Tenía apenas 26 años de vida y seis de profesión cuando la muerte lo sorprendió en el cruce de las avenidas Hipólito Yrigoyen y Monteverde, en Burzaco. Héctor Anglada, el Córdoba para todos, circulaba en su moto junto a Juan Manuel Mendive, también actor, cuando en la Rotonda Los Pinos un colectivo de la línea 318 frustró una auspiciosa carrera en el cine y la televisión.
Nacido en el seno de una humilde familia cordobesa, y criado por una abuela a la que llamaba "mamá" junto a sus tres hermanos, Anglada supo ganarse la vida como heladero, diarero, peón de albañil, bombero voluntario, lavacopas y cafetero antes de abrazar la profesión de manera casi azarosa.
Corría 1992 cuando Adrián Caetano, a quien conoció mientras trabajaba en la sección mantenimiento de un hotel en la villa cordobesa, lo invitó a participar del corto "Visite Carlos Paz", y él, pese a que no contaba con antecedentes actorales, aceptó el desafío.
Cómo olvidar al Córdoba, ese marginal ladrón de taxis que muere acribillado por la policía en Pizza, birra, faso, el film que no solo le permitió salir de la pobreza para abrirse un camino en la actuación sino que le posibilitó alzarse con el Cóndor de Plata a la Revelación Masculina de aquel año.
El sueño de actuar en la pantalla chica se le cumplió en 1998, cuando hizo de barrabrava en RRDT, la tira protagonizada por Carlos Andrés Calvo. Sin embargo, su papel más recordado fue sin dudas el de Capilla, el amigo de Mariano Martínez en la tira Campeones de la vida.
Su despedida de la TV fue con Rubén, el albañil amigo de Celeste Cid en Enamorarte. Seguramente por aquel entonces, septiembre de 2001, Anglada, a quien lo esperaban una serie de protagónicos en cine, no imaginaba lo que sucedería a la vuelta de la esquina, más precisamente en la madrugada del sábado 2 de marzo del año siguiente.
Su abuela, sus hermanos y sus amigos ni siquiera pudieron encontrar el consuelo de la justicia, ya que luego de permanecer prófugo durante un año, Ramón Salazar, el colectivero que les pasó por encima a él y su amigo, fue condenado por homicidio culposo agravado, un delito considerado excarcelable.
Hoy, mientras sus restos descansan en el Panteón de Actores del Cementerio de la Chacarita, en algún lugar el recordado Anglada estará contando chistes con su inconfundible acento cordobés, ese que fue una marca registrada durante su corto pero indeleble paso por el espectáculo autóctono.
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