Se escribieron 26 libros, se hicieron nueve documentales, y hay tres películas filmadas, incluida la de Hollywood: ¡Viven! (1993). Y ahora, como repasa Carlos Páez Vilaró (64), la odisea de los sobrevivientes del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya también fue llevada al teatro: Sobrevivir a los Andes se presenta en el Teatro Regina, con dirección de Hugo Giachino.
Pero a Páez Vilaró no le alcanza. Es cuestión del tiempo, y de sus paradojas. No hay manera de resumir todo lo vivido en 72 días en apenas 26 libros, nueve documentales, tres películas, una obra. Y tampoco le alcanzan las conferencias que brinda (una cada tres días), convocado por empresas de distintos países.
Sin embargo, es justamente eso lo que Carlitos ganó desde el 13 de octubre de 1972, cuando se estrelló el avión: tiempo. Desde entonces, lo que busca es valorarlo. Y lo más importante: enseñar cómo hacerlo.
—¿De qué se trata la obra de teatro que estás presentando?
—Es bastante curioso para mí el hecho de que estés vivo y que te representen. En general, las historias son de gente que ya murió. Y bueno, estar en el teatro y mirarte a vos mismo es…
—Por primera vez se lleva al teatro.
—También fue al cine. Me intrigaban mucho los caminos del teatro, que son diferentes a los del cine. Pero hay mucha pasión, hay mucha emoción… La gente se compenetra mucho con la obra. Es una obra, y la verdad que a mí me parece muy raro, te soy honesto.
—¿Cómo es ver que otros interpreten tu historia?
—Te cuesta porque es raro. A la gente que me pregunta qué tan real es todo esto, le digo: "Bueno, mirá, la realidad es difícil traerla porque la película dura una y media, y en el caso del teatro, una hora diez minutos; y nuestra historia duró 70 días". Entonces, el director tiene que tomar un camino y darle por ahí.
—¿Recordás esos 70 días con precisión o a medida que pasa el tiempo se van diluyendo los recuerdos?
—Me acuerdo a grandes rasgos. Yo doy conferencias para empresas: el año pasado hice 102. Y tengo más o menos un esquema armado sobre las grandes cosas porque tengo que resumir los 70 días en la hora y quince minutos que dura mi conferencia. Entonces, cuento las grandes cosas de la historia, y sobre todo lo que aprendimos, que es mucho.
—¿Qué aprendiste?
—Primero, aprendí a servir para algo. A los 18 años, a la edad que me tocó, yo no servía para nada: era un malcriado, un consentido, desayuno en la cama; tenía niñera, para que te des una idea del personaje. Y de pronto te encontrás a 4200 metros de altura, 25 grados bajo cero, con 29 muertos alrededor, a protagonizar la historia más grande de la Humanidad. Y bueno, con el transcurso de los días te das cuenta de que tenés que encontrar recursos tuyos, reales, porque antes todo me lo resolvían en casa. Y ahí fui yo. Por eso me sentí útil en los Andes.
—¿Qué era lo más terrible?
—Todo era terrible. En el lugar donde chocamos, a 400 kilómetros por hora, las nieves son eternas, o sea, nunca se derrite la nieve ahí. Las temperaturas, entre 25 y 35 bajo cero. Nosotros no teníamos ropa, porque era octubre, íbamos con lo puesto, jeans. Y a su vez la incertidumbre de 70 días, ¿sabés lo que son 70 días? Pero está bueno porque ves el proceso del ser humano. Yo soy un apasionado de esta historia porque es una de las historias más notables de trabajo en equipo que las empresas valoran mucho: de toma de decisión, de tolerancia a la frustración, de adaptación al cambio. Yo no soy motivador, pero la historia es motivadora porque marca claramente que se puede.
En 45 años soñé dos veces con la historia. Creo que estamos bastante sanos
—El hambre, el frío, la sed…
—Todo, todo, todo. Porque aparte, derretir a 25 bajo cero es imposible. Poníamos unas latas plateadas y poníamos nieve arriba, y por efecto del sol (se derretía). El ser humano precisa 5 litros (por día) para no deshidratarse a esa altura.
—Me imagino que haber sido joven en ese momento te habrá servido, porque eras mas inconsciente.
—Está bueno que lo digas, porque yo digo que esta historia es un triunfo de la inconsciencia: nosotros tomábamos riesgos sin darnos cuenta. O sea, un tipo que sabe de la nieve no hubiera tomado los riesgos que nosotros tomamos. Cuando se cumplieron 30 años la National Geographic mandó dos alpinistas a repetir la caminata de (Fernando) Parrado y (Roberto) Canessa, y demoraron exactamente lo mismo; o sea, gente con equipo especializado. Pero claro, tomaron todos los recaudos que hay que tomar cuando encarás esas cosas.
—Cuando terminó toda esta tragedia, estos 72 días, llegaste a tu casa y no eras el mismo.
—No. Mi vida cambió. Desde el momento que estoy acá sentado, 45 años después, hablando contigo, es que la vida cambió. Ya el hecho de que me haya transformado en conferencista también cambió. O sea, yo iba por otro carril. Y la vida cambió pero soy un apasionado de contar esta historia, me encanta contársela a gente joven porque es una historia de jóvenes, de tu edad. Me parece que los jóvenes pueden hacer cosas también importantes.
Gracias a que yo estoy vivo, hay siete personas más: mis dos hijos y cinco nietos
—Tu familia habrá pensado que nunca más iban a volverte a ver…
—Bueno, mi padre se caracterizó por ser el único que mantuvo la esperanza de encontrar a alguien con vida. Fue característico de él seguir buscando, un poco impulsado por mi madre. Pero creo que estaba un poco mal de la cabeza porque es imposible si vos cruzás la cordillera, te das cuenta… Es más, yo voy mucho a Chile a dar conferencias y siempre escuchás atrás: "Acá están los sobrevivientes". Siempre me hago medio el idiota, porque si no te sacan el tema y bueno… Pero hace dos meses estuve en el lugar donde caímos: estuve con mis dos hijos y cuatro de mis cinco nietos. Y realmente es duro el lugar, hay mucho dolor ahí.
—¿Te trajo malos recuerdos?
—Me trajo malos y buenos recuerdos. Pero creo que fue una experiencia necesaria para mí. Fui a agradecer, porque gracias a que yo estoy vivo, hay siete personas más: mis dos hijos y cinco nietos.
—¿Por qué decís que era necesario que te suceda?
—No lo era, pero cuando te pasa, tenés que aprender. En la vida hay dos posturas: sos el que llora o sos el que vende pañuelos; a mí me encanta ser el que vende pañuelos. De verdad. Porque sos parte de la solución o sos parte del problema. Una vez que te pasó, tenés que tratar de sacarle el mayor provecho posible a esta historia. Y es lo que transmito, permanentemente.
—¿Cómo era dormirse ahí?
—Era imposible dormir: te dormías y te congelabas. Dormitábamos durante el día cuando había un poquito de calor, pero si no era infernal.
—¿Pensaron que se habían olvidado de ustedes?
—A los 10 días escuchamos por radio la noticia de que no nos buscaban más. Y fue la mejor noticia que recibimos porque ahí nos dimos cuenta de que la historia era nuestra historia, dependíamos de nosotros. Y ahí es cuando organizamos la expedición, que Parrado y Canessa salieron a caminar y llegaron después de 10 días en las condiciones más extremas, se encontraron con el arriero y ahí empezó todo el tema. Hay 26 libros escritos, hay tres películas hechas, nueve documentales, y ahora una obra de teatro que se estrenó en Montevideo y ahora se hace acá, en Buenos Aires, y que vine a acompañar. Es una historia que no termina, que no nos deja.
Un amigo se perdió el avión porque se quedó dormido por una borrachera. 10 años más tarde, murió en un accidente de auto. Son cosas de la vida
—Algo muy interesante de la historia es que vos le cambiaste el asiento al chico que venía al lado tuyo; él murió, vos no.
—Sí, esas cosas pasan siempre. Cuando suceden los accidentes hay una cantidad de cosas que pasan por las cuales vos estás vivo. Yo le cambié el asiento a Etchevarren: él quería del lado de la ventana para sacar fotos y yo me quedé del lado del pasillo, aunque no quería ir del lado del pasillo. Y bueno, eso hace que yo esté aquí vivo, y él no.
—¿Son casualidades o es el destino?
—No sé. Son cosas de la vida. Tengo un amigo que se perdió el avión porque se había agarrado una borrachera el día anterior y no llegó, se quedó dormido. Después quiso la vida que se muriera 10 años más tarde en un accidente de auto. ¿Viste esas cosas que pasan? También Roy Harley, amigo mío, le cambió el asiento a Diego Storn cinco minutos antes de la avalancha, y murió. Esas cosas pasan.
—¿Y cuál es el mensaje? ¿Que no podés controlar todo: si te tiene que pasar, te va a pasar?
—No podés controlar nada… Creo que tenés que hacer todas las cosas lo mejor que puedas hacerlas. Y después, queda a la buena de Dios.
—¿Te quedó alguna secuela?
— Física, no. Y psíquica tampoco. Me acuerdo de que mis viejos me llevaron a un psicólogo muy importante de Montevideo, el doctor Carlos Mendilarzu, que dijo: "Carlitos, usted tiene un gran carnet de salud mental aprobado". Y sí, vivir esta historia… En 45 años soñé dos veces con la historia. Creo que estamos bastante sanos.
—¿De qué te sentís orgulloso?
—De un buen bolso de dormir que hice en la Cordillera. Fue idea y realización propia, y fue lo que apoyó a Parrado y Canessa para que salieran a caminar. Las noches ahí son infernales, de 20 bajo cero, y sin ese bolso de dormir no hubieran podido. Y lo hice con una tela que encontramos del aislante del avión. Lo hice yo. Ni Christian Dior hace un bolso de dormir como el que yo hice.
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