A partir de este lunes, más precisamente a las 21.45, más de 450 artistas -seleccionados en todo el país- empezarán a buscar cumplir el sueño que la propia Lizy Tagliani nunca tuvo, pero que cumplió: alcanzar la fama. O en realidad, más que eso: lograr el reconocimiento unánime por el talento, el esfuerzo, las ganas. Ese ángel, como se dice. Por ser, al fin de cuentas, quien uno es.
Lizy estará al frente de Got Talent Argentina, por la pantalla de Telefe y con producción de RGB Entertainment, el reality de talentos -donde no importa cuál sea la destreza y que no cuenta con límite de edad- más célebre del mundo. Estará secundada por un jugado integrado por su colega Florencia Peña, los cantantes Abel Pintos y La Joaqui, además del coreógrafo y bailarín uruguayo Emir Abdul.
Como conductora, será el regreso de Lizy luego de Trato Hecho. Y desde entonces, mucho ha pasado en su vida; por lo pronto, se casó. Más ha pasado todavía desde aquel 2014, cuando se produjo su explosión televisiva, cambiando la vida de aquella joven que esperaba el colectivo en medio de las burlas, que usaba un “Verónica” que no la identificaba, que portaba sus propias heridas. Y que ahora, es feliz. Sueño cumplido para quien todavía tiene mucho por soñar.
—A horas de este debut de Got Talent, por lo que pude ver del estudio, la producción la rompe.
—No, no, es espectacular. Es impresionante la escenografía, todo. Y bueno, y estas horas, para mí son meses: no se me pasa más.
—Y qué talentos que encontraron. ¿Fuiste a buscarlos por Argentina?
—Sí. Las promos que se ven no son imágenes de otros Got Talent del mundo mechadas: es nuestro, de lo que ya se armó, de los artistas que ya fueron elegidos. Yo tuve la posibilidad de elegir: pedí ir al casting porque tenía curiosidad por conocer las historias, cómo viven, dónde. Saber que si algo le falta a ese artista, por qué es. Parece una tontería pero no es lo mismo tener un vozarrón, ser un súper cantante y vivir en una localidad donde son mil, que vivir en una gran ciudad donde a la mañana vas a canto, a la tarde vas a...
—Lo vas conociendo, ¿y qué te pasa cuando quedan eliminados? Porque también te fuiste metiendo en esas historias, en esas vidas, y vos sos una mujer muy empática.
—Mi gran miedo fue ese. Cuando llegaba a un casting lo primero que les decía a todos, cuando eran así, un montón, todas las filas, que me aplaudían y todo, yo les decía: “Chicos, lo que pase acá, el sí o el no, es parte de empezar a construir una carrera”. Y después, mi miedo es eso mismo que vos me preguntás: ¿qué va a pasar con las devoluciones del jurado? Porque no dejan de ser artistas que confían en lo que hacen y para ellos, son los mejores. Y está bien que así sea. Y estoy muy feliz porque el jurado ha encontrado la manera de decir “no”, pero no “para siempre”, “no, ahora”, ¿viste? Antes de decirles que no, es todo lo que te falta, dónde podés ir.
—Bueno, los integrantes del jurado estuvieron en ese lugar también.
—En ese “no”. Y eso se nota.
—Vos también estuviste en ese lugar, en algún momento, aunque creo que no te atrevías a soñar este presente.
—No. Al principio decían si yo alguna vez soñé. Nunca.
—Vos querías hacer peluquería.
—La peluquería. Trabajar. No sé, me imaginaba viajando con mi mamá de vacaciones a Mar del Plata. O sea, nunca, nunca, nunca me imaginé... Es más, si me hubiese imaginado algo, no se rían, pero si me hubiese imaginado algo del medio me hubiese gustado ser una top model como esas de los 90, que eran… Pero bueno (risas). Pero así, esto que me sucede, jamás, nunca, nunca.
—Se están cumpliendo nueve años: el año que viene tenemos que hacer el festejo de los 10 años.
—Los 10 años de la aparición.
—De esta aparición que fue como al cielo, al estrellato. ¿Fue ese día de “este micrófono me hace voz de hombre”?
—Exacto. Ese día fue. Ya estaba trabajando en la radio con Santi (del Moro) y es ese día que estaba ahí, atrás de la valla (de ShowMatch), y Marcelo (Tinelli) me pregunta eso. Porque me acosté anónima como rostro, digamos, porque ya la gente me conocía en la radio. Y al otro, día cuando me levanto a hacer mi vida como siempre era, no entendía lo que estaba pasando. Y fue muy lindo. Ahora son 9 años, porque fue en el 2014. Rapidísimo pasó el tiempo. Me parece mucho y a la vez, me parece poco. Me sigo sorprendiendo.
—¿Y qué queda de Luisina o Luisana? Porque para mí sos Lizy, siempre fuiste Lizy.
—Ahora me veo con mis amigas de esa época y nos reímos, nos contamos anécdotas, que nunca me dejé de ver por otro lado. Luisina. Fue el segundo nombre que opté antes de Lizy. Carla fue el primero. Y una vez me puse Verónica, fuimos a Lanús con un par de amigas que iban a bailar a un lugar, que es muy bueno, nunca me dejaron entrar… Entonces íbamos a un bar que quedaba en la esquina, tomando y comiendo unas pizzas, y después, cuando llegaba la hora que entraban al boliche, yo me tomaba el 79, me volvía a Adrogué, y ellas entraban a bailar. Mi diversión era esa, porque ya sabía que al otro lugar no iba a entrar.
—Hoy sabés lo que te pagarían para que fueras...
—Bueno, iría encantada. No tengo esa cosa de...
—¿En serio?
—A ver, primero te termino esto. Yo me llamaba Verónica, todas me decían Verónica, y me olvidé una campera que se usaba, motoquera se llamaba en esa época. Entonces iba bajando la escalera del lugar y todas me decían: “¡Vero, Vero, Vero!”, pero yo nunca me di vuelta. Ni me hice cargo que era yo, la Verónica. Entonces se llevaron la campera y cuando después me contaron, dije: “Claro, si yo me tengo que llamar Lizy. Porque entonces voy a entender siempre que soy yo”. Ah, eso que me decías, que ahora...
—No sos rencorosa, volverías.
—Tengo una historia. Al principio, en la época de peluquera, antes de tener mi peluquería incluso, iba a peinar a Barrio Parque, que tenía muchas clientas ahí muy divinas, muy topísimas. Tomaba el colectivo en Libertador, frente a una concesionaria. Yo me paraba a esperar el colectivo y siempre estaba lleno de gente, y yo, pintada como una puerta, y muy afectada porque siempre fui muy exagerada para todo: para caminar, para tomar el colectivo, para correr, para cruzar. Y salían, y yo sentía como una risa, entendés... Yo me me moría de vergüenza porque estaba toda la gente, o los chicos, estaban saliendo del colegio. Por adentro pensaba: “Algún día voy a entrar acá y me voy a comprar un auto”. A los años, fui y entré, y conté la anécdota, sin contarle la parte que se hacían bromas cuando yo estaba esperando, porque cuando empecé a contar dije: “¿Para qué? Capaz que ni están, habrán cambiado”. Quién sabe qué pasaba por esas cabezas.
—¿Cómo anda la vida de casada?
—Muy bien. Muy feliz, porque estoy aprendiendo como a convivir en familia. Me llevo bárbaro. Sebastián es un gran compañero. Súper respetuoso de mi trabajo. Le encanta. “Disfrutá de este momento”, es el último mensaje que me mandó. “Hoy va a ser un gran día. Disfrutalo, porque son cosas hermosas que te pasan, porque te lo merecés”. Es un encanto. Y también aprendo a vivir en familia. De muy pequeña, mi mamá y yo éramos como el núcleo familiar. Después bueno, iba a visitar a mis tías, pero mi mamá siempre me decía: “Somos vos y yo, y el portón para adentro”.
—Lizy, contaste hace muy poquito con Georgina Barbarossa que fuiste abusada. ¿Fue sanador contarlo?
—En realidad, yo siempre en los shows contaba como parte de mi vida. Ese día con Georgina, se ve que tenía la necesidad de decirlo porque no lo había contado desde que me hice conocida, pero siempre lo contaba. Sanador no sé si es la palabra que queda, ¿no? Uno convive con eso. Pero hablamos de la adolescencia, y Georgi me dice si a mí me daba miedo salir a la calle. Entonces, te lo juro, lo que quise decir es pasé muchas cosas desde muy chiquitita. Y bueno, cuando empecé a contar y me metí, no podía volver.
—Y seguro ayudó a un montón de gente.
—Seguro, sí. Me han llegado muchísimos mensajes. Muchísimos, muchísimos, muchísimos. Porque es algo con lo que uno convive. Y te voy a decir algo, no sé si lo he dicho. Hay algo muy particular que no me gusta, y no lo puedo soportar, que tiene que ver con el olor a harina con levadura, el olor de la pizza en los dedos.
—¿Por qué?
—Porque, bueno, esa persona trabajaba de eso y ese olor, me angustia. No sé si está bien decir esto, pero es como que tengo más enojo con ese olor que con lo otro, que es como que no está, como si no hubiese pasado.
—Es como cada uno lo elabora. Lizy, ¿cómo viene el tema de la adopción?
—Bien, ya hicimos todo. Hicimos el ambiental, el psicológico, el psiquiátrico. Y ahora, solamente fluir. Hay que esperar.
—¿Lo vivís así? ¿Estás tranquila?
—Súper. Súper relajada porque como yo no… ¿Sabés cómo me lo tomo? Como cualquier forma de ser mamá, ¿entendés? Que en esas formas de buscar ser mamá, puede suceder o no, y está dentro de las posibilidades. Entonces, no es algo que me angustia. Sí hablamos, tenemos nuestro lugar, imaginamos el colegio, cómo va a ser la vida. Lo que sí me sucede es que yo no tengo la necesidad de ser mamá por ser mamá. Yo quiero ser algo importante en la vida de alguien. Hablaba con Sebastián que si algún día se levanta y me dice: “Mamá”, no sé... creo que me muero de emoción. Pero si no, igual si me dice “Lizy”, si me dice “tía”, “prima”.
—Lizy, vivimos una semana de mucha sorpresa en la Argentina con el resultado de las PASO, en las que se volvieron a discutir algunos de los derechos que ya agradecemos tener. ¿Qué te pasó con todo esto?
—Yo prefiero no opinar del tema en tan poquito tiempo, ¿viste? Obviamente que tengo una opinión formada, pero siento que es meterme en un lugar que no podría explicarlo en tan pocos segundos. Uno logra entender estar de acuerdo o no desde uno, y desde nuestra vida, y desde nuestra forma, y desde lo que nos toca atravesar en este momento. Pero no sé cuáles son los motivos que llevan a las otras personas a pensar en esta solución, o a encontrar eso. Entonces es un debate muy amplio que no me gusta opinar en poco tiempo.