Abel Federico Pintos nunca imaginó qué le iba a deparar el destino cuando, a los 12 años, fue a ver a Raúl Lavié para que escuchara su demo, que tenía cuatro temas. Allí su vida dio un giro inesperado. El reconocido artista no solo le prestó atención al material que le había llevado sino que se aseguró de hacérselo llegar a un amigo productor que, a la semana siguiente, convocó al niño a firmar su primer contrato.
Su disco debut empezó a difundirse de a poco en el país y, pocos meses después, el 25 de enero de 1997 se consagró en el escenario mayor de Cosquín. Su éxito fue imparable, a pesar de haber tenido que atravesar algunos desafíos, como no poder terminar el secundario o no llevar una vida como cualquiera de sus compañeros.
Hoy no se arrepiente del camino elegido, siente una inmensa felicidad de vivir acompañado por la música y de cerrar el fin de gira de su último disco, Once, con un récord: 40 conciertos en tres meses.
—¿Cuál dirías que es tu mayor virtud y cuál tu peor defecto?
—Me gusta escuchar. Más por lo que recibo que por hacer un análisis mío. Creo que soy paciente para hacerlo. Y un defecto, no lo sé, puedo ser un poco cabeza dura.
—Pero hay que tener un poco de eso para lograr todo lo que lograste. ¿No?
—Sí. Yo no pretendo maquillar ninguno de mis costados. Soy cada día la persona que me toca ser. Luego tengo muchas cosas que aprender de eso, y me ilusiona pensar que alguien más también va a aprender de mí, o sea, de quién soy o qué me pasa, no que vaya a aprender una lección de mi parte.
—¿Qué pasa cuando mirás hacia atrás en tu historia?
—Nací en Villa Mitre, un barrio de Bahía Blanca. Y son 22 años de música, siento que viví con mucha felicidad y mucha alegría todas las etapas que me tocaron experimentar hasta el día de hoy. Tengo la fortuna de mirar para atrás y no arrepentirme de nada.
—¿No diste ningún paso en falso en tu carrera?
—No lo sé. Tal vez podría haber hecho en distintos momentos cosas que funcionaran más exitosamente, no lo sé. Pero hablar sobre supuestos me parece un poco como sin tierra, sin sustento. Yo disfruté mucho de todo lo que viví y de cómo lo viví. Cada etapa fue un triunfo para mí, en referencia a lo que simboliza para mi forma de ver.
—En lo profesional se te ve exitoso. En lo personal, en tu vida y en la familia, ¿te considerás una persona exitosa también?
—Sí, considero haber triunfado también en mis distintas etapas aún aceptando y reconociendo las cosas que pudieran haber sido un error.
—Y si tuvieras la posibilidad de volver a tu infancia, ¿qué le dirías a ese Abel chico?
—Verdaderamente lo que le diría es que se quede tranquilo, que la va a pasar bien, no sé si le daría un consejo porque darle un consejo a lo mejor sugeriría limitarlo de alguna manera. Crearle un preconcepto de todo lo que va a vivir. Me siento muy feliz de las libertades que tuve desde niño para poder construir cada paso dentro de mi música.
—Es decir, no le dirías nada…
—No. Le diría en todo caso que se quede tranquilo porque la va a pasar bien, en todo, en los momentos más positivos y menos positivos, al fin de cuentas y en el balance va a estar bien.
—Contame sobre la soledad de la que hablás en la canción "El adivino"
—En algún momento de mi vida y de mi música -porque van muy de la mano- no me relacioné bien con la soledad. Entonces me costaba manejarme, porque lo veía como algo muy complejo. Al final, con el paso del tiempo, terminó dándome la oportunidad de descontracturarme. Hay ciertas soledades que elijo y hay otras que a veces no, pero no me relaciono mal con ellas. Me parece un lugar y un estado desde el que se puede aprender mucho. Entonces, en todo caso, si la soledad provoca miedo, creo que lo que más provoca temor es el espacio del autoconocimiento en la soledad, que la soledad como estado en sí mismo.
—Me imagino que te llevó mucho tiempo descubrirlo…
—Sí. Llevó un tiempo prudente pero fue natural cómo lo descubrí y considero seguir aprendiendo todo el tiempo porque sé que a veces la soledad es circunstancial. Es un contexto que se genera sin ningún tipo de decisión mía de por medio y, a veces, yo creo espacios de soledad porque los siento necesarios.
—¿En qué momento creás esos espacios?
—Cuando estoy en casa suelo generar espacios de soledad, aunque esté con otras personas. Muchas veces me retiro a tener momentos míos. De repente para leer, descansar, o simplemente para estar sentado sin hacer nada. Me ha costado mucho pero he aprendido a tomarme cada tanto un tiempo sin tener la necesidad de tener que poner mi presencia, mis decisiones o mi energía en nada. Simplemente dejar que corran ahí, que estén ahí y sentirme parte de este Universo y ya.
Fiestón en #Azul familia. Muchas gracias. #LaFamiliaFestejaFuerte ♥️ pic.twitter.com/0OBTwsY0I5
— Abel Pintos (@AbelPintos) October 14, 2017
—Sé que también querés estudiar Letras. ¿Lo pudiste hacer o es algo pendiente?
—Está pendiente, porque no terminé el secundario, entonces estudio de una forma informal. Pero me gustaría poder terminar la secundaria para poder cursar estudios universitarios.
—¿En qué año dejaste el secundario?
—En realidad debo algunas materias. En su momento cursé cuarto año y me retiré en el último trimestre. Me validaron comenzar quinto año con algunas previas pero luego me pasó lo mismo con quinto. En total, me quedó como un año repartido entre materias de cuarto y de quinto. Me queda muy poco realmente.
—Ya de chico tenías una vida diferente a tus compañeros…
—Sí, claro. Es que comencé a hacer música a los 11 años. Y a los 13 ya estaba de gira por todo el país. O sea que viajaba mucho y me costaba asistir al colegio. Por eso fue también que empecé a rendir libre.
—¿Sentiste que te perdiste alguna etapa con tus amigos? ¿No ir a un cumpleaños o a bailar, cosas que se dan a esa edad?
—Durante mucho tiempo lo sentí de esa manera. Me parecía que había perdido cosas. Tenía cierto punto de frustración desde ese lugar, pero más adelante comencé a descomprimir un poco aquello. Fui entendiendo que no tuve una adolescencia sin determinadas cosas. Tuve una con otras. Si tengo que poner como referencia lo que vivían mis amigos, sí, no viví un montón de cosas pero, si lo doy vuelta, viví un montón de otras que ellos no, al final es la historia que le toca a cada uno. Es lo maravilloso de que cada persona, por muy profunda relación que podamos entablar, no dejamos de ser individuos con una historia y con un camino distinto.
—¿Cómo fue que le llegó tu primer demo a Raúl Lavié?
—Conocí a Raúl Lavié, un enorme cantante de tango de la Argentina, cuando él estaba dando un concierto en el pueblo donde yo vivía, en Ingeniero White, donde empecé a cantar. Fui a verlo y le dije: "Yo canto, acá tenes un demo". Él me respondió que, para que yo no creyera que lo iba a encajonar, que lo escucháramos juntos en esa sala del teatro. Eran cuatro canciones. Cuando terminamos me dijo: "Me gusta mucho lo que hacés. Yo no produzco artistas pero voy a intentar dárselo a alguien que verdaderamente pueda darte una mano. Porque yo no tengo nada para hacer con esto". Él viaja a Buenos Aires y en un aeropuerto se encuentra con un amigo suyo que era productor, que hacía tiempo que no veía, y le dice: "Tengo el cassette de un chico, que me gustó mucho, creo que se puede trabajar con él" y este productor le pide que se lo de. Sin embargo, Raúl se niega: "Si te lo doy no lo vas a escuchar, porque tenés miles. Mejor voy a tu oficina la semana que viene y lo escuchamos juntos". Este productor, Pity, lo recibe en la oficina, lo escuchan juntos y me llama delante de Raúl. A la semana siguiente yo estaba firmando un contrato con él y me estaba llevando al estudio de León Gieco a proponerle que fuera el productor de mi primer disco. Así llegué a León. Entonces, si yo dijera que todo es casualidad siento que soy despectivo con un gesto de amor o un gesto muy amoroso que tuvo Raúl, que fue el de asegurarse que todo esto sucediera de alguna manera y, fundamentalmente, pero sobre todas las cosas, así no hubiese sucedido, hizo algo que me enseñó muchísimo, que es algo que dije antes, que es que a mí me gusta escuchar a los demás. Él me escuchó. Cuando yo le fui a decir "Yo soy cantante", tenía 12 años. Un niño le dijo algo con todo su amor, con toda su seriedad y formalidad, y él lo escuchó y le prestó atención a ese niño. Le regaló diez minutos para escucharlo y otros diez para el demo. Fueron 20 minutos de su vida que me cambiaron la mía. Entonces, llamar casual a eso, a mí no me queda cómodo.
—¿Tuviste un gesto parecido con algún chico?
—Lo que he podido hacer y donde me siento cómodo es dando devoluciones de todo lo que me hacen llegar. Me regalan discos, y siempre les pregunto si tienen algún contacto, los escucho y les hago una devolución humilde y, aclaro, muy subjetiva. Porque sé que hasta ahí puedo llegar hoy. Tengo la ilusión de tener el día de mañana la estructura necesaria y dedicar el tiempo para ciertos proyectos que he conocido y que me han encantado pero que no he podido hacerlos hasta ahora.
—"Once mil" es una reflexión hacia la vida…
—"No me gusta vivir así cuando algo bueno no te sienta bien". Es una canción muy sincera y pretende justamente poner las cosas enfrente. Con los miedos que uno tiene, uno siente como una tensión en el cuello, como si hubiera algo mordiéndote y me dijeron que si vos lo ponés enfrente, te vas a dar cuenta qué cambia. Por ahí los primeros cinco minutos se haga una imagen muy impresionante y luego, cuando lo pongas en un lugar mucho más cercano a vos, probablemente encuentres la forma de abordarlo. "Once mil" es un poco eso. Es como agarrar una serie de cosas que uno entiende que conviven dentro de uno pero que habitualmente está tapando y sacarlas ahí a la luz, ponerlas enfrente y descomprimirlas un poco.
—¿Qué miedos tuviste que pudiste superar?
—En su momento la soledad me provocaba miedo y por eso te decía antes que la conclusión que terminé sacando, con el paso del tiempo, es que probablemente lo que me daba miedo no era la soledad en sí misma sino que yo me daba cuenta en algún punto, de que cuando estaba solo tenía mucho espacio para sacar un montón de cosas que estaba tapando.
—Y para pensar…
—Exactamente. A eso le tuve miedo durante mucho tiempo y luego ya lo resolví de alguna otra manera. También al sufrimiento en sí mismo. Probablemente, el sufrimiento pueda ser un miedo persistente de alguna manera.
—¿Sufrir por amor?
—Sufrir en líneas generales. Lo que te hace sufrir también es parte del universo de cada uno. A lo mejor algo que a vos te hace sufrir mucho, a mí me puede significar algo no tan grave y viceversa. Pero luego hay sufrimientos más comunes que de alguna manera podemos advertir todos, gente que sufre por vivir en países que están en constantes conflictos bélicos aunque no tienen nada que ver con ello. Sufren desarraigos, miserias, pérdidas de familia, la vulnerabilidad y la fragilidad de la vida. Es ahora estoy, y dentro de cinco minutos no sé, y todo eso. Debe ser un estado de tensión muy grande y a ese tipo de sufrimiento le temo. No sé si tanto por mí sino por el efecto que tiene eso en todos. A las cosas que eso le provoca a la humanidad de alguna forma.
—¿Creés que la música es una carrera muy sacrificada?
—Sí. Lo es. Pero creo que es como cualquier otro rumbo que se pueda tomar en la vida. Es un camino muy amable el de la música. Es una forma muy bonita de vivir, de experimentar las cosas, de compartirlas, de procesarlas. Es muy dulce, pero para mí, es igual de sacrificada que otra vida.
—Se me ocurre sacrificada porque quizás no pasás tanto tiempo en tu casa, esto que perdiste, "las etapas del colegio"…
—Sí. Pero viviendo así también se toman a diario la misma cantidad de decisiones que en cualquier otra forma de vida. Al final el tema está en las decisiones, qué decide cada uno y el riesgo que sugiere cada decisión en torno a eso. Yo no podría decir que tomo decisiones más importantes o más grandilocuentes que una persona con una vida más estructurada. Yo tengo una vida tal vez muy poco estructurada. Para mí los horarios son muy relativos, los días de la semana, los meses, los años, son muy relativos. Yo siempre digo que yo mido la vida por los discos. De alguna forma siento ir cumpliendo años a medida que voy sacando discos. No es así, pero al final lo siento así. Eso se refiere a que mi vida es muy poco estructurada pero la verdad no considero que sea ni mejor ni peor.
—Y con esto de la no estructura, ¿es más difícil tener un compañero o compañera al lado?
—Las relaciones en sí me parecen toda una complejidad justamente porque los seres humanos somos muy complejos, pero la verdad es que yo disfruto de relaciones que llevan muchos años forjándose y cuento con ellas de manera muy natural. No hay riesgos ahí para mí. Son sitios muy seguros. Eso es muy bonito. Lo que pude advertir en los últimos años, que es un poco lo que hablo en este disco en general, es la importancia de haber comprendido las individualidades y sus funcionamientos. Gran parte del respeto y de la fortaleza de esas relaciones que disfruto de hace tantos años, tiene que ver con que he aprendido a entender al otro como un individuo y permitirle jugar de esa manera y abrazar todo lo que eso sugiera con el mismo amor. Intentar cuidarlo desde el amor pero tratando de no influir demasiado.
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