Un promedio de 800.000 dólares fue el dinero que se recaudó en la gran subasta que se hizo en 2008. Habían pasado dos años de la muerte de James Brown y todos querían tener algún recuerdo. Lo más cotizado fue una capa de seda negra con el nombre del artista bordado en el cuello a 47.500 dólares. Claro, más que los instrumentos o las estatuillas que ganó, lo interesante es su vestimenta, porque a este transgresor afroamericano se lo conoció por ser, además del padre del funk, el hombre de los trajes coloridos.
Basta con ver sus videos para observar el poder de sus presentaciones en vivo. Su forma de moverse, de tomar el micrófono, de gritar, incluso de sonreír tenían su encanto. Por eso, sus fanáticos querían tener algo suyo, desde su pulsera médica (en la que dice que era diabético y alérgico a la penicilina) hasta un poema que le dedicó a Muhammad Ali.
En 2014 se estrenó una biopic titulada Get on Up (I Feel Good en Latinoamérica, por el nombre de su más conocida canción) donde lo que se destaca -además de la dirección de Tate Taylor y el protagonismo de Chadwick Boseman– es a Sharen Davis, la vestuarista; o como se le dice en España: figurinista. En una entrevista aseguró que el objetivo era diseñar un homenaje más que hacer una biografía. Fue por eso que su aporte fue de los más aplaudido por la crítica: la historia incluyó 40 años de la vida de Brown, lo que significó hacer un itinerario de la moda.
¿Entonces, por qué lo más destacado de la película sobre la vida de James Brown termina siendo el trabajo de Sharen Davis? La conclusión es que, además de ser una de las más grandes estrellas de la música era también un ícono de la moda. Pero no era sólo él, la banda que tenía detrás también jugaba un rol estético importante. Su saxofonista Maceo Parker contó que les inculcaba (y les exigía) el arte del buen vestir: debían vestir bien y pagar ellos mismos por sus trajes, y si alguien dejaba el grupo, entonces no se podía llevar el traje.
La música de James Brown se puede analizar desde diversas perspectivas; una de ellas es lo social ya que su sentido de "hermanar a los negros y a los hispanos" ha estado siempre latente. Ha sido vocero de varios de estos reclamos cuando Estados Unidos tenía una división racial mucho más grande que la actual. Ha estado en la cárcel en varias ocaciones. Ha pasado alguna que otra estadía en una clínica de rehabilitación. Pero más allá de todo lo de que de él se desprenda, hay algo que perdura, su música: el funk.
"Mi música es sensual, tanto por el movimiento del cuerpo como por el bienestar mental", dijo en una de sus últimas entrevistas. El funk lo es: un rock liviano pero insistente con una batería rítmica certera, un bajo eléctrico marcando el tono y una guitarra que actúa como si tendiera latigazos. La búsqueda de Brown era la de unir la vibración erótica del ritmo con la plenitud espiritual en la mente. Algo así como transformar al rock en una alegría espirituosa. Muchos dicen que lo logró.
Su vitalidad era tan grande que podría decirse que murió arriba del escenario: el 27 de octubre de 2006 tocó en Londres y a los dos meses debió ser internado en el Emory Crawford Long Hospital de Atlanta por una neumonía. Días después murió, fue un 25 de diciembre; tenía 73 años. Su última esposa, Chronicle de Augusta, estaba con él cuando pronunció las últimas palabras: "Nos veremos pronto".