"Casi no me reconozco de lo contento que estoy", comienza diciendo Sebastián Wainraich sobre su nuevo unipersonal, Frágil. "Obviamente, voy con la comedia como bandera pero me animo a meterme en otros lugares. Me parece que la fragilidad de pasar de la comedia al drama es casi transparente. Me gusta jugar en esos dos tonos", agrega el conductor de Metro y medio, que acaba de ganar un Martin Fierro como Mejor programa vespertino en FM.
—¿La radio es el ámbito que no te puede faltar?
—Sí, porque es mi medio de vida, para arrancar, y porque está casi metido en mi cuerpo. Y yo estoy metido en el cuerpo de la radio. Puedo llegar de mal humor, con dolor de cabeza, con cualquier cosa, y me transformo o potencio ese sentimiento, pero soportado por la radio. Ni me planteo si voy o no voy. Tal vez hasta sea muy riesgoso pensar como que la radio es para siempre y seguramente no sea así pero hoy no me doy de cuenta de eso.
—¿Ya está confirmado el 2019?
—¿Te digo la verdad? No cerré todavía. Se supone que voy a cerrar pero todavía no cerré.
—Se va a infartar más de uno.
—No, pero es lo que está pasando. Supongo que voy a arreglar: la radio me comunicó que quiere que siga, yo quiero seguir, vamos a arreglar.
—La radio es casi un elemento que te define. ¿Y el teatro qué lugar ocupa?
—Hay pasión también, dejo la vida. Son dos escenarios fundamentales, son sanguíneos para mí.
—¿Y la tele?
—Y la tele está bien. No me gusta ese discurso de todos despotricando contra la tele. Pero es como un escenario más frío, es otra cosa. No te da tanto tiempo, ni para ensayar ni cuando lo estás haciendo. ¿Viste que en la radio un día te equivocas y lo podés arreglar en el momento? Lo que rodea a la tele me parece que es algo peor que lo que rodea a la radio o al teatro.
—¿Qué cosa?
—Los preparativos de la tele. Y que si arrancas mal, ya va a ser difícil levantarlo. Siempre quiero que vaya bien y que las cosas que hago las consuma la mayor cantidad de gente, pero haciendo lo que me gusta; ese es el desafío. En la tele a veces tenés que hacer cosas que no te gustan supuestamente porque así la gente te va a ver, y en realidad nada está tan seguro.
¿TOCs? Los números impares: me despierto a la mañana con la alarma 7:23. Y me gusta probarme las camperas de los demás. No las robo, eh, pero me las pruebo
—Pensando en el nombre de la obra, ¿en qué te considerás frágil?
—Ante mis costados más vulnerables, ante mis miedos o mis defectos. Tiendo a pensar que todo lo puedo controlar o que todo lo puedo hacer. Y en realidad somos re chiquitos y lo que podemos controlar es bastante poco, y cuando te topás con esa realidad tal vez te asustás o te angustiás.
—Con el lado controlador, ¿hay algún TOC?
—Sí, hay algo de eso que se ve en la obra. Los números impares. Volumen de música en la radio, por ejemplo: me gusta que esté en número impar. La tele, el aire acondicionado, todo lo que sea que hay que poner un número tiene que ser impar. Me despierto a la mañana con la alarma, 7:23 ponele. Últimamente, algo que me preocupa: estoy saliendo de casa, guardo el celular en la mochila y empiezo "¿Lo guardé? Sí, lo guardé". Ahí ya estamos al límite. Necesito que los dos zapatos estén iguales, que estén como a la misma distancia. Y lo que es rarísimo es que me gusta probarme las camperas de los demás. No las robo, eh, pero me las pruebo, sí.
—¿Nunca robaste nada?
—Me acuerdo que una vez con mi amigo Gaby robamos. Estábamos en el club y había una pelota y nos la quedamos. Podríamos haber salido a preguntar de quién era. Jugamos a la pelota, nadie la pidió y nos la llevamos.
—¿Estamos hablando de qué edad?
—Y… habrá sido 11, 12 años.
—¿Club?
—Macabi.
—¿Fue lo único?
—Habré robado mucho más. Material, no me acuerdo tanto. Después uno está robando todo el tiempo, ideas y cosas así, tal vez no conscientemente.
—Recién nombrabas a Julieta Pink. Tenés dos parejas, dos esposas, una en la vida, Dalia Gutmann, y otra en la radio, Julieta. ¿Cómo se hace?
—Son muy distintas. La de la vida es todo, porque compartimos la vida, compartimos dos hijos, momentos buenos, malos, momentos de todo tipo que comparte una pareja. Y con Julieta es una pareja radial pero es una amistad muy fuerte también. A diferencia de una pareja real no tenemos que hablar de impuestos, no tenemos que hablar de qué hacemos con los chicos. Desde ahí es más feliz. Pero sí tenemos un hijo que es "Metro y medio". De eso sí nos ocupamos y charlamos un montón.
—"Metro y medio" lleva más de 10 años, es un montón.
—Es un montón, sí. Cuando yo hacía programas en radios truchas decía: "Ojalá un día pueda hacer un programa así en una radio grande".
—No sólo sos un afortunado por trabajar en lo que te gusta sino que pudiste hacer el programa que querías hacer.
—Ya poder trabajar es un montón, y de la profesión ni hablar. Hay fortuna y hay mucho trabajo, mucha perseverancia. Y mucho "no me importa lo que digan los demás".
—¿Tan así?
—Sobre todo en la previa, porque ir a pedir trabajo, golpear puertas, hacer el demo y presentarlo… Si te empezás a guiar por lo que te dicen los demás, te vas a quedar. Tendemos siempre a tener miedos, a no animarnos. Yo tengo miedos, no es que soy un campeón, pero hay que ir contra el miedo.
—¿Sentís que les pegaron por demás con el tema del oyente que contó un abuso sexual en un viaje, y no pudieron manejar la situación?
—Hablé con el equipo, dije: "Nos están pegando, me parece que es justo". No sabría decir si nos pegaron mucho o poco. Nosotros tuvimos un problema, nos equivocamos, y eso tiene que ser lo que tenemos que resolver. Después, lo que nos peguen… y bueno, para eso estamos muy expuestos, es un medio de comunicación grande que escucha mucha gente y pasó algo que no tenía que pasar, nos equivocamos. Entonces entiendo que duela que te maten, pero tiene que ser lo menos importante.
Fue justo que nos pegaran por el oyente que contó al aire un abuso sexual. Nos equivocamos
—¿Te duró mucho el malestar del momento o saliste, hablaste y se terminó?
—Yo estaba en Córdoba. No entendía bien qué pasaba porque me enteré el sábado a la mañana. Estaba grabando para Netflix y cuando vuelvo al hotel, que había dejado el teléfono, era un escándalo. Hablé con los chicos, me contaron, escuché el audio, me puse muy mal. Traté de concentrarme porque esa noche tenía una grabación que es un tiro solo, es un monólogo, función abierta con público real. Entonces traté de separarme, costó, pero una hora antes lo logré. El domingo volví a Buenos Aires y hablé con mucha gente, hablé mucho con los chicos, y estábamos todos muy apenados, muy tristes. Sobre todo porque lo que sucedió no tiene que ver con el discurso del programa, fue un error grave. Lo que quedaba era disculparnos y ver qué podíamos hacer por el tema. Y eso todavía lo estamos haciendo.
— Y aunque no estabas, ponerle el cuerpo.
—Por supuesto.
—¿Eso te podría haber pasado a vos, al aire?
—Seguramente, sí. Nunca lo vamos a saber, pero la verdad sería muy antipático decir: "No, a mí no me hubiera pasado".
—Vuelvo a los miedos que mencionabas. ¿Asusta que se termine en algún momento el buen presente laboral o ya estás con la suficiente seguridad?
—Las dos cosas. Hay épocas. Lo hablo en terapia, por supuesto. Siempre está el fantasma. Tenemos enanitos en la cabeza y hay un par de enanitos que son medio hijos de puta que te quieren aguar la fiesta siempre, y te dicen: "Pará, no seas tan feliz".
—¿La culpa judía que heredamos?
—Judeocristiana diría yo. Clase media, toda esa culpa. Trabajo de lo que me gusta, hago el programa que me gusta, la obra de teatro que me gusta, la gente viene al teatro, escucha la radio. "Bueno, ¿quién te creés que sos?". Por otro lado casi siempre los proyectos me los genero yo, entonces supongo que si se termina, buscaré otra cosa para hacer.
—En la última nota que hicimos con Dalia, tu mujer, nos dijo: "Me parece insoportable pensar que no voy a estar con ningún otro hombre el resto de mi vida. Pero a la vez soy muy culposa, entonces no me da para engañarlo. Creo que le viene muy bien a cualquier pareja tener una aventura. Dame una cada cinco años, sin culpa". ¿Qué opinás?
—Ella dice: "Me resulta insoportable pensar que no voy a estar con otra persona". Y lo que le dije fue: "Pensá que vas a estar con otra persona, y no te va a resultar insoportable".
—¿Por qué vas a andar pensando que vas a estar con otro?
—Es la ilusión. Yo sueño que Atlanta va a jugar la Libertadores ¿Quién me va a cortar esa ilusión? Entonces le digo a Dalia: "Pensá que vas a estar con otro tipo, te va a resultar más soportable para vivir".
—Está bien.
—Y después, respecto a una cada vez cada cinco años no lo sé porque somos todos muy progres y muy abiertos para hablar de la fidelidad, infidelidad. Yo sé que si Dalia estuviera con otra persona no me lo haría a mí, ni significa que me quiere menos, ni nada de eso. Pero te lo digo ahora; si llegara a pasar no sé cómo reaccionaría.
—En su momento dijiste: "¿La verdad? Es muy poco una vez cada cinco años. Yo no me podría ofender para nada".
—Viste que vas cambiando todo el tiempo… ¿De verdad dije eso?
—Al aire, lo dijiste ese día en la radio.
—Bueno, en la radio digo tantas cosas todos los días… Uno va haciendo cuentas y pensás: "¿Cuántos años quedan? ¿Cuántas relaciones sexuales quedarían?" Ponele trescientas, poné el número que quieras… Y decirle: "Mi amor, nos quedan tres mil veces. ¿Te parece si hacemos dos mil novecientas cincuenta juntos? Y cincuenta libres". ¡No es nada! Es más, hasta cincuenta son un montón. Veinte.
—Esto de que si pasa en el exterior no es infidelidad ¿es un invento de Dalia?
—Eso también lo decimos en el taller de engaños de "Metro y medio", pero sobre las historias de los demás, no de las nuestras. Acá la clave siempre es que el otro no se entere.
—Ojos que no ven…
—Me parece que sí. Y sobre todo cuidar al otro. Que no sea algo público. Y uno piensa: "Me gusta contarle todo a Dalia también…". A mí me gusta que ahora se habla del tema en los medios: la monogamia, la fidelidad. Tal vez en unos años parezca ridículo todo esto.
—¿Te acordas alguna muy mala cita, la peor cita de tu vida? Pre Dalia, por supuesto.
—Más que cita fue muchas veces ese momento de decir: "Bueno, ¿le doy un beso? ¿Se lo doy ahora? No, ahora no va a querer". Mientras vas teniendo la conversación (con ella), vas pensando: "¿Qué hago? ¿La encaro ahora? Ya sé, este tema no nos va a llevar a un beso. ¡Tengo que cambiar de tema!". Tal vez no había pasado nada toda la noche y la llevabas hasta la casa y le querías dar un beso, ella te corría la cara y te ibas con una amargura y una angustia…
—El determinar si va o no va de una primera cita.
—Con los años te das cuenta que hay mucho ego puesto ahí. Que a veces todo ese ego y toda esa presión machista, masculina, de "Salís con una mina, le tenés que dar". Entonces a veces uno encaraba más por eso, por el que dirán y para sentirse bien, y no pensabas realmente qué querías vos. Antes había otro concepto de la masculinidad que lo teníamos más incorporado, que era como que el amor y el sexo iban por caminos distintos. Esas cosas espantosas. Muy de colegio secundario. Después, con el tiempo te vas curando.
—¿Tuviste algún trabajo por el que digas: "Ay, Dios, cómo hice esto"?
—No trabajé mucho de otras cosas. Fui un cadete. Un par de veces repartí revistas de Cablevisión, iba con el bolso en las puertas de los edificios. Pero en un momento tiré cincuenta a un tacho de basura. No podía más porque era caminar por Lacroze, Lacroze 10, Lacroze 12, Lacroze 14…
—Está con la pelota de Macabi.
—Sí, fui yo, ahí está. Eso también es robar (risas). Después trabajé en un comercio de vidrios: tenía que llevar el libro contable. Un desastre. Me echaron porque además tenía rulos, pelo largo, y trabajaba en un lugar donde hacía mucho calor. Me fui a mojar los pelos, volví, mojé todo el libro contable y me echaron.
—¿En tu casa viven muertos de risa como yo me imagino conociéndolos a los dos, o es distinto?
—Hay de todo. Hay momentos de risa, pero a veces no depende tanto de nosotros sino de nuestros hijos, que son graciosos y divertidos.
—¿Quién se ocupa más de los límites de los chicos?
—Ninguno. Eso es un quilombo. A veces pienso que Dalia un poquito más, pero no es una cosa de locos que digamos "¿Qué límites les ponemos?". Es una época muy difícil para eso. A veces cuando les grito digo: "¿Les estoy gritando porque quiero o porque siento que les tengo que gritar por una cuestión de paternidad?". Me parece que la adolescencia se ensanchó con el tiempo, y es probable que Dalia y yo tengamos algunas cosas adolescentes o infantiles. Y cuesta la combinación. Es un trabajo bastante lúdico el que tenemos y me parece que cuesta. Pero sí, hay un marco de educación me parece.
Me gusta lo que Rozín hace en ‘Morfi’. Y De Brito la lleva re bien. Yo no me metería en ciertos lugares. Por suerte no somos todos iguales.
—Al principio de la charla hablamos de la tele. ¿Cómo la estás viendo?
—Estuve engripado y vi mucha televisión. Vi que los panelistas y conductores dejan todo para llenar el aire porque no tienen mucho contenido. Que hay mucho de Whatsapp que se pone al micrófono para que escuchemos todos el audio de una bailarina. Desde ahí veo un trabajo muy sacrificado de ellos, generando debate, pelea, polémica. Vi muchas publicidades de drogas permitidas, todo lo que podés tomar para adelgazar, para estar más fuerte, para tener vitaminas. Me llamó mucho la atención.
—¿Algo te gusta?
—Algunas cosas me divierten. Tengo cierto morbo con algunas cosas que yo no haría. Un programa de chimentos donde cuento tu intimidad, por ejemplo: no lo haría, pero me gusta verlo. Ahí hay una contradicción, y eso me entretiene. Me gusta lo que (Gerardo) Rozín hace en "Morfi". A veces no estoy de acuerdo con los contenidos pero me pareció que (Ángel) De Brito la lleva re bien: conduce re bien, está sólido, tranquilo, sabe de lo que habla, le gusta eso. Yo no me metería en ciertos lugares. Por suerte no somos todos iguales.
—¿Falta humor en la televisión?
—Sí. Pero puede estar en otros lados. Eso pasa en muchas cosas con la tele. Falta ficción también. Ahora todos los noticieros son cancheros, ¿viste? Si es un noticiero, no te digo que me hagas reír, contame las noticias. Son desestructurados los noticieros.
—¿Estamos a nada de que te ofrezcan la conducción de un noticiero?
—Puede ser. No digo que esté mal, digo que hay una desesperación. Como que todo tiene que ir para un lado, y tal vez un noticiero no tiene que ser desestructurado.
MIRÁ LA ENTREVISTA COMPLETA:
LEA MÁS: