Se llama Darian Schijman, pero pocos lo saben: es Rulo, para todo el mundo. Y lo que muchos también desconocen es que el hombre cuyo comienzo televisivo fue como notero en CQC, es abogado, y antes fue paseador de perros en Nueva York.
Hoy, anima las mañanas de República Z: va de 9 a 11 con Mandale fruta. “Estoy muy contento con este programa. Es mi primera vez haciendo streaming. Y te saca esa presión que tiene la tele: uno puede ser más natural”, cuenta Rulo, que también sigue con Plan TV por El Trece, y muere de amor por Donna, la hija que tiene junto a la actriz Gabriela Sari.
—¿Cómo es el Rulo papá?
—Yo estoy fascinado. Para mí fue espectacular haber sido padre. Me enca4ntó desde el día uno; en el momento que la vi, fue único. Estoy enamorado de Donna y me encanta toda la sinergia que ocurre con ella. Inclusive me gusta levantarla a la mañana, prepararle el desayuno…
—¿Cómo era tu papá?
—Yo vengo de una familia de cuatro integrantes, tengo solamente un hermano, y con padres presentes. Los dos laburantes, nunca fueron de estar siempre en casa. Los dos trabajaban a la par. Pero siempre presentes: viajes familiares, mucho disfrute. Yo podía contar para todo con mi viejo. Había algo que no es tan normal acá en Capital Federal, yo soy de La Plata: todos los almuerzos y cenas se comían en casa, en la mesa, los cuatro. Yo iba a dos colegios y tenía poco tiempo para comer. Llegábamos, comíamos todos ahí, en familia, “Che, ¿cómo te fue?”, y me iba al otro colegio. Y a la noche la cena era sagrada.
—¿Era otro colegio el de la tarde porque era un schule (colegio judío)?
—Sí, exactamente. No puedo hablar hebreo de corrido, pero sé un montón de palabras. Sé escribir perfecto. Si me quisiera ir a vivir a Israel, en poco tiempo podría aprender a hablar.
—Igual no está en los planes irse, ¿o sí?
—No, para nada. A mí me encanta vivir en Argentina. Viví un año en Estados Unidos y de esa experiencia me traje qué lindo que es Argentina, vivir en el país de uno. Fue en 2010, un año antes de que empiece Rulo; vamos a llamarle de alguna manera, porque nadie me decía Rulo antes.
—¿Cómo te convertiste en Rulo?
—Yo quería entrar a trabajar en la tele. Cuando se entregó la primera edición de los premios Tato fui a la puerta del Tattersall y generé un video por motu proprio. Hice notas. La primera nota se la hice al Pelado López, y me remó mucho. Me sirvió.
—Él te dijo algo así como: “Si yo soy el Pelado, vos tenés que ser Rulo”.
—Claro. E increíblemente esas eran las última notas que él hacía (como movilero) porque al año siguiente pasaba a ser conductor de CQC. Entonces volvió a la productora y dijo: “Un pibe me acaba de hacer una nota y repuede andar para cubrir mi puesto de notero de espectáculos”. Ese fue el primer empuje que tuve. Después edité el video que te estoy contando, lo colgué en Facebook: empezó a tener un montón de views. Y a los tres días, por varias personas que conocía, lo logró ver (Diego) Guebel, que era el dueño de la productora de CQC, y se armó toda una sinergia. También me dio una mano Agustín Vila: lo conocía de la Facultad y justo CQC iba a América. Se me dio todo. Me llamaron un día y me contrataron, y así me cambió la vida.
—Antes de todo eso viviste en Nueva York. ¿Qué hacías allá?
—Yo estaba en pareja en esa época y a ella le salió una propuesta de trabajo allá y me dijo: “¿Vos vendrías un año a acompañar?”. Yo fui, pero era difícil trabajar sin papeles. Entonces conseguí un trabajo en negro: era paseador de perros en Manhattan. Fue una experiencia espectacular. Caminé la ciudad a full. Me pasaron mil cosas increíbles en ese viaje. Pero ahí decidí que cuando volviera a la Argentina iba a lograr mi sueño de trabajar en la tele. Yo soy abogado y arranqué a trabajar como abogado cuando volví, porque estaba recién recibido.
—¿Y el sueño de trabajar en la tele, de dónde venía?
—Se dio por varias razones, pero una muy importante es que yo lo conozco de toda la vida a Mariano Martínez y veía todo su proceso, de antes que fuera conocido. Me parecía un flash lo que le pasaba. Era como una estrella de Hollywood, era de locos. Yo era un poco cholulo y quería ser famoso, en parte.
—CQC también te dio tu primer encuentro con quien hoy es tu mujer.
—Sí, nos conocimos en una nota que le hice… zarpada. Yo, dentro del personaje del “periodista básico” le hice la “foto desubicada”: aprovechaba para sacarme una foto y le decía cosas subiditas…
—Que hoy no se dirían...
—Hoy no se dirían. Pero en esa épocam cuando yo lo hacía, también lo pre pactaba un poco. Y Gaby se copó. Y después de ahí no pasó nada. Nos volvimos a encontrar un año más tarde y empezamos a hablarnos un tiempo por teléfono hasta que aceptó una comida.
—Si le pregunto a ella, ¿en qué momento te querría echar de la casa?
—Y... a las cuatro de la tarde, a las seis de la tarde (risas). En varios momentos del día. No, nos llevamos bien en la convivencia. La verdad que somos muy hacendosos los dos. Yo soy bastante obse, soy ordenado. Me ocupo mucho de las cosas de la casa. Me ocupo de Donna. Creo ser una buena pareja desde ese punto de vista.
—¿Tenés ganas de más hijos?
—Son hermosos los hijos. Siempre un hijo es una bendición, como se dice; es real. Pero la verdad que ahora Gaby volvió a reinsertarse, está laburando, le está yendo espectacular, sería muy egoísta decir “Dale, dale...”. Las cosas son así; esta es nuestra familia. Estamos organizados de esta manera, por ahora. Si viene otro será, y si no viene, no será.
—¿El abogado, cómo anda?
—Bien. Me gusta siempre pensar en cosas de abogado; tengo muy presente el Derecho en mi vida. Soy bastante abogado, pienso. Aunque no ejerzo, lo aplico en mi trabajo siempre que hay temas de abogacía.
—¿Te podés imaginar hoy en un estudio, en Tribunales, si no hubiera pasado lo de CQC?
—Tal vez hubiese ejercido como abogado y hubiese encontrado el nicho que era para mí. Eso de Tribunales, de ir todos los días a ver -ahora cambió un poco- si el expediente está o no en el casillero, en letra... lo hice y no me gustaba. Fue lo que no me gustó del Derecho. Además, el tiempo que lleva. Era como muy burocrático. Quizás me hubiese inclinado en una rama que me hubiese gustado: haciendo penal y no sé, yendo a las cárceles tal vez y hablar mano a mano con la gente.
—¿Cómo estás con El Trece?
—Bien, sigo con Plan TV los sábados de 11 a 12. Ya van más de cinco años. Estoy agradecido con el canal y con el programa. Me encanta. A mí me encanta ser parte del Trece. Siempre me dio grandes cosas. Bueno, el año pasado estuve todo el año en el programa con Fabián Doman en vivo, una hora y media, y eso estuvo bueno porque también te da un ejercicio. Tenés que estar informado, tener opinión sobre las cosas. Jugártela. En la tele la tibieza no va.
—Año de elecciones. ¿Te interesa la política?
—Sí, me interesa la política. La verdad que siempre leo todo y estoy atento a qué es lo que pasa. Me parece que tenemos la política que nos merecemos por como somos los argentinos. Esto es lo que hay. Cada tanto creo que hay gente que tiene buenas intenciones y que cambia las cosas. Espero que los próximos sean esos, porque la Argentina necesita mejorar. Es muy jodido lo que pasa y siento que los políticos no lo ven. No lo entienden. No sé qué hacen. No puedo terminar de entenderlo. Y es verdad que es muy complejo resolverlo, yo siento eso. No es tan simple. Cuando dicen: “Vamos a terminar con la inflación, con la pobreza”; no hay una fórmula.
—¿Algo de lo que viene te da esperanza?
—No, no me da mucha esperanza ninguno de los partidos. Sigue habiendo mucha corrupción, me parece que faltan buenas intenciones. Es muy difícil cortar con los que no ponen la cara, todos los que están por detrás haciendo negocios. ¿Viste que todo el tiempo pasa algo en Argentina? Ahora se corta la importación, por ejemplo. Yo veo que a todo el mundo que importa le hacen garpar en negro eso. Lo sabe todo el mundo y no pasa nada en Argentina. Es decir, el que tiene el contacto y tiene la plata para poder pagar puede entrar la mercadería; los otros, no. El que sí, se hace millonario, y el otro se funde. Tiene que haber políticas que sean infranqueables, que sea para todos lo mismo, que no haya corrupción.
—¿Los políticos te la hacían muy difícil para dar notas? Porque uno veía CQC y era como el lugar copado en el que estar, ¿no?
—Hubo una época, por ejemplo cuando arrancamos, que estábamos en América, que Cristina no nos hablaba. Y cuando íbamos a los actos era un poco frustrante porque estando así como estamos, mirándonos ahora, no me contestaba. Como que me ninguneaba y yo tenía que seguir preguntándole. Con ella tengo una que me pasó, de locos... Vamos a un acto en General Rodríguez; no me habla. Yo estaba como loco con que quería que me hable. Ya era una cuestión personal además, del programa. Entonces le digo (al camarógrafo): “Escondámonos acá, fijate que ella vino en helicóptero y esta camioneta la va a trasladar de acá hasta el helicóptero”. Eran como 200 metros, hacía un frío... Tenía lógica que se subiera a esa camioneta. Nadie se dio cuenta de que estábamos escondidos al lado de la camioneta. Cuando terminó todo ella se fue hasta la camioneta y cuando arrancó, puso primera, iba re lento, voy corriendo, aparezco en la ventanilla: “¡Cristina, Cristina!”, y cuando la camioneta empieza a acelerar tengo un mal reflejo, agarro la puerta, la manija de la camioneta, y se abre con la camioneta en movimiento. Y Cristina sentada ahí, en el acompañante. Yo al toque la volví a cerrar. Y nos contestó algo así como: “Paz y amor”. Cuando se la llevó el helicóptero, nosotros estábamos yendo para el auto y lo veo venir a uno, que era como el jefe de la seguridad presidencial, recaliente. Me dijo: “¿Vos estás loco? ¿Vos entendés que si llega a haber un accidente con la presidenta se pudre todo?”. Me retaron. Y bueno, fue un momento tenso en las notas que hice...
—¿Qué te quedó de esa nota?
—Hay un límite y la seguridad presidencial me parece que era el límite, y yo lo infringí y aprendí una lección. Por eso, a menos que el Presidente esté abrazándose con gente, que no pasa mucho, no te dejan tocar. Así que aprendí muchas lecciones en CQC.