"Me veo a los 121 años jugando un partido de fútbol", dice Hugo Arana, convencido de que las tres falsas muertes que le adjudicaron en Twitter le alargaron la vida. Pese al humor, el susto que vivió en 2013 cuando tuvo que ser operado a corazón abierto hizo de las suyas, y nunca más pudo volver a dormir sin pastillas.
El paso del tiempo no le quitó a Hugo el disfrute por el teatro. "Cada vez es más un refugio. Si hay tormenta, hay granizo, uno no quiere estar parado bajo las piedras", dice el actor que, aunque le ganó la batalla a su propia muerte, perdió a su esposa tras 44 años de matrimonio. Y encuentra en la profesión el sostén para seguir adelante.
"Uno distingue el aplauso que agradece el esfuerzo de los actores del aplauso que es celebración. Hay un aplauso de alegría: se ríen mucho, se divierten", explica el protagonista de Los Tutores, un éxito teatral del que también forman parte Dan Breitman, Mónica Cabrera, Laura Oliva, Ludivico Di Santo y Paula Kohan. La obra relata una reunión de padres de un colegio bilingüe, al que son citados por su mal comportamiento. Arana personifica al abuelo que se hace cargo de su nieto frente a la ausencia materna.
—Interpretás a un abuelo tiene algunas ideas un poco arcaicas en algunas cuestiones…
—Y muy acertadas en otras.
—Sí, por momentos pone el punto de claridad en decir: "Señor, ¿de qué estamos hablando?".
—Yo siento que lo comprendo muy bien porque me crié en las décadas del 40 y 50. Era un atorrante de barrio. Hay valores que este tipo tiene y que yo los comprendo muy bien. Tengo muchísimos matices y muchas dudas de hasta dónde estoy de acuerdo y hasta dónde no.
—¿Pero a vos te hace ruido el matrimonio igualitario, por ejemplo, como a tu personaje?
—Al personaje le hace un ruido de locos. Yo soy bastante más inquieto.
—¿El mundo del arte hace que uno tenga ciertas búsquedas y contradicciones que van acercando y acompañando el paso del tiempo?
—Seguro. Los actores trabajamos con la memoria emotiva y la memoria sensorial. Mi deseo es seguir jugando, como un niño. Hay un mundo infinito. Nosotros somos infinitos, en cada ser humano existen todos los matices que uno quiera: desde el asesino serial al santo. Tenemos todo acumulado. A los actores varones en general, no todos, nos gusta hacer de asesinos, de pedófilos, de cretinos, de golpeadores.
—¿Por qué?
—Porque podemos sacar la materia negra. Podemos poner fuera.
—¿Es terapéutico?
—Absolutamente. Si uno labura en armonía, sin bolonquis, sin contradicciones que traben, es maravilloso, porque uno saca lo que en la vida no puede, la pulsión violenta en la vida por moral, por ética, por miedo. No he degollado a dos mil tipos con un Tramontina por miedo a que me roben el cuchillo y me degüellen a mí. Por miedo a no ir 40 años en cana. Porque mi moral no lo permite, porque mi ética no lo acepta, por mil razones. Pero la pulsión violenta está. Como la pulsión amorosa, igual. Estamos hablando de todo el arco.
—El actor hombre: el asesino serial, el pedófilo. ¿Y la mujer?
—Les encanta, a muchas, no es una regla, ser prostitutas. O putas, decididamente. O tener amor libre. "Me acuesto con quien tengo ganas". Porque en la vida claro que lo pueden hacer, pero tiene sus costos, no es tan sencillo. Estoy hablando de algo que en general el profano no sabe, qué nos pasa a los actores haciendo un cretino. En Te esperaré, la película, yo hago un milico…
—Nefasto.
—Condenado, criminal en el Proceso. Y es un placer hacerlo. Poder habitar esa área, descubrir en uno dónde está la perversidad, el ejercicio del poder sin freno.
—¿Y nada incomoda de eso?
—No, porque encima si uno lo hace muy cretino y lo hace muy mal, es aplaudido. Entonces cuando hablás de la pareja igualitaria, uno como actor recorre los matices. Mi personaje se tiene que hacer cargo del nieto porque la hija prioriza su profesión, entonces no se puede ocupar del hijo.
—Ahí también aparece algo de la sociedad actual: cómo las mujeres queremos y tenemos que trabajar a la par de los hombres.
—Este es un costado, un aspecto que vos querés subrayar, pero en la obra no aparece ese aspecto, lo que aparece es una madre ocupada del yo. Está todo el día ocupada para ella, no está diciendo: "Necesito trabajar". El tema no es ese, no es "Pobre mujer, tiene que ir a laburar 10, 11 horas por día", no.
—Bueno, pero no está el padre en la reunión tampoco.
—Ella prioriza su vocación. No se aclara por qué no hay padre.
—Y como papá, ¿cómo fuiste?
—Lo mejor que pude. Recuerdo que el acto más violento fue un día agarrar de una remera a mi hijo decirle: "¿Qué estás haciendo?". Ese fue el acto violento. Jamás se me cruzó pegarle; a la madre tampoco. Lee como una bestia, o sea que le dejamos la inquietud intelectual. Canta muy bien.
—Ha seguido los pasos en el mundo artístico.
—Ha salido a la madre, claro, no el mío, yo no digo que toco timbres desafino. Y ha probado como actor algunas cosas. Ahí anda.
—Del uno al diez, ¿cuánto te molesta que te sigan preguntando si Facundo Arana es tu hijo?
—(Risas) No, ya cero. Ya agoté el diez. En el 2000 hicimos Buenos vecinos, un año y medio estuvimos, una novela. Y Facundo aparecía como un hermanastro. Hicimos no sé cuántas notas y reportajes, algunos juntos, aclarando que no éramos parientes. A los cinco, seis decíamos: "Facundo, los reportajes nuestros ni los ve ni los escucha nadie, ni los lee", porque seguían… A él le decían: "Saludos a su padre, qué buen actor". A mí me decían: "Un beso a su hijo, qué rico es y qué buen actor". Y… ¿qué va a ser?
—¿Cuándo fue la última vez que te lo preguntaron?
—Hace una semana, no me acuerdo quién, dijo: "Ay, ¿no es su hijo?". Mucha gente llegó a conocer a mi mujer: era polaca, rubia de ojos celestes. Era actriz y cantante. Los que la conocían decían: "Claro, es el hijo, rubio de ojos celestes". Mi hijo tiene ojos celestes, se llama Juan Gonzalo.
—¿Extrañás la vida en pareja?
—Extraño a mi esposa.
—Se la extraña a ella.
—Fueron muchos años, y bellos. No hubo un día que dijera: "Me voy". Nunca. Ni ella ni yo. Nunca. Hubo problemas, claro.
—Qué aguante en 44 años.
—Hubo discusiones. Pero nunca estuvimos al borde de romper algo. De la relación estoy hablando. Nunca nos tiramos jarrones… Cuando quiso apuñalarme, le erró ella (risas).
—Por suerte los dos podían canalizar en la actuación.
—Los dos jugábamos a agarrar un escobillón y volar con un caballo blanco.
—¿Qué te generó el alejamiento de Luis Brandoni de la Asociación Argentina de Actores?
—Una cosa dolorosa. A mí me tocó, creo que era el 74, ir con un grupo de actores a manifestarnos por la amenaza de muerte a nuestro secretario gremial, que era Brandoni. O sea que fue un hombre consustanciado en la lucha, tuvo que huir a México. Es muy doloroso ver un quiebre de estas características dentro de la entidad.
—Más allá del caso de Brandoni con Actores, ¿este quiebre también sucede entre los actores con distintas ideologías?
—A mí no me está ocurriendo.
—¿No tuviste discusiones o alejamientos por cuestiones políticas?
—No. Lo más álgido que he tenido han sido diálogos, por suerte.
—¿Y podés tener amistades que tengan una ideología distinta a la tuya?
—Sí señora, sí. De hecho las tengo. Generan discusiones y me parece bárbaro.
—¿Qué nos está pasando como sociedad que pareciera que no podemos?
—No podemos hacer un reparto más equitativo del poder, del capital. Yo siento que es eso. El primer volumen de dinero del planeta son las armas: submarinos nucleares, bombarderos, cohetes con ojivas nucleares. El segundo son los laboratorios, que por ejemplo frenan la miel de la cannabis, que está demostrada científicamente su capacidad. Despacito han empezado a aflojar, pero es una traba. En tercer lugar creo que ya están llegando los narcos, en volumen de dinero. Ese es el planeta que vivimos. Que el primer volumen sean las armas… Claro, si se bombardean países enteros.
—Si me tenés que definir hoy tu estado de ánimo, ¿cuál es?
—Un intento de tener la vara para cruzar el cerro. Veo la imagen de una cuerda de cerro a cerro, los que cruzan con la vara.
—Equilibrio.
—Sí. Un intento con entusiasmo, no un intento desgarrado. Pero sé que caminamos… El piso no es muy firme.
—¿Y se sigue disfrutando subir al escenario?
—Yo creo que cada vez más. En todo caso, cada vez es más un refugio. Cada vez si hay tormenta, hay granizo, que no está mal, es la naturaleza, pero uno no quiere estar parado bajo las piedras como huevo de gallina. No es muy divertido.
—¿Cómo está la salud?
—Bien. He pasado períodos feos.
—¿Te asustaste?
—Sí, pero nunca tuve imagen de muerte. A mí me abrieron el pecho, me sacaron el corazón, cambio de válvula, dos bypass. Y tomo pastillitas para dormir desde que me operaron del corazón porque no dormía; una hora y media, dos horas dormía. Creí que me volvía loco.
—¿Qué te pasaba?
—No dormía.
—¿Pero por miedo a morirte durmiendo?
—No, nunca tuve el pensamiento real de decir: "¿Me despertaré?". Pero un día, un amigo no médico me dijo: "Hugo, ¿vos sabés que hay una tendencia de mucha gente operada del corazón que no se quiere dormir?". Y dije: "Oia".
—Y ahora, ¿con las pastillas dormís?
—Sí, duermo. Entre seis y ocho horas.
—¿Cuándo fue la operación?
—En el 2013, el 17 de junio. Y tres veces salió en las redes sociales que me había muerto.
—En algún momento hasta te empezaste a reír de eso.
—Sí. Me veo a los 121 años jugando un partido de fútbol, y morir de un paro cardíaco. Y a mi alma la veo sola, buscando un cajón. Porque van a decir: "Otra vez no…". No lo va a querer nadie.
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