“Prendan ese mic, tengo algo que decirles”, reza uno de sus hits. Y su anuncio llena de expectativas a sus fanáticos. Es que Emmanuel Horvilleur está de doble festejo. La llegada de su hija Marion estuvo acompañada de los preparativos para la presentación de su nuevo disco, Aqua di Emma, que se llevará a cabo en Obras. “No pude descorchar tanto porque hay que estar concentrado”, reconoce entre risas, en diálogo con Teleshow. El artista no es ningún “GI Joe” y está “haciendo malabares” por los desafíos que le presentan la nueva paternidad y sus compromisos musicales.
Se trata de un trabajo que comenzó en 2020 y promete una segunda entrega. “Aqua di Emma 2 está cercano”, revela el compositor, a días del espectáculo que protagonizará en el mítico escenario que le “abrió la cabeza”. Los antecedentes de Divididos, Spinetta y Soda Stereo, entre otras bandas, lo entusiasman para formar parte del legado eterno que se ampara en el talento del rock nacional.
Aquí, un recorrido por la vida del ex Illya Kuryaki en el que narra episodios llamativos, como la vez que provocó a Marcelo Tinelli en su programa, o cuando fue detenido por la policía por negarse a dar su documento. Un rebelde que desafió al sistema y nunca se arrepintió.
—¿Cómo es grabar un video con tu hijo?
—Estuvimos jugando un poco con André. En “Te daría”, que fue el segundo corte de los que antecedieron a la salida del disco, nos paramos frente a la cámara y jugamos un poco a ser una especie de mozos de un restaurante cuasi mágico.
—Siempre supiste reinventarte para encontrar un sonido nuevo. ¿Cómo son tus momentos a la hora de componer?
—Tienen de todo. A veces son un poco duros, pero este disco lo disfruté bastante. Lo hice probando con otras maneras de producir. Es un disco donde muchas veces llegué al estudio sin ninguna idea, y tuve que improvisar. Pasaba algo de música y empezaba a construir sobre eso. Uno busca cosas para sorprenderse, para ir por otros lados que antes no había transitado.
—¿Viene primero la música y después la letra?
—En mi caso, casi siempre tengo primero la música, pero a veces tengo el título de una canción o una idea que me allanan el camino. Igualmente, creo que la música es inagotable: es como la cocina o la pintura, que permiten mezclar hasta que sean fuentes inagotables. Es decir, si uno se aburre en la música, es porque no está haciendo algo. Son disciplinas que te permiten reinventarte.
—A los 16 años la rompieron con Dante Spinetta en Illya Kuryaki. ¿Era un hobby o sabían que se iban a dedicar a esto?
—Fue de las primeras cosas en que nos pusimos serios, aunque siempre tuvimos una parte bastante lúdica para divertirnos. Pero esa diversión la tomábamos en serio. Recuerdo que nos sentábamos en la cama de Dante con dos cuadernos a escribir letras durante largos ratos. Más allá de la edad, nos planteamos que no era un juego. O sí, pero un juego serio.
—¿Cuándo entendiste que ibas a poder vivir de esto?
—Cuando nos empezó a ir bien (risas). Creo que fue muy gradual y eso también estuvo bueno, para no quemar las naves. Fuimos evolucionando disco a disco, canción a canción, show a show, reunión a reunión... De chicos siempre teníamos en claro lo que queríamos hacer: hacíamos lo que se nos cantaba en el estudio o en la composición de las canciones. Tuvimos esa suerte.
—Cuando empezaron a aparecer los contratos importantes, las responsabilidades y las giras, ¿se disfrutaba o en algún momento se convirtió en un trabajo para unos adolescentes?
—Cuando la banda creció, ya estábamos un poco más grandes. Teníamos tres ó cuatro años a nuestras espaldas, y nunca nos pesó. Hay mucha gente que se lamenta por haber arrancado de muy chiquito y haber sentido la presión, pero para nosotros la presión era autoimpuesta.
—¿Las familias acompañaban?
—Sí, totalmente. Nuestros primeros contratos estuvieron firmados por nuestros padres, porque éramos menores.
—¿Eran amigas las familias de ustedes dos?
—Sí, claro.
—Me acuerdo que tu papá era fotógrafo de bandas. ¿Cómo era acompañar a tu viejo en esas recorridas?
—Estaba buenísimo, lo disfruté. No solamente iba a hacer fotos a bandas de rock, porque además de hacer a Fito (Páez), Soda Stereo o Los Abuelos, tengo recuerdos de haber ido a sesiones para algún actor o a una modelo. Yo era como una especie de cadete de mi viejo, porque llevaba a revelar los rollos.
—¿Te gustaba más cuando eran sesiones de modelos o bandas de rock?
—Las modelos me gustaban bastante. Era chico y estaba ahí, sosteniendo algo. Algunas veces no podía creer lo que estaba viendo. Me gustaba también ver la moda y ese grado de perfección que se buscaba.
—¿Soñabas en algún momento que podías estar del otro lado de la cámara?
—No sólo lo soñaba, sino que lo sentía... De chicos éramos caraduras y estábamos en esas agencias de publicidades con Dante. Me acuerdo de haber hecho de extra para unas publicidades que pagaban bien, y con esa plata iba a Munro a comprar unos jeans. Es como que ya de chiquito me podía dar gustos con mi propio dinero y estaba buenísimo.
—El destino te llevó al rock, pero podrías haber terminado siendo la cara de Versace, al estilo de Iván de Pineda...
—No, Iván es Iván y yo tengo menos centímetros que él... Digamos que a veces hacíamos cosas que tenían que ver con la imagen. Inclusive antes de Kuryaki.
—¿Terminaste el colegio o se complicó con el furor de la banda?
—No, no pude. Pero hice la misma cantidad de años que todos porque repetí dos veces. Primero en quinto grado, que fue durísimo. Iba a un colegio que era jornada simple desde primer a cuarto grado, y en cuarto me cambiaron a otro que era doble escolaridad. Entraba al colegio a las ocho y salía a las cuatro y pico de la tarde, y como no quería estudiar, cuando llegaba del colegio me iba a callejear. Salía a andar en skate o a jugar al fútbol a la plaza. Entonces, estuve un año sin hacer la tarea. Después, repetí tercer año en la secundaria. Pero me quedo con el dolor de quinto grado, porque era un chiquito de 10 u 11 años.
—¿Dónde radicaba ese dolor? ¿La situación en tu casa? ¿Qué tus compañeros pasaran de grado? ¿La mirada ajena?
—Me dolió ser un repetidor (risas). Pero después me quedaron más amigos porque tenía a los habían pasado de grado y a los que conocí en el nuevo curso. Me acuerdo más de los compañeros de la primaria que los de la secundaria, porque ya estaba un poco más grande y sentía que estaba en otra.
—Entre el modelaje y la música, en tercer año ya eras una estrella...
—Sí, ya estábamos tocando Horno para calentar los mares, nuestro segundo disco. Me acuerdo que mi familia se fue a Miami de vacaciones y yo me quedé estudiando. Me había llevado tres materias y me preparé muy bien para una. Está todo documentado, porque hay una nota con Petinatto en la que hablo de la profesora que me hizo repetir. Siento que me hizo repetir. Como que me dijo: “Che, ¿vos pensás que por salir en la tele te voy a dejar pasar? No”. Y me hizo repetir. En cualquier época es importante terminar el secundario, ahora también; pero en los 90 estaba instalado que para ser cajero en un supermercado tenías que tener el secundario completo. Y mi cabeza funcionaba entre hacer discos con Illya Kuryaki o tener que ir a laburar…
—¿Les diste muchos dolores de cabeza a tus padres en esa época?
—No tanto, pero el colegio me costaba porque me aburría. Me acuerdo que cuando aprobé Biología, que la tenía previa, pasé a cuarto año y salí con un amigo a bailar a una discoteca que se llamaba Cinema. Me puse en pedo y de lo borracho que estaba, me caí y bañé a María Fernanda Callejón en champagne. Siempre me quedó esa sensación de pedirle perdón por aquella vez que le tiré todo (risas).
—¿André te da dolores de cabeza en su adolescencia?
—No, menos que yo. No vivo la adolescencia de esta época, pero en los 90 éramos un poco más salvajes. Alguna vez me fueron a buscar a una comisaría. Inclusive ya siendo Kuryaki. Una vez estaba en una de esas cadenas que vendían discos por Cabildo y vino un policía a encararme. Había mucha mala onda, porque siempre hubo pica entre los jóvenes y la policía. En ese momento tenía las rastas y me dijo: “¿Qué está haciendo usted acá, señor?”. Le respondí que estaba viendo los discos, y me preguntó mi nombre. “Ay, no me acuerdo”, le digo y me llevaron preso. Me asusté, porque me llevaron a la misma comisaría donde había pasado lo de (Walter) Bulacio. Después me puse a llorar y me soltaron. Me hice el rebelde y me salió re mal. Eso es un poco la adolescencia. Ahora digo mi nombre, aunque lo escriben y lo pronuncian mal.
—Es que tenés un apellido complicado: muchos te conocimos como “Papik”.
—Es verdad, un sobrenombre que ya casi no uso.
—¿Si te gritan en la calle, no te das vuelta?
—Si me lo dicen sí, porque durante mucho tiempo me dijeron así. Creo que hasta los 13, 14 ó 15 años. La primera vez que grabé una canción, en el disco Tester de violencia, de Spinetta, se llamó “El mono tremendo”, y en los créditos aparezco como Papik Martí.
—El apellido de tu viejo.
—Sí.
—Tu padre de crianza.
—Así que Papik Martí.
—En una charla anterior que tuvimos me contaste que en uno de los shows de Kuryaki te fue a ver tu papá biológico. ¿Después de ese reencuentro continuó el vínculo?
—Fue muy loco, porque Evangelina, que es mi pareja y la mamá de Marion, me dio la noticia de que íbamos a ser papás de una nena. Fue loco, porque tengo un hijo de casi 19 años y era volver a esa etapa. Y al otro día me llegó un mensaje de mi tío de España que había muerto mi viejo. Bueno, Horvilleur. Fueron dos días intensos... La relación con él fue bastante trunca. Nunca evolucionó y quedó ahí. Quedó como esas historias que no tienen un final, ni feliz, ni infeliz. No tuvo un final...
—¿Y ese encuentro, no puede haber sido un final en sí mismo?
—Sí, obviamente. Ahora, viéndolo a la distancia.
—¿Vos lo reconociste desde el escenario?
—No, él vino después del show de Kuryaki y nos encontramos en una escalera en Madrid. Es loco ver cuatro veces en tu vida a la persona que te engendró. Es cuasi de película. Es muy loco, porque me dejó como una sensación de enojo y no mucha tristeza. Sentí más tristeza por él que por mí, porque sé lo que me generan mis hijos.
—Lo que se perdió...
—Sí. Y a la vez tampoco lo acuso, porque hay gente que está así: imposibilitada.
—¿Y cómo te encuentra esta nueva paternidad, este nuevo no dormir?
—Dormimos bastante bien, por suerte. En el medio de la noche hay que despertarse y cambiarla o darle la teta. Yo ya venía con insomnio, entonces no me molesta tanto despertarme en medio de la noche. Está buenísimo despertarse y tener a una criatura que te sonríe.
—Celeste Cid les tiró muy buena onda. Hay algo ahí que funciona muy bien...
—Siempre fue así, por suerte. Hemos transitado diferentes estados, pero hace unos años largos que somos lo que somos: esa familia que se maneja de esa manera. Lo siento muy natural. Somos una familia loca.
—¿En un momento del mundo y de la Argentina difícil, ver una beba da algo de esperanza y de ponerle un prisma más lindo a todo?
—Sí, siempre el mundo se va a ver alimentado por las nuevas generaciones, por nuevas maneras de pensar. Y dándole cariño, haces tu parte. Todo es muy cambiante en la vida, pero debe ser una de las maneras que uno tiene para que las cosas cambien. Con André siento que hicimos un buen laburo y ahora con Evan y Marion, también lo vamos a hacer. Criar a un hijo es una responsabilidad muy natural. El amor se manifiesta de esa manera: criando.
—¿Es verdad que te habías hartado de “Abarajame” y no la querías grabar? ¿O no la querías meter en un disco?
—Sí. Lo que pasa es que en esa época uno arrancaba a tocar las canciones antes de que salieran en un disco y un año antes de que saliera “Abarajame” ya la veníamos tocando. Dante me convenció y menos mal que lo hizo, porque pasaron muchas cosas con esa canción.
—Y porque hoy todavía pasas por SADAIC seguramente por esa canción...
—Sí. El otro día me llegaron un montón de notificaciones de Gran Hermano Chile, porque una piba dice “Abarajame la bañera” todo el tiempo. Se le hizo como el latiguillo y están en TikTok con “Abarajame la bañera”. Es gente redescubriendo qué es “Abarajame la bañera”, 30 años más tarde.
—¿Hay letras que hoy no podrían cantar de ese disco?
—No lo sé. Estoy empezando a pensar que eso es parcial. Uno ya escribe de una manera diferente, pero no tengo problemas en cantar la mayoría de los temas que cantábamos. Capaz hay alguna frase que ya la hemos cambiado en otra época. Hay cierta violencia de Illya Kuryaki que tiene que ver con una visión medio cómic del asunto. Es como que a Tarantino le digan que ya no puede cortarle el cuello a un tipo y que sangre todo. Uno tiene que poder defender su obra. Si uno siente que esa letra no lo representa porque en ese momento escribió desde la rebeldía, está bien cambiarlo.
—¿Creés que los cambios tienen que ver con ser auténtico con uno y no por miedo a la cancelación?
—Creo que hay que tener cuidado, porque es como ponerse una máscara políticamente correcta y yo no creo en lo políticamente correcto. Creo que la gente tiene que ser real y obviamente hay que manejarse bien en la vida, pero si escribiste una cosa subida de tono desde el plano sexual porque sentiste eso en algún momento, no creo que se ofenda a nadie. Creo que todo depende de cómo lo hayas escrito, cómo lo hiciste y cómo te manejas después.
—Me enteré que en su momento hiciste enojar a Marcelo Tinelli...
—Sí (risas). Hacíamos enojar a bastante gente. Igualmente, no creo que le haya durado mucho ese enojo, aunque no volvimos más a su programa. Fue un quilombo medio punk, porque querían que toquemos “Es tuya, Juan”, que la veníamos tocando en todos lados y no la queríamos tocar más. Nos estábamos aburriendo de nuestra propia canción y queríamos tocar otra que se llamaba “Nacidos para ser argentos”, pero nuestro manager y la producción de Tinelli nos obligaron a tocar “Es tuya, Juan”. Como era una media pista, nosotros cantábamos pero la banda hacía playback, les pedimos que en un momento se cambien los instrumentos en el medio del playback. Uno agarró la batería, el bajista fue a los teclados y les dimos rienda suelta para que hagan mucho más quilombo. Fue un desastre la presentación. Y Tinelli se enojó con nosotros. Nuestro manager también se enojó y renunció. Todo ese quilombo del seno interno hizo que la banda hiciera un clic y empiece a tocar en otro tipo de lugares, para otro público, como Cemento o Die Schule, que eran más de rock y no de la televisión.
—¿Con qué nos vamos a encontrar el 30 de septiembre en Obras?
—Hace 20 años saqué mi primer disco, Música delirio, y vamos a recorrer este tiempo hasta llegar a Aqua di Emma. También habrá alguna cosita de mi banda anterior. Va a ser una fiesta, y para mí será uno de los shows más importantes de mi historia musical. En Obras vi a los Beastie Boys, a Red Hot Chili Peppers, a Divididos, a Spinetta, a Soda.... Vi un montón de cosas que me cambiaron la cabeza. Y ahora ser parte de ese historial, me encanta.