Para muchos de nosotros, Edgardo Nieva no es Edgardo Nieva sino Gatica, El Mono. Incluso para muchos Gatica no es un personaje real –José María Gatica, boxeador argentino, 96 combates- sino una creación majestuosa y sensible de Leonardo Favio.
Y aunque la única verdad sea la realidad, todo eso tiene algo de cierto.
El Mono Gatica nació en Villa Mercedes, San Luis, el 25 de mayo de 1925. Murió en 1963, atropellado por un colectivo. Peronista de corazón, fue el púgil favorito del General y ganó millones de dólares con su peleas (triunfó en 86 de las 96 que disputó, en 72 de ellas por nocaut). Pero terminó sin un peso, haciendo presencias en el restaurante de su contrincante emblemático, Arturo Prada, y sin un lugar privilegiado en el olimpo de los grandes deportistas argentinos.
24 años después de su muerte entra a esta historia Edgardo Nieva, quien se terminará convirtiendo para el inconsciente colectivo (y por designio de Favio) en la cara eterna del Mono Gatica.
Fue Nieva quien tuvo la idea de hacer un film sobre el boxeador, y fue también él quien lo caracterizó. Estrenada en 1993 (mismo año que Tango Feroz, que fue un éxito de público, mientras que Gatica no encontró eco en la taquilla), la película cumple 25 años este domingo.
—¿Cómo llegás a ser Gatica?
—Yo no era un tipo conocido. Había hecho teatro y algo de televisión, pero no estaba como para hacer un protagónico así: no me daba el cartel. Pero fui quien tuvo la idea de hacer Gatica. En realidad me la sugirió mi papá. Y entonces se dio.
—Hasta entonces, ¿no habías hecho nada en cine?
—Ni un bolo había hecho. No conocía a nadie en ese ambiente. Entonces fui a la Asociación de Actores y pregunté quiénes eran los buenos guionistas del país. Y me dijeron algunos, entre ellos Zuhair Jury, el hermano de Favio. Me contacté con él, le conté mi sueño y le dije que lo quería contratar para escribir el guión. Y me dijo que sí, que no solo admiraba a Gatica sino que también era peronista. Me recomendó que ganara tiempo y aprendiera a boxear porque él iba a tardar un año.
—¿Le hiciste caso?
—Claro. Fui a lo de Abel Laudonio, un ex boxeador, y me hizo un entrenamiento muy duro. Nadie está preparado para comerse esos golpes y entrenar día y noche.
—¿Cuándo estuvo terminado el guión?
—Empezó a escribirlo en el año 87 y me lo entregó a mediados del 88. Y ahí me preguntó quién lo iba a dirigir. "Vos", le dije, porque no conocía otros directores. Y me dijo ese guión era para su "hermanito"; así me dijo. Leonardo no dirigía nada desde hacía 15 años y estaba viviendo en Colombia.
—¿Qué hiciste?
—Me dio el teléfono y lo llamé. Le conté la historia y le pregunté si quería dirigirla. La idea le gustó y me pidió que me sacara fotos mías caracterizado de boxeador y se las mandara. Me hice las fotos: parecía cualquier cosa menos un boxeador. Y se las estaba por mandar pero su hermano me dijo que no lo hiciera, que Favio venía a cantar en unos días y me quería conocer personalmente.
—¿Ahí lo conociste?
—No. Vino, cantó y se fue. Nunca me llamó. Le dije al hermano que la dirigiera él, y seguimos adelante. Pero al año siguiente, en el 89, viene Favio al país con la idea de filmar a Severino Di Giovanni, pero justo en enero había sido el levantamiento de La Tablada y no era el momento para hacer la vida de un anarquista. Y Zuhair lo convence de que tiene que hacer Gatica. El 3 de marzo de ese año me llamó. En ese entonces yo estaba en pareja con Betiana Blum. Suena el teléfono, atiende ella y me pasa: "Edgardo, acá hay un boludo que dice que es Leonardo". Atiendo y se cagaba de risa. Me dijo que fuéramos a tomar un café.
—¿Qué pasó?
—Entro al bar y me encuentro con un señor de anteojos, sin turbante, nada que ver con la imagen que yo tenía de él. Le conté todo y me dijo que me iba a decir dos cosas: una muy cruel y una muy hermosa. Le dije que empezara por la hermosa: "Es la tercera vez en mi vida que me cruzo con un actor con tu riqueza expresiva". "¿Y la cruel?", le digo. "Soñé un Gatica adolescente, de 18 años". Y me ofreció al co-protagonista. Me quedé mudo.
Yo lloraba, no podía parar de llorar. Favio me agarra la mano y me dice: ‘Soy un hijo de puta, perdoname’
—Te mató.
—Me dijo que lo pensara. Que si estaba de acuerdo él me devolvía la plata que yo le había pagado a su hermano, y él la dirigía y la producía. Y que si no estaba de acuerdo, siguiera yo con el proyecto, no había problema. Se fue al baño. Yo estaba blanco. Cuando volvió le dije: "Mirá Leonardo, yo no voy a ser una traba para que el más grande director de nuestro país vuelva a filmar. La Argentina te necesita a vos. Pero te voy a decir algo por respeto a mí: vos vas a encontrar actores mejores sin ninguna duda, caras más parecidas a la de Gatica también. Pero difícilmente encuentres a alguien que conozca los motores que lo sacaron de la pobreza y lo llevaron al lugar al que llegó, como yo los conozco". Yo lloraba, no podía parar de llorar.
—¿Naciste en la pobreza?
—Nací en una pensión en Callao 339, frente a lo que hoy es el Bauen. Me crié en una pieza de 4 x 4, sin ventana, sin heladera, sin cocina… Todo esto se lo dije. Y en un momento Favio me agarra la mano y me dice: "Soy un hijo de puta, perdoname". Le dije que no, que era un creador con convicción.
—¿Cómo siguió todo?
—Yo estaba produciendo una obra con Betiana, así que vino a verla en el Teatro Lorange. Ahí le cuento a Betiana lo que había pasado y ella, llorando, me dice: "El universo te va a devolver este gesto tuyo de renuncia".
—Habías decidido aceptar la oferta de Favio.
—Sí, pero estaba enamorado de Gatica. A la semana fui a lo su hermano a contarle. Y él me dice que Leonardo había quedado muy impresionado con mi relato, que se había enamorado de mi personalidad. Y me dijo que Leonardo primero iba a ir a buscar al actor a las villas y como tenía que ser un personaje con muchos matices, se iba a frustrar. Y me cuenta que cuando se deprimía, se tiraba en una pelopincho que había ahí. Me propuso sacarme fotos bien caracterizado y me dijo que cuando lo viera deprimido se las iba a acercar. Le dije que sí y volví a mi casa llorando de felicidad por cómo yo peleaba por mi sueño.
Para parecerme a Gatica, Favio me pidió ‘un pequeño sacrificio quirúrgico’. Me rasgaron los ojos, me ensancharon la nariz y me cortaron los lóbulos de las orejas
—¿Te hiciste esas fotos?
—No llegué, porque al viernes siguiente apareció en el bar del teatro y cuando nos vimos nos dimos un abrazo enorme, y me dijo: "Guacho, el otro día con tu gesto, me mostraste el alma del Mono Gatica. Esto es lo que yo le tengo que mostrar a la gente, no al hermano mellizo". Y me dijo que a partir de entonces hasta la eternidad, la cara de Gatica para todo el mundo iba a ser la mía. Me agarró un ataque de llanto.
La vida después de Gatica
Edgardo hoy tiene 67 años y, a diferencia de Gatica, no le molesta que le digan Mono. Después de atravesar un cáncer (se lo detectaron en el 2015 y lo operaron con éxito), dice que quiere disfrutar de las cosas, pelearse menos, querer a la mayor cantidad de gente posible.
Es amable. Viste saco y usa perfume a las 9 de la mañana. Recibe a Teleshow en el bar La Academia del barrio de Villa Urquiza, y cuenta las cosas con emoción. Después de 25 años de haber repetido las anécdotas hasta el cansancio, se le siguen llenando los ojos de lágrimas mientras recuerda a Favio.
Después de su papel consagratorio, el medio no fue generoso con él. Hizo cuatro películas más, ninguna con mucha repercusión, pero este año vuelve a la tele de la mano de Pol-ka (será un narcotraficante en el unitario El Lobista), y está de gira por el país con La Empresa perdona un momento de locura, obra de teatro en la que hace de obrero.
—¿Eras parecido a Gatica de cara?
—No tanto. De hecho, Favio me pidió "un pequeño sacrificio quirúrgico". Acepté. Me rasgaron los ojos para tener más cara de tigre, me ensancharon la nariz y me cortaron los lóbulos de las orejas. Un acto de locura total.
—¿Una operación estética?
—Claro, una operación estética. Pero no cambió mi rostro sino la expresividad. Mi mirada quedó más estilizada, porque a Gatica le decían el Tigre. El Mono le decía la contra, nomás.
—Es una película en sí la propia historia de la película.
—Escribí un libro, Cómo y por qué llegué a ser José María Gatica, pero nunca lo publiqué. Me vinieron a buscar de varias editoriales pero no quise publicarlo porque me parece que son cosas que pertenecen al mundo del cine, y sería yo un desagradecido si cuento puntos flojos de Favio. Le estaré eternamente agradecido porque fue el primer tipo que confió en mí en el cine.
—¿Qué le dejó Gatica?
—Me para la gente y me dice: "Mono, no sabe lo que me ha hecho llorar cuando vi su película". Otros me dicen que es el trabajo más grande en la historia del cine argentino. O que si hubiera ido al Oscar, hubiera ganado. Pero Favio la retiró del premio porque era un gran inseguro, y si no estaba seguro de que iba a ganar ni quería participar.
—Cuenta la leyenda que hablaste con Robert De Niro de la película.
—Sí, hablé una vez, ayudado por una novia, porque yo hablo inglés como Tarzán. Le dije que le quería explicar quién era yo, y me dijo que ya sabía. "Vos sos Gatico", me dijo. "Yo vi tu película traducida al inglés. ¿Vos sos boxeador, no?", me preguntó. Le dije que no. Y me preguntó si había visto Toro Salvaje. Ocho veces la había visto, porque estudiamos los encuadres. Y me dijo: "La trompada que pasa más cerca de mi cara, pasa a 20 centímetros… Ustedes se mataron".
—¿Fue así?
—Sí. Nos matábamos, pero de manera controlada.
—¿De quién quedaste más enamorado, de Gatica o de Favio?
—De los dos. Favio nos cuenta a los argentinos mejor que nadie. Era un visionario. Y Gatica fue el Maradona de la época. Si viajaba, se llevaba 30 pares de zapatos. Se iba de joda y volvía a las 6 de la mañana y sobornaba al conserje para que no lo delataran. Y a a los 20 minutos lo buscaba el técnico para ir a entrenar, y él iba sin chistar. Y nunca fue un desclasado. Ganó cinco millones de dólares en toda su campaña, y pudiendo comprarse un piso en Recoleta, nunca salió de los barrios humildes. Además, su historia de algún modo era también la historia del peronismo.
Juan Carlos Mareco me dijo: ‘Nene, no te van a perdonar el trabajo que hiciste’
—Los dos, Gatica y Favio, te cambiaron la vida.
—Es muy fuerte en 24 horas pasar de ser un desconocido a entrar en un restaurante lleno y que te digan: "¡Campeón, no te vayas!". Pero este es un medio muy especial, mucho "maestro de acá", "maestro de allá", pero no me convocaron a trabajar como me hubiera gustado. Una vez Juan Carlos Mareco me dijo: "Nene, no te van a perdonar el trabajo que hiciste". Yo no lo entendí en su momento, pero es así. Se refería a que no se la iba a bancar el medio. Los productores muchos años dijeron: "No, a Nieva la gente se lo imagina con la cara ensangrentada". Pero boludo, De Niro no hubiera filmado más si fuera así… Yo soy un actor y compongo. Hice ocho películas hasta ahora. Te aseguro que de una a otra, no me conocés.
—Tal vez tanto despliegue y trabajo no era el habitual.
—Seguro. Si necesita un malo, el medio llama a un malo. Si tiene que hacer un personaje que sea un boludo, llama a un boludo. Pero no es cosa de los actores, los actores nos rebuscamos como podemos y queremos trabajar. En todo caso, lo chato durante mucho tiempo fue el mundo de la producción.
—¿Tenés algún pendiente con la pantalla grande?
—Hace años que quiero hacer a Juan Manuel de Rosas. También contraté a un guionista, y empecé a preparar el personaje con todo. Estoy listo para filmarla mañana, si es necesario. Aprendí a andar a caballo durante mucho tiempo, hice un trabajo de composición muy profundo. Estamos dependiendo de que San Luis Cine nos dé el OK. La dirige Eduardo Pinto. Ojalá se dé y pueda trabajar como a mí me gusta. El cine argentino, salvo excepciones, te llama para filmar la semana que viene.
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