"Es un año de muchas realizaciones y también de muchos riesgos" comienza diciendo el prestigioso actor sobre su exitoso presente laboral en cine, teatro y televisión, con tres proyectos que implicaron un gran esfuerzo. Así lo elige, lo vive y lo disfruta. Julio Chávez (61) ama su profesión y la actuación lo ama a él.
Aunque no siempre le guste el resultado, indefectiblemente destaca el recorrido y el aprendizaje obtenido en el camino: "Me gusta que mi oficio me hace pensar. Me ubicó como ser humano en un lugar de mucho alivio que tiene que ver con la expresión. Es un privilegio enorme que tengo. Estoy adicto al trabajo" cuenta a días de estrenar El Pampero, la película que marca su retorno a la pantalla grande luego de diez años. En la película, su personaje sabe que va a morir y decide alejarse en su velero intentando controlar cómo será el final, sin saber que toparse con una desconocida (Pilar Gamboa) que huye de un crimen que dice no haber cometido lo hará cambiar el rumbo y le dará la posibilidad de sentirse vivo nuevamente.
En el plano televisivo, medio del que hoy declara no ser gran consumidor, espera el estreno de El Maestro por la pantalla del 13, durante la segunda quincena de septiembre. Mientras tanto, protagoniza junto a Adrián Suar el suceso teatral Un rato con él, donde encarna a Gregorio, uno de los dos hermanos que se reencuentran para repartir la herencia de su padre en una comedia dramática que desata carcajadas, y también lleva a reflexionar sobre la profundidad de los vínculos y cómo la historia que creemos conocer puede ser diferente. Fue su primera experiencia como autor de una obra en la que él mismo actúa y, aunque implicó un desafío adicional, el resultado es fantástico.
Consciente de la enorme fortuna que implica trabajar en lo que lo apasiona, se entrega por completo: "No solamente es un beneficio, es una obligación. A mí me gusta que el agradecimiento no sea solamente una palabra, creo en las vidas que se entregan hacia una causa".
—En alguna oportunidad hablamos de la muerte y de los temores que despierta. El personaje en la película es un hombre que está enfermo y que decide una forma particular de cursar su enfermedad. ¿Qué te generó interpretarlo?
—El trabajo del actor tiene algo extraordinario que es reflexionar y experimentar algo de una manera fantasiosa. Ir ensayando sobre un asunto que nunca te tocó, ni te tocará tal vez. Yo nunca he sido un travesti alemán ni me tocará serlo, pero en Yo soy mi propia mujer viví y pude pensar y experimentar desde mi punto de vista y con mi cuerpito muchas cuestiones inéditas.
—¿Sucedió también con la película?
—El pampero me ubica en una situación que sí voy a tener que atravesar, que es el fin, eso es inevitable. Me pareció una película muy atractiva justamente en este punto que señalás, que es la experiencia del dolor y la experiencia del límite. Los seres humanos nos sorprendemos con esta noticia cada tanto, pero no la vivimos todo el tiempo. Es parte de nuestra situación esta amnesia que nos sucede y que hace que hagamos cosas como si nos olvidásemos de que nos vamos. El personaje ha decidido alejarse, no mostrar este final ni siquiera a su hijo. Ha decidido que él va a gobernar sobre cómo va a ser su fin. La vida lo ubica finalmente en un hecho muy vital que tiene que ver con ayudar a un ser humano a hacer algo para sobrevivir. Un poco te dice que ese momento de pulsión positiva en el ser humano se puede dar en cualquier momento, aun en el último segundo de vida.
—Decías que fue un año muy próspero, pero también de mucho esfuerzo y sacrificio. ¿Por qué lo elegís así?
—No se puede tener todo. Estoy muy agradecido porque se me ha dado entre otras cosas una vocación y alguna condición. Y se me ha dado espacio para que esa vocación y esa condición se desarrollen. Yo estoy obligado a trabajar. Soy actor, a mí me gusta trabajar y vivo bien. Tengo una vocación, me llaman, tengo trabajo, me siento feliz con lo que hago. El descanso es una palabra muy particular.
—¿Te va bien con el ocio?
—No lo entiendo mucho eso del ocio. Necesito tiempo para hacer otras cosas que las añoro y las voy a hacer.
—Pero son artísticas esas otras cosas también.
—Siempre, es muy difícil estar enamorado y descansar del amor. Yo siento amor hacia mi oficio y por lo que hago.
—Un enamorado de esta carrera.
—Sí, he aprendido el amor en el interior del trabajo. Esa sensación de sacrificio y de entrega la siento en el trabajo.
—¿Te sentís querido en el trabajo?
—Me siento querido, también me puedo llegar a sentir no querido, porque uno está provocando expresión y, como dice Rothko, en cuanto uno sale al mundo corre el riesgo de ser aniquilado. Las ideas, cuando son internas y están en el interior del mugir de la mente, son todas extraordinarias, pero en cuanto las ponés afuera, siempre vas a tener una contra.
—¿Con Adrián Suar son amigos a esta altura?
—Sí, el amigo que yo puedo ser. No soy un amigo salidor. No soy un amigo que se involucra en todos los aspectos de la vida del otro. No entiendo así la amistad tampoco. Me siento muy hermanado con él, le tengo cariño y agradecimiento, porque me acercó proyectos de una enorme riqueza. Lo quiero y es mi amigo, aunque no nos veamos nunca más.
—¿Te parece que cualquiera puede ser buen actor con esfuerzo o hay algo que tiene que estar en la esencia?
—Le voy a robar a mi profesor de filosofía: "Cualquiera. No todos". Cualquiera no significa todos. Pero cualquiera, porque nadie puede saber quién de esos todos podría llegar a serlo.
—Pero no depende del esfuerzo, tiene que haber algo más.
—También el esfuerzo, pero no necesariamente el esfuerzo. Hay actores que han tenido carreras extraordinarias que en un punto no han tenido que hacer el esfuerzo que han tenido que hacer otros.
—¿En tu caso la popularidad llegó después del prestigio?
—Sin lugar a dudas, por eso vivo con ternura la popularidad. Con la misma ternura que un abuelo ve a un nieto, casi como un hijo tardío. Nunca he trabajado para la popularidad. No lo hubiera logrado además, me da la impresión.
—¿No la añorabas tampoco?
—No, nunca he sido un deseoso de algo que no tenía, siempre fui muy agradecido con lo que tenía. No recuerdo en mí la queja.
—¿A la hora de negociar sos difícil?
—No creo que sea difícil negociar conmigo, intento ser claro, no me considero muy histérico. Soy leal cuando digo "sí". Mi dificultad empieza a aparecer cuando se me quieren imponer puntos de vista, ahí aparece el: "Julio es difícil".
—Si pudieras hablar con vos mismo, mantener una charla imaginaria con el que eras cuando empezaste el recorrido, ¿qué consejo te darías?
—Menos paranoia. Cuando era muy chico, como actor era muy paranoico y hoy soy muy paranoico (risas). Un poco menos, pero en el avión, cuando vuelo, para mí el que lo maneja soy yo. Estoy todo el tiempo despierto mirando a las azafatas, las caras, creyendo que voy a descubrir qué pasa y agarro suponiendo que si suelto el avión, se cae. Me digo: "Julio, podés soltar, porque se va a caer o no, pero no depende de tu control".
—¿Qué puntaje te ponés a vos mismo como actor?
—Como laburante: 8,50. Como productor de resultados depende con quién me compares. Tengo algunos que me puedo comparar y me pongo un 10, y tengo otros que me pongo un 0.
—¿Qué te gusta de la tele?
—Estoy en falta en ese sentido, porque no sé muy bien qué tele tenemos, me ubicaría a mí hoy en un espectador pobre para la televisión. Lo que me gusta es que sigue existiendo y que va a tener que pelear mucho para seguir existiendo. Esa pelea va a generar que muchos seres piensen y puedan producir cosas en algún momento que puedan hacer que sobreviva esta situación. Hoy por hoy está en riesgo, me da la impresión. Me crié en una época donde la televisión era el punto de encuentro. Era una ventana al mundo verdaderamente, te topabas con los medios, con los artistas, con la política, con todo, y era la televisión. Hoy no es el único punto de encuentro.
—Está planteado el debate por las latas, en alguna oportunidad me comentaste una mirada interesante, mencionabas que para quejarte de eso deberías repensar como actor los contratos que firmás que permiten la venta al exterior.
—Sí, yo firmo contratos que tienen una cláusula que están absolutamente liberados para ser vendidos. Se ve que hay algo dentro de un sistema, que las cosas se venden. Si está en mi posibilidad, yo pediría: "Che, ya que me traen una lata, no la metan en un momento donde nos conviene a nosotros estar". Pero me cuesta mucho ubicarme en un lugar ideológico y firmar un contrato que contiene una cláusula en contra de eso que yo digo.
—No podés entonces enojarte por el éxito de alguna ficción de afuera.
—Lo que pasa es que hay enojos y enojos, uno se puede enojar. ¿Cómo yo me voy a meter con el enojo de cualquiera? El tema es cuando ese enojo se quiere transformar en ley.
—¿Qué no te voy a ver haciendo nunca?
—El amor en la calle (risas).
—Sexo y que te miren no es lo tuyo.
—Sexo y que me miren no es lo mío, dentro de poco no será lo mío ni en público ni no en público (risas).
—¿Y en lo profesional?
—Uno decide cosas, dice cosas, y después a la vuelta de la esquina te está esperando el enemigo del cual hablaste. Yo te prometo algo, donde esté no me voy a quejar, no me considero una persona muy quejosa.
—¿Cómo estás viendo el país?
—Soy una persona que está en deuda si es que alguien cree que un ciudadano tiene que estar enterado de todo, no lo estoy. Estoy muy rodeado de opiniones y un poco impresionado también, porque me empecé a formar como ser humano en una época donde los actos, cuando eran sabidos, tenían consecuencias. Y hoy hay una libertad y una aparente facilidad enorme de conocer las porquerías de cada cual que podemos llegar a hacer y no hay consecuencias.
— ¿Te trajo problemas la política? ¿Tuviste peleas?
—No, yo no me puedo pelear sobre algo que no sé. Mi única pelea es cuando lo político pretende ubicarse en el lugar de gobierno sobre mi trabajo artístico. Y como hay una prestación de servicios entre lo político y lo artístico histórico, y es una posibilidad, no quiero que esa posibilidad se transforme en una obligatoriedad. Nunca he tenido una confrontación con nadie, pero sí me confronto conmigo mismo a la hora de preguntarme: "¿Qué estás haciendo o en qué lugar estás ubicado?". Siempre termino ubicándome en el lugar de mi trabajo artístico. Y frente a eso me voy a hacer caso a mí.
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Agradecimientos: Hotel Meliá Recoleta, locación. Paula Balmayor, producción de vestuario. Sofía Diez, peinado y maquillaje.