Se llama Roberto Pandolfo (52), pero todos lo conocemos bajo el apodo de Palo. Luego de integrar varias bandas, en 2001 decidió comenzar su carrera como solista. Su último disco, Transformación, se presentará el 1 de julio en el Teatro Gran Rivadavia, y con invitados especiales como Los Tipitos.
El cantante, compositor y guitarrista habló con Teleshow acerca de la espiritualidad, y de cómo ha cambiado su vida a través del yoga y la meditación, donde logra frenar la mente, ya que se reconoce como una persona impulsiva. Además, lleva una rutina muy tranquila a comparación de muchos músicos, ya que se aboca al cuidado de sus tres hijos.
Con ustedes, Palo Pandolfo, un artista que se reinventa constantemente, dueño de un espíritu que no para de indagar y evolucionar.
—¿Que transformaciones internas viviste a lo largo de tu vida?
—Soy muy impulsivo y vengo trabajando en ello. Con el tiempo, uno puede enfocarse en sus falencias: te das cuenta dónde hacés agua, cuál es el lado flaco. Antes, o más tarde, todos empezamos a darnos cuenta adónde evidentemente fallamos. De chico y de grande yo soy como bastante parecido, solo que de grande puedo decir qué parte no me gusta tanto. Me enfoco en transformar eso, pero es un trabajo de toda la vida.
—Además de impulsivo, ¿qué otras falencias tenés?
—Soy muy dramático. Las canciones, para mí, son siempre un vehículo de sanación.
—¿Creés que todos podemos transformarnos?
—Desde la práctica de yoga y ese tipo de cosas, entiendo que sí. En un tema del disco digo: "Buscás poder sin entender que todo está en la meditación". Creo que la única transformación posible es la meditación, es el viaje interior, como depurarse por dentro para poder dar un gesto a los demás.
—En otras de tus canciones hablás del juego de la vida. ¿Qué juego jugás vos?
—Es bueno tomar la vida como un juego. Me parece que es algo que nos puede ayudar a no ser tan neuróticos, o sea, poder jugar un poco más allá.
—¿Sos estratégico en el juego?
—No, soy cero estratégico. ¡Soy un desastre! O sea, digo que soy impulsivo y que de alguna manera hago cualquier cosa. Tengo que meditar para poder hacer una estrategia. Necesito pensar mucho. Espontáneamente me muevo con un espíritu que puedo saber caer, pero voy a caer bien parado. Tengo ese instinto. Es algo que me dio Dios, la vida, la naturaleza.
—¿Y en lo profesional cómo hacés?
—El oficio es la clave para mí. Depurar el hacer. Mi estrategia es hacer bien los ensayos, hacer bien las canciones, hacer lo mejor posible en el vivo, liberar esa pasión, esos sentimientos concentrados.
—Cuántas más horas, ¿mejor?
—Sí. Nos falta tiempo a nosotros en este momento de la ciudad. Nos falta tiempo… Lo hablo con muchos amigos, gente diferente: como que no nos alcanza el tiempo. Yo necesitaría más guitarra, más ensayo.
—¿Qué paz encontrás en la espiritualidad?
—Desde la práctica de yoga logré una cosa real en el cuerpo y en la mente, porque justamente en esa respiración yóguica y en la retención del aire, la mente se detiene. La meditación busca eso: que la mente pare. Yo soy fanático de Van Gogh, miro una obra de él y viajo, me olvido de quién soy y me olvido de mi ego. Bueno, el yoga tiene un efecto así: simplemente respirando y trabajando esas posiciones vas abriendo diferentes chacras y puntos de energía, porque laburás todo el cuerpo desde la respiración consciente.
—¿El ego que rol juega en el artista?
—En las personas, en general, el ego es lo que te ata, lo que te encadena. A cualquier trabajador, que esté en la calle o adonde sea, le hablás de un concepto espiritual y de una divinidad, y vas a encontrar un montón de elites.
—¿Por qué lo decís?
—Creo que pensamos que estamos más mal de lo que estamos. Porque al poder dominante le sirve tenernos como bajo austral, como decir "Estamos re mal, sí, porque yo también…", como que te va llevando a una dominación desde el pesimismo.
—¿Qué cosas en tu vida conquistaste, además de la música?
—Tengo el día a día con mis hijos. Yo tengo una nena que va a cumplir 18, otra de 12 y un niño de siete. Tengo un varón; para mí eso es una conquista. Tengo el haber podido dejar la huella de mi padre, porque éramos dos chicas y yo. Yo, más que conquistador.