La fórmula es la misma que en la primera parte, solo que en vez de una pareja de jóvenes, en esta oportunidad es una familia la que debe sobrevivir al acoso de tres sanguinarios enmascarados en un camping de casas rodantes.
Como en aquella película protagonizada por Liv Taylor aquí también hay una apuesta por el crecimiento de la tensión a medida que avanza la trama. El realizador Johannes Roberts nos presenta a los personajes, desarrolla un conflicto intrafamiliar y una vez que el espectador empatizó con todo esto, arranca una cacería humana en la que parece no haber lugar para esconderse.
Los psicópatas, camuflados detrás de inquietantes máscaras, hacen de su silencio y elaborado sadismo, una marca de autor que los coloca en el mismo escalón que los grandes nombres del slasher como Michael Myers o Leatherface.
El gran trabajo de iluminación, que presenta claroscuros ideales para los sustos y golpes de efectos, se suma a la excelente idea de un escenario tan tétrico como efectivo: las casas rodantes, movilidad y hogar de nómades a los que nadie parece extrañar, un parque de atracciones para los asesinos en cuestión.
También la música, que incluye ritmos de los ochenta y los efectos sonoros, fundamentales para marcar la atmósfera de espanto, están a la altura de las circunstancias, redondeando una producción impecable en todos los rubros técnicos y artísticos.
Más allá de cierto regodeo en los homenajes a filmes clásicos, Los Extraños: Cacería Nocturna es una efectiva secuela, un filme que redobla la apuesta y que logra mantener en vilo al más valiente de los espectadores.
Mi calificación: 9 puntos
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