Análisis de "La quietud": una familia unida por el amor y el espanto

La nueva película de Pablo Trapero indaga en los secretos íntimos de una familia de clase alta, un vínculo al borde de la patología

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La quietud es el nombre de una lujosa estancia en las afueras de Buenos Aires. Un lugar de ensueño en donde Mía (Martina Gusman) ha pasado gran parte de su vida, creciendo bajo el ala de sus padres. Un incidente médico hará que su hermana Eugenia (Berenice Bejo) regrese tras años viviendo en París. El reencuentro ocurrirá bajo el escrutinio implacable de la madre, Esmeralda (Graciela Borges).

Cuando el marido de Eugenia, Vincent (Edgar Ramírez), se haga presente también, algunos de los secretos familiares más profundos y oscuros emergerán cambiando para siempre la relación de la familia.

El filme funciona casi como un espejo de la anterior película de Trapero, El clan. Aquí también se indaga de manera intimista en una trama familiar en el seno de una clase acomodada. Quizás sin los recursos del género policial visibles en la historia de los Puccio, pero con perversiones y maldad suficiente, La quietud solo está presente en el nombre de la finca. Entre los muros del lugar todo está más que movido.

Hay triángulos amorosos, engaños, complicidades sexuales y un espíritu lúdico y erótico que se respira a lo largo de las casi dos horas de metraje. En el guión, en el que los diálogos y las situaciones suenan naturales se dan cita temas urticantes como el aborto y hasta el incesto, tópicos que no parecen puestos de manera efectista y que hacen avanzar la trama hacia un final oscuro e impensado.

Graciela Borges, Pablo Trapero, Martina Gusman y Joaquín Furriel
Graciela Borges, Pablo Trapero, Martina Gusman y Joaquín Furriel

A pesar de la presencia de los sólidos Edgar Ramírez y Joaquín Furriel, esta es una historia de mujeres, narrada desde sus miradas, con personajes femeninos de peso. Un matriarcado puro y duro representado por la contundente Graciela Borges, ícono del cine nacional en una composición cercana a las divas hollywoodenses de los cincuenta "a lo Bette Davis". Gusman y Bejo se parecen, logran mimetizarse y hacer creíble un vínculo tan espiritual como carnal. Verlas juntas genera curiosidad y morbo.

Gracias a elaborados planos secuencia, una fotografía brillante y una dirección de arte irresistible, la película se disfruta y se enmarca dentro de las obras fílmicas nacionales más sólidas del año.

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