Agustín Aristarán se presenta ante el mundo como Soy Rada. Se destaca como humorista, músico y mago, pero se define como actor. “Antes decía que era payaso, porque es una persona que tiene ciertas habilidades y herramientas que las pone al servicio del entretenimiento, pero ahora me gusta más el nombre de actor. En un tiempo tal vez me defina como bailador de flamenco”, aclara en diálogo con Teleshow, sin omitir su cuota de ironía.
Rada descubrió su pasión “antes de tener uso de razón” y sus primeros trabajos los comenzó a interpretar a los 12 años. “Era un juego por el cual me pagaban muy bien. Nunca tuve dudas de que me iba a dedicar a esto porque era imposible que hiciera otra cosa”, reconoce.
Con And The Colibriquis sacó cuatro discos de los que se siente orgulloso cada vez que los escucha en Spotify. El filme Una película de gira, que está disponible en Flow, es otro de sus éxitos. Y su doblaje para la versión en español de El Rey León cautivó a varias generaciones. Aquí, un viaje a la intimidad del multifacético personaje que sueña en grande y aspira a desplegar su magia en el legendario Teatro Colón.
—¿Aquel Rada que comenzó a trabajar a los 12 años tenía que ayudar en casa?
—Sí, ayudaba un montón; pero tampoco era que tenía que ayudar. No era que si no ayudaba no morfábamos. Durante mi infancia, mi familia tuvo bastante bardo económico. En la época de los 90 la gran mayoría tuvo despelotes. A pesar de pasarla mal, mis viejos se han sabido transformar de una manera increíble, camaleónica.
—¿A qué se dedicaban tus viejos?
—Mi mamá es fonoaudióloga y mi papá, comerciante. Fueron de los que se fundieron en los 90.
—¿Y a vos, como niño, eso cómo te impactó?
—Re choto. Jodido. No me copó nada. Ver a tus viejos complicados por la guita o que rematen la casa, es un bajón.
—¿Hasta dónde te impactó? Porque a veces esas situaciones implican un cambio de colegio, o cosas que ya no se pueden hacer...
—En la primaria me cambiaron y agradezco mucho que haya pasado eso. Iba a un colegio privado y a mi viejo le costaba mucho pagar la cuota. Lloré un montonazo, pero cuando entré a la secundaria, fui a una escuela pública y fue lo mejor que me pasó, porque antes estaba en una burbuja.
—Se corrió un velo.
—Completo. Era otra historia completamente diferente.
—¿Adónde fueron cuando les remataron la casa?
—La compraron unos amigos de mis viejos y mis papás se la alquilaron al otro día.
—Y en paralelo, trabajabas de entretener a la gente...
—Sí. He ido a varios shows devastado y tenía que salir a actuar; pero lo bueno es que me llevaban mis viejos con mucha alegría y entereza. Mis viejos nunca perdieron la dignidad.
—¿A los 14 años empezaste en los semáforos?
—Sí, con mis amigos queríamos probar. Yo me venía a estudiar a Buenos Aires (desde Bahía Blanca) y hacía shows infantiles para poder juntar guita para los viajes. Me tomaba un bondi a la noche, llegaba a la mañana, estaba todo el día yendo a tomar clases con diferentes magos o cursos intensivos de teatro, y a la noche volvía. Intentaba hacerlo una vez por mes. Y en una de esas vi a un chabón en un semáforo revoleando clavas y escupiendo fuego. Volví y dije: “Che, hay que hacer esto”. Y con un amigo malabarista nos pusimos a hacer eso.
—¿Qué dijeron en casa? ¿”Andá a escupir fuego”?
—No, ¡qué iban a decir “andá a escupir fuego”! ¡Fue prohibido! “Agustín, nos jurás que no vas a hacerlo”, me dijeron. “Por lo que más quiero en la vida, se los juro”, les respondí. Pero era obvio que de ahí me iba a comprar kerosene. Hasta que una vez, mi viejo me vio en una esquina escupiendo fuego como un campeón. No me daban las patas para salir corriendo y explicarle que era una expresión artística. Un tiempo después les volví a jurar que no lo iba a hacer más, pero un salón de fiestas muy grande de Bahía Blanca sacó una publicidad por toda la ciudad con el hijo de Roberto e Inés escupiendo fuego.
—¿Cuál fue el castigo?
—Me suspendieron varios shows. Llamaron a los clientes y les comentaron que no iba a ir a trabajar. Después entendí que era muy nocivo para mi salud. Era peligroso. Un malabarista rosarino me había dicho que tenía que comer una cucharada de arroz crudo para protegerme.
—¿No tuviste ningún accidente?
—Con el fuego no, pero tuve accidentes en varios shows. Una vez se me abrió un dedo completo en el primer truco y terminé con el dedo envuelto en una servilleta. Tenía 17 años y estaba en una quinta en General Roca. La idea era que apareciera un billete de un espectador dentro de una lata de conservas, pero no lo tenía bien practicado...
—¿Era difícil ponerle límites a un hijo que trabajaba y que tenía sus propios ingresos?
—Sí, aunque era bastante rescatado. No hice mucho bardo, salvo en el colegio. Ahí hacía muchos despelotes, pero era el gerente: no era el que ejecutaba, era el que armaba el plan. El autor intelectual. Una vez nos fuimos del colegio y se pudrió, porque nos salió a buscar la policía y nos encontraron en una plaza. No me rateaba casi nunca, pero de esa clase de historia nos fuimos a la mierda.
—¿Bianca, tu hija, se portó mejor?
—Es increíble. He charlado en terapia y más de una vez dije: “Che, esta piba tendría que ser un poquito más bardera”. Espero que no arranque ahora. Tiene 17 años y volvió hace poquito de Bariloche.
—Ustedes lograron un gran vínculo de familias ensambladas.
—Sí. Lo hablé con Fernanda (Metilli) y no siento que Noelia, la mamá de mi hija, fuera mi ex. Somos dos parejas amigas que van a comer juntos. Para mi cumpleaños, la comida la hizo el Ruso, que es el padrastro de Bianca. Estamos con ganas de irnos de viaje todos juntos, porque nos llevamos bien de verdad. No es una postura.
—¿Qué edad tenía Bianca cuando se separaron?
—Ocho. Nos separamos a los cuatro de Bianca, volvimos al tiempo y a los ocho nos volvimos a separar. Los dos construimos nuevas historias con gente muy sana y copada.
—Eras muy chiquito cuando fuiste papá.
—Sí, 22 recién cumplidos.
—¿Tuviste miedo?
—No entendés cuánto... Pero hoy tengo más miedo que ese pibe de 22. Soy más consciente de lo que pasó. Tuve mucho miedo, porque era un mago de eventos que le iba bien, pero no sé si tan bien como para estar piola con una familia. Y cuando nació Bianca rechacé un montón de laburo fijo, inclusive siendo animador o el payaso de una cadena de hamburguesas que me daba un sueldo espectacular con una prepaga. Pero no podía ir en contra de lo que deseaba.
—Sé que tenés propuestas muy interesantes desde el aspecto económico, como presencias o publicaciones en redes sociales.
—No lo hago más. Me encanta ganar plata, pero no hago nada exclusivamente por la guita. Quiero hacer lo que me gusta y ganar la mayor cantidad de plata posible.
—Para hacer a Tronchatoro, en Matilda, dejaste un montón de cosas.
—Con mucha felicidad también dejé todo lo que dejé. Fue súper mágico compartirlo con Fernanda y el debut de mi hija.
—En algún momento ese adolescente empezó a ganar mejor plata. ¿Te acordás qué fue lo primero que te compraste?
—Zapatillas. Y fue con culpa. No me podía estar comprando esas zapatillas porque para mí era mucha plata. Antes teníamos la mentalidad de comprar lo que se necesitaba, y no necesitaba esas zapatillas.
—¿Te amigaste con esa culpa ya?
—Sí, pero soy muy organizado con la plata. Soy bastante obsesivo.
—¿En tu cabeza hay un presupuesto? Porque el artista no tiene ese sueldo fijo con la regularidad que se da en otras profesiones. Puede ser inestable. ¿Eso no enloquece a una personalidad tan estructurada?
—No, porque desde los 12 años, que tenía “mi empresa”, entendí que de la guita que entraba, el 30% se guardaba, el otro 30% se reinvertía, y había un 30% que para pagar los gastos, que son los gastos que no queremos que haya. Y hay un 10% que me lo deliraba en lo que quería sin culpa.
—¿Eso lo entendiste a tus 12 años?
—Sí. Me lo dijo un gerente de marketing de McDonald´s, en Bahía Blanca, al que le daba clases de magia cuando tenía 12 o 13 años. El chabón quería estudiar magia y le enseñé. Y él me enseñó esas cosas. Me decía: “Tenés que hacer esto con la guita”. Cuando le di mi “business card”, me dijo: “¡Esto es un horror! Tenés que contratar al mejor diseñador que tu bolsillo pueda pagar. De ese 30%, que es para reinvertir, tenés que usarlo para contratar a un diseñador gráfico. Y tus videos y reels de presentación, los tiene que hacer el mejor diseñador que puedas pagar. Lo mismo en tu página web…”.
—¿Seguís ahorrando el 30%?
—Sí. Creo que sí. Hay una parte de la guita que entra, que tiene que ahorrarse.
—¿Cuántos eventos hiciste?
—Una vez habíamos hecho la cuenta y llevaba más de 5.000. Una cantidad tremenda.
—¿Quisiste escapar de alguno?
—Sí, de algunos me fui. Una vez, un señor se levantó con un cuchillo y me lo quiso clavar en tres oportunidades. Era un cuchillo de postre, no iba a pasar nada. “Voy a matar al mago”, decía. Estaba borracho. En la primera, la gente se rio. En la segunda le seguí el juego, porque vi que estaba en cualquiera. Miré al maître y le dije: “Che, cortalo porque la próxima me voy”. Y en la tercera le dije a los dueños de la fiesta, que se casaban: “En la próxima, me voy”. Cuando se levantó en la cuarta, agarré las cosas y me fui a la mierda.
—¿Hay otras?
—No que me haya ido, pero gracias a esa fiesta dejé de trabajar después de los videos. En una fiesta de 15, vino el maître y me dijo: “Salís después del video”. Cuando miré para el costado, vi que era una fiesta de 15 bastante opulenta. Pusieron el video y apareció el papá de la hija que cumplía 15 desde la cárcel. Fue tremendo, porque había mucho llanto del público, pero también había mucha bronca con la injusticia de que Enrique estuviera preso. Después trabajé para gente en Medellín y en Ecuador que tenían mucho dinero, como en la serie del Chapo Guzmán. Un productor me llevaba mucho a Colombia y Perú, yo no sabía donde estaba yendo. Fui a lugares que no podía creer el nivel de ostentación yo pensé que no existía, que estaba solo en las películas.
—¿Tuviste miedo alguna vez?
—Sí. En mi primer viaje a Medellín tuve un poco de miedo. Era un festival en el que después me enteré que era un lavado de guita de un narco. Pero me enteré mucho después. Vi muchas cosas turbias.
—Que angustia
—Sí. Y era muy chico yo. Mi hija era recién nacida. Era la primera vez que salía de hecho del país lejos.
—Alguna vez te escuché que en un evento te ofrecieron una bandeja con cocaína.
—Sí, y la dejaron en el medio del evento. La gente se paraba y tomaba falopa mientras que yo estaba actuando. Fue en un barrio grande que hay en zona norte. Fue un garrón.
—¿Qué pasa con el evento corporativo que está lleno de gente que está en su mundo?
—Una vez fui a Tandil para actuar para 180 personas. Cuando vino el dueño de la fiesta, me dijo: “Ahora terminan de entregar el postre y salís vos. Quiero que sepas que el 80% de los invitados el lunes se queda sin trabajo, y ya lo saben”. Cuando me asomé, la gente tenía una cara de culo... Estaba todo mal. Era la fiesta de fin de año que ya estaba paga y había que hacerla. Habían hecho reducción de personal y fue uno de los peores shows que tuve junto con el de Talca, en Chile, que fue para 150 mil personas que no les gustó.
—¿Fue muy difícil lo de Chile?
—Estuvo bien que haya pasado eso. Me acomodó mucho el ego. Me pegó una acomodada impresionante. Y me enseñó un montón de cosas.
—¿Había un ego que necesitaba ser acomodado en ese momento?
—Sí. Era un ego de “yo puedo con todo”. También me lo acomodó Fernanda, que me dejó porque no me aguantaba más. Me partió al medio que me dijera: “Yo te amo, pero no te aguanto más”. No era de ególatra, era por estar todo el día laburando.
—¿Fue en el mismo momento que pasó lo de Chile?
—Claro. La llamé porque estaba nervioso por actuar frente a 150 mil personas y me dijo: “¿Por qué me llamas a mí, boludo? Ya te expliqué que estamos separados”. Me putearon. Terminé el show y la volví a llamar y me dijo: “¿No entendiste?”. Y al otro día me dijo: “Yo sé lo que te pasó, lo lamento mucho, Agustín”. Y ahí me fui para abajo. Y desde abajo empecé a investigar hasta que entendí un montón de cosas. Un tiempo después, Fernanda me volvió a invitar a tomar un helado. Pero que en Talca, que me hayan abucheado tantas personas, me enseñó que el aplauso dura lo mismo que el abucheo. Es el mismo tiempo.
—¿Y la felicidad o la angustia que generan esas reacciones, también duran lo mismo?
—Lo mismo. A mí me ovacionan y me gritan cosas lindas, pero cuando vuelvo al hotel, me voy solo. Y me voy a dormir solo, no con las 4.000 personas que me aplaudieron.
—¿Pero lo de Chile también te duró ese ratito? ¿Pudiste seguir al día siguiente?
—Te juro que sí. Al otro día tocamos en el Cosquín Rock con la banda y fue una revancha. Cuando me aplauden, al otro día vuelvo a actuar, y si me quedo en el aplauso soy un gil. Y si me quedo con el abucheo, estaría en el mismo lugar de gil. Por supuesto que tengo que entender por qué me aplaudieron y por qué me abuchearon.
—Hay que estar muy plantado para bancar eso. No cualquiera sale después de esa situación al día siguiente, igual que la exigencia que genera la exposición y la aprobación en las redes sociales.
—Sí, de salud mental tengo para hablarte un rato largo. Tengo varias temporadas de medicación por los ataques de pánico. En marzo tuve que bajarme del escenario. Le pedí perdón al público. Fue despidiendo en el Tabarís, en la calle Corrientes. En mi vida, jamás me imaginé que podía tener un ataque de pánico arriba del escenario, porque hice shows recién operado, con vómitos, con mis viejos recién separados, con lo que se te ocurra... Con la casa rematada. Siendo padre recientemente. Con lo que sea. Se me pasaba todo arriba del escenario, hasta que llegó ese día.
—¿Ya habías tenido ataques de pánico?
—Sí. Ya había estado medicado. Es horrible, como todas las personas que tienen ataques de pánico. Es una sensación de no poder controlar al cuerpo, como que se va todo a la mierda. Automáticamente tuve que llamar de vuelta al psiquiatra para ver qué mierda me estaba pasando.
—¿Cuándo fue la primera vez que te pasó?
—Tendría 26 años. Después de hacer ocho shows en una noche. Arranqué a las nueve de la noche y terminé a las seis de la mañana. Sin tomar drogas. O sea: la droga la generaba el cerebro. Fue un miedo que no conocía. No entendía nada. Mi cabeza me decía: “Bueno, te estás muriendo. Venís tirando de la piola como un loco...”.
—Hoy estás en un gran momento. Bianca es una maravilla y con Fer, están genial ¿Cómo se dio esa relación en casas separadas?
—Cuando lo charlamos se dio así. Si tenemos una casa juntos algún día, sería con “Ala A” y “Ala B”, y un puente en el medio. Cada uno la va a decorar como quiere, aunque somos bastante parecidos porque nos gustan mucho los colores.
—¿Cómo fue ese reencuentro?
—A mí me pegaron una patada en el culo y me volvieron a llamar. Vio a un Agustín renovado. Quería reconquistarla, pero sin llevarle flores porque sabía que eso no me estaba funcionando. En un momento solté para empezar a ocuparme de mí, como ella me había pedido. Pasaron cinco o seis meses y me invitó a tomar un helado. Yo estaba hablando con Mario Pergolini, haciéndole una entrevista para Rada House, y fue muy loco. Él me sacó el tema y me dijo que la talentosa de la pareja era ella. Le dije que sí, pero que no quería hablar del tema, porque me había separado. Y en ese instante vi que en el teléfono tenía un mensaje de Fernanda. Si buscan en Rada House y ven la parte que estoy hablando con Mario sobre Fernanda, mi cara hace un gesto de “uff”, y sigo hablando como si nada.
—Si alguna vez se casan, Pergolini debería ser el testigo.
—Debería ser el que nos case.
—¿Qué tenés ganas de hacer en el futuro?
—Que sigan pasando cosas de verdad. Todas las cosas que fueron pasando, fueron más grandes de las que yo me imaginaba que iban a pasar. Como figurita que me encantaría tener en el álbum, sería actuar en el Colón. Lo tengo en la cabeza desde que soy chico.
—¿Te gusta ir a votar?
—Me gusta ejercer el derecho de la democracia. Nací en el 83, un año muy importante para la historia argentina. Pero últimamente no estoy yendo tan contento a votar. Con mi último voto no pasó lo que quería que pasase. Tenía mucha confianza. Durante las PASO anteriores estaba de viaje, pero me sentí muy orgulloso con el primer voto de mi hija. Todo es emoción con Bianca. Y ahora, vamos juntos.