Análisis de la película "Viviendo con el enemigo": amor y traición en tiempos de guerra

La película presenta un triángulo amoroso de ribetes trágicos en la Alemania de la posguerra

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(El tráiler de Viviendo con el enemigo)

El coronel inglés Lewis Morgan se encuentra en Hamburgo a pocos meses de terminada la Segunda Guerra Mundial. Tiene por misión supervisar la reconstrucción de la derruida ciudad, y es por eso que su esposa se traslada a su lado. La casa de un arquitecto viudo y su hija se convertirá en el hogar de la pareja británica. En medio de una convivencia cargada de tensiones y rencores, surgirá la pasión y un amor prohibido con inesperadas consecuencias.

El realizador James Kent logra una acertada reconstrucción de la Alemania del cuarenta y hace gala de un magistral diseño de arte, en el que abundan los decorados grises y tristes que lucen a tono con el espíritu de los personajes principales. Keira Knightley (pasional y soberbia actuación) como la esposa atormentada que carga en su interior con un profundo dolor; Jason Clarke como el militar del bando ganador que sin embargo no puede evitar sentir culpa por las atrocidades que le ha tocado ejecutar; y Alexander Skarsgard como el alemán al que los golpes de la guerra no pueden quebrar, conforman un trío efectivo, creíble y empático. Cada uno de ellos tienen su momento de lucimiento en el metraje, pero cuando comparten escenas es donde sacan lo mejor de sí.

Pese a contar con un marco pocas veces explotado dentro del género bélico (como es la reconstrucción tras la caída de Hitler), el realizador prefiere centrarse más en los conflictos personales que en el entramado histórico general. Así por momentos la trama se acerca al melodrama, dejando de lado cuestiones como el revanchismo del ejército ganador o la apesadumbrada vida de los derrotados.

Es un drama romántico de época y es por eso que en algunos momentos la historia bordea lugares comunes, en otros se presenta maniquea y ciertamente apela a distintos clichés. Pese a esto, el manejo de la tensión sexual, así como la utilización de las miradas para decir más que lo que rezan las palabras, están bien manejadas por un director que a la hora de rodar ha sabido combinar buen gusto con pericia técnica.

Viviendo con el enemigo quizás no sobreviva en la memoria de los espectadores como otras exponentes del género. Sin embargo, logra hacer suya una fórmula que a pesar de haber impregnado mucho celuloide a lo largo de los años aún sigue funcionando y conmoviendo.

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