"Fue una buena elección, a casi pisar mis 50 años. Tenía ganas de que la gente viera cómo soy", dice Damián De Santo (48), quien se animó a dejar de lado la composición de personajes para asumir el rol de conductor en Morfi, de Telefe. Y agradece la confianza de Gerardo Rozín. "Él hacía un reportaje inigualable. El mío a un compañero de laburo es totalmente distinto: tengo que correrme porque el que pregunta, no soy el protagonista", explica.
El nuevo rol trajo cambios en la vida de la familia que vive en Villa Giardino desde 2008. Un proyecto que comenzó a gestarse cuando Damián y su mujer, Vanina Bilous, conocieron el lugar durante el embarazo de Joaquín (16). Años más tarde, y ya con las cabañas en marcha, nació Camilo (12).
Gracias al apoyo familiar, el actor no abandonó su carrera. Y aunque es selectivo con los proyectos, lo convocan constantemente. ¿Cómo hace? Los viernes, luego de una reunión de producción al finalizar el programa, De Santo toma un avión hacia Córdoba para el reencuentro familiar. Y vuelve en micro los domingos a la noche para llegar directo al trabajo los lunes.
—¿Cómo funciona la pareja en el encuentro de los fines de semana?
—La gente fantasea con que hay sexo seguro: "El fin de semana va a suceder", y no sucede (risas). Tenemos dos hijos, y a los 50 hay que armar el ambiente. A veces da más para hacer un asado, charlar, tomar un fernet, un buen vino y contarnos cómo fue durante la semana. Los gordos me cuentan, cuando tienen ganas y no están prendidos al celular y los desprendo yo, cómo les fue en la escuela. Cuando no estoy, necesito sentir que estoy.
—¿Qué es lo que más extrañás? ¿La familia? ¿La paz? ¿Las cabañas?
—El poder caminar sin sentido por cualquier lado sin preocuparme del entorno y estar atento a que te puedan robar o ver una situación violenta en la ciudad. Las ambulancias, las bocinas, la gente que ha perdido la paciencia y no se pone de verdad en el lugar del otro.
Lo mejor que te puede pasar es tener una pareja que te haga fácil la vida.
—Alguna vez dijiste que si escuchás una ambulancia cerca de las cabañas sabés que es para un vecino, y en Buenos Aires ya no las registrás.
—Uno va anulando los sentidos para poder sobrevivir en una ciudad. Están robando al lado, pero no te querés meter porque por ahí tienen un fierro en la mano y te van a pegar un tiro. No sabés si tu intervención va a poner en riesgo a la persona que están asaltando.
—¿Cómo se lleva Vanina con tu semana en Buenos Aires?
—Tiene varias etapas… La decisión la tomamos sentados los dos, lo charlamos. Cuando estoy seguro y lo quiero hacer, apoya al 100%. Yo creo que lo mejor que te puede pasar es tener una pareja que de verdad te haga fácil la vida, que te facilite las cosas. Yo también soy así con ella.
—¿Cómo te estás sintiendo en el programa?
—Cada día mejor. Fue una hermosa decisión. Le agradezco a Rozín que me convocara.
—¿Cambió la forma de vincularte con las noticias a partir de la conducción de un programa diario que tiene actualidad?
—Sí, tiene información, tiene actualidad. Y la verdad que trato de medirme mucho porque soy muy calentón con lo que siento que no está bien.
—¿Qué te enoja?
—Me enoja la injusticia. Lo que nos enoja a todos, y lo cercenamos de alguna manera para seguir sobreviviendo. Las cosas que pasan a veces son inconcebibles, y siento que hay que decirlo desde un buen lugar porque cuando lo decís con cariño, con afecto, siempre cae bien. Pero hay situaciones que son inconcebibles.
—¿Te puedo llegar a ver sacado?
—Sí.
—¿Con qué?
—Por ejemplo con mis hijos, cuando se pelean entre ellos. Aguanto, aguanto, aguanto, y después… Porque soy bastante severo: soy paciente pero a la hora de dividir las aguas soy severo. Y soy tano y petiso; muchos me dicen: "Es una excusa". Puede ser.
—¿Haz puesto en el crecimiento algún chirlo o cachetazo?
—Alguna vez sí tuve que poner los límites. Mi abuelo me decía, y no es desacertado -me van a matar pero no importa-: "A los chicos con el dolor, y a los grandes con el bolsillo". Pocas veces les pegué. Y una vez me arrepentí mucho de haberle pegado a Joaquín, al más grande. Me enojé porque me enfrentó como si fuese un cualquiera de la calle; entonces le pegué. Después me puse a llorar con él y le pedí disculpas, como corresponde. Sé pedir disculpas.
No nos quejemos que nuestros hijos van para cualquier lado, la culpa es netamente nuestra
—Es un momento difícil para la paternidad y la maternidad. Yo he recibido cachetadas de chica y todavía siento que era algo correcto. Hoy nos encontramos aprendiendo nuevamente a poner límites.
—Sí, obviamente que te tenés que medir. Pero yo creo que un bife en la cola o algo para ponerle un límite, los niños están pidiendo a gritos algún límite. Y si no tenés la posibilidad de hacerlo con la palabra, porque también mi abuelo decía que la violencia empieza cuando terminan las palabras. Hay momentos donde ellos no admiten una razón, no admiten que vos les digas: "No es por ahí, te estás equivocando". No la entienden, es "Andate adentro porque vas a cobrar, andate a la habitación". Respiro hondo. Pero de verdad, muy pocas veces. Las veces que sucedió, siento y me hago cargo que lo tenía merecido. Menos esta vez que me pasé de rosca porque está grandote, me lleva media cabeza, me increpó demasiado y me mordió el ego de padre. Entonces, literal, le puse una piña en el pecho para acostarlo en la cama. Y él me dijo: "Papá", como diciendo: "Soy tu hijo". Entonces lo abracé, le pedí perdón, le dije: "Me equivoqué". Nos equivocamos los papás, estamos aprendiendo a criar. Si alguien tiene la fórmula perfecta que me la diga. No hay nadie que la tenga. Y después no nos quejemos que nuestros hijos van para cualquier lado, la culpa es netamente nuestra. Después ya cuando los chicos crecen son grandes obviamente, tienen capacidad de discernir qué está bien y qué está mal. Hoy somos nosotros los que les tenemos que enseñar educación. Mi hijo entra a un lugar y dice: "Buen día", abre la puerta a una persona mayor, deja pasar a una mujer, es respetuoso. Siempre le digo: "Cuando tengas una novia y te vayas a pelear decile qué te pasa a vos, no la dejés así nomás, tratala bien". Necesito que él entienda que la vida va por ese carril.
—El pedido de disculpas en esa situación, de un papá que se equivoca, es muy importante.
—Seguro. Ellos aprenden de lo que ven, no hay vuelta. Vos le podés decir un montón de cosas, otros le pueden dar clases de muchas otras, pero de lo que ven ellos aprenden, les va quedando.
—¿Cómo te llevas con que te vaya bien? ¿Lo disfrutás? ¿Da culpa?
—No me da culpa. Viste que los católicos somos muy culposos, el judío también es culposo, nos emparentamos bastante: "No puede ser, algo va a pasar". Me ha pasado de todo, se han muerto en el mismo año mi mamá y mi papá, enfermedades, he tenido un montón de desaciertos, de angustias, me he sentido solo, me he sentido muy acompañado, me he separado. Me han pasado un montón de cosas con la vida, como a cualquiera. Lo que sí, tengo una visión positiva de las cosas, siento que abriendo la puerta y saliendo a la calle, resuelvo; no resuelvo quedándome. A veces encuentro la resolución de un día para el otro, en la almohada.
—Más allá del cruce con Mirtha Legrand, no has tenido grandes escandalos televisivos.
—No es algo que me haga bien. Creo que a nadie le hace bien, excepto que quiera hacer negocio con el quilombo. Lo de Mirtha, para mí fue que no me entendió. Tal vez fui muy directo con una persona grande y fue absolutamente terapéutico lo que dije, no la quise ni ofender ni nada. Lo que sí, le pedí que si invita a alguien a una mesa la deje hablar y la deje explayarse. Si le parece que es un tema banal, para mí no lo era. Sobre todo hablar de mis viejos, ¿no? Que fue tan fuerte mi historia con los viejos.
—Si te invita, ¿volverías a ir?
—Sí, claro.
—Pero después de eso no fuiste más. ¿O yo estoy loca?
—Un mes después me invitó, pero estaba en plena tira, no podía asistir. Igual, no tengo ningún problema.
—Vos soltás fácil, no te quedás agarrado.
—No. Nunca me enojé con ella.
—¿Qué te pasa con todas las denuncias que hay hoy de situaciones de acoso en la industria?
—Me parece muy bien que acusen todos. Hay que denunciar. Yo soy muy respetuoso de la mujer, amo a la mujer.
—¿Te tocó ver situaciones incómodas para mujeres, a lo largo de tu carrera?
—No, la verdad que no. Hubiese intervenido, no lo hubiese podido evitar. Sobre todo porque me costó entender que mis viejos se llevaran tan mal: había situaciones medias violentas, fuertes, para mi hermano y para mí. Pero gracias a Dios pudimos sortear eso y transformarlo en otra cosa, apostamos a la familia, más allá de que después te puedas separar o no.
—¿En qué momento te amigaste con la historia de tus padres?
—Cuando empecé a tener parejas. Cuando vi que no era tan fácil cuando no funcionaba, cuando uno obligaba a que la relación funcionara, y no funcionaba…
—En tu adolescencia, ¿qué dolores de cabeza les diste?
—Y… era bastante liero. Armaba camarillas.
—No de piñas.
—No, no, no de piñas. Tirábamos bombitas…
—¿Drogas?
—No, no existían en mi época. No las teníamos tan al alcance de la mano.
—¿Robar?
—Sí, cuando era chiquito. Afanaba las chapas de bronce que decían "Abogado", "Médico", y las vendía. Y una vez me embocaron.
—Pero hasta ahí llegaste: no te fuiste a robar estéreos de autos.
—No. No le podía traer una angustia a mi vieja, ni loco. Y aparte, ni me atrevía.
—Trabajaste de un montón de cosas antes de dedicarte de lleno a la actuación.
—Sí, quería tener mi guita.
—¿Desde qué edad?
—Empecé con las vidrieras y la verdulería a los 12. Y después, en los veranos en Mar de Ajó siempre me hacían trabajar. Mis viejos me decían: "¿Vos querés guita? Andá a laburar". Yo iba a trabajar encantado. Laburé haciendo zapatos, en una heladería; mi tío tenía una panadería.
—La época de preceptor en un colegio nocturno, ¿qué tal fue?
—Divina. Tenía 18 y todos tenían arriba de 30 y pico. Fui muy compañero de ellos.
—¿Qué año te tocaba?
—Tercero, un cuarto y un primero.
—¿Saliste con alguna de las alumnas?
—No mientras estaba en clases. Cuando se recibió, sí. Con una chica, un tiempito. Pero poquito, no estaba en el colegio cuando estuvimos de novios después, cinco meses. No soy de engancharme con compañeras de laburo. Prefiero limpio el laburo, la relación normal de trabajo.
—¿Qué preferís que digan de vos: que sos un gran profesional o un gran tipo?
—Un gran tipo. Absolutamente.
—Si hablamos en cinco años y salió todo genial, ¿cómo te encuentro?
—Viste que a veces uno con los años se da cuenta que hay cosas que te las merecés, porque es la vuelta de lo que das. Yo amé mucho, con intensidad, la profesión, a mi familia, y siento que en algún momento vuelve. Estoy viejito, por eso me emociono. Te voy a decir algo que dijo Alfredo Alcón una vez: "Cuando Damián te saluda y te pregunta cómo estás, te mira a los ojos, y de verdad te pregunta cómo estás. Y hasta que no le contestás, no se va. No pregunta cómo estás y sigue viaje". Me definió ahí, enseguida. No lo hago por interés. Alcón compartía con nosotros camarín, me lo he comido a besos, he tenido el gusto de abrazarlo y besarlo cuando lo admiraba como profesional. Todos terminan mostrando su parte humana, no conmigo, con el grupo donde estamos. Que le digan a mis hijos que yo he sido un buen tipo es mi plazo fijo para ellos.
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