"Ella fue la primera de la familia que entendió…". Pero, ¿qué debía comprender? Que su hermana mayor, a los 53 años, divorciada y con un hijo de 26, instructora de yoga y único sostén de su propia economía, decidiera renunciar a todo -o dejar gran parte en suspenso- para embarcarse en un viaje a la India de casi tres meses, con la única intención de brindarse por completo a niños que enfrentan distintas carencias. ¿Quién es "ella"? Florencia Raggi. ¿Y quién es su hermana mayor, la exclusiva protagonista de esta historia, y a la que entendió antes que nadie? Gabriela Raggi.
En septiembre pasado, cuando el anuncio a sus seres queridos ya estaba hecho, Gabriela recibió la visita de la actriz por su cumpleaños. Florencia llegó a su casa con un sobre en una mano. Y una carta en la otra. "Me escribió que la ponía muy feliz mi proyecto, y que yo era un orgullo y un referente para su vida. Y como quería de alguna manera estar presente y viajar conmigo, me traía un aporte económico para colaborar. Flor no es la patrocinadora, pero te puedo asegurar que me ayudó mucho, mucho, mucho… No te voy a decir cuánto porque ella no va a querer que lo diga…".
Quizás lo que Florencia comprendió fue que la distancia -porque la vida es una gran paradoja- puede generar otros acercamientos. "Le llevo nueve años. Me casé muy joven y hubo toda una parte de su juventud que no la compartimos -explica Gabriela-. Y esta situación nos unió muchísimo. Hemos llorado juntas, abrazadas juntas… Esas cosas del corazón que se activan o no, que suceden o no…".
Gabriela debe interrumpir su relato: las lágrimas la vencen, en uno de los tantos audios que le envía a Teleshow -vía WhastApp- desde Pune. Allí se encuentra ahora, en la séptima ciudad más grande de la India con 4,5 millones de habitantes. Llegó el 4 de noviembre luego de casi dos días de viaje, y tras preparar su travesía durante seis meses. "¡Y estoy feliz!", destaca, sabiendo que está logrando su propósito: "Viajé para conectarme con mi propia alegría". ¿Haciendo qué? Siendo voluntaria en tres proyectos de la Fundación Asha-kiran, que tiene su sede en Madrid, y que se empeña en garantizar los derechos de la infancia en comunidade
Por ejemplo, participa en un centro de día. "Acá los obreros de la construcción son nómades: viven en las mismas obras, que duran dos o tres años, en casas de chapas -describe Raggi-. Y trabajan los hombres pero también las mujeres del matrimonio, cargando las rocas en palanganas sobre la cabeza, o moviendo con un pico la tierra para hacer un pozo. Se firma un convenio: la constructora pone una casa lista para la escuela, y la fundación asiste a los chicos mientras los padres trabajan, para que no estén perdidos por la calle, ni sueltos, ni en peligro".
"Jugamos, nos divertimos, pintamos mandalas mientras escuchamos música: traje mi celu con los parlantitos. Estamos aprendiendo a contar: ellos en castellano y yo en maratí, el idioma que se habla en esta región. Nos une el inglés. También hacemos algunas cosas de yoga". Y ese intercambio "es muy intenso", según describe Gabriela. "Con los chicos el contacto es piel a piel. Y reciben todo lo que tenés para darles con muchísima humildad y agradecimiento. Están en lugares súper humildes. En India las situaciones económicas son muy arbitrarias: encontrás gente sumamente pobre, y gente en Mercedes Benz y Audi… ¡pero de aquellos!".
Raggi también los preparara para una competencia recreativa que se hará en diciembre, con los niños de todos los proyectos de la fundación: habrá carreras de embolsados, de relevos, y la clásica con la cuchara y el limón. "Practicamos todos juntos, como si fuera un gimnasio nuestro pero con tierra, en patas ¡y felices!", cuenta quien también se desempeñó como profesora de Educación Física.
El trabajo es arduo, agotador. ¿Y la recompensa? ¡Extraordinaria! "Es fuerte la sensación del cariño que recibís, de las miradas… Una de las chicas del centro, Sonia, de 13 años, me preguntó si me podía hacer un presente: me trajo unos aritos dorados preciosos… En ella, ¡es un montón! Otro de los chicos me dio unas albóndigas hechas por su papá, y té. Y es de un honor… Te sentís tan honrado, tan honrado…", dice Gabriela, y su relato se entrecorta. De nuevo las lágrimas, al otro lado del mundo.
Raggi también les habla a los niños sobre la Argentina. "Les muestro dónde queda haciendo un dibujo del mundo, y cuántos aviones hay que tomar, cómo se vuela". "¡Pst!, seguro que ellos le preguntarán sobre Lionel Messi…", podría pensar cualquiera, inflando el pecho. Y no, nada de eso. "Los chicos no tienen mucha idea de quién es Messi. Los señores grandes puede ser, como el dueño de la casa de cambio, pero el público en general mucho no lo conoce". (Y el orgullo argentino, herido).
Las diferencias culturales también se evidencian en el trato con otras mujeres. "En algún momento en que terminamos la actividad, lo primero que me preguntan las maestras es si estoy casada. Charlamos en una mezcla de señas, un inglés muy básico, y yo tratando de entender el maratí. Y cuando les explico que estoy divorciada… no te digo que es mala palabra, ¡pero es rarísimo! Acá sólo se divorcia la gente de mucho dinero. Dentro de sus creencias, la gente de clase baja considera que no está bien: uno se casa para siempre".
La competencia recreativa de los chicos será el 20 de diciembre. Y después, ¿qué? Gabriela irá a una playa cercana para "descansar un poco". "En estos veinte días en Pune anduve más que en cinco años en Buenos Aires", avisa. Y junto al mar esperará la Navidad, que en aquellas latitudes no se festeja. "Como estaré en un lugar donde hay turismo internacional, buscaré alguien para brindar en Nochebuena y no pasarla tan sola". En enero conocerá otras zonas del país: se sumergirá en la India profunda, porque Pune… Pune es otra cosa. "Acá se la conoce como la Nueva India: es la europeizada, con edificios enormes, tiendas, shoppings. Y no andás caminando por arriba de gente tirada en la calle, como en general se sabe que la India es".
Y entonces sí, Gabriela regresará a la Argentina. A los brazos de su hijo músico, Pedro Pasquale, a quien tanto extraña. A la casa que debió alquilar para solventar el viaje, porque la Fundación le permite participar, pero los gastos corren por su cuenta. A su trabajo relacionado con lo espiritual (se especializa en Memoria Celular, una técnica terapeútica que actúa desde lo energético para que cada persona descubra quién es, y quién quiere ser).
Y regresará a sus amigos, a su familia. Y a esa complicidad reestrenada con Florencia, que la entendió como nadie, y que cuando supo de este viaje le dijo: "Mientras muchas mujeres de tu edad están viendo dónde se ponen bótox, vos te vas a la India a ayudar".
A todos ellos volverá Gabriela. A todo eso. Pero lo hará siendo otra, ya muy distinta a quien se fue para conectarse con su propia alegría.
Objetivo cumplido. Y sueño también.