Nacha Guevara y un duro recuerdo de su madre: "Fueron horas de abuso, palizas, insultos, de la cabeza en el plato"

La cantante, quien está preparando un nuevo espectáculo, mantuvo una charla íntima con Teleshow. Desde su exilio hasta el feminismo, pasando por una infancia difícil y sus memorias, que ya escribió y "en algún momento saldrán a la luz", según avisa

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"Ya no se ensaya más", lamenta Nacha Guevera, que no da el brazo a torcer: "Soy de la vieja ola. Y como soy muy obsesiva, me gusta hacerlo bien. Entonces, ensayo y ensayo".

Antes que un preámbulo, la explicación aporta un contexto. Porque la artista está presentando Las canciones que nunca volví a cantar, donde refleja un momento muy especial: los temas que cantaba en la época del Instituto Di Tella durante los años 60 y principios de los 70. "No es un espectáculo para la nostalgia, ni para lloriquear sobre el tiempo que se perdió -advierte-. Es más bien para refrescar los valores que hicieron del Di Tella ese pequeño faro de luz que fue: la rebeldía creativa, la libertad interior. Y ese lema que nos guiaba y que de algún modo nos sigue guiando y es: 'Seamos realistas, soñemos lo imposible'".

—¿En tú recorrido fue así: como lo fuiste soñando fue sucediendo?

—No, fui más bien a los tumbos. Aprendí más tarde a trabajar en el deseo. Lo que teníamos en ese momento era mucho más valioso si se quiere que todo lo que uno estudia después. Ese impulso, ese no pensar en las consecuencias de lo que se hace, lo que yo llamo la libertad interior, que desde el sueño a la acción no había intermediarios. Había errores, y sí… Y había mamarrachos, claro. Y había cosas maravillosas, por supuesto. Pero era pura acción.

—¿Hoy están más solos los artistas?

—Sí, estamos más solos. Todos: los que empiezan y los que no empiezan. Y también a los que empiezan, que quisieran hablar con una voz propia, con su propio corazón, les es mucho más difícil que lo que fue a nuestra generación. Porque nuestra generación tuvo esta cosa colectiva que se armó y tuvo el Instituto Di Tella, que era un lugar para experimentar, para equivocarse.

Con “Las canciones que nunca
Con “Las canciones que nunca volví a cantar” Nacha Guevara recuerda la época del Instituto Di Tella que fue clausurado durante la dictadura de Onganía.

—Sin embargo el Di Tella se clausura con Onganía. Han sufrido persecuciones políticas muy importantes. Esa dictadura, la siguiente dictadura: te tuviste que ir exiliada. Me cuesta pensar en esta dificultad que mencionás para el surgimiento del arte hoy…

—Cuando es mucho más libre entre comillas. ¿Pero es más libre? Porque ahí el opresor eran los militares, por ejemplo. Y entonces eran muy claros. Primero no teníamos miedo, vamos a empezar por ahí. Esa es la llave maestra: no nos daba miedo.

—¿Y cómo se hacía para no tener miedo?

—No lo sé. Porque hoy en democracia, lo que se llama democracia, estamos llenos de miedo. No sé qué hicimos mal, es absurdo lo que pasa. Y cuando decimos que es tan difícil hoy para alguien en mayor libertad expresarse es que el establishment se bloqueó, se cerró. Hoy no gobiernan ni los gobiernos, hoy gobiernan las multinacionales, y a las multinacionales las gobierna la famosa intelligenza que son esas 14, 15, 20 personas, que toman las decisiones por nosotros y que ya están planeando el futuro que nosotros todavía no vemos cómo va a ser. Y lo que estamos viendo hoy es lo que se planeó hace un tiempo. Es una libertad falsa porque es una libertad donde todos tenemos miedo de opinar, todos tenemos miedo de lo que opina el otro, todos tenemos miedo de los likes de las redes, todos buscamos aprobación. Nosotros no buscábamos aprobación.

—Ahí hay algo: el buscar gustar constantemente.

Agradar es la llave de la desgracia. Se dice que no se conoce la llave del éxito pero la llave del fracaso es tratar de agradar a todo el mundo.

—¿Y cuándo lo entendiste?

—Mucho más tarde, porque hacíamos. Y nos dábamos las cabezas contra las paredes y nos divertíamos muchísimo. Y no teníamos tiempo porque trabajábamos tanto, había tantas cosas para hacer que no teníamos tiempo tampoco, no era un proceso intelectual. Eso es lo que hay que aclarar también: no se trataba de un proceso intelectual, era más intuitivo, por lo tanto mucho más interesante.

—Los 60 también fueron un momento muy importante para las mujeres.

—Porque estaba la liberación sexual, el amor libre. Todo eso estaba pasando, como las movilizaciones en Estados Unidos de la gente que rechazaba la Guerra de Vietnam. Fue un momento muy, muy interesante de vivir.

—¿Sentís que este momento es importante también para las mujeres?

—También es importante, claro que es importante. Hay que tomarlo con cuidado: que no se quede solo en esto que está pasando. Pero esto ni empezó ahora ni termina ahora. Siempre hubo mujeres extraordinarias en todas las épocas, mujeres que fueron pioneras y que lucharon por ser iguales. La suma de todas esas mujeres es lo que nos trae hasta el momento de hoy, porque el agua no hierve a 99 grados, hierve a 100. Y éste es el momento de los 100 grados, del hervor. Por eso sale también como sale: a borbotones y desprolijo. Hoy todo es tan tramposo que puede quedar en esta cosa que dentro de cinco meses pasa la ola y los medios se olvidan, y entonces viene otra noticia que es más importante. Ese es el peligro. Aquí hay que sostenerse, y se sostiene con la conducta de cada una de nosotros.

—¿Sos feminista?

—La palabra… Estamos peleando por una palabra. Mujeres contra mujeres por una palabra. ¿Qué importa la palabra? Es la conducta lo que importa. Somos mujeres, ¿nos comportamos como mujeres con todo lo que eso implica? ¿Defendemos los valores femeninos? Estamos perdiendo la discusión en la palabra. A eso es lo que le tengo miedo: cuando estamos perdiendo la base de esto, los valores de la mujer, los valores femeninos. Entiendo que lo que la mujer tiene para aportar es ser guardiana. ¿De qué? De la paz y de la vida. Ese es el rol de la mujer. Y después, la conducta cotidiana.

—Alguna vez charlamos y me decías que el hombre era esclavo del sexo y la mujer no cae en eso.

—O no cae tanto. Porque también en estos cambios que estamos estableciendo es como que el sexo ha pasado a ser obligatorio. Y obligatorio a edades muy tempranas para no salirse del grupo, porque Fulanita a los nueve años ya tiene un novio, entonces la nena, que a lo mejor no tiene ganas y no es su naturaleza y busca otras cosas, se ve obligada porque si no se queda afuera de la manada.

—Hemos apurado la adolescencia.

—Claro, hemos apurado la adolescencia y hemos apurado el sentido, de nuevo, por pertenecer, por agradar, por poder integrarse, y dejar de ser uno, dejar los deseos de uno, las necesidades de uno de lado. No todos necesitan tener sexo a los 12 años, hay quien necesita tenerlo a los 20 y hay quien a los 18, y hay quien puede elegir ser célibe. ¿Y por qué tiene que ser obligatorio para poder pertenecer y decir "Yo también"?

—Con todos los escándalos sexuales que salieron en Hollywood se han tomado medidas muy inmediatas.

—Inmediatas.

—Acá no pareciera que eso suceda.

—No, porque aquí empezamos a discutir, entonces empieza la pelea. Como sociedad nos hemos enamorado de la pelea y del conflicto. Pelear ha pasado a ser lo más importante, porque eso nos hace creer a nosotros, a los que peleamos, que somos muy importantes.

“Nosotros no buscábamos aprobación… Querer
“Nosotros no buscábamos aprobación… Querer agradar es la llave de la desgracia” dice Nacha Guevara en esta charla con Teleshow

—¿Qué se supone que tenemos que hacer las mujeres para probar que un hombre nos acosa?

—Es que no se puede probar: hay que cortarlo en el mismo momento, no hay que permitirlo.

—Y la que no puede, ¿cómo hace?

—Sí, hay gente que puede y hay gente que no puede, es cierto eso. Pero los que pueden tienen que hacerlo. Porque hay mucha gente que puede, pero evalúa: "Si me aguanto esto consigo eso".

—Decís que a veces especulamos.

—No estoy hablando de cuando tenés que alimentar tres hijos y tenés un puesto pequeño y el jefe abusa; ahí tal vez te la tengas que bancar. Hay mujeres que ahí no se la bancan. Pero se comprende si se la banca. Pero en otras posiciones y en otros puestos, a veces es por un ascenso… No hay que permitirlo. Todos entienden el no.

—Vos diferenciás entre el hombre haciendo ese abuso de poder de las mujeres que usan ese poder. ¿Te entendí bien?

—Sí, claro. Hay mujeres que lo hacen. Sabemos que hay mujeres que lo hacen. No te estoy contando algo que no sepas. Entonces en ese caso, el tango se baila de a dos. La manera es cortarlo de raíz. Ahora escucho que los hombres dicen: "No sabemos qué hacer, no sabemos cómo mirar". Mentira, ellos saben cuando miran cómo miran… ¿Me vas a decir que no saben? ¿Cuando le miran el culo a una mina van a decir que no se dan cuenta? No, no.

“Hay una idea de que
“Hay una idea de que para acercarte a la naturaleza te tenés que ir a 500 kilómetros. No es así, todos tenemos una plantita cerca, un animal cerca, el cielo, el agua”

—¿Te pasó alguna vez?

—Una que me pasó es divertida. Se me sentó un tipo al lado y se dormía. Curiosamente, se dormía siempre hacia el lado donde yo estaba y se le caía una mano. Entonces, la primera vez que se le cayó la mano se la puse en su lugar. Al rato de nuevo, ya la mano un poquito más arriba. Entonces saqué la mano de nuevo, se la puse un poquito más dura. Y dije: "Si éste va a tener un tercer touch, yo voy a hacer esto…". Tenía un sombrerito con un pincho que son agujas gruesas, largas. Me lo saqué con todo cuidado y esperé a ver si había una tercera vez. Y hubo tercera vez. Y ¡zac! (hace el gesto de haberlo pinchado), y sacó la mano. No se cayó nunca más hacia mí. Retomando, cuando digo que esto no se puede quedar aquí, digo que es obligación del Estado trabajar en esto. Empezar a hacer hogares para las mujeres maltratadas, donde las hagan estudiar y las preparen para que no tengan que depender. Porque la primera dependencia en este plano es económica.

—Hablás del Estado. ¿Cómo estás viendo el país hoy?

—No me gusta hablar de eso porque el país somos todos. Veo cosas que no me gustan, escucho hablar de la pena de muerte por un diputado del PRO y no puedo creer lo que estoy escuchando, no lo puedo creer. Es muy fuerte que hayamos llegado a esto. ¿Qué nos pasó?

—¿Y qué nos pasó?

—No entendimos nada, y no hicimos los cambios que había que hacer en el momento que había que hacerlos. Y sobre todo nadie quiere hacerse cargo de hacer su propia revolución. Nadie quiere hacer la revolución interior que es la única que podrá garantizar la otra.

—Viéndolo a la distancia, ¿te alegrás por no haber terminado de meterte en política o te quedó pendiente?

—No, absolutamente: tomé la decisión correcta. Ahí adentro yo no puedo hacer nada. Puede ser que haya gente que pueda; yo no. Desde afuera, con el arte, por lo menos lo que se puede hacer es crear momentos de armonía. Que cada vez se necesitan más como contraste de lo que vive la sociedad. Este es un momento del planeta muy complicado, eh, no es solamente la Argentina. Es un momento crucial, es un momento de tomar decisiones que van a ser cruciales para el futuro. La Humanidad ha llegado a un punto en el que evoluciona o va al exterminio, ya no le queda otra alternativa. Y si no entendimos… bueno, habrá que empezar de nuevo.

Nacha Guevara vuelve a los
Nacha Guevara vuelve a los escenarios de la mano de “Las canciones que nunca volví a cantar” el 8 de Marzo en La Trastienda

—Sé que escribiste tus memorias.

—Así es. En algún momento van a salir a la luz.

—¿Cómo fue ese proceso? ¿Te encontraste con cosas dolorosas?

—Sí, claro. Fue doloroso. En la medida en que vas escribiendo vas entrando en el tema y vienen recuerdos y cosas que tenías sepultadas.

—¿Como qué?

—Curiosamente, pensé que toda la parte de la infancia, porque tuve una infancia complicada, iba a ser la más difícil de atravesar. Pero también es cierto que la he trabajado mucho. Entonces, eso pasó con bastante suavidad. Lo que me tomó de sorpresa es cuando llegué al exilio. Toda la experiencia del exilio me agarró completamente desprevenida y fue muy difícil de escribirla. En el exilio y con semejantes urgencias de supervivencia, no dejan tiempo de elaborar, no hay tiempo de observar, hay que darle de comer a los chicos. Hay que conseguir trabajo. No hay tiempo de elaborar la catarata de acontecimientos que se te vienen encima. No hay tiempo de hacer silencio interior. Porque si lo hicieras tal vez sería tan doloroso que no te permitiría hacer lo que realmente tenés que hacer en ese momento, que es sobrevivir.

—¿Y sirvió el libro para cerrar esas heridas?

—Sí, yo creo que sí. Pero me di cuenta de lo dolorosa que fue esa etapa. La viví, y no tenía tan claro lo difícil que fue.

—Y las de la infancia, ¿cerraron?

Las grandes heridas nunca cierran del todo: están ahí, pero cicatrizan.

—Hace poco te escuché contando que eras vegetariana desde muy chiquita, y era muy difícil entender eso.

—Muy difícil. Yo nací vegetariana. Como hoy nacen muchos chicos vegetarianos, pero los padres están más preparados para recibirlos. Tienen más herramientas, tal vez, que ésta marciana que apareció ahí en el medio de la familia diciendo que no quería comer carne. Sin embargo había un vegetariano, no en la familia, era un amigo del marido de mi abuela, obrero de la construcción y un hombre extraordinario en todo sentido. Era elegante, era hermoso, su pelo blanco, sus ojos azules, esa cara con ángulos, siempre impecable; y él era naturista. En mi casa, cuando lo veían llegar, decían: "Huy, ahí viene Fausto, ahí viene el hinchapelotas". Para mi familia fue un hinchapelotas; para mí, fue mi primer maestro.

—Él era el hinchapelotas. Y vos, ¿quién eras?

—Yo también era hinchapelotas (risas). Porque era una nena que seguramente era difícil de entender, de manejar o de dominar. Con una madre muy dominadora, y siempre hubo una lucha allí. Ella insistía en que comiera carne y yo "Que no", y ella "Que sí". La etapa de la comida, hasta que pude pagar mi primer alimento, fue siempre muy desagradable. Y a veces mi madre era muy violenta. Está la anécdota de los zapallitos rellenos.

—¿Cómo es?

—Me hizo zapallitos rellenos con carne, me los camufló. Yo dije: "No los voy a comer". Tenía cinco años. Duró horas, horas de abuso, de palizas, de insultos, de la cabeza en el plato, de pegarme una paliza tremenda. Hasta que apareció un tío salvador que me sacó, así, y mi madre dijo: "Nunca más voy a hacer zapallitos porque la he pasado muy mal". Ella la había pasado muy mal… Pasaron los años de los años de los años, 40 creo, volví del exilio y el primer domingo que fui a comer a la casa de mi madre, ¿qué me sirvió mi mamá? (risas), zapallitos rellenos con carne. Esta vez corrí el plato y ya está. Pero lo que a mí me admira hoy, me lo pregunto: ¿tendría el valor frente a una persona con esa superioridad emocional, física, de tamaño, de todo, de decir "No" mientras me pegan, me tiran al piso, me dan cachetadas, me agarran con una zapatilla? ¿Tendría ese valor que tuvo esa niña? No lo sé.

—¿La perdonaste?

—Sí, porque ya está. Ella hizo lo que creía que tenía que hacer. Lo que no perdonaría es que siguieran en ese modelo. Eso no se debe permitir.

—¿Hasta qué edad tuvo esos episodios de violencia?

—Casi siempre, porque fue una madre muy difícil.

—¿Te pudiste amigar con esa historia?

—Sí, sí, pero es una relación que nunca llega a ser ese ideal de la… ¿Hay alguna que sea mamá ideal? No creo.

—No, para nada, pero es una escena muy fuerte.

—Sí, es muy fuerte esa escena.

—Si salís de acá y te enterás que te quedan diez minutos de vida, ¿qué hacés con esos diez minutos?

—Me voy a algún lugar cerca de la naturaleza, muy cerca, muy íntima con la naturaleza. Hay una idea de que para acercarte a la naturaleza te tenés que ir a 500 kilómetros. No, todos tenemos una plantita cerca, un animal cerca, el cielo, el agua.

—Y conectás.

—Eso es lo que haría, conectarme con eso.

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Agenda: Nacha Guevara se presenta con Las canciones que nunca volví a cantar en La Trastienda los días 8,9,15,22 y 29 de Marzo. Además estará en el Teatro Coliseo Podesta de La Plata el 10 de marzo.
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