Ángel Carabajal hoy disfruta de un feliz presente. Casado con Melisa y papá de Gino y Felipe, este año Bien Argentino, el espectáculo de baile que él dirige en Villa Carlos Paz, se alzó con seis premios Carlos, entre ellos el de Oro. Sin embargo, las cosas nunca fueron fáciles para el bailarín de 35 años. Cuando tenía apenas meses de vida sufrió el abandono de sus padres, su madre quería venderlo y su abuela lo rescató. Tuvo que salir a pedir y trabajar desde los siete años para poder vivir.
"Mi mamá Felisa era epiléptica crónica y hacía la calle, entonces me dejó al cuidado de mi papá, Pablo, que era alcohólico. Él le pegaba, entonces ella se iba de casa hasta que desapareció y me dejó con él. Él no me podía tener y me dejó en un orfanato, tenía menos de año", comenzó su relato el creador dueño de la compañía Sentires, en diálogo con Pronto.
Mi mamá era epiléptica crónica y hacía la calle, entonces me dejó al cuidado de mi papá, Pablo, que era alcohólico. Él no me podía tener y me dejó en un orfanato, tenía menos de año
Su madre, sin dinero y embarazada, tenía la intención de venderlo: "En ese momento ella dio a luz a mi hermana, a quien no conozco, solo me enteré que la habían vendido", contó y aseguró que su gran asignatura pendiente es encontrarla. Solo sabe que ella tiene 34 años y que le cambiaron el nombre.
Tengo una hermana que no conozco. Sólo me enteré que la vendieron
"Mi papá estaba cada vez más enfermo y vivía una situación de indigencia total. La que me rescató fue mi abuela materna, María Antonia Palacios, para sacarme del orfanato necesitó ayuda de abogados. Estuve a un día de que me adoptara una familia. Ella me crió, era viuda y vivía de changas, me rescató a mí y a mi primo Diego, al que también habían abandonado", recordó.
Salía a pedir y en la escuela se burlaban de mí. Jugaba bien al fútbol y la cancha era el único lugar en el que sentía que valía la pena como persona
Su abuela vivía en una casita de barro muy humilde. Sin dinero y con un asma crónica, la mujer no podía mantenerlos y por eso Ángel y su primo, tres años más grande, tuvieron que salir a pedir. La situación lo hizo sufrir mucho, no sólo en su casa y en la calle, sino también en el colegio donde sus compañeros le hacían sentir su dura realidad: "Se burlaban. Mi única defensa era la cancha, jugaba bien al fútbol y era el único lugar en el que sentía que valía la pena como persona. Pero terminaba el partido y volvía a sufrir bullying".
A los siete años ya trabajaba barriendo veredas y como ayudante de albañilería. Contó que muchas veces pasó hambre pero que con su primo constantemente intentaban rebuscárselas. "A los 9 años me escapé de casa. Iba llorando y esperando que me cayera un milagro del cielo. Estuve una semana afuera hasta que me encontraron. Mi abuela me esperaba con un cinto en la mano, no lo cuento de golpeado, sino de aprendiz: supo darme los chirlos a tiempo", dijo agradecido a la mujer que lo crió.
A los nueve me escapé de casa. Al volver mi abuela me esperaba con un cinto en la mano, no lo cuento de golpeado, sino de aprendiz
Su historia empezó a revertirse cuando a los doce encontró su pasión: el baile. Se inscribió en la Escuela Municipal de Danza de Oncativo, donde asegura que fue muy bien recibido. Siguió yendo al colegio hasta cuarto año que se fue de mochilero por el país y al regresar, buscó a su padre.
"A mi papá lo encontré en un ranchito, lo conocía más o menos por una foto, él no me reconoció, se quedó mudo, lloró y me abrazó. Viví con sus nueve hijos en una habitación, los conocí pero no tuve vínculo, murió el año pasado de cirrosis", contó.
Con su mamá, no tiene relación afectiva aunque trata de ayudarla: "La veo muy poco. Me abandonó de chico y tengo un recuerdo vago de que viniera en alguna Navidad, pero nunca la sentí como una madre. No me puedo obligar a quererla", cerró.
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