad de televisión, los programas, esto del panelismo, ¿te gusta?
—(Risas) Sos mala, eh. No estoy en contra de la gente que hace de panelista en la tevé, yo los considero columnistas. En un programa de noticias yo soy el columnista que acompaña al conductor, y ahora, siendo yo conductor, tengo columnistas que me acompañan. Lo veo desde ese lugar. El otro día leí un artículo que decía que por 20 o 50 mil pesos tenés un panelista sentado. Y es gente que trabaja hace mucho tiempo, que tiene su experiencia, que a lo mejor por estos tiempos de la vida debe tener cuatro, cinco, seis trabajos, porque no te alcanza para vivir. Porque no se puede. Hoy, el periodista que labura en un solo medio, para mí no subsiste.
—Hoy, ¿qué es lo que más te motiva o te atrae?
—Lo que siempre me atrajo: el fuego sagrado de la noticia, la información. Me entero que hay una noticia o está pasando algo y digo: "Voy". No me importa: yo pago el pasaje, me consigo los viáticos como sea, pago un camarógrafo o trato de que la señal donde estoy me acompañe.
—En este momento de tu vida, ¿con qué soñas? ¿Te gustaría ser padre?
—No. Estoy solo, tranquilo. Logré poco a poco establecerme en Buenos Aires. Siempre tengo la idea de irme a vivir afuera. Me gustaría hacer un show de noticias como el que hice durante bastante tiempo en C5N,.
—Pero el foco está en lo profesional, en el trabajo.
—Tuve en su momento decir "Quiero ser padre". Lo pensé. Lo medité. Me proyecté en un futuro: "A ver, ¿cómo vas a ser padre?". Porque para ser padre tenés que tener también todo bien puesto, ¿viste? No es cuestión de adoptar un hijo o tener un hijo o subrogar un vientre, que me parece muy bien la gente que lo ha hecho y lo pienso hacer. En mi caso lo tomo con responsabilidad, y veo si en el futuro yo podría darle todo ese tiempo que no tuve de chico. A mí no me dieron mucho tiempo, mi madre me dio las las armas para salir a trabajar y a defenderme, pero hubo baches enormes en mi infancia. Me hubiera gustado que mi padre estuviera más presente: se fue 20 años cuando yo tenía ocho, y lo vi a mis 28 años en su lecho de muerte. Y lo pensé, y dije: "No estoy preparado o no tengo la vocación quizás de ser padre". Sí soy muy buen tío.
—Tu mamá fue madre y padre a la vez
—Mi padre tenía una buena posición económica en su momento, jugaba al polo y demás, pero no tenía profesión: su profesión era vivir la vida "y ser hijo de…". Cuando se le acabó la fuente monetaria decidió irse a (la Ciudad de) Mendoza y dejó a mi madre con tres chicos en quiebra. Entonces cuando estás en un colegio como el que iba yo allá, Champagnat de los Maristas, y tenés tus compañeros que están pensando en irse a esquiar, en ir a comer, irse de vacaciones, yo lo que pensaba era si mi madre podía pagar la cuenta de la luz, del gas y si teníamos para vivir al mes siguiente. Fue muy duro todo. Estabas en un cierto grupo o sector social, y de repente no tenías un centavo. Entonces creo que eso también me ayudó a despegar y a entender que la vida va por otro lado. Y con la ayuda de mis abuelos, también ahí la surfeamos.
—Claro, para soportar…
—Para mantener a tres chicos. Para darnos lo justo y lo necesario, eh: no había abundancia, no había lujos.
—Cuando tu mamá te ve en la tele, mira todo lo que hiciste, que sos conocido, ¿qué dice?
—Ah, cuando mi madre me ve en la tele… Nunca le pregunté. Interpreto que está orgullosa, que se pone así, como una paloma a la que se le hinchan las plumas y demás. Pero no sé si le hubiese gustado a ella la exposición que tuve en estos años. Tiene un perfil muy bajo, mi familia es de un perfil muy bajo, y cuando han sucedido situaciones no muy gratas en la carrera que yo he tenido… Cuando vos venís de una provincia, a la gente no le gusta que hablen de vos ni nada, pueblo chico infierno grande, y quizás eso la ha jorobado bastante a mamá. Pero creo que a mamá le gusta verme, y que he hecho lo que he querido. Siempre con respeto, eh. Y nunca me dijo: "¿Por qué hacés eso?". Sí me dice "No me gusta" (risas).
—¿Las críticas le pesaban más a ella o más a vos?
—A mi familia le han pesado las críticas, sí. A mí no. A mí me afectaron en el momento, pero me he hecho impermeable, te diría que hasta de amianto. Porque tampoco soy un tipo que se mete en escándalos, no me gusta hablar mal de la gente, no me interesa. Sí soy irónico, tengo humor, te mando alguna barrabasada, a veces muerdo la banquina… En un momento estaba mordiendo mucho la banquina y dije "No, por acá no es". Yo estaba medio a la deriva, sin directriz, y dije que no, que por ahí no va. Ahora está todo encaminado a lo que tiene que ser. Soy más grande. Antes eras más chico y tenía la impunidad del micrófono, que es un arma muy importante y hay que saber usarla. En casa al principio les ha dado como un poco de miedo, y ahora sí están orgullosos.
—¿Qué lograste este último tiempo?
—Logré el equilibro. No es fácil mantenerte en tu eje con todo lo que pasa en la política, en la calle. Yo no soy tonto, no es que soy un frívolo que hace notas por allí: me doy cuenta de todo lo que la gente necesita. Yo ando en subte, ando en tren, ando en el 152. Primero porque es más rápido, más barato. Y veo lo que le pasa a la gente. Veo lo que necesitan. Te lo piden en la calle. Y a mí me da mucha pena que a la gente le cueste tanto vivir. De antes y de ahora, ¿viste? Esto no es por el Gobierno actual ni el anterior, esto viene de hace muchos años: al argentino le cuesta asentarse, pensar en el futuro. La incertidumbre es como algo constante. Yo creo que hay dos "i" infalibles en la Argentina: la inflación y la incertidumbre.
—Y la inseguridad.
—También. Tres, ponele. Hay que pensar en la gente. Hay que apoyar a la gente. Al que labura con vos, a tu compañero que está más arriba. Hay que dar de uno. Pero a veces también uno espera del otro lado. Y bueno, ahí se pone complicada la cosa.
—¿Notás mucho ego en el medio?
—Sí, insoportable. Todos tenemos un ego, a todos nos gusta estar en cámara y demás, pero cuando ese ego es el centro o el eje de tu vida, está mal. El ego te enceguece, no te hace ver a tus costados.
—¿En algún momento te pasó cuando empezaste a ser conocido?
—No, no. Y no lo digo por falsa humildad: no perdí el centro porque yo sé que todo esto es pasajero. Hay gente que quiere ser un ídolo de la televisión, ser estrella o ser famoso; yo quiero vivir bien, estar tranquilo y vivir de lo que me gusta, que es esto. ¿Soy un tipo ambicioso? Por supuesto. Pero hasta donde tiene que ser. He encontrado el equilibrio. Y lo que sé hacer es esto. Pensé en un momento: "No trabajo más en la tele, no hago más periodismo, no conduzco más".
—¿Estabas cansado?
—Me harté. Me pasó eso: me cansé del entorno, me agotó. Porque me di cuenta de que en el trabajo somos compañeros, no somos amigos. Y en este medio se traiciona mucho: la gente se da vuelta muy rápido. "No pertenezco a este ambiente", dije. Nunca me sentí de este ambiente. Sí un tipo que entra y sale. Voy, hago la nota, cuento la historia, no me mareo ni con Punta del Este, ni con Europa, ni con el flash, ni con los aviones, ni con los vuelos privados, porque si voy es a laburar. Llego a mi casa con lo que tengo puesto y lo más lindo es ponerme la (sandalia) hawaiana, la remera vieja de no sé hace cuántos años, un short, y listo.