"Estoy desconcertada, como que me cuesta vivir" decía meses atrás Lizy Tagliani (47), cuando surgió el escándalo con su ex pareja, Federico de Nihilo; que detenido vestido de mujer y con objetos personales y una caja fuerte suya. Hoy se ríe, disfruta, pero también extraña a su familia, reflexiona y ve la vida de otra forma: "Siempre fui muy pudorosa. Últimamente estoy dudando de lo que creo, ya no quiero decir más 'no' a nada" dice en esta charla.
Ella siente que la tocó una varita mágica, pero todo lo logró con esfuerzo y trabajo. Sus orígenes fueron hiperhumildes, pero jamás se victimizó por su condición económica ni sexual. El mediático no fue un camino buscado, empezó peinando a Viviana Canosa, que un día la invitó a contar una anécdota en la radio y nunca más paró: "Guille Bidondo, que es operador, le dice a Santiago (Del Moro): 'Tenés que darle una oportunidad a la trava que te vas a morir de risa. Santiago fue el que apostó con continuidad".
Su primer espectáculo teatral fue Mamá quiero ser, lo produjeron un grupo de clientas: "Era un sueño, ni ellas necesitaban la parte económica ni yo tenía tanta expectativa de ser famosa". Pensaron que iban a ser dos meses y no paró nunca más. Hoy disfruta de la gira de su nuevo unipersonal Liberate, además de compartir las mañanas radiales de La 100 junto al ya mencionado Santiago del Moro y brillar en Telefe con ¿En qué mano está?
—La peluquería la seguís disfrutando.
—Sí, es mi pasión y es parte de Lizy.
—¿Más que las luces?
—Sí. Está mi vida ahí. La peluquería me rescató de alguna manera y todas mis clientas colaboraron con esta Lizy que soy ahora.
De grande me hice envidiosa
—Dijiste: "Me rescató". Trabajaste mucho, nunca te victimizaste.
—No, nunca. Yo tenía muchísimas ganas de empezar a trabajar y me costaba muchísimo, pero nunca me hacía problema. Fui administrativa, fui adicionista en una parrilla, como no me daba la cabeza para los números, me pasaron a ser panera. Y después de ahí dije: "Me veo tan maricón, tengo que aprovechar esto porque las mujeres tienen algo particular conmigo, me voy a trabajar a una peluquería". Ahí empezó todo, yo no sabía ni lo que era una tijera. Mi mamá mucama, mi papá carnicero, no sabía lo que era una peluquería.
—¿A qué edad fue esto?
—Ya grande, 25 años tenía en ese momento. Aprendí el oficio ahí, al mes ya estaba haciendo la plancha. A la primera clienta nunca le corté el pelo porque no sabía y fingí, hacía el ruidito nada más, después le hice la planchita, que era lo único que sabía hacer y ella se mira y dice: "Me encanta". Nunca más dejó de atenderse conmigo.
—Venís de una infancia muy humilde.
—Muy, una infancia muy humilde pero despojada de envidia. De grande me hice envidiosa (risas). Ni buena ni mala, la envidia es envidia. Lo único que tengo a mi favor es que nunca me molesta que el otro lo tenga, pero todas las cosas que he ido logrando fue porque las soñé o se las envidié a alguien.
—Volviendo a tu infancia…
—Fue una infancia alegre, con muchas necesidades, por ejemplo, la ducha. La conocí en la casa de mi tía Pola. Mi mamá trabajaba de mucama y el sábado, cuando no me podía dejar con nadie, me llevaba, yo le decía tía Pola, ahí por primera vez me bañé con una ducha, para mí era como Disney.
—¿En tu casa cómo te bañabas?
—Con una lata de aceite, que eran de 5 litros. Calentaba mi mamá ahí, me ponía en una palangana y ahí me lavaba.
—¿Estaban los tres en un cuarto?
—Todos en una habitación.
Mi mamá decía que se iba a acostar con un mate cocido porque no le gustaba irse a dormir con nada en el estómago, y yo siempre le creí
—¿Se comía siempre?
—Yo, sí, ellos, no.
—¿Y cuándo te empezaste a dar cuenta de que ellos a veces no comían?
—Muy grande. Fui muy desagradecida. Al tener unos papás tan evolucionados, para mí era natural y normal lo que ellos hacían, no veía el sacrificio. Ellos me permitían que me vista de mujer sin ningún problema, lo veía natural. Me sentaba a comer, me levantaba y me iba. Mi mamá decía que se iba a acostar con un mate cocido porque no le gustaba irse a dormir con nada en el estómago, y yo siempre creí que era eso. De grande digo: "Guau, todo lo que hizo, se acostó con hambre". Venía de trabajar y nunca me hacía ver la pobreza. Nunca me recriminaba.
—¿Cuál fue el mayor aprendizaje de ese origen humilde?
—Agradecer y no olvidar, siempre.
—¿Qué te pasa habiendo pasado todo eso y con todo tu esfuerzo posterior cuando a veces se justifica desde la pobreza la delincuencia?
—Por mi propia experiencia me da mucha impotencia, para mí está en la educación. Yo estuve en ese mismo lugar y en esa condición. Es muy sensible meterse en la vida del otro, hay que ver las circunstancias. Muchas veces, cuando hablo con otras chicas trans del grupo al que yo pertenezco, me indigno con algunas actitudes, pero no sé su vida. Cuando estás ejerciendo la prostitución y no vas a buscar trabajo, yo me enojo, pero porque yo no tuve la realidad de ellas. ¿Viste cuando dicen: "Le pegaron a tal"? Lo primero que me sale es: "Bueno, si vos te vas a poner en una esquina a las 12 de la noche a cobrar por tener sexo, obviamente te pueden pasar cosas de esas". Pero automáticamente recapacito y digo: "Yo no sé cuáles son las condiciones que la llevaron a eso".
Tengo ese impulso de decir barbaridades de alguien que te pide de mala manera y deposita en vos un problema que es de él y del Estado
—Sí, además entendiendo que nada justifica esa violencia.
—Nada justifica. También, viste, tengo ese impulso de hasta decir barbaridades de alguien que te pide de mala manera o esa agresión que tiene a veces la gente que tiene la necesidad, que deposita en vos un problema que es de él y del Estado, si se quiere. El otro día iba por la 9 de Julio, yo soy muy colaboradora, pero no regalo. Viene un señor a decirme que le compre pañuelitos, y me insistía, bajé el vidrio, porque soy cero temerosa, lo miré a los ojos y le dije: "Dejá de ofrecerme porque no necesito pañuelos, estás perdiendo un tiempo de recorrer cuatro autos más por quedarte insistente conmigo". Empezó: "Cómo cambiaste, vos venías de abajo y ahora no me querés comprar". Le dije: "¿En qué cambié? ¿Cómo me conocés vos para decirme que cambié? ¿Porque no te compro pañuelos? A ver, no tengo mocos, no necesito pañuelos. Si vos vendés turrones y yo quiero comer turrones, te voy a comprar turrones. ¿Por qué tengo que comprarte? ¿Sólo por tu necesidad?". Él está trabajando, tiene que comprender que no siempre uno quiere comprar pañuelos.
—¿Y en ese sentido como conductora qué te pasa con los trapitos?
—Vos te ponés en el lugar de la necesidad del otro y te dan ganas de colaborar. No te gusta que te pongan un precio. Por un momento decís: "Bueno, pobre chabón, se está ganando la plata". También es triste, pero nunca le creo la necesidad. Es su necesidad, pero trabajando para otro. No creo que con eso salga a comprarse para él.
—Es muy terrible eso en los chicos.
—Estoy casi segura de que eso está supervisado por otra persona, es una mafia que especula con la vulnerabilidad y la necesidad de la gente. De mi mamá me quedó, cuando íbamos, había una señora con un nenito en una esquina que pedía. Mi mamá, mucama, y me estaba llevando porque iba a trabajar, no es que era psicopedagoga y estábamos yendo al Italpark en un auto cero kilómetro, estaba casi en la misma situación, y decía que el hijo no era de ella, que lo tenía prestado, que lo emborrachaba con vino para pedir. Poco a poco fuimos cada vez descreyendo más de esa necesidad tan grande que tienen.
—Hablaste de la envidia. ¿Qué envidiás hoy?
—Envidio a toda la gente que puede compartir con su familia lo que logra. Siento esa cosa de: ¿por qué la perdí? ¿por qué no la tengo? ¿por qué nos separó la muerte? Yo a Santiago del Moro lo amo igual que a Nicole, porque tienen ese cariño por sus hijos y esa cosa de esfuerzo constante.
—¿Estás enamorada?
—Estoy cachonda.
—Desarrolle.
—Siempre fui muy pudorosa, no sé si en alguna oportunidad te dije, por ejemplo, que yo no quería tener hijos.
—Sí, hablamos del tema.
—En alguna parte manteniendo esa idea, pero me di cuenta de que últimamente estoy dudando de lo que creo y generando nuevas creencias, ya no quiero decir más "no" a nada.
—¿La maternidad se volvió una posibilidad?
—Sí, no tengo la necesidad de ser mamá, pero si hay un nene que necesita una madre, podría ser perfectamente.
—Lo imaginás; si un niño necesita amor vía adopción acá y no ir a hacer un alquiler de vientre en otro país.
—No, no tengo ninguna necesidad interna mía con mi sangre y todo eso.
—Tiene que ver con devolver.
—Sí, eso es, justo. Que tenga un nombre y un apellido. En los lugares donde yo colaboro hay muchos chicos, pero no es esa conexión constante.
—No me olvido que me dijiste que estabas cachondeando.
—Porque antes era más reprimida y ahora, si alguien me gusta mucho, mando un mensaje.
Soy de las que les gusta salir a callejear, capaz salgo a dar una vuelta manzana y me hago con tres novios
—¿Por dónde encarás? ¿Por redes sociales?
—Por redes sociales. Instagram, Facebook.
—No Tinder.
—No, no tengo ninguna de esas. Generacionalmente, soy de las que les gusta salir a callejear, capaz salgo a dar una vuelta manzana y me hago con tres novios (risas).
—Ok. Entonces le das "me gusta" y ¿qué hacés? ¿Mandás mensaje directo?
—Yo pongo "seguir", entonces después enseguida: "Lizy, ¿sos vos?", "Sí, sí". O me ponen: "Ay, no puedo creer que me escribiste". Entonces yo le digo: "Uy, disculpame, se ve que pasando con el teléfono así puse 'seguir' sin querer" (risas).
—Vos seguís pero esperás que el otro te escriba.
—Claro, sí, después me pone algo y yo digo: "Ay, gracias, sos un amor, bueno mi amor, te mando muchos besos". Siempre "mi amor" a chicas, chicos, a todos, por las dudas, porque no sabés cuándo un loco te va a mostrar todo. Y de ahí en más empiezan las conversaciones, que casi siempre termino buena onda.
—¿Y tuviste muchas citas así?
—No, ninguna.
—Todo virtual.
—Sí. Terminamos siendo amigos, porque se empiezan a reír con las pavadas que yo digo.
—Entonces, si tengo que definir tu estado civil hoy, es cachonda.
—Cachonda (risas).
—No estás en pareja.
—No, no, no.
—¿Me contás la peor cita de tu vida?
—No fue una cita en realidad pero había uno que me gustaba muchísimo. Íbamos siempre a bailar con mis amigas Patricia, Paulita, Florencia, siempre para pasar lo más desapercibida posible me hacía de las amigas más diosas y lindas de Adrogué, y con ellas iba a todos lados. Entonces, si quería entrar a un boliche, por ahí a mí no me querían dejar pasar pero como entraban ellas, decían: "Bueno, vamos a tener que dejarla entrar a esta porque si no, las pibas se van".
—Ok. Entonces ibas a bailar con ellas y te gustaba uno.
—Uno me volvía loca, pero amor sentía, tenía una pasión por ese chico. Ni me registraba, obvio. Es más, hasta me menospreciaba. Y yo dije: "A este lo voy a conquistar", probé de todo, llevándole regalos, escribiéndole cartas. Un día me dije: "Hoy lo voy a conquistar". Llegamos al boliche todas, yo digo: "Ustedes cualquier cosa me siguen a mí". Entonces, estaba en el boliche, cuando él pasa por al lado, yo: "Ah", me caí redonda al piso para que me rescate.
—¿Y él te rescató?
—Sí, claro, un chico muy bueno. Me agarró, me levantó y me empezó a hacer pa, pa, me daba unos cachetazos, y yo por adentro no sabés el dolor que tenía. Pero estaba desmayada, no podía reaccionar y decirle: "Es una joda" porque me mataba. Entonces por adentro decía: "Aguanto dos cachetazos más y reacciono" (risas).
—No hubo cita después.
—No hubo cita, me molió a golpes y encima no le pude dar ni un beso.
—¿Qué opinás del colectivo Ni una menos?
—Me gusta generar conciencia pero no me gusta cuando todo va de vereda en vereda. Cuando pasamos de esta vereda y queremos ir para allá pero en lugar de mantenernos en el centro nos vamos a la otra vereda, volvemos a estar en la misma situación con otra mirada.
En el nombre de Ni una menos o la cosificación no queremos que haya una Cola Reef, pero no sabemos si estamos reprimiendo a una chica que ama su cola y la quiere mostrar
—¿Sentís que es muy extremista?
—Por momentos, sí, también es válido porque todo lo que está sucediendo amerita los ovarios bien puestos por decirlo de alguna manera. Me parece que todavía falta encontrar ese punto medio, pero se va a lograr. Lo que sí me molesta es, a veces, dentro del Ni una menos se encuentran mujeres con mujeres.
—No entiendo. ¿Planteás que hay peleas dentro del mismo movimiento?
—Claro, como que no aprendemos a que es su cuerpo y su derecho. Entonces, en el nombre de Ni una menos o la cosificación, no queremos que haya una Cola Reef, pero no sabemos si estamos reprimiendo a una chica que ama su cola y la quiere mostrar. Si vos tenés ganas de mostrar tu cola y sentís que tu cola es parte linda de tu cuerpo y la querés mostrar, debería ser válido.
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Agradecimiento: Paula Balmayor, producción de vestuario; Sofía Diez, maquillaje y peinado
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