De paseo por Nueva York es imposible no sentirse atraído como un imán por el Times Square. La esquina emblema de Manhattan es visitada cada día por millones de personas de todo el mundo que quedan obnubiladas por sus luces.
Broadway es una de las avenidas que cruza este punto de encuentro. Conocida por sus teatros, aunque paradójicamente quedan en las calles aledañas, es uno de los circuitos mas anhelados por miles de artistas que sueñan con que su nombre allí figure.
El Rey León, Aladin, Cats, Los Miserables y Chicago son algunas de las obras anunciadas por los carteles. ¿Qué tienen de particular que cada noche llenan sala y que tantos actores y cantantes están dispuestos a dejar su ciudad para participar en ellas, aunque más no sea en un papel mínimo? ¿Por qué cada noche atraen a cientos de turistas de todo el mundo?
El circuito teatral es un engranaje perfecto, en el que cada pieza funciona religiosamente para que la otra se luzca. Chicago, por ejemplo, con Bianca Marroquín y Amra Faye Wright cuenta con más de 20 artistas en escena (actores y bailarines), además de la orquesta en vivo, en ese contexto no hay espacio para fallas.
La obra dirigida por Bob Fosse y Walter Bobbie está desde hace 21 años ininterrumpidamente en cartel, lo que la convierte en uno de los musicales con mayor permanencia en la historia de Broadway.
Entrar al teatro Ambassador tiene algo mágico, aunque no es grande como pueden ser varias de las salas de la calle Corrientes, tiene cierto lujo y solemnidad que se ve en su alfombra, sus butacas y ornamentos. La gente no va de paso, se viste con sus mejores galas para presenciar el espectáculo y a las 21 todo queda en silencio para darle el turno a la primera de las canciones y dejarse llevar por el show de dos horas y media.
Entre letra y canción los actores sufren, ríen, hacen chistes, a veces un poco difíciles de entender si no se domina al 100 por ciento el inglés, pero sobretodo muestran que valieron la pena las extensas jornadas de ensayo riguroso, ya que como ocurre en la mayoría de las piezas musicales, no hay espacio para el error, todo tiene que estar coordinado a la perfección porque donde uno se retrasa, distrae o equivoca, afecta al resto del elenco, por ende, la experiencia del público.
Sin ver ninguna falla entre los artistas, ni esperar ni medio minuto de más por cuestiones técnicas, el espectador siente esa perfección desde que abre el telón, hasta el aplauso final.
Una de las grandes diferencias con las piezas que se pueden ver en Buenos Aires es la permanencia en cartel. Allí la mayoría de las obras están varias temporadas (cosa que es posible gracias a la cantidad de público de todo el mundo que asiste a los shows), lo que permite perfeccionar cada detalle, mientras que en avenida Corrientes, la mayoría de los musicales no están más de seis meses, con lo bueno y lo malo que eso conlleva, ya que el constante cambio brinda la posibilidad de tener siempre nuevas opciones para ver.
Josefina Castiglione, que el año pasado protagonizó Peter Pan en el Gran Rex, tuvo la posibilidad protagonizar un musical en Manhattan, West Side Story (Amor sin barreras) y contó a Teleshow sobre aquella experiencia única: "Fue mágico. Fue una parálisis: recuerdo una excitación desmedida mía cuando me convocaron".
"Broadway tiene la estructura, es una mega industria que existe hace añares, en un país que es una de la potencias mundiales. Y eso nos supera. Pero la Calle Corrientes tiene la entrega y el compromiso", había dicho la actriz.
Junto con contemplar las luces del Times Square, hacer un picnic en el Central Park y comer sandwich de pastrami, ir a ver un musical a Broadway es una de aquellas experiencias que vale la pena hacer si se visita la Gran Manzana y que quedará para siempre en uno.
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