"En un momento me preocupé mucho porque pensé: 'Se me terminó la carrera…'", recuerda Arturo Puig (73) sobre la dificultad que debió enfrentar luego del suceso de ¡Grande, Pa! para encontrar personajes que le permitieran diferenciarse de ese padre bueno, entregado y cariñoso que encarnó a principios de los 90.
Fue en el teatro donde Puig logró marcar la diferencia, como actor y como director. Hoy, mientras ensaya junto a Jorge Marrale (70) la obra El Vestidor, espera ansioso el estreno en cine de Camino Sinuoso. "Tengo muchas ganas porque lo que menos hice en mi carrera, y lo que más me gusta, es el cine", dice, comparándose con otros compañeros que se han desarrollado más en la pantalla grande. "Cuando hacíamos Sugar, con Ricardo (Darín), con quien somos muy amigos aunque ahora no nos vemos tanto porque él filma mucho, estábamos todo el día juntos. Y él me decía: 'Che, ¿será posible que nunca nos llamen para una película?'", cuenta, entre risas.
En el thriller dirigido por Juan Pablo Kolodziej, Puig se da el gusto de encarnar a un "malo, malo", según lo define, acompañado por Juana Viale (36) y Geraldine Chaplin (73) : "Disfruté mucho al hacer escenas muy violentas. Uno está muy influido por el cine de Hollywood de acción, y cuando te toca hacer alguna película de pelea aparece esa cosa de tantas películas que vimos…".
—¿Qué pasa con los personajes cuando se termina un proyecto?
—En un punto, es difícil dejarlos. Juan Pablo, el director, tuvo la gentileza de dejarme ir a ver (la película) mientras la estaba editando porque me encantaba ver qué había hecho. Me costaba alejarme de la película porque además la filmamos en Villa La Angostura, es un lugar soñado.
—¿Dijiste muchos "no" en la carrera?
—Sí, muchos.
—¿Te arrepentiste de alguno?
—No, en general no.
—Cuando terminaron ¡Grande, Pa! estuviste un par de años alejado.
—Sí, estuve tres años sin trabajar.
—¿Por qué?
—No me llamaban. En un momento me preocupé mucho porque pensé: "Se me terminó la carrera…". Creo que el personaje había sido tan fuerte, con tanto rating, que la gente me veía como ese hombre tan bueno, ese padre que corría detrás de las hijas. Después me enteré que me perdí varios personajes por eso, porque de pronto el director o el productor decían: "Nos va a dar una imagen del tipo tan bueno". Me preocupé porque además vi una película que me mató, Hollywoodland, que es sobre la vida del primer Superman. El actor (George Reeves) no tenía ganas de hacerlo, tenía una buena carrera cinematográfica, y hace Superman para la televisión. No lo llamaron nunca más.
—¿Pensaste en algún momento que te podía pasar, que ibas a ser el papá de las chancle para siempre?
—Sí. Para siempre. Tuve muchos llamados para hacer teatro pero que eran casi como ¡Grande, Pa!, comedias con hijos, el padre, qué sé yo. Y dije "No, no, no, no, no…" a todo eso.
—Tal vez te serviría para facturar, pero te iba a costar muchísimo más salir del personaje.
—Servía para facturar y hubo propuestas muy fuertes, económicamente buenas, pero dije que no. Y entonces apareció Cristales rotos, que era la última obra que había escrito Arthur Miller, que para mí es uno de los mayores autores del mundo. Esta obra era extraordinaria, y dije que sí. Y ahí empecé a hacer obras en teatro: Cartas de amor, Quién le teme a Virginia Woolf…
—Y en algún momento aparece el director.
—Sí, y para mí fue realmente maravilloso. Una nueva faceta en mi carrera que me gustó mucho hacerla. Por suerte, las cosas que hice funcionaron.
—Como director, ¿los actores dan muchos dolores de cabeza?
—No todos. Mi primera dirección fue Le Prenom, y la verdad que el equipo, Carlos Belloso, Peto Menahem, Mercedes Funes, en ese momento Jorgelina Aruzzi, fueron divinos. Después hice Lluvia de plata con Luciano Cáceres y Muriel (Santa Ana), y también, ningún problema. Y después con Susana (Giménez), Piel de Judas, que fue un placer dirigirla porque nos conocemos mucho.
Cuando Gustavo (Yankelevich) la convoca a Susana para producir Sugar, a ella en un principio mucho no le gustaba: te da no sé qué que otra actriz haga tu obra…
—Igual, Susana debe ser brava…
—Sí, pero por suerte me obedeció en todo (risas).
—¿Y cómo se portó con esta nueva versión de Sugar?
—Fue muy gracioso porque cuando a Gustavo (Yankelevich) se le ocurre hacer Sugar, lo primero que pasó fue que nadie tenía la obra. Y una día Selva (Aleman, su esposa) la encontró, acomodando los VHS. De ahí empezamos a sacar los textos. Gustavo la convoca a Susana para producir con ella y en un principio mucho no le gustaba. Yo la entiendo eh: si vos haces una obra como la que hicimos nosotros tres años y después viene otro actor, otra actriz a hacer la obra, te da como no sé qué…
—¿Cómo te caería que ahora hicieran un ¡Grande, Pa! con otro actor?
—A mí me caería bien. Yo entiendo. No estoy en contra. Bueno, en Sugar yo hacía uno de los personajes, el que hace Federico (D'Elía).
—En Camino sinuoso, Juana Viale tiene problemas para quedar embarazada.
—Exactamente.
—Vos contaste lo difícil que fue para tu hija la maternidad. ¿Te tocó en algo?
—Sí, porque a raíz de que mi hija no podía quedar embarazada y todos los tratamientos que hizo, empecé a entender mucho a las mujeres que quieren ser madres y que de pronto no pueden. Es una frustración muy grande para una mujer y para un hombre también, porque a veces no es la mujer la que no puede sino es el hombre.
—Es la pareja.
—Es la pareja. Fue un proceso largo. En el caso de mi hija, después de hacerse muchos tratamientos en un momento surgió el hecho de adoptar. Primero intento acá: es muy difícil. El Gobierno debería poner un poco la lupa sobre ese tema porque hay muchos chiquitos que necesitarían tener un hogar y ser cuidados y mimados y amados, y de pronto no se puede, ponen muchos inconvenientes. Se enteró por otra pareja que se podía adoptar de una manera muy legal, muy lícita, en Rusia. El primer viaje la acompañamos con Selva y empezó el trámite. Después fue con su marido, en el segundo viaje. Hay un juicio tipo película, donde están ellos dos con el juez y con toda una especie de corte, hasta que aprueban darles los chicos. Y en el tercer viaje sí los conocen, están muchos días en el orfelinato. Después los trajeron a Nicolai y Elizabeta, que son maravillosos.
—¿Cuánto tiempo dura el proceso completo?
—Tres años. Tuvo un momento que fue tremendo porque los rusos son muy escuetos y muy fríos, entre comillas. Hay una gestora que habla castellano, porque si no el ruso es imposible. Esa mujer te manda un mail y te dice "En una semana tienen que estar acá". Así es, ¡tac!, y tenés que dejar todo: viajar, conseguir, qué sé yo. En un momento aparecieron dos chicos. En general son hermanitos; es muy difícil que sea uno.
—¿Qué edad tenían Nicolai y Elizabeta?
—Nicolai tenía 6, y Elizabeta 4; ahora tienen 7 y 5. Ellos tienen un sistema que cuando los chicos van a ser adoptados sale como una red en Rusia por si alguien los reclama, algún familiar o algo. Ya estaba todo y apareció una tía. Y todavía tengo el recuerdo de la voz de mi hija que me llamó por teléfono llorando, me dijo: "No, papá…", porque ya sabía los nombres. Le habían mandado una carpeta enorme con todos los estudios médicos, mandan una información impresionante, igual que la que tuvieron que mandar mi hija y su marido a Moscú; de Moscú va a esa ciudad. Es un proceso larguísimo.
—¿Y a vos, como papá, qué te pasaba con una hija que estaba haciendo tanto para ser mamá, y esa angustia que vivía?
—Estaba rezando para que se diera. Y ahora es impresionante. El mes que viene va a ser un año que están acá, y te juro que parecen argentinos.
—Y a vos, ¿el abuelazgo cómo te tiene?
—Y… me mata. Porque además están yendo al colegio a la vuelta de mi casa. Así que prácticamente vienen todos los días. Se quedan a dormir. Ellos vinieron en la época que hacía calor, les enseñé a nadar en la pileta, después los llevaba a natación. Ayer, por ejemplo, fui a buscar al colegio a Elizabeta, Liza le decimos, porque Nico ahora va mañana y tarde. Vino a casa, almorzamos juntos, después nos quedamos charlando un rato.
—Se te cae la baba.
—Sí, sí. Es maravilloso.
—¿Cuántos años de amor con Selva?
—Exactamente no lo sé. Como veintipico de años, casi 30.
—Les ofrecieron un bebé durante la dictadura.
—Sí. Estuvimos iluminados: no aceptamos. Porque después viste todo lo que pasó… Hubiéramos tenido un problema muy grande.
—¿Cómo fue eso?
—Nos ofrecieron de una provincia. Y teníamos muchas ganas pero después lo pensamos bien y nos dio no sé qué. Por suerte tuvimos la lucidez de no hacerlo porque hubiera sido tremendo.
—¿Ustedes estaban anotados para adoptar?
—Sí, sí, estuvimos anotados. Pero bueno, nunca se dio, como te digo.
—Y en ese momento supieron decir no.
—Sí, sí, sí. Porque era una cosa que no era legal, era medio raro, había que viajar a una provincia, había que pagar. No era el hecho de pagar, sino que era todo medio raro. Y no, preferimos que no.
—¡Grande, Pa! hacía 62 puntos de rating, la ultima ficción de Telefe, Sandro, hacía 13 y Simona, hoy, hace 11. ¿Qué pasó?
—Fue otro momento de la televisión. En ese momento también había cable, pero no había tantas ofertas. Cambió mucho la manera de comunicación. Hoy en día sé que hay un porcentaje muy grande, sobre todo de gente joven, que ve un programa en la tablet, en el celular, lo ve cuando quiere, hace su propia programación, no tiene tiempo de esperar, creo que todo es muy apurado. ¡Grande, Pa! y muchos programas iban una vez por semana y la gente esperaba a la otra semana para ver lo que pasaba. A mí me pasa un poco lo mismo, yo estoy enganchado con las series.
—Y ni hablar tus nietos.
—Sí, ha cambiado mucho. Es un tema que habría que estudiarlo muy bien porque cada vez hay menos ficción argentina. Las latas que se compran afuera, la ficción que sale un poco cara acá…
—¿Te gusta la tele?
—Sí, a mí me encanta. No soy de los actores que a veces dicen: "No, yo no tengo televisión". Yo veo todo, hasta a los cocineros (risas). Aunque no cocino, los veo igual.
—Si hablamos en cinco años y salió todo genial, ¿cómo te voy a encontrar?
—Feliz (risas).
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