Del suceso de Las chicas de la culpa al fenómeno de Matilda: Fernanda Metilli pasó sin escalas de agotar funciones con el aclamado ciclo de humor al musical que la rompe en Broadway y ahora es un éxito en la Calle Corrientes.
Las nenas que la van a saludar le dicen “Señora Mormu” y le llenan el camarín de dibujitos. En la obra, Metilli es Zinnia Wormwood, la desamorada madre de Matilda. Si bien comparte el cartel con su novio, Agustín Soy Rada Aristarán, no tienen escenas juntos juntos. Convencieron a la producción de no caer en el lugar común de aprovechar la pareja y trasladarla al escenario; así fue como él se convirtió en Tronchatoro.
—¿Cómo decidiste aceptar Matilda? Venías agotando todos los fines de semana con Las chicas de la culpa y hacer esto implicaba bajarte de la gira.
—Cuando me llaman el año pasado, en agosto, yo estaba todavía con Inmaduros y con Las chicas de la culpa. En noviembre fue el casting y cuando me avisan que definitivamente era la mamá de Matilda, hablé con las chicas (Malena Guinzburg, Connie Ballarini y Natalia Carulias), porque nosotras también somos productoras, y les dije: “Tengo esto que para mí va a ser muy importante, pero sé que no le voy a poder dedicar el mismo tiempo a Las chicas de la culpa”. También salió la tira que estoy grabando ahora, Buenos chicos, para Polka. Me bajaba de la gira pero no de los viernes acá, en Capital.
—Se te juntaron un montón de cosas.
—Un montón (risas). Sí, somos un equipo. Ellas me dijeron: “Andá para adelante. Hacelo”. Aparte siempre me dicen: “Vos sos la actriz del grupo y esto va a pasar”. Porque no puedo hacer una sola cosa. Me pasó siempre: hacía mi unipersonal de stand up y a la vez, hacía teatro comercial.
—¿El éxito de Las chicas... marcó alguna diferencia para vos en lo profesional, en lo económico?
—Sí, en todo. En lo profesional. Obviamente, en lo económico. Y también en marcar la mujer en el humor. Para nosotras es muy importante eso. No pasa desapercibido que un grupo de cuatro mujeres esté agotando absolutamente todas las funciones en absolutamente todos los lugares que vayamos. Se agradece mucho, y agradecemos el camino que hicieron quienes estuvieron atrás.
—Malena Guinzburg me dijo que cuando la llamó Diego Scott, la apuesta era que les dejara unos 70 pesos en ese momento.
—Sí, con Dieguito Scott siempre nos reímos de eso. Estábamos por Zoom, porque aparte recién estábamos saliendo de la pandemia. La propuesta era: “Bueno, si todo sale bien, por ahí nos quedan 70 pesos”. Y dijimos: “Sí, vamos a hacerlo igual”.
—El casting para Matilda, ¿de entrada fue para hacer a Zinnia?
—Sí, y de parte de la producción lo tenían muy claro. Yo les decía: “Pero mirá que nunca canté...”. Me contestaban: “No importa, porque te preparás”. Bueno, preparé la canción sola como una inconsciente, y decía: “La escucho en inglés -no sé una palabra en inglés-, ok, esta es la pista”, y bueno, fui. Cuando llegué al casting, me dijeron: “Tranquila, si querés hacemos primero la canción así te aliviás”. “Sí, hagamos primero la canción”, les dije yo. Tenía la voz chiquitita, así. Y me empezaron a decir: “Más monstruo, más Nana Fine, más nasal”. Y ahí, cuando podés jugar, obviamente arrancó la actriz.
—Y hoy vemos a esta mamá de Matilda que hace una dupla con José María Listorti maravillosa.
—Sí, ya empezamos a tentarnos en escena, cosa que es un buen indicio de que estamos los dos más relajados, pero a la vez es peligroso porque no podemos volver, ¿viste?
—La obra toca temas profundos, como el maltrato infantil, la adopción...
—También las no ganas de ser madre. Porque mi primera aparición es con una negación absoluta al embarazo. Hoy en día se habla con más libertad y menos peso el no querer ser madre. Se juzga un poco menos. Pero es una obra cuyo libro fue de los 80, la peli de los 90: mostrar eso en esa década era interesante. Matilda tiene para subrayar miles de cosas: la no mirada de un padre y una madre hacia una niña. Pasa por todos esos lugares y creo que es una historia que atraviesa a tantas generaciones, porque todos cuando vimos Matilda, y sobre todo si ves más de grande esa historia, pensamos: “Qué lindo, cuántas veces me hubiese gustado tener ese súper poder, en situaciones de violencia en la escuela, o en tu casa o en donde sea, con algún amiguito que te hacía bullying”.
—¿Y la Fer de Tandil, qué niña era?
—Jugaba un montón. Yo agradezco mucho a mi niñez. Me encantaba jugar con mis amigas, mis vecinos, afuera en la vereda; ese era un espacio de juego hasta tarde. Y también jugaba mucho sola: me encerraba en mi habitación. Soy muy solitaria, si bien tengo una vida social enorme, yo necesito mi día a la semana de soledad absoluta. O sea, sola con mis perros, los llevo a pasear. Como que cargo la energía social y vuelvo a arrancar la semana.
—¿Por eso no conviven con Agustín?
—Nos gusta que sea así, tener nuestro espacio. Y aparte por una cuestión de comodidad. Bianca, la hija de Agus, todavía va al colegio, este es su último año, y Agus necesita estar más cerca de La Plata, que es donde va al colegio, y a mí me gusta Capital. Yo de Tandil me vine a Capital porque a mí me gusta el quilombo, la ciudad. Salir a las tres de la mañana a comprarme un alfajor y que haya algo abierto. A mí eso me parece magia.
—Los encuentros siguen siendo 100% de novios.
—Somos novios, sí. Y nos encanta. Y tenemos nuestros proyectos juntos de en algún momento construir algo, pero grande. Y si es conectado por un puente, mejor (risas). Muy sueño todo, porque va a salir un huevo todo eso. Pero no importa. Para mí es muy necesario vivir sola. Salir agotada de hacer 140 funciones y apagar la cabeza ya cuando subís al auto o a la bici.
—¿Cómo se están llevando ahora, trabajando juntos?
—Muy bien. Era un desafío también. Pero lo cierto es que compartimos el momento de maquillaje y charlamos mientras nos ponen la peluca, la máscara, todo. Después compartimos un poco el almuerzo y un cafecito. No compartimos nada en escena.
—Hay que decir que él también, como Tronchatoro, está maravilloso.
—Fascinante. A él lo querían de padre de Matilda también, los dos dijimos que no. “Y... porque son pareja en la vida real...”. Por eso les dijimos no. Es mucho mejor este desafío.
—¿Qué tal la experiencia de trabajar con tantos niños?
—Estoy conmovida desde la primera lectura que tuvimos el 1 de abril. Me atravesó profundamente porque el ver a tantas nenas y nenes jugar, pero a la vez trabajar, fue un recordatorio de: “Che, acordate que hacés esto justamente por lo que están haciendo los pibes”. El teatro es juego absoluto.
—¿Sabemos cuándo tendrá aire la nueva tira de Polka?
—Agosto, supuestamente. La historia es una mezcla perfecta entre policial y comedia. Tiene mucha adrenalina. Está Toto Kirzner encabezando el elenco: es un grupo de adolescentes que se mandan una macana por querer defender a una amiga y ahí arranca toda la parte del policial. Yo soy una abogada, secretaria de la jueza que tiene el caso. Gaby Toscano es la jueza, que la amo. Nunca había trabajado con ella y es una compañera hermosa. También está Luis Machín. Un equipazo.
—En los Martín Fierro se habló de la falta de ficción en la Argentina, aunque hoy con las plataformas se generan productos de muchísima calidad. ¿Cómo lo ves?
—Hay poca, y estoy de acuerdo con lo que muchos criticaban: tiene que haber más ficción de aire. Obviamente no puedo ser egoísta y solo hablar desde mi lugar porque sé que soy una privilegiada. Pero hay poca, y a la ficción de aire que se realiza se la critica mucho. A mí ATAV me parece espectacular: que se hayan elegido de protagonistas actores que nunca habían tenido un rol protagónico es genial. Jesi Abouchain es una de mis amigas que está ahí, es una de las vedettes de la historia. Es una gran apuesta, pero también se mide (el rating) solo en Capital.
—Bueno, eso lo planteó Alejandro Fantino en los Martin Fierro.
—Soy de Tandil y te dicen: “Sí, la miro”. Bahía Blanca: “Sí, la miro”. Entonces, ¿por qué acotarse a algo tan chiquito? Yo agradezco que Adrián Suar siga teniendo ganas de invertir en ficciones diarias de televisión de aire. No todos tienen acceso a las plataformas o les gusta tener que adaptarse a la plataforma. Hablo por ahí de generaciones más grandes, que son las que consumen la telenovela. Hay canales que hoy tienen todas latas.
—¿Costó ser mujer en el humor?
—Sí, claro. Yo creo que había más prejuicio en ser mujer y humorista que solo actriz. Cuando me vine a vivir acá, mi viejo no me habló por 20 días porque la frase de él era: “¿Cómo Buenos Aires? Vas a terminar en pelotas en la Avenida Corrientes”. Para él y su pensamiento, que me dio mucho material para stand up, la mujer haciendo humor no tenía otro rol que no fuera estar entangada hasta la médula al lado de un capocómico. Voy hoy a Tandil y los sábados se pasa Rompeportones, mis viejos lo miran. En mi casa siempre se miraron programas de humor. Y yo siempre digo que amaba el rol de Ana Acosta, que la quiero muchísimo, con sus personajes. Si bien estaban todos los otros roles de la mujer más vedette, Ana estaba ahí siempre metiendo el rol de la mujer, haciendo la misma cantidad de humor que el hombre.
—¿Y hoy, qué dice hoy?
—Y... lo disfruta a su modo porque tuvo una enfermedad hace 10 años, tuvo un ACV, entonces hay cosas que por ahí no llega a escuchar o a comprender. Mientras le dio el cuerpo me fue a ver y escuchaba lo que podía. Pero sí, a su modo, me acompaña.
—¿Alguna vez dudaste de que era esto lo que querías hacer?
—No. Sí tuve momentos de tener dos pesos, literal, y tuve mucha gente que me ayudó.
—¿Cuál fue el trabajo más insólito que te tocó agarrar?
—(Risas) Hice varios. Primero de promotora de una marca de cremas muy conocida, que el objetivo era promocionar un protector solar para niños y niñas. Entonces me tenía que ir por todos los jardines a leer un cuento, donde había un señor que no se puso protector solar y a las dos páginas se convertía en el señor tomate porque estaba todo rojo (risas). Una pelotudez. Y entonces yo, en la última página del libro leía: “Por eso usa ‘Pin Piri, factor pipiripi’”. Me iba en bondi a 14 jardines toda la mañana y yo, paisa, porque no había forma, me manejaba en subte, y cuando salís a la calle decís: “Ah, mirá, estaba a una cuadra...”. En una me pasó que ya no daba más, llegaba tarde y tenía que contar el cuento antes del recreo. Me subo a un taxi. Ya no daba más: ampollas en los pies, con un jardinerito naranja que me estaba muriendo de calor. Y me dice el tipo: “Mirá que es acá, a una cuadra”. “No importa, necesito esta cuadra estar sentada en este auto. Llevame igual”.
—¿Cómo va a seguir este 2023?
—Bueno, con Matilda hasta el 30 de julio. Así que estas vacaciones de invierno a full, con doble función todos los días. Con la ficción, con Polka. Con Las chicas de la culpa todos los viernes. Luego hay una gira a fin de año en la que voy a estar también, por Estados Unidos.