"No te vas a morir de esto", le dijo su médico.
Pero ella no le creyó.
Al momento de narrar la historia de Silvia Beatriz Monzón, la alegoría con el boxeo surge como inevitable; se trata de la hija de Carlos Monzón, quizás el mejor pugilista argentino que haya subido a un cuadrilátero. Y entonces podría hablarse de una trompada de KO. También del conteo del árbitro, que marcha prepotente, cruel, inexorable…
Y no. Nada de eso. Porque mientras Ringo Bonavena decía que "cuando suena la campana, te sacan el banquito y te quedás solo", a Silva le sobró apoyo, compañía. Y no allí, con los suyos sentados en la primera fila; sino ahí, junto a ella en el ring, soportando los golpes uno a uno.
Porque Silvia necesitó de todos ellos para poder creer. "Cuando tenés cáncer pensás que te vas a morir mañana…", advierte esta santafecina de 54 años, quien en esa charla con su doctor tenía algunos menos: sucedió en 2014. Y al mismo tiempo, con el diagnóstico -cáncer de mama- resonando en su cabeza, hubo otra negación: "¿Por qué a mí…?", se preguntaba, una y otra vez.
Verte pelada es muy duro para una mujer, es muy fuerte para la familia…
Pero estaban sus cuatro hijos. Las mayores, Julieta (30) y Milagros (20), nacidas en Buenos Aires. Y los varones, Agustín (17) y Benjamín (16), oriundos de Santa Fe porque en un momento Silvia dejó atrás la gran ciudad para empezar de cero, en la tierra de su padre. Y estaba su marido, claro, José Pepón Gómez, con quien pronto cumplirá 34 años de casados. Y el resto de su familia, sus amigos…
"Fue un golpe duro para todos", recuerda Silvia en una entrevista con Teleshow, quien primero debió someterse a una operación en la cual le extirparon dos tumores malignos, para después enfrentar el tratamiento de quimioterapia. Y sus consecuencias: "Verte pelada es muy duro para una mujer, es muy fuerte para la familia…".
En aquellos meses de quimioterapia Silvia probó varias alternativas para ocultar la irremediable caída del cabello. Luego de interminables pruebas se quedó con un sombrero, descartando las pelucas. Y aunque había una en particular, según pudo saber Teleshow: aquella que le hizo llegar Susana Giménez. "Mis hijas me decían que me pusiera esa peluca, que me quedaba bien. Pero yo no me sentía cómoda…", recuerda, confirmando la historia, y sin dejar de destacar el noble gesto de quien fuera la pareja más famosa de su papá, a mediados de los 70: "Ella tiene la mejor conmigo".
A través de su secretaria personal, Inés Hernández, la conductora se mantuvo al tanto de los progresos de Silvia, y también de sus retrocesos, inevitables, entendibles. En octubre de 2014, cuando hizo el relanzamiento oficial en los cines de La Mary -la película que protagonizó con Carlos Monzón-, Susana invitó a Silvia, ante la prensa, frente a los fotógrafos. "Era la primera vez que yo aparecía públicamente, que salía. Y tenía el pelo cortito (por la quimioterapia): nadie me conocía", cuenta la hija del boxeador, quien consiguió anclar en el pasado dolores tan profundos.
"Ahora valoro que Susana tuvo un amor con mi papá, aunque cuando vos sos chica no querés que eso pase", se explica. Ocurre que, cautivado por la diva en la filmación de La Mary, Monzón abandonó a su primera novia, Mercedes Pelusa García; la mamá de Silvia, nada menos.
"Pero lo bueno es que ellos se amaron, se quisieron, y en la vida de Susana quedó un buen recuerdo de mi papá. El tiempo pasa, las asperezas se liman y aceptás ciertas cosas. Y yo también lo perdoné a mi papá: antes de partir de este mundo, pude charlar con él…", dice Silvia.
Y en las siguientes palabras deberá interrumpir su relato a Teleshow: parece que sólo la emoción consigue quebrar a esta mujer, haciéndole bajar la guardia. "Por el amor platónico que tengo con mi padre, fue fuerte para mí que (en el tratamiento) no estuviera conmigo. Lloré mucho por no tener el abrazo suyo… Perdón, me emociono…", se excusa Silvia. Y el relato que se entrecorta. Y las palabras en suspenso, igual que las lágrimas.
Hay mucho más por decir. Aquella cirugía fue exitosa, lo mismo que la quimioterapia que realizó en una clínica de Santa Fe, negándose a la recomendación de trasladarse a Rosario o Buenos Aires. "Gracias a la fe, a la contención de mis hijos, mi marido y mis amigos pude salir adelante muy bien. La pesadilla ya pasó", suspira Silvia, quien cumple con los estudios periódicos que le marcan sus médicos. "Busco ocuparme para no preocuparme", dice esta mujer que hoy se mira al espejo y sonríe: "¡Ya tengo el pelo largo, me lo puedo cortar!".
"Ahora mi prioridad son otras cosas. Sé disfrutar cada día. El viernes 7 fue el Día Mundial de la Salud: estoy atenta a eso. Siempre que puedo resalto que las mujeres se hagan los controles preventivos. Con detección a tiempo se puede solucionar. Aunque por pudor, por tener miedo, porque no querés, no vas a tiempo al médico…", se lamenta Silvia.
Sí, justo ella, que no le creyó a su médico cuando le avisó: "No te vas a morir de esto". Aunque… observándolo bien… tal vez todo se trató apenas de una confusión dialéctica. Porque quizás Silvia -como cualquier otro- desconozca de qué se va a morir.
Lo que ya sabe es por qué -y por quiénes- vale la pena luchar.
Y soportar los golpes, uno a uno.
Y escuchar la cuenta del árbitro, "5… 6… 7…", consciente de que no le permitirá llegar a 10.
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