"Los primeros veinte años de mi carrera fueron muy duros", recuerda Juan José Campanella, a la distancia. Y entonces le agradece a Dios porque "las memorias son más frágiles para los fracasos". Ahora, que ya cumplió 37 años de una carrera dedicada a la dirección de proyectos audiovisuales, le faltan apenas tres para equilibrar la balanza: sucede que desde aquel par de décadas tan duras, Campanella empezó a saborear el éxito popular y el reconocimiento general.
Hoy, el desafío y el corazón están en el teatro con ¿Qué hacemos con Walter? "Es una comedia donde la gente se ríe muchisimo, pero no pierde nunca la verdad", reflexiona desde su triple rol de autor (junto a Emanuel Diez), director y productor. El elenco compuesto por Miguel Ángel Rodríguez, Karina K, Campi, Federico Ottone, Fabio Aste y Araceli Dvoskin funciona como un reloj, y la sala del Multiteatro estalla de risa en los momentos justos.
Habiendo logrado tanto, Campanella explica que la ambición es que siga todo igual . "¿Siempre con ideas nuevas?". "Y, sí… Engañando a la parca", responde entre risas en este mano a mano con Teleshow. Lo cierto es que el multifacético director no para, con dos nuevos proyectos de cine en marcha.
La remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico empieza a filmarse en mayo con Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni y Marcos Mundstock. A la vez, continua trabajando junto al escritor Eduardo Sacheri (ya se habían unido para la ganadora del Oscar El secreto de sus ojos) en una historia que se desarrolla en el tercer cordón del conurbano bonaerense. Y como si fuera poco, se convertirá en el dueño de un teatro que está reconstruyendo junto a sus socios, el Politeama, de 705 localidades.
En los últimos años conocimos a un Campanella mucho más comprometido desde lo social y con sus opiniones políticas. Las amenazas, el escarnio público y las intervenciones de la AFIP no lograron amedrentarlo. Y aunque no quiera involucrarse con un cargo público, le pone el cuerpo y si compromiso al desarrollo social con El potrero digital, una escuela de animación y nuevas tecnologías para chicos de barrios carenciados que les permitirá formarse en los trabajos del futuro, con salida laboral.
—Dejás siempre la vara muy alta en tus trabajos. ¿Está esa necesidad de superarte a vos mismo?
—Sí. Lamentablemente, a veces frena mucho. De hecho, voy a filmar este año; hace diez años que no filmo una película con humanos. "Metegol" fue muy trabajosa, demoró muchos años, pero se estrenó en el 2013. O sea que ya hace cuatro años que no hago una película porque no encontraba un guión que me pareciera lo suficientemente distinto de lo que hice antes y que me gustara mucho. Éste es un proyecto que tengo hace muchos años, pero se cuajó en estos últimos meses.
—El proyecto que estás trabajando con Sacheri lleva seis años. ¿Son como hijos?
—Exactamente. Yo trato de que por lo menos en cine y en teatro sean cosas que se puedan ver dentro de 20 años, sigan gustando, y sigan removiendo cosas.
—"¿Qué hacemos con Walter?" transcurre en una reunión de consorcio. ¿Está en tu top five de los peores lugares para asistir?
—(Risas) ¿Sabés que nunca estuve en una reunión de consorcio? Porque me crié en una casa. Cuando me mudé por mi cuenta fui inquilino toda mi vida, y ahora vivo en una casa de barrio. Pero el consorcio es como el psicólogo: si vos vivís en Buenos Aires no necesitás hacer terapia para saber todo sobre psicología porque ya todo tu medioambiente te interna con historias de terapia e historias de consorcios, así que se conocen.
—Viviste muchos años afuera, pero nunca perdiste el toque argentino y la capacidad de mostrar lo que nos pasa.
—Nunca jamás perdí lo argentino ni se me pegó un acento ni palabras ni nada de Estados Unidos. Extrañé como loco siempre, me rodeé de argentinos, prácticamente vivía en una burbuja argentina en contacto permanente, y hace quince años que estoy acá. Mi esposa es argentina, mis hijos son argentinos. Además me fui grande, ya me fui absolutamente criado.
—¿Cómo ves al cine argentino?
—El cine argentino es un generador de talentos nuevos imparable. Se hacen muchísimas películas, muchas más de las que el público puede absorber. Entonces, a veces nos estamos canibalizando un poco. Pero es un semillero de talento increíble, es uno de los cines más vitales que hay. En cuanto a la situación, está difícil: creo que hace quince años que lo vengo diciendo. Hay muchos debates dentro de la industria sobre cómo utilizar los fondos de fomento, cómo actualizarse con las películas que se fueron atrasando. Son debates muy técnicos que a veces se simplifican para utilizarlos políticamente, pero la gente que trabaja en cine generalmente no se prende en esas cosas. Todos tenemos muy claro que el cine es nuestro lugar de pertenencia.
—Si nos comparamos mundialmente, ¿al cine argentino qué puntaje le ponés?
—A mí no me gustan los puntajes, incluso en las críticas: cuando ponen tres deditos, tres estrellitas, dos estrellitas… "No, flaco, yo trabajé cinco años en la película, desarrollame un poquito más la crítica, no un dedito, dos deditos, tres deditos". Es un cine que se busca permanentemente en los festivales de todo el mundo, que se ve con interés, que gana premios.
—Podemos envidiar la plata de otras industrias, pero no los talentos.
—No, los talentos desde ya que no. Y la plata te digo que tengo que pensarlo, no sé si necesitamos envidiarla tanto. Separo el cine de Hollywood, ¿no?, que es una industria en sí misma que además medio que ha abandonado la realización de películas dramáticas, de seres humanos, se ha dedicado casi en un 95% al cine espectáculo. Al cine independiente americano, yanqui, lo equiparo al cine argentino porque está con los mismos problemas que tenemos todos, de distribución mundial y de que la gente lo mire. Pero en ese sentido creo que, por ejemplo, es más fácil hacer una ópera prima acá que en Estados Unidos.
—¿Hoy también?
—Sí, sí, sí, absolutamente.
—¿Es verdad que la pasaste tan mal en un momento por manifestarte políticamente que empezaste a tomar pastillas para dormir?
—Nadie nos entrenó con las redes sociales, nadie nos preparó a que por decir una leve crítica haya programas de televisión pagados por el Estado que te hagan informes en donde te ridiculizan, donde te demonizan, donde se burlan de vos, donde después cada uno de esos programas es seguido por trescientos mensajes con amenazas de muerte, insultos y de todo. Al principio es una cosa muy angustiante, genera mucha angustia en la familia incluso, en el grupo familiar.
—Vos no tenías ningún cargo público, no estabas robando… Era tu opinión.
—Era absolutamente mi opinión.
—¿Qué fue lo que te impulsó en ese momento a empezar a hablar públicamente de estas cosas?
—Fue una cosa muy gradual que escaló sin que uno se dé cuenta. Me acuerdo que hice un comentario en el blog que tenían Ernesto Tenembaum y (Marcelo) Zlotogwiazda: escribí un comentario sobre el tema de la pena de muerte. Creo que era bastante sensato lo que decía, tratando de analizar un poco lo que estaba pasando. Escribi algo y fue un ataque impresionante y a los dos días cae la AFIP a la productora. Tan ingenuo era que en ese momento no lo relacioné (risas). Después me fui avivando un poco. Por supuesto, la gente dice: "Bueno, si tenés los impuestos en regla no tenés nada de qué preocuparte". En realidad la AFIP caía diciendo: "A mí no me importa si tenés todo en regla, algo vas a tener que pagar". No era ni siquiera una opinión a favor de la oposición ni nada, era lo que pensaba sobre los dichos de Aníbal Fernández de que la inseguridad era una sensación. Después, una vez, me acuerdo tal cual que estaba almorzando solo, y había ocurrido esto de que una nenita había muerto porque viniendo de Tucumán el avión médico se lo había llevado el gobernador al Caribe de vacaciones y habían usado una avioneta normal, y la nena murió en brazos del padre del frío. Me partió el alma, puse un comentario sobre eso y bueno, ahí me empezaron a matar. Claro, la intención era callar a la gente, "Te pongo en el escarnio público y te mato y te callás". Y la mayoría de la gente se calla pero algunos se envalentonan. A mí generalmente si me mojás la oreja reacciono mal, es la típica de por las buenas me sacás cualquiera pero por las malas no. Y bueno, fue escalando, fue escalando… Yo creo que siempre me manejé con respeto.
—¿Vos creés que esas amenazas eran algo sistematizado o eran algo que tenían que ver con el clima en el que estábamos viviendo?
—El clima absolutamente. Vos largabas el impulso en "6,7,8" y un montón de gente ya reaccionaba automáticamente.
—Pero ese impulso desde "6,7,8", desde la AFIP, ¿ahí no ves algo más coordinado?
—Sí, por supuesto. Pero además ellos sabían, saben la reacción que provocan. Hoy en día veo gente que dice cualquier cosa, que dice lo que quiere, y no veo un programa estatal que esté haciendo un escrache ridiculizando a artistas, a votantes, a gente que no es funcionaria, ni siquiera lo veo que se lo hagan a funcionarios, pero mucho menos a los artistas.
—Y durante ese tiempo, ¿no te dieron ganas de volver a irte? Porque la posibilidad la tenías.
—No, la verdad que no. Menos así.
—¿Te tentaron mucho para participar en política?
—La verdad que no. Además, siempre hago pública mi intención de participar en lo social pero no desde un cargo público, y entonces no me lo han ofrecido tampoco.
—¿El acercamiento a Cambiemos tuvo que ver con acordar ideológicamente con Cambiemos, o con sentir, como mucha gente, la necesidad de salir de donde veníamos?
—Las dos cosas. Una de las cosas que a mí más me gustan de Cambiemos es que no idoliza a nadie. Quizás en su momento al PRO le podrías decir macrismo pero a nadie se le ocurre hablar de vidalismo, de peñismo, de macrismo; ya suena medio fuera de situación, no describe la realidad. En las elecciones de 2013 fui fiscal de mesa de UNEN, y en realidad cuando se forma este colectivo con un sector del radicalismo y con la Coalición Cívica es donde me empieza a gustar. Es un colectivo que tiene mucha gente: tiene gente de centroderecha y tiene gente de centroizquierda también, así que hay muchas posiciones, hay discusiones internas sobre los temas con cosas con la que estoy de acuerdo, con cosas que no.
—En un momento de tanto blanco y negro, ¿te permitís los grises?
—Por supuesto. Como también permito errores: no estoy en atacar cualquier error, como no estaba en atacar cualquier error del gobierno anterior. Trato de elegir las batallas. Pero en este momento mi actitud es ya abstraerme de todo comentario del día a día de lo que está ocurriendo, tratar de ayudar en todas las cosas que pueda para mejorar un poco, especialmente en el aspecto cultural y de educación desde mi pequeño lugar, a los que no han tenido las oportunidades que tuvimos nosotros pero no desde un puesto público y tratando de que sea lo más apartidario posible. Estoy trabajando en La Matanza, me estoy viendo con gente, empapándome de la cultura. Porque una de las cosas que lamentablemente ocurrió en las últimas décadas es una separación bastante grande de dos Argentinas distintas que no tienen comunicación entre sí, con dos culturas populares distintas, dos estilos de música distintos, y que no tienen contacto.
—¿Me contás cómo es el proyecto de "La Juanita"?
—El proyecto del potrero digital es una escuela de oficios digitales. Veníamos hablando de esta revolución digital, la cuarta revolución industrial que tenemos, y hay muchísima gente, muchísimos jóvenes, que no tienen la posibilidad ni se lo plantean como opción de vida educarse en este sentido. Es una pequeña escuela, va a servir de prototipo. Después, si sale bien ahí sí se necesitará la política para multiplicarlo. Pero por ahora estamos tomando alguna ayuda del Fondo Nacional de las Artes o Punto Digital, pero estamos tratando de hacerlo por fuera de lo gubernamental.
—Y los pibes, ¿cómo se enganchan?
—Todavía no empezamos las clases, empezarían en marzo. Ya hay casi quinientos anotados. Es increíble.
—¿Y a cuántos podés recibir?
—Vamos a ver. Tenemos 40 islas así que veremos cómo se pueden organizar las clases. Lo que a mí más me interesa es rescatar chicos incluso que no hayan terminado la secundaria. No es necesario tener estudios secundarios.
—¿Chicos de qué edad a qué edad?
—Esta parte es de 16 hacia arriba, porque tiene que tener salida laboral.
—Es fuerte, porque esas cosas le cambian la vida a alguien.
—De eso se trata, de desterrar esa inevitabilidad del destino. De redistribuir las oportunidades, de que todo el mundo tenga oportunidades, que no tenga que ser un súper luchador. Nosotros ya sabemos que un hijo de una familia de clase media tiene que meter mucho la pata para que le vaya mal. Un hijo de una familia de clase baja o pobre tiene que ser un superhéroe para que le vaya bien, no tiene todas las posibilidades de educación. Sí puede trabajar, sí puede vivir dignamente, o sea, no estoy diciendo que tiene que dedicarse al delito sí o sí, en absoluto. Pero quiero decir, la movilidad social está muy difícil. Entonces, no hay acceso a la educación; me refiero a lo digital, a los nuevos oficios. Además, esto de tirar la noticia y que se presenten 500 personas habla de un deseo y unas ganas de estudiar y de superarse.
—A vos también te veo con muchas ganas.
—A mí me encanta. Hay mucha gente trabajando en armar los programas, porque tienen que ser programas que, además de enseñar, tengan salida laboral inmediata. Esperemos que salga bien. Puede salir mal, pero están todas las intenciones y hay mucha gente trabajando.
—¿Se modificó en algo la movilidad social en los 12 años de kirchnerismo?
—No, yo creo que no. Al contrario, se enquistó la falta de movilidad social. A mí no me parece piola ni progresista decirle a alguien que está bueno el lugar en donde está si ese lugar no es bueno. No me parece que está bien igualar la dignidad de la persona con la dignidad de las condiciones de vida. Había un discurso confuso: "No, vos sos digno, no dejes que te digan que sos indigno". No, nadie decía "No sos digno", pero las condiciones de vida no son dignas de vos, que es distinto ese discurso. Se han levantado paredes, se han enquistado, hay mucha desconfianza. Tenemos que empezar a construir puentes y a tirar paredes.
—¿Nos vamos a amigar? ¿Te parece?
—Yo ya noto que estamos en un proceso, lo noto mucho. Me parece que la sociedad se está amigando, es cada vez menos la gente radicalizada que busca las diferencias. Aunque, por supuesto, eso se va compensando con que cada vez hablan más fuerte o actúan más fuerte. Pero hay mucha gente a la que ya no nos interesa pelearnos. Somos muchos los que estamos hartos de pelearnos, la mayoría.
—Sale Luis Brandoni a decir que se diferencia de la Asociación Argentina de Actores, y es un debate nacional.
—Sí. Además eso empezó por unas declaraciones del Beto que no tenían nada que ver con el mundo de la actuación, en absoluto. No importa, son remanentes que quedan. Beto es lo suficientemente grandioso como para sobrevivir a esto, y lo demás va a desaparecer. Va a desaparecer solo, no hay que hacer nada, simplemente va a cambiar, se van a dar cuenta que le están hablando al vacío cada vez más, se van a dar cuenta por los votos, por las elecciones, por la afluencia de público, por el rating de televisión, por lo que sea. Todos se van a empezar a dar cuenta que ya ese discurso no interesa.
—¿Por qué elegís vivir acá?
—Creo que "Luna de Avellaneda" es la película que mejor lo explica: porque tengo el carnet vitalicio (risas). A mí todo lo que se me ocurre es acá. Me han recibido muy bien en Estados Unidos, pero éste es mi lugar. ¿Sabés cómo te das cuenta? No cuando uno disfruta sino cuando uno sufre un lugar. Cuando vivía en Estados Unidos había obviamente pobreza, también hay mucho tercer mundo en Estados Unidos y algunas cosas son incluso peores, pero no me afectaban tanto. Yo podía vivir en mi burbuja y seguir para adelante. Y acá todo me pega, todo me duele. Ahí uno se da cuenta que el lugar de uno no es el lugar que se disfruta solamente, porque además lo disfruto mucho, sino también el lugar que se sufre, lo del otro.
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